Climas

André Maurois

Autor: André Maurois

Elegí la novela de André Maurois con dudas sobre cuánto y cómo había envejecido un texto publicado en 1928, enraizado en la Belle Époque. Como el mundo ha cambiado mucho en un siglo y las reglas del juego amoroso se han liberalizado, temía encontrarme con una historia romántica pasada de moda. No fue así. Recordaba muy poco la trama, pero me sorprendió rescatar muchas cosas, entre ellas el personaje de Odile, misteriosa y escurridiza belleza de quien todos hablan en Climas , a quien todos se refieren, pero que nunca aparece con voz propia, salvo transcripciones de otros personajes interesados en ella.

El atractivo que despliega esta mujer -inconformista dentro de sus pares, libre, arrolladora, pero siempre insatisfecha- inunda la novela de vitalidad y tragedia. Lo que busca Odile es vivir la vida según su corazón le indique, disfrutando el momento como única meta, y por supuesto, amando y despertando amor como único alimento, posturas que serán castigadas con la incomprensión y la muerte. Hablamos de una heroína que no encaja en los moldes aceptables de la mujer de su tiempo. Ellos y ellas podían tener amantes, todos los que quisieran, la sociedad parisina de Climas tolera la infidelidad como un mal necesario; pero largarse de casa y abandonar al marido es una falta mayor, un gesto claro de independencia que no se puede ejecutar sin manchar la honra. La partida de Odile es juzgada como un acto de mal gusto y ofende, no sólo a Philippe, su amante marido, sino a todos los que lo rodean. Su lugar estaba al lado de él.

Carta de Philippe a Isabelle

La novela está dividida en dos partes: la primera es una carta que escribe Philippe a Isabelle, su segunda mujer, antes de casarse con ella, impulsado por la necesidad de confesar el amor que sintió por Odile y cómo esa pasión lo marcó para siempre. Philippe busca desnudarse en un arrebato de sinceridad queriendo comunicar, a Isabelle, su propio pasado y sus debilidades. Lo que no mide Philippe, es que la recreación que hace de Odile manifiesta su amor inagotable por ella, su culpa por no haber sabido manejar su relación y la gran frustración por el fin de ella.

La Odile que se dibuja en esta primera parte, es la Odile que Philippe quiso ver y la que quiere recordar. En algunas ocasiones tenemos la interferencia del mundo exterior, entonces nos encontramos con un personaje distinto -la madre, o la amiga Misa, hablan de una muchacha muy imperfecta, caprichosa y egoísta- pero a pesar de estos momentos -indispensables porque aportan objetividad- prevalece el personaje romántico que él sublima y endiosa porque ella lo conectó con la vida:

«Qué fue lo que me hizo ver algo tan perfecto? Lo que Odile decía, ¿era extraordinario? Por supuesto que no, pero tenia todo lo que les faltaba a los Marcenat: la pasión por vivir. Amamos a aquellas personas que destilan una extraña esencia que es la que nos falta para tener un compuesto químico equilibrado. Si no había conocido mujeres tan hermosas como Odile, sí al menos más atractivas e inteligentes, pero ninguna supo mostrarme, como lo hizo ella, lo extraordinario de la vida.» (pág. 29)

Nadie parece prestarle mucha atención a la complejidad de Odile, complejidad que la llevó al suicidio. Es cierto que Philippe detecta cierta melancolía, aspecto que él trata de manera marginal, porque no lo entendió o no estuvo dispuesto a prestarle la debida atención. Sin embargo, esa melancolía es una faceta importante del personaje, faceta que la humaniza y explica su insatisfacción y dolor. François, el amante por quien deja a su marido, es un ser fatuo, vacío y frívolo. Víctima de la situación, atormentada por la falta de atención y afecto, Odile se quita la vida. Sabemos lo que sucedió, pero es importante señalar que no aparece en Climas el mundo interior de Odile. Adivinamos lo que sufrió, intuimos su tormento, pero la estructura de la novela y el género epistolar elegido debido a que ninguna de las cartas ha sido redactada por ella, nos impiden entrar en su interioridad. Todo ello contribuye al aura del personaje, habiendo sido la causante del sufrimiento de Philippe, de pronto el mismo Philippe la convierte en víctima.

