La Puerta

Magda Szabó

Autora: Magda Szabó

La escritora húngara Magda Szabó, basa su relato en la relación que mantuvo con su asistenta, Emerenc Szeredás, a lo largo de muchos años. La novela tiene tintes autobiográficos, pero el interés creativo de la autora se centra exclusivamente en un personaje que fue determinante para ella. No nos enteramos de la faceta profesional, familiar o íntima de la escritora. El lente se detiene una y otra vez en Emerenc, en todo aquello que esa interesante mujer pudo haber aportado en la vida de su patrona-amiga. Y viceversa.

El relato está escrito en primera persona, el punto de vista le corresponde a la escritora- personaje. No es necesariamente Magda Szabó la que narra, es un personaje creado por ella, basado en ella, y que no tiene nombre en la novela. Ese dato le permite ciertas libertades literarias que ignoro si la autora se las tomó. Tampoco es importante confirmarlo, toda obra literaria es, y será siempre, ficción.

El tema resulta original. Las historias de amor suelen ser historias de parejas. No es fácil encontrar un tema femenino y doméstico y que el desarrollo de éste se mantenga hermético respecto al mundo que rodea a las protagonistas. A pesar de ello, a través de los encuentros y desencuentros de las dos mujeres, surgirán sus mundos diametralmente opuestos debido a sus propias historias.

La amistad que nace entre ellas obedece a un patrón afectivo típico de dos enamorados. Amor y odio se combinan con intensidad, se ayudan y se enfrentan, terminando por convertirse una en el espejo de la otra. Las perspectivas psicológicas de ambas se enriquecen en un diálogo intenso, agresivo, a veces demoledor.

El origen de la relación entre las dos es un hecho concreto y práctico: la escritora necesita a una asistenta para resolver las demandas domésticas de su familia. El trabajo que realiza es una actividad intelectual, no le deja energía ni tiempo para cuidar de su casa. Es una mujer que, por educación y nivel social, encuentra normal contratar a alguien para que «barra» su casa:

«Según la visión política de mi asistenta, el mundo estaba dividido en dos clases de personas: los que barren y los que no…» (pág. 132).

Las reglas del juego quedan establecidas rápidamente: la escritora, que debería situarse por encima de Emerenc, no sólo porque es el ama, si no porque tiene más educación y dinero, y por lo tanto mayor prestigio social, se ve relegada por la sirvienta.

Conciente de la desventaja objetiva, Emerenc busca un equilibrio. Ella no quiere relacionarse con su ama como si fuera inferior. La energía que despliega para demostrar su valía y lo bien provista que está de recursos para resolver los diferentes aspectos de su trabajo, será el motor de la novela.
Emerenc pretende imponerse y reivindicar, de esa manera, su dignidad y orgullo:

«Si alguