Cada novela es un producto literario que tiene sus propias reglas de juego. Los nombres de Feliza, última entrega de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), puede sorprender a sus lectores, porque escapa al tipo de historia que él elige narrar. Veamos algunos ejemplos: Historia secreta de Costaguana (2007) es una novela épica: se centra en la formación de Colombia como país independiente luego de la traumática separación de Panamá. Que está llena de personajes inolvidables, sí; que hay historia de pasiones, también; pero la creación de un país autónomo y sus luchas internas y externas son el eje narrativo, todo lo demás resulta anecdótico. Ojo, no digo prescindible, estos elementos son importantes porque añaden textura y calidez, presentan a seres humanos que han vivido determinadas circunstancias y han luchado para hacerle frente a un mundo que estaba en pañales. El ruido de las cosas al caer (2011) recrea la violencia del narcotráfico colombiano. Todo lo que ahí aparece se presenta en ese contexto, el narcotráfico es el soporte de la ficción, su razón de ser. Y para poner un último ejemplo, en Volver la vista atrás (2020) conocemos los compromisos ideológicos que llevan a vivir experiencias límites a los miembros de una familia, sobre todo al hijo, para que sus padres puedan cumplir con sus ideales políticos y su entrega incuestionable a regímenes autoritarios, tanto en China durante la revolución cultural, como la lucha en La FARC, la guerrilla colombiana. Obviamente, todo lo dicho es simplificar las novelas mencionadas, pero a mí me sirve para señalar como en todas ellas hay un devenir histórico que marca el desarrollo narrativo, devenir que no es sólo un escenario, sino la razón de ser de la tarea literaria. En cambio, en Los nombres de Feliza, lo que realmente importa a Juan Gabriel Vásquez es Feliza: la protagonista es el eje de la novela, todo lo demás resulta puramente anecdótico.
No llamará entonces la atención, que Los nombres de Feliza, sea una novela distinta: nos sentamos a escuchar las andanzas de una mujer inconformista, cuya bandera es la libertad. Reclama vivir a su manera, saltándose todos los límites sociales que le impidan hacer lo que su energía exige: volar, esculpir, amar. Si eso implica alejarse de sus hijas, aceptará el precio a pagar como inevitable, si distanciarse de su país es necesario, lo asumirá también. Pero Feliza no sospecha que su fuerza tenía fecha de caducidad.
COLOMBIA
Colombia, el país donde nace Feliza, es clave en su vida. A pesar de moverse mucho, dice a quien quiera escucharla que sus raíces están ahí, y que es en Bogotá donde se siente en casa. A su profesor de escultura en París le dijo que era en Colombia donde quería vivir y trabajar, a pesar de que no habían fundiciones, un detalle importante para su actividad. La identificación con su tierra es fuerte, seria y honesta. Pero en su tierra campea la inestabilidad política: se suceden gobiernos intolerantes y autoritarios, la violencia se impone en las calles, se vive con miedo y de manera insegura.
Todo esto es historia real: la violencia desatada en Colombia desde el asesinato de Gaitán en 1948 hasta los 80s, aparece, en Los nombres de Feliza como telón de fondo. Pero en realidad, más que parte del escenario, es el acicate que impide vivir tranquilamente a sus habitantes, siempre pendientes del nuevo giro del gobierno de turno. Ya en “Cien años de soledad”, García Márquez nos introduce a las recurrentes guerras y las diferencias insalvables entre los liberales y los conservadores que marcan el ritmo del país en una lucha inagotable. Es la atmósfera contaminada la que obliga a la protagonista a escapar. No quiere irse, pero sabe, después de la detención y las amenazas: escuchas del teléfono, policías de civil que rondan la casa, incapacidad de sus amigos para ayudarla porque todos temen al poder. Su amiga argentina Marta Traba ya había partido, su madre y su hermana también.
Y dentro de Colombia, la comunidad judía, un grupo hermético que respeta las tradiciones a ojos cerrados, demostraba su desacuerdo con la vida bohemia y liberal de la escultora. Este elemento es importante: Feliza no se siente acogida, sabe que fuera de su círculo incomoda, que es criticada, que no gustan sus “rarezas”. Hasta su padre simula su muerte con un rito judío cuando ella se aleja de su marido y se enamora del poeta. Luego la perdonará, pero imagino que sería difícil para ella moverse en un medio hostil simplemente por optar por conductas distintas a las convencionales.
La violencia se palpa en toda la novela, los vaivenes partidarios, las dificultades de la convivencia con la política marcando siempre límites entre los ciudadanos, los amigos, los familiares.
Claramente, los Bursztyn son una familia que ha logrado una buena situación económica con su trabajo, gozan de muchas comodidades que aporta el bienestar económico, y casi todos los amigos de Feliza pertenecen a la misma clase social. Jorge, por ejemplo, viaja por el mundo y vive sin producir dinero (no digo que no trabaje, es poeta y mantiene una revista cultural importante llamada Mito) porque la familia le permite esos lujos. Es muy típico de las sociedades latinoamericanas, sobre todo de aquella época, que en esos terrenos surjiera la intelectualidad: los jóvenes van a buenas universidades, tienen acceso a muchas cosas que fomentan la riqueza de espíritu, en resumen: se trata de un grupo privilegiado. Y ese es el mundo en el cual Feliza se mueve. Luego es verdad que con su trabajo de escultora tendrá menos recursos económicos, estará limitada para viajar, ir a Texas a visitar a sus hijas, etc. Pero en esencia, esta mujer vital tiene una vida cómoda.
VIDA DE UNA ESCULTORA
“No fue sencillo ninguno de los hechos de su vida: ni los errores ni los aciertos fueron sencillos, ni tampoco los amores ni los desamores; no fueron sencillos los fracasos, ni lo fue el malentendido de sus éxitos. La vida de Feliza tuvo mucho leyenda, pero fue ella misma quien se encargó de construirla: con su libertad ostentosa, que a los ojos de tantos era un insulto, y con las respuestas crípticas que daba a los periodistas, como si nada le divirtiera más que despistarlos, y desde luego con las criaturas que salían de su taller, esos artilugios de metales diversos retorcidos con soplete, o esas instalaciones sibilinas que provocaban o confundían por partes iguales, pues nadie entendía que no tuvieran forma humana y consiguieran sin embargo despertar la compasión, o la rabia o la risa o la lujuria como cualquier escena mitológica hecha con mármol de Carrara.” (pág. 14).
A manera de introducción, este párrafo funciona como un gancho: la complicidad y las ganas de conocer al personaje se establecen desde el inicio. La excentricidad es siempre atractiva.
Lo que hace Vásquez es señalar rasgos que definen al personaje: su desenfreno como motor, los exilios como desgarros, la creación como una droga, el amor y los amigos como el sustento Y las heridas que cuestan sanar. Veamos una por una:
-El desenfreno: estamos ante una mujer que se desborda. Si ríe, es a carcajadas, si trabaja no tiene horarios, si el público no acepta sus piezas, problema de ellos, no las cambia ni cede a la presión. Feliza parece no respetar las normas sociales, reclama mucho espacio para ella con riesgo de asfixiarse si le falta aire, es ambiciosa con su trabajo, inagotable, entregada con sus amigos. Difícil entender qué vio en Larry, un ex soldado, un hombre práctico sin muchas luces, conservador, cerrado. Es verdad que tenía 20 años cuando se casó con él, ¿soñó con cierta apertura debido a su estado matrimonial? Si fuera así, todo salió mal. Regresan a Colombia, la familia de Feliza recibe a Larry y los ayudan a establecerse, tendrán tres hijas, Larry no la deja relacionarse con otros artistas fuera de casa, reclama su presencia, ella conoce al poeta Jorge y su marido, despechado, impone su fuerza física para detenerla. Larry debió sospechar, que el desenfreno no soporta amarras. La partida de él con las hijas a cuesta, sin avisar ni despedirse, dice mucho de Larry; en realidad, lo retrata. A pesar del dolor, Feliza se siente liberada. Pero la sociedad la juzgará, como si hubiera sido ella quien hubiera abandonado a sus hijas. Incluso su padre hace un entierro simbólico para cortar con ella y castigarla.
-El exilio: un tema familiar. Sus padres, judíos, abandonaron Polonia justo antes de que fuera imposible, este desarraigo deja una herida que no cicatriza. La hija, Feliza, estudia el bachillerato y luego arte en USA, lejos de Colombia, los disturbios políticos del país fuerzan la salida temporal de la estudiante; luego Helga, su hermana mayor, hará lo mismo: una carrera profesional exitosa en América, Y los exilios siguen: Feliza, amante de Jorge, hombre casado, presionada por los juicios morales de la sociedad bogotana, viaja con él a París, ahí se inicia como escultora en manos de un conocido profesor. Y, al final de su vida, joven aún, vuelve a inmigrar, luego de ser detenida por la policía colombiana, acusada de ser correo entre Cuba y la guerrilla local. La situación de intolerancia, y la violencia desatada una vez más en el país, la obliga a partir: primero a México, luego a París. Como vemos, la opción de “saltar para afuera” es una actitud presente cuando las circunstancias socio políticas se convierten en una amenaza e impiden una vida en libertad. Tanto que su madre, viuda, emigra a USA donde vive su hermana, y luego se va a vivir a Israel. Para terminar, no olvidemos que las tres hijas de Feliza viven en Texas con su padre, lejos de su madre: la familia lleva en la sangre el exilio como marca de identidad.
-La creación: desde pequeña, Feliza dibuja, pinta, observa. Después del bachillerato en Nueva York, inicia sus estudios de arte en esa ciudad, empapándose de la actualidad, pintores desconocidos que destacan, movimientos nuevos, el aire de libertad le permite ver el mundo con un nuevo prisma. Luego en París adopta la escultura como medio de expresión, acude al taller de un escultor reconocido y él le sugiere conocer a César, un francés que trabaja con chatarra quien será su inspiración. Trabaja sin descanso pero con placer, y regresa a Bogotá dispuesta a convertirse en artista audaz dispuesta a cambiar los patrones de la escultura conocida en su tierra. Mujer de avanzada, se relaciona con Marta Traba, conocida crítica de arte que pone de cabeza el sistema artístico colombiano. El arte de Feliza no es aceptado por el medio, sin embargo expone, recibe encargos, vive en su casa taller y se dedica a la escultura de metal sin sosiego. Su originalidad y ganas de romper, serán su sello, su trabajo es su pasión, a ello dedica su vida.
-El amor y los amigos: serán sus grandes satisfacciones. Es una mujer alegre, intempestiva, de risa fácil e intensa, le gusta la compañía de sus amigos y suele estar bien acompañada a nivel sentimental. Rodearse de gente querida es para ella imprescindible, lo necesita, la enriquece, la define como parte de un grupo: siempre artistas y/o intelectuales. Cuando muere Jorge, Feliza vuelve a encontrar una pareja: se casa con Pablo Leyva quien será su compañero hasta el final.
-Las heridas: son muchos los dolores que soportó durante su vida. El primero: su separación. No tanto por perder de vista a Larry, sino por la forma arbitraria que él eligió para largarse sin avisar y llevarse a las hijas a vivir en el extranjero. Ya había ejercido violencia con ella cuando le hirió la mano para que no pudiera ser artista. Un final así de agresivo para un joven matrimonio, debe haber causado muchas lágrimas. Ella lo positiviza porque recupera su libertad, pero el maltrato nunca se lo merece nadie. Algo que sorprende, es lo poco que Feliza reclama a sus hijas. ¿Será porque Vásquez no conoce mucho del tema, o porque era mejor para ella no tener esa carga familiar que le restara libertad? Hubiera sido interesante tratar ese aspecto de su vida, aspecto nada banal, debe haber sido un tema duro de asumir; no tratarlo a fondo, le resta profundidad al personaje, en realidad, le resta hondura.
También le tocaron a Feliza muchas muertes cercanas y antes de tiempo, como la de Jorge, su gran amor: un joven poeta que muere en un accidente aéreo. La muerte de dos amigos cercanos: Álvaro Cepeda (el Nene) de un cáncer, y su amiga Beatriz en el accidente de coche en Cali, Feliza estaba en el vehículo con ella y quedó desfigurada, debió someterse a varias cirugías y pudo recuperarse. Debió de ser una experiencia traumática. También sufre una caída por las escaleras que le obligará a usar arnés. Finalmente, la escultora muere muy joven, tenía sólo 49 años.
¿Serán estos rasgos suficientes para crear un personaje que se sostenga por sí misma?
El argumento que baraja Juan Gabriel Vásquez como explicación de la muerte de Feliza es la tristeza. La frase fue publicada por García Márquez en un artículo de prensa y encaja perfectamente con el universo del escritor amigo (parece una sentencia sacada de una de sus novelas), y por supuesto el autor la menciona porque es una frase muy literaria. Creo que abusar de frases bonitas queda bien pero es innecesario, Juan Gabriel Vásquez lo hace más de una vez y no añade gran cosa al contenido, es una opinión del escritor amigo, que además hablaba siempre en metáforas, nada más. ¿No será, más bien, que le faltaron fuerzas para superar el estado de sus pulmones y su corazón por las soldaduras y otros riesgos de su trabajo? ¿No sería más honesto pensar que pierde las fuerzas, y su salud, por sentirse “expulsada” de Colombia? Pero ni Juan Gabriel Vásquez ni yo tenemos derecho a diagnosticar el estado personal de Feliza en el momento final de su vida. Pero claro, a él sí le toca novelarla.
Sin embargo nos queda claro que Feliza estaba mal, Pablo, cuando llega a París, la encuentra muy debilitada:
“Lo había pensado en el aeropuerto, el día de su aterrizaje en París, cuando salió por fin al zaguán de Llegadas y vio a Feliza abrirse paso para dar él un abrazo de náufrago. Primero supo que le había hecho falta el contacto de sus labios, y luego la notó flaca y pálida de piel, aunque esas impresiones engañan cuando ha pasado tanto tiempo; lo que no podía ser un engaño, en cambio, era una leve sombra de melancolía, que Feliza parecía llevar encima todo el tiempo. Había dejado de reír como antes, con esas carcajadas sonoras que asustaban a las mascotas ajenas y despertaban a los borrachos en las fiestas, y sobre las cuales sus amigos poetas habían escrito más de un octosílabo; las había reemplazado una sonrisa ladeada que sólo a veces mostraba los dientes, y alguien que no la conociera hubiera confundido el gesto de su boca con sequedad o ironía.” (pág. 28).
“… Feliza trastabilló de repente, y se habría ido de bruces contra el pavimento si el brazo de Pablo no le hubiera servido de apoyo… Feliza le contó que en estos días le había sucedido lo mismo dos veces más…” (pág. 31-32).
Que estuviera triste, tiene sentido por su trayectoria, pero Juan Gabriel Vásquez describe sus gestos, su aspecto, sus carcajadas o sus temblores; pero no su bronca, ni su rabia, ni su dolor. El narrador guarda distancia, una barrera que no ha sabido, o no ha querido traspasar. Tampoco sabemos gran cosa de sus amores: ni el enamoramiento de Jorge, ni el compañerismo de Pablo transmiten fuego, aspectos de su vida que se narran desde la periferia.
