Retrato del artista adolescente

James Joyce

En pleno siglo XXI, es difícil captar la dimensión revolucionaria de la obra del escritor James Joyce (1822 Dublín-1941 París). Los lectores contemporáneos conocemos relatos posteriores que aprovecharon el camino abierto por él; estamos familiarizados con las técnicas narrativas que bebieron de sus fuentes; por eso, hemos perdido el radar para detectar la transgresión de su prosa, la conquista de la libertad para utilizar el lenguaje y el derecho adquirido para narrar sin restricciones de ningún tipo ni concesiones al lector. Ciertamente, Retrato del artista adolescente (1916), su primera novela, no es ni el Ulises (1922)ni  Finnegans Wake  (1939) ambas más osadas y rompedoras que la anterior, pero tiene ya el sello del autor y en ella nos hace partícipes de su búsqueda.

La literatura del siglo XIX fue muy fecunda en el género de la novela, el romanticismo y el realismo nos dejaron obras inolvidables, siendo Francia, Inglaterra y Rusia los grandes maestros en este arte. Sin embargo, las novelas eran generalmente lineales, obedecían a una estructura muy precisa en donde contar una historia era la razón de ser de la literatura en prosa. Cuando Proust publicó el primer volumen de En búsqueda del tiempo perdidoPor el camino de Swan  (1913) sorprendió al mundo con la destrucción del tiempo convencional, creando un tiempo subjetivo diseñado por él para dilatar la sucesión de los hechos y dar paso a las digresiones como un proceso natural para recrear el mundo. Serán ambos, Joyce y Proust, los dos escritores que lideren los cambios  narrativos de la novela del siglo XX.

Obviamente, no podemos dejar de señalar la importancia de Freud (1856-1939) y sus estudios sobre el inconsciente. Gracias a él, el mundo interior se instala en un nivel de realidad comparable con el mundo exterior. Este es un cambio muy importante para la creación artística. En el XIX, narradores en tercera persona contaban los hechos que vivían sus personajes, pero la mirada venía de fuera. Joyce y Proust consiguen meterse dentro del personaje, narran con una perspectiva distinta, la prosa fluye con una fuerza desconocida, aparecen en el discurso matices insospechados. Y en el aspecto formal, inauguran los saltos temporales y espaciales ya que en nuestras mentes el presente y el pasado pueden aparecer de manera simultánea: así dos espacios lejanos también se pueden acercar e incluso mezclarse o sobreponerse sin ningún problema dentro de nuestras cabezas.

Joyce busca trasmitir el ritmo del discurso interior tal cual se presenta, sin maquillaje de ningún tipo, ni explicaciones laterales para suavizar el impacto: introduce el monólogo interior como recurso narrativo con la dosis de frescura e impudicia que le son esenciales, haciendo evidente las repeticiones que obedecen a nuestras obsesiones, plasmando en el texto el caos y el desorden propios de lo aún no expresado. 

El retrato del artista adolescente es una novela de aprendizaje narrada en tercera persona El relato se centra en el período de formación del narrador, Stephen Dédalus, alter ego de James Joyce; concretamente en los años que asiste a un internado jesuita y luego a otro; para seguir después a la universidad. El protagonista elige los momentos claves en esta etapa de su vida y nos cuenta cómo los vive, cuánto pesan en su historia y qué responsabilidad implica recibir tanto frente a otros jóvenes que no tienen la posibilidad de estudiar, como será el caso de sus hermanos. Según la visión conservadora del mundo a principios del siglo XX, el hijo mayor tenía derechos negados al resto, era el elegido, tanto que las hermanas calientan el agua para sus baños, cosa que podía perfectamente hacer él mismo. Sin embargo sorprende el nivel cultural de estos jóvenes, sus lecturas, la capacidad de procesar toda la información que reciben. Por supuesto que eran unos privilegiados, poca gente tenía acceso a una buena formación, pero dudo que hoy exista un colegio como aquel, con un nivel académico comparable. Censurable, sin embargo, la violencia con que se aplican las normas de conducta.

LA FAMILIA

La novela comienza con recuerdos de su niñez, aparecen modificaciones del lenguaje para acercarlo al de un niño pequeño que comete errores de pronunciación, sin embargo el narrador ya no es ese niño, se encuentra en un internado, intentando adaptarse a un medio nuevo. El presente –colegio- no le gusta y regresa al pasado –familia- el paraíso perdido que quiere recuperar. Sueña con las próximas vacaciones como si fueran un merecido premio, una fiesta.

Luego vendrá la vuelta a casa en donde lo reciben como a un príncipe: el único de sus hermanos que comparte la comida con los padres y otros adultos, un privilegio que le permite empaparse en el tema político-religioso que convierte a sus seres queridos en miembros de dos bandos irreconciliables, siente la rabia y la violencia que generan las ideologías, el brusco intercambio de opiniones. Mientras está en este colegio habrán dos momentos importantes: cuando enferma y se siente muy solo; y cuando recibe una injusta paliza del prefecto. Lo interesante es que Stephen se rebela y habla con el Director, eso lo convertirá en un líder entre sus compañeros. Me gustaría señalar que cada experiencia, y esto es una constante en Retrato del artista adolescente,  es narrada desde dos niveles: el sensorial, y el intelectual. De esa manera el hecho adquiere una dimensión totalizadora, se percibe en la piel y se procesa en la cabeza del personaje. Veamos con ejemplos cómo lo hace cuando recibe el castigo:

“… Un golpe ardiente, abrasador, punzante como el chasquido de un bastón al quebrarse, obligó a la mano temblorosa a contraerse toda ella como una hoja en el fuego. Y el ruido, lágrimas ardientes de dolor se le agolparon en los ojos. Todo su cuerpo estaba estremecido de terror, el brazo le temblaba y la mano, agarrotada, ardiente, lívida, vacilaba como una hoja desgajada en el aire. Un grito, que era una súplica de indulgencia le subió a los labios…” (pág. 52).

“¿Pecaba el Padre Arnall encolerizándose o le estaba permitido cuando los alumnos eran perezosos porque con eso estudiaban mejor? ¿O es que sólo fingía que se enfadaba? Sin duda era que le estaba permitido, porque un sacerdote conocería lo que era pecado y no lo haría. Pero, y si lo hiciera una vez por equivocación, tendría que ir a confesarse? Quizás iría a confesarse con el ministro…” (pág. 50).

Después del verano no regresa al colegio, esto se debe a que su familia atraviesa una crisis económica. Se mudan a Dublín en donde irá a otra escuela. Pero Stephen comienza a tomar conciencia de su búsqueda personal, se sabe distinto del resto de niños y esto lo lleva a vislumbrar, por primera vez, lo que será una epifanía en la obra de Joyce, el momento clave de la revelación:

“Él no quería jugar. Lo que él necesitaba era encontrar en el mundo real la imagen irreal que su alma contemplaba constantemente. No sabía dónde encontrarla ni cómo, pero una voz interior le decía que aquella imagen le había de salir al encuentro sin ningún acto positivo por parte suya…. Habrían de encontrarse tranquilamente como si ya se conociesen de antemano, como si se hubieran dado cita en una de aquella puertas de los jardines o en algún otro sitio más secreto. Estarían solos, rodeados por el silencio y la oscuridad. Y en el momento de la suprema ternura se sentiría transfigurado. Se desharía en algo impalpable bajo los ojos de ella y se transfiguraría instantáneamente, La debilidad, la timidez, la inexperiencia caerían de él en aquel momento mágico. ” (pág. 68).