Los Celos

Un factor determinante son los celos de Philippe que se manifiestan por primera vez en la casa del tapicero al inicio de la vida matrimonial. La escena, contada por él, nos induce a pensar que interpreta las actitudes de ella de manera errónea: quizá veía coqueteo en donde no había tal. Cuesta creer que Odile jugara con el tapicero. Philippe no escatima comentarios respecto a sus inseguridades y sus miedos, por tanto, es posible creer que éstos podrían deformar la realidad. Su deseo de posesión lo traiciona:

«Yo quería que Odile viviera solo para mí; no estaba tranquilo más que cuando estaba en casa.» (pág. 44).

Por otro lado, las preguntas insidiosas, las sospechas y las fantasías de Philippe sofocan a Odile, la molestan y la acorralan. No es de extrañar que acusara la presión de los celos si consideramos su temperamento libre, y que experimentara la sensación claustrofóbica de sentirse constantemente controlada. Un buen día decide ir (¿escapar?) a Chantilly para descansar y él, incapaz de contener sus celos, se presenta de improviso para comprobar la veracidad de la versión de su mujer:

«-Sí que has llegado lejos -me dijo en un tono de conmiseración-. ¿Qué esperabas? ¿Que estuviera con algún hombre? ¿Y por qué iba a estar con un hombre? Te resulta imposible comprender que solo necesito estar sola, ¿no es cierto? Mira, voy a serte sincera. Lo que realmente quiero es no verte en algunos días. Me cansas hasta tal punto con tus miedos, con tus sospechas, que me obligas a vigilarlo todo cuanto digo, a no contradecirme, como si fuera un acusado ante el juez de turno. Aquí he pasado un día maravilloso; estuve leyendo, soñando, durmiendo, me paseé por el campo… Mañana pienso ir al castillo a ver unas miniaturas… Cosas muy simples, ¿comprendes?
Pero yo pensé: «Claro, ahora que sabe que me ha ganado la partida, la próxima vez podrá venir con su amante sin correr ningún riesgo.»
¡Ay, ese amante imaginario de Odile que en vano traté de buscar! Lo imaginé de todas las maneras posibles, amparándome en cada una de las palabras de mi mujer. Anotaba hasta el más mínimo detalle de cuanto decía para que ese homenaje al desconocido tuviera una base más firme.» (pág. 66).

Que ella fuera coqueta, es un dato que no se puede negar; pero que fuera infiel, no, todavía no lo era. Philippe la fue llevando por la senda del adulterio, la hizo infeliz y la lanzó en brazos de François. En el fondo, este hombre atormentado, inseguro y posesivo, necesitaba constatar que su mujer era atractiva y, por lo tanto, deseada por otros; así su ego se aumentaba al sentirse dueño y propietario de esa maravilla. No calculó el alcance de su juego. La amaba porque era coqueta, provocadora y seductora pero no quiso ver en lo qué derivarían estas características propias de Odile si las estimulaba para el goce de otro.

El final de Odile marca a Philippe de manera indeleble. Un suicidio era lo menos esperado para una mujer que irradió vitalidad. La violencia del acto invierte el significado de su vida. O quizá, exige a Philippe que salga de sí mismo y piense en lo que ella pudo sentir: su frustración, sus desencuentros, la falta de afecto, el vacío. Odile trastoca, con su muerte, el rol que Philippe le había otorgado, y al final termina él excusándola ante todos:

«… Yo que la conocí bien, dentro de lo que era posible conocer a aquella criatura, pienso que ninguna mujer fue menos culpable que ella.» (pág. 108).

La prosa en esta primera parte es melodiosa y mesurada, sin grandes sobresaltos que convierten el texto en un producto agradable de leer. Es posible que todo ello se deba al temperamento de Philippe, un hombre elegante, moderado, varonil. No hay en Climas alardes técnicos, ni búsqueda de lenguaje original. Maurois es contemporáneo de Joyce y de Proust, pero él apuesta por un gusto clásico. Lo moderno en Climas es la introspección (de Philppe e Isabelle), la mirada que se proyecta al interior de los personajes con tintes psicológicos.

Carta de Isabelle a Philippe

La segunda parte de Climas es una carta de Isabelle, ya viuda, a su marido muerto. Philippe fue para Isabel, lo que Odile fue para Philippe, un marido insatisfecho que es infiel y que despierta los celos de ella: en esta relación se repite el desencuentro, sólo que esta vez se invierten los roles: Philippe es el seductor, el infiel, el que hace sufrir a Isabelle.