Sin embargo, insisto, es una novela que gustará, confieso que a mí me gustó: entretenida, con una protagonista muy al gusto de la época: mujer liberada, bastante autónoma, se come el mundo porque tiene un gran apetito que nadie consigue parar. Siempre digo que todas las novelas son imperfectas, ésta es imperfecta por esa distancia que hemos señalado.
La verdadera Feliza irrumpe en los diálogos con los periodistas, diálogos estupendos que la retratan. Ahí está ella con su desparpajo, su rebeldía y su brillo. Creo que son dos las entrevistas que incluye el narrador. Ojalá hubieran habido más. De la primera (páginas 178 a 183) copio unas líneas como ejemplo:
“Pero el material no es la única novedad. Las esculturas tienen movimiento, se mueven solas. ¿Por qué?
Porque les puse unos motores.
Quiero decir, ¿qué buscaba Ud. con eso?
Buscaba que se movieran.
No me está contestando con claridad. ¿No le gusta hablar de eso?
No me gusta que se obligue al escultor a decir lo que debería decir el crítico. No me gusta que se le pida al escultor explicar lo que debería sentir el espectador. Encontré unos motores de tocadiscos y los soldé de tal manera que las figuras de acero se movieron irregularmente. La sala está a oscuras para que los brillos se muevan de cierta forma, produciendo reflejos y sombras. Y como hay movimiento, y como los materiales son los que son, la exposición hace un ruido especial. Todo eso produce un efecto, y en eso consiste el arte. Pero ni voy a decirle a nadie lo que tiene que sentir, ni voy a decir al crítico lo que he tratado de hacer. ¡Que se las arreglen solos!”. (pág. 179-180).
De las segunda entrevista que recoge Juan Gabriel Vásquez (páginas 204 hasta la 209) copio una pregunta del periodista y la respuesta de Feliza, en donde notamos la sutileza y el sentido del humor:
“¿Pero está de acuerdo con lo que dicen que las esculturas son deliberadamente eróticas?
¿Qué tal que fueran accidentalmente eróticas?” (pág. 205).
Quizá el problema sea la falta de fuentes. Feliza Bursztyn muere en el 1988, cinco años antes que naciera el autor. No queda nadie de su familia en Colombia. Para escribir la novela, Vásquez habla con Pablo, quien será la fuente más cercana para armar el relato. Cuán difícil sería para el amante viudo desenterrar el pasado y exponer las cosas íntimas y personales de su mujer a un tercero.
En las redes hay un video de la crítica y escritora colombiana Carolina Saním en donde destroza la novela, en realidad, me pareció que la meta era destrozar al autor. Saním hace gestos en son de burla al imitar la manera de hablar de Juan Gabriel Vásquez, una falta de respeto que refleja una rabieta personal, no un punto de vista literario. Sin embargo, coincido plenamente con ella cuando dice que el autor centra demasiado la atención en detalles que no añaden contenido a la obra y que en realidad son trampas literarias: Gabo y su presencia reiterativa, por ejemplo, como si el hecho de ser amiga de García Márquez le concediera estatus de personaje a Feliza. No! El estatus de personaje-protagonista, lo debe construir el narrador, no su amigo Gabo.
Por otro lado, la crítica colombiana descontextualiza las frases cuando señala debilidad o incorrección en la prosa; yo diría más bien que es una prosa correcta pero sin grandes aciertos. Otros temas que ella apunta como defectos no me parecen oportunos: la mención constante a nombres de famosos, detalle que encuentra excesivo, es –según mi opinión- un vicio común en el medio intelectual, medio en el que se movía Feliza; en esos círculos no es raro demostrar lo enterados que están o lo cultos que son. También menciona Saním la abundancia de datos superfluos como calles, barrios, casas de parisinos conocidos, algo que a mí no me molestó, encontré que era una manera de ubicarse cuando alguien es foráneo y busca referencias que sirvan de ancla.
Ahora sólo queda que cada lector haga su balance y su propia evaluación.
Los textos han sido tomados de la edición de Alfaguara, 2025.