En un viaje a Cork con su padre, visitando un aula de la escuela de medicina, ve la palabra “feto” en un grafiti en la pared y el descubrimiento lo trastorna, ¿era ésta la revelación que él esperaba encontrar?:

“… Pero la palabra y la visión retozaban delante de sus ojos al regresar por el patio camino de la puerta de entrada. Le extrañaba encontrar en el mundo externo aquello que él había estimado hasta entonces como una repugnante y peculiar enfermedad de su propia imaginación. Sus sueños monstruosos le acudieron en tropel a la memoria. También ellos habían brotado furiosamente, de improviso, sugeridos por simples palabras. Y él se había rendido y los había dejado filtrarse por su inteligencia y profanarla, sin saber nunca de qué caverna de monstruosas imágenes procedían, dejándole siempre, tan pronto como se desvanecían, débil y humilde ante los demás, asqueado de sí mismo e intranquilo.” (pág. 95-6).

LA RELIGIÓN

Se produce un cambio interior en el personaje, el muchacho se aleja de su familia y, hambriento, se entrega al pecado deseoso de vivir todo aquello que ha descubierto en la realidad. Sus padres lo matriculan en otro colegio de jesuitas, y, en un retiro espiritual el sacerdote se encarga de aterrar a cualquier posible pecador con las amenazas del infierno eterno. Stephen siente tremendos remordimientos, está aterrado y su angustia lo lleva a confesarse.  De ahí en adelante se convierte en un chico extremadamente piadoso, casi beato, hasta que un buen día se rebela contra esta vida negadora, reconoce que existe la tentación y la posibilidad de caer pero de ahora en adelante, no les dará la espalda. Estas crisis son el núcleo de la novela, porque señalan las opciones que el joven tiene en un país católico y con una educación jesuítica. Escucha  la oferta del cura que le pregunta si tiene vocación sacerdotal -intenta tentarlo con el poder que obtendría como pastor de almas- pero él lo rechaza y decide tomar prudente distancia con la religión. La toma de esta decisión es narrada, una vez más, en los dos niveles, primero el sensorial:

“… Volvió a sentir el extraño olor de Clongowes. De pronto una difusa intranquilidad comenzó a propagarse por todos sus miembros. Siguió a esto un latir febril de sus arterias y un zumbido de palabras incoherentes llevó de acá para allá la línea constructiva de sus pensamientos. Los pulmones se le dilataban y se le contraían como si estuviera respirando un aire tibio, húmedo y enrarecido y volvió a sentir otra vez el olor del aire tibio y húmedo que dormía en Congowes sobre el agua muerte y rojiza del baño.
Con estos recuerdos se le despertó un instinto más fuerte que la educación y la piedad, un instinto que se vivificaba en su interior ante la proximidad de aquella existencia, un instinto agudo y hostil que le prohíbe dar su consentimiento.” (pág. 175).

Y luego la elaboración mental que sigue:

“Nunca había de ser él el sacerdote que balancea el incensario ante el tabernáculo. Su destino era eludir todo orden, lo mismo social que el religioso. La sabiduría del llamamiento del sacerdote no lo había tocado en lo vivo. Estaba destinado a aprender su propia sabiduría aparte de los otros o a aprender la sabiduría de los otros por sí mismo, errando entre las acechanzas del mundo.” (pág. 176).

EL PERSONAJE SE DEFINE Y ASUME SU VIDA

Stephen intuye el final de su formación. Lo primero que define es su pasión por la literatura. Recordemos que cuando sintió la fuerte atracción por la chica del tranvía, su reacción fue sentarse a escribir un poema. Ahora la literatura será parte de su proyecto vital, la búsqueda de la palabra su gran pasión:

“-Un día avellonado por las nubes del mar.
La frase, el día y la escena se armonizaban en un acorde único. Palabras. ¿Era a causa de los colores que sugerían? Los fue dejando brillar y desvanecerse, matiz a matiz… No. No era a causa de los colores: era por el equilibrio y contrabalanceo del período mismo. ¿Era que amaba el rítmico alzarse y caer de las palabras más que sus asociaciones de significado y color? ¿O era que, siendo tan débil su vista como tímida su imaginación, sacaba menos placer del refractarse del brillante mundo sensible a través de un lenguaje policromado y rico en sugerencias, que de la contemplación de un mundo interno de emociones individuales perfectamente reflejado en el espejo de un período de prosa lúcida y alada?” (pág. 179-180).

En una escena bonita, en la costa, cerca del mar, Stephen tiene la visión de lo que quiere ser en este mundo: un exiliado, un hombre libre de ataduras asumiendo la responsabilidad que implica romper con el pasado. Toda la obra de Joyce será un eco de la nostalgia que aquí se inicia: la nostalgia de la familia de la cual se aleja voluntariamente, sabe que son personas importantes en su vida pero el salto hacia la libertad será una medida necesaria y un riesgo que quiere asumir:

“Solo. Libre, feliz, al lado del corazón salvaje de la vida. Estaba solo y se sentía lleno de voluntad, con el corazón salvaje, solo en un desierto de aire libre y de agua amarga, entre la cosecha marina de algas y de conchas; solo en la luz velada y gris del sol, entre formas gayas, claras de niños y de doncellitas, entre gritos infantiles y voces de muchachas…

…Se apartó súbitamente de ella y echó a andar playa adelante. Tenía las mejillas encendidas; el cuerpo como una brasa, le temblaban los miembros. Y avanzó adelante, adelante, adelante, playa afuera, cantándole un canto salvaje al mar, voceando para saludar el advenimiento de la vida, cuyo llamamiento acababa de recibir”. (pág. 186-7).

Al final de la novela, hay una conversación con su amigo Cranly, interesante diálogo que le sirve a Joyce para dibujar el final de la adolescencia de Stephen: hablan de diversos temas y Cranly hace preguntas y reflexiones intentando frenar a Stephen e invitándole a hacer algunas concesiones. Pero Cranly ignora que Stephen tiene que definirse: necesita tener muy claras las líneas que no va a pasar, actitud de un joven que busca su propia identidad y que está dispuesto a pagar el precio que este esfuerzo implica.

Copiaré algunos párrafos de esta conversación final con el amigo que me parecen dignos de reflexión. En realidad son la tesis del artista adolescente, el narrador nos hace partícipes de las dolorosas decisiones que toma de manera irrevocable y cómo espera mantenerse firme en el camino trazado. Estas palabras serán la esencia del futuro Dédalus que encontraremos en Ulises:

“Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme.” (pág. 222).

“La emoción estética (ahora uso el término general) es por consiguiente estática. El espíritu queda paralizado por encima de todo deseo, de toda repulsión.” (pág. 224).

“El hablar de estas cosas y el tratar de comprender su naturaleza y, una vez comprendida, el tratar lentamente, humildemente, constantemente de expresar, de exprimir de nuevo, de la tierra grosera o de lo que la tierra produce, de la forma, del sonido, del color (que son las puertas de la cárcel del alma) una imagen de la belleza que hemos llegado a comprender: eso es el arte”. (pág 226).

“-Mira, Cranly –dijo-. Me has preguntado qué es lo que haría y qué es lo que no haría. Te voy a decir lo que haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo tanto en vida y arte, tan libremente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia.” (pág. 273).

Me gustaría terminar con unas palabras a favor del Retrato del artista adolescenteen el conjunto de la obra del autor. Hemos dicho que UlisesFinnegans Wake llevaron más lejos la experimentación del lenguaje y la apuesta por la libertad narrativa. Pero en esas dos obras, la técnica queda al descubierto. El lector tiene la sensación de tener entre sus manos algo único, una novela valiente, inteligente y perturbadora, pero no encuentra la complicidad con el narrador. Es muy fácil quedarse fuera como un simple espectador en un acto de magia. Son obras oscuras, por momentos herméticas, difíciles de leer. Por el contrario, en Retrato del artista adolescente, acompañamos a Stephen en su recorrido, el personaje resulta cercano.

Los textos han sido tomados de la edición de La oveja negra. Traducción de Dámaso Alonso.