Patria

Fernando Aramburu

Monumental, diría yo si tuviera que resumir en una palabra la última novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) publicada en 2016.  La tarea que asume el escritor es ambiciosa: recrear el conflicto vivido en el País Vasco desde la aparición de la banda armada, hasta el alto al fuego en 2011; el resultado: una reflexión sobre el conflicto que desgarró a su tierra causando mucho dolor, y como consecuencia de la violencia, traumas irreparables. Para conseguirlo, Aramburu agota todos los puntos de vista de los diferentes actores involucrados: contemplamos un fresco en donde nadie queda fuera: víctimas, etarras -tanto líderes como subalternos-, Guardia Civil, vecinos, familia, allegados. Tampoco queda nadie impune, porque el odio que genera el conflicto destruye todo lo que toca.

Siendo el tema de por sí interesante -porque atañe al mundo contemporáneo, todos hemos padecido de alguna manera esta lucha-; la maestría de Fernando Aramburu convierte la historia en buena literatura. Son muchos los logros narrativos: diálogos en donde los personajes se definen; agilidad para armar la trama con saltos temporales; dosificación de la información para crear suspense, ambientación y atmósfera en los pueblos vascos donde rivalizan la belleza de las montañas y la fuerza de la lluvia; una pequeña dosis de humor que ayuda a pasar la página en medio de tanta dureza difícil de tragar; los saltos de perspectiva que multiplican la visión panorámica; y algunos otros aciertos que hacen de esta novela una obra recomendable.

La familia

Aramburu nos presenta a dos familias amigas y vecinas de un pueblo pequeño, gente que ha compartido años de vida en común y que, debido a la violencia política que irrumpe en el pueblo, se convierten, de la noche a la mañana, en enemigos acérrimos. Un buen día aparecen pintadas en el pueblo en contra del Txato. Las pintadas son una denuncia pública: para ETA el Txato es un enemigo reconocido. Como empresario exitoso, le exigen una contribución económica para la lucha armada, que él se niega a pagar. Es su sentencia de muerte. El hijo del amigo del Txato, Joxe Mari, es miembro de ETA. Por defender la postura del hijo, los padres de Joxe Mari -Miren y Joxian,- se pelean a muerte con el Txato y Bittori, antes sus íntimos. En vez de acompañarlo, defenderlo, ayudarlo, lo hostigan, llegan a negarle el saludo a él y a su familia. Con esa mezquina actitud reconocen públicamente que ETA tiene razones válidas para atacar al Txato. Desde ese día ya no hay nada que decirse, sólo que están en las antípodas y que la postura de ambos grupos es irreconciliable. La manera tan radical de vivir la situación refleja una pobreza mental preocupante, una visión del mundo del tamaño de un dedal.

En esta sociedad pequeña y cerrada, se vive un matriarcado que es una auténtica dictadura. Miren y Bittori son dominantes, duras, exigentes, madres castrantes. Marcan el ritmo de la vida familiar y no aceptan cambios ni variables. Cero de dulzura, aquí todo se resuelve con una orden y una mala cara en señal de autoridad. Aramburu nos recuerda que el origen de la miseria cultural se encuentra en la base de la estructura social: familias que no escuchan, que no intercambian, que no expresan lo que sienten, un mundo en donde la felicidad está prohibida como si fuera una frivolidad. Los padres -Joxian y el Txato- son más cariñosos con sus hijos, pero también viven en un mundo cerrado, sin compartir: el trabajo, la bicicleta, los partidos de mus en el bar, cualquier pretexto para escapar de casa.

¿Qué pasa en la siguiente generación? Las hijas, Nerea y Arantxa, son más abiertas que sus madres, buscan horizontes fuera del pueblo, hombres que no sean vascos, intentan vivir sin ataduras, en ellas se produce un cambio importante. Y en los varones también se percibe una búsqueda lejos del modelo paterno: aunque Xavier se queda hundido por el asesinato de su padre, se ha convertido en un profesional y se aleja del pueblo, no entiende que su padre no quiera mover la empresa a otro lugar y vivir en San Sebastián; Gorka rompe con todo, asume su homosexualidad y renuncia a la vida familiar para sobrevivir. Vemos claramente una dinámica distinta a la de sus mayores, una luz de esperanza, la voluntad de alejarse del pueblo y abrirse al mundo para seguir respirando.

Joxe Mari es el caso más extremo: se convierte en un asesino como si se tratara de un juego o una bravuconada. Pero lo que llama la atención es la reacción de sus padres: Miren y Joxe Mari no intentan hablar con él y hacerlo reflexionar, automáticamente se convierten en cómplices. Y aún más sorprendente es que Bittori, siendo víctima de esta decisión, no se extraña de la reacción de sus amigos:

“… mi amiga Miren cambió. De repente era otra persona. En una palabra, había tomado partido por su hijo. No tengo la menor duda que se fanatizó por instinto materno. En su lugar, quizá yo me habría comportado igual. ¿Cómo vas a darle la espalda a tu propio hijo aunque sepas que está cometiendo maldades?” (pág. 69).

Esto es un sinsentido. Lo que debe hacer un padre es ayudar a su hijo a no cometer maldades, jamás apoyarlas ni consentirlas ¿El cariño está por encima del bien y el mal? No, es un error de percepción que demuestra la mentalidad de esta gente insensata. Precisamente lo que evidencia Patria: la cultura miserable de los pueblos, la falta de educación y el poco valor que dan al estudio: cuando Gorka dice que quiere estudiar su madre le niega la posibilidad, señala el dinero que costaría, y cuando él sugiere que pediría un préstamo, lo desanima cortante. Joxe Mari, su hermano mayor, es un ignorante, un chico muy limitado, igual que sus compañeros de lucha. No saben ni hablar correctamente. En vez de abrir un libro, toman las armas.

En el caso de estas dos familias, hay un hecho concreto que los distancia. El Txato y Bittori adquieren un nivel económico que los diferencia de sus amigos: por un lado sus hijos acceden a una educación superior, y por el otro, al destacar en su medio, se convierten en el blanco de ETA: el que tiene dinero debe financiar la lucha armada. Otro ejemplo en este sentido es cuando Gorka gana un concurso literario: en el bar le exigen que deje el dinero del premio en la hucha para los presos.

El pueblo

La novela transcurre en un pueblo vasco cerca de San Sebastián. En pocas ocasiones la historia se aleja del epicentro: sólo cuando alguno de los personajes se desplaza fuera: a Zaragoza, a San Sebastián, a Bilbao, a la cárcel en Andalucía, a Madrid o a Francia. Pero a pesar de esas “escapadas”, el escenario es el pueblo: la iglesia, la taberna, la plaza, las casas, el huerto de Joxe Mari. Eso y nada más. Ningún eco de lo que sucedía en territorio español por aquellos días, no sabemos quien gobierna, tampoco nos enteramos de otros acontecimientos de interés nacional. El foco de atención está finamente trazado, se han levantado muros, generando una atmósfera particular. Sin embargo, ese mundo pequeño -con sus montañas, su verde y su lluvia- lo es todo para los protagonistas. Cuando están lejos no dejan de evocarlo, emana un poder de seducción extraordinario, como un paraíso que se ha conquistado. Esto incluye la comida local, que termina siendo parte del mismo paisaje.

La complicidad de la Iglesia Católica queda en evidencia. Conocemos a dos vecinos que son los líderes en la comunidad: el cura y el tabernero. Don Serapio tiene una influencia enorme y es todo menos un buen cristiano. Parece que se le olvidó el mandamiento de NO matar. ¿Cómo puede un cura dar aliento a la lucha armada de un grupo terrorista? Difícil de comprender. El discurso ambiguo y complaciente del padre Serapio aviva el fuego, alimenta el odio de estos muchachos. Veamos como “tranquiliza” a Miren, cuando sabemos, y lo sabe don Serapio, que su hijo es un asesino:

“Quítate las dudas y los remordimientos de la cabeza. Esta lucha nuestra, la mía en mi parroquia, la tuya en tu casa, sirviendo a tu familia, y la de Joxe Mari, dondequiera que esté, es la lucha justa de un pueblo en su legítima aspiración a decidir su destino. Es la lucha de David contra Goliat, de la que yo os he hablado muchas veces en misa. No es una lucha individual, egoísta, sino ante todo un sacrificio colectivo y Joxe Mari, como Jokin y como tantos otros, ha asumido su parte con todas las consecuencias, ¿entiendes?” (pág. 313).

La presión del pueblo es insana. Cuando Bittori regresa y abre su casa, Miren pide a don Serapio que interceda por ellos (los habitantes del pueblo) y la fuerce a partir. Eso significa que, en efecto, en el pueblo mandan los abertzale. Las víctimas no son bien recibidas, traen problemas. ¿No debiera ser al revés?, porque en realidad el problema se lo han creado a las víctimas Pero es Miren quien se siente amenazada por Bittori y no a la inversa:

“-Me pone los nervios de punta, padre. Por las noches no pego ojo. Yo me huelo que viene a crear problemas, eso seguro, a crisparnos. Somos víctimas del Estado y ahora somos víctimas de las víctimas. Nos dan por todas partes.” (pág. 78-9).

La vida en este pueblo también implica otras exigencias culturales: los matrimonios deben ser entre vascos, quien no habla euskera es un miembro de segunda en la comunidad, los nombres y los apellidos de la gente cercana deben tener raíces vascas como seña de identidad. Estamos ante una cultura hermética, blindada, que niega la oportunidad de abrirse hacia el exterior so pena de cometer una falta grave.

ETA

La recreación de los años vividos bajo el terror de ETA , es exhaustiva: Aramburu intenta reunir todas las perspectivas posibles sin dejar a nadie fuera del escenario. Esta amplitud de miras es lo más grande en Patria, el deseo de abarcar la totalidad de una situación que sólo produjo dolor y separación, sin conseguir nada bueno.

Y Aramburu lo hace con buena prosa: consigue fluidez en el relato dando saltos temporales para reconstruir un asesinato, recogiendo cada una de las miradas posibles en esta historia de dolor. Tenemos a las víctimas y a los familiares de las víctimas, digiriendo, cada uno como puede, la violencia y las consecuencias emocionales y morales de ésta. Tenemos a los etarras que se lanzan desbocados, como soldados autómatas, desvinculados de sus líderes, sin reflexionar ni medio minuto sobre la crueldad de sus acciones;

“-Cómo hostias vamos a liberar Euskal Herria si nosotros mismos no somos libres, si para andar un paso tenemos que esperar instrucciones y que nos digan hacia dónde hay que ir?” (pág. 274).

Y luego estos mismos jóvenes encarcelados, reflexionando sobre el vacío de una lucha que no ha producido logros, algunos arrepentidos. Y los jefes, que más que líderes parecen unos psicópatas que promueven el asesinato e intentan dignificar la lucha con palabras huecas, impartiendo órdenes, dinero, y armas, para extender el terror a cualquier precio:

“-En Donostia no tenéis que actuar para nada. Ahí no os metáis. Ahí están otros. Pero dentro de esta zona –señaló de nuevo el mapa- sois los amos. Ahí podéis hacer todo el daño que queráis.
Entregó a continuación una Browning a cada uno, así como cargadores y balas. También documentación falsa, una bolsa de plástico con dinero y por último otra bolsa más grande con explosivos, cordón detonante y diversos componentes para confeccionar bombas.
-Vosotros mismos os marcáis los objetivos en la zona que os corresponde, ¿eh? Y dad caña. Que no os tiemble la mano.” (pág. 384).

La Guardia Civil que los trata con dureza y los aporrea sin contemplaciones, produciendo más rabia, generando más odio. También escuchamos voces de padres de etarras, algunos defienden a sus hijos sin argumentos, como Miren; otros, como Josetxo, son más agudos:

“-Les meten malas ideas y, como son jóvenes, caen en la trampa. Luego se creen unos héroes porque llevan pistolas. Y no se dan cuenta de que, a cambio de nada, porque al final no hay más premio que la cárcel o la tumba, han dejado el trabajo, la familia, los amigos. Lo han dejado todo para hacer lo que les mandan cuatro aprovechados. Y para romperles la vida a otras personas, dejando viudas y huérfanos por todas las esquinas.” (pág. 340).

Aciertos narrativos:

  1. Las descripciones son precisas, escuetas, elegantes, a veces se reducen a simples enumeraciones, breves pero contundentes:

    “Hijo alto, madre baja y roce de mejillas en el recibidor.” (pág. 46).

    “Las calles están abarrotadas de gente. Corren niños, brillan caras felices, lenguas lamen helados, lugareños desinhibidos se hablan a gritos de una acera a otra. Calor.” (pág. 105).

  2. Los diálogos son soberbios, curioso recurso para retratar a una sociedad que se define como parca, austera en lo verbal. Sin embargo, en Patria, son los diálogos los que resuelven las situaciones dramáticas.
  3. Intercala chispazos de humor, detalle que ayuda a relajar la tensión, una nota risueña aquí y allá, se agradece. Algunos ejemplos:
    • Arantxa, con las limitaciones de su enfermedad, se encuentra con Xavier, y le dice:

      “-Si te da un ictus nos casamos.” (pág. 110).

    • Cuando aborda el asesinato del Txato, el clímax de la novela, el narrador se permite una dosis de ironía:

      “Lo que hizo fue adoptar un trotecillo de hombre culón metido en años.” (pág. 421).

  4. Lo mejor a nivel formal son los cambios del punto de vista, como si se tratara, por momentos, de una novela coral. ¿Cómo lo logra?
    • Algunas veces, en una misma frase tenemos al narrador en tercera persona y a uno de los personajes en primera, opinando ambos sobre lo mismo, como si esas líneas fueran un diálogo entre ellos:

      “… más lúcida (no presumas chavala) que todos ellos juntos… le iba subiendo un flujo de amargura, ¿o era de rencor?, por el pecho hasta el gaznate (contrólate chavala)…” (pág.86).

    • En otras ocasiones un mismo acontecimiento es narrado varias veces según lo vivió cada persona implicada. El asesinato del Txato, por ejemplo: lo recuerda Bittori que fue la última persona que estuvo con él y la primera que lo vio tendido en la acera; su hijo Xavier quien llega de inmediato desde San Sebastián; el narrador omnisciente que adopta el punto de vista del Txato cuando se dirige, sin saberlo, al encuentro de las balas asesinas; y Nerea, en Zaragoza, que se entera por la tele. Lo interesante no es la suma de la versiones, sino como cada uno vive las consecuencias de la tragedia. De esa manera no tenemos una víctima, tenemos cuatro.
    • También utiliza Aramburu un recurso original: se trata del uso de dos palabras para narrar una misma situación, dos palabras que van separadas por una barra. En cada caso las dos palabras tienen connotaciones distintas según la experiencia sea procesada por la subjetividad de un personaje o de otro, o según lo quiera interpretar el lector. Algunos ejemplos:“inquieta/ contrariada”, “entró/irrumpió”, “pregunta/sugerencia”.Al final de la novela interviene un escritor como personaje, una suerte de alter ego de Aramburu quien expresa el sentido del trabajo literario que ha supuesto Patria. No encuentro mejor manera de terminar que citando estas frases suyas:

      “Asimismo escribí en contra del crimen perpetrado con excusa política, en nombre de una patria en donde un puñado de gente armada, con el vergonzoso apoyo de un sector de la sociedad, decide quién pertenece a dicha patria y quién debe abandonarla o desaparecer. Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias…
      …Procuré evitar los dos peligros que considero más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos, sentimentales, por un lado; por el otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política. Para eso están, a mi juicio, las entrevistas, los artículos de periódico y los foros como este.” (pág. 553).

      Ultimo comentario: no me gusta el final. Creo que las dos mujeres no deberían abrazarse, bastaba que caminaran en cierta dirección. Es demasiado obvio y muy rosa. Pero, como siempre digo, las buenas novelas son imperfectas.

Los textos han sido tomados de la edición de Tusquets.