¿Por qué se da el cambio tan brusco en el personaje? ¿Será que los amantes se comportan de manera distinta cuando se relacionan con otra pareja? Esto implicaría admitir que una persona no es de una manera determinada sino que se define en las relaciones concretas dependiendo de las circunstancias que estén presentes en cada situación. Pero también podemos pensar que Philippe impuso a Isabelle, amante incondicional y más débil, el sufrimiento que él experimentó con Odile, una suerte de venganza. O que buscara en Solange, su amante, a la Odile que perdió.

La segunda carta me parece menos interesante. Quizá con ella queda demasiado expuesto el artificio literario ideado por Maurois al concebir la segunda como un eco de la primera, o el reflejo en el espejo de ésta. Hay un esquema de simetrías que se repiten: en la primera parte Odile se divertía en una feria con sus hermanos ante un Philippe que no podía comprender en dónde encontraba tanto placer; en la segunda parte es Philippe el que se divierte en la feria e Isabelle la que se aburre; el viaje a Brest de la infiel en la primera, el viaje a Fontainebleau del infiel en la segunda; etc. Simetrías que se presentan como situaciones inevitables fruto del desarrollo de los personajes, sin embargo no es así, se ve demasiado la mano del autor que las dibuja, buscando con esta propuesta, una poética particular.

Cuando la narradora es Isabelle, Odile ya no sorprende ni seduce, se ha esfumado de la vida de Philippe y el texto-carta carece del encanto que irradiaba la anterior, había cierta voluptuosidad que circulaba en el aire y que de pronto se evapora. Isabelle es la antítesis de Odile, estamos ante una mujer abnegada por excelencia, para hacer feliz a su marido está dispuesta a compartirlo y posponerse:

«… Yo era capaz de ser tu esclava si era necesario. Nada existía en el mundo fuera de ti. Una catástrofe hubiera podido matar a todos los hombres del mundo y si tú te hubieras salvado no lo habría encontrado tan grave. Tú eras mi mundo: sólo que demostrártelo fue una imprudencia. Aunque no me arrepiento. Contigo, amor mío no quise ser prudente. No podía fingir. Te amaba.» (pág. 208).

Moldeada por una madre castradora que la educa en el dolor y la mansedumbre, Isabelle asume el rol de la mujer que se debe a todos menos a sí misma, porque ella no cree que se merece nada. Posiblemente es esta característica la que la convierte en una heroína en aquel ambiente y aquella época:

«Mi vida social fue un desastre. Era una muchacha torpe, necesitada de ternura. Todos me juzgaban insensible, cerrada y presuntuosa. Era insensible porque me pasé la vida enclaustrada en mí misma; cerrada porque no tenía la soltura que requerían aquellos encuentros y presuntuosa porque al ser tan tímida e incapaz de hablar de mí misma siempre me refugiaba en temas de gran importancia. Si iba a bailar, me quedaba a solas con mi seriedad un tanto pedante. No sabes de qué manera deseaba que alguien viniera a Lozère a rescatarme de aquella esclavitud en la que no se me permitía ver a nadie, sabiendo, desde que me levantaba, que no iba a ocurrir nada nuevo en todo el día…» (pág. 134).

«¿Cómo querías que fuera de otra manera, Philippe, si me educaron con una severidad que tú no podrías ni llegar a imaginar?» (pág. 153).

La fugacidad de la vida está presente en toda la novela como una suerte de maldición, todo se acaba: los romances no son eternos, la vida humana es finita, y la Belle Époque termina con la guerra. Por lo tanto es lícito preguntar: y la obra de Maurois, ¿cuánto tiempo sobrevivirá? Recordemos, como pauta, lo que decía Philippe:

«Los momentos más hermosos siempre son melacólicos. Uno se da cuenta de lo efímeros que son porque quiere retenerlos y se le escapan. Cuando era niño ya tuve esa sensación, primero en el circo, luego en los conciertos. Me sucedía cuando me sentía feliz. Decía: dentro de dos horas ya todo habrá terminado.» (pág. 234).

Los textos han sido tomados de la edición de Debolsillo, traducción de Assumpta Roura. Pienso que ésta simplifica el texto original. Me gusta más la traducción de Fernando Gutiérrez publicada en la edición de Janés, Barcelona, 1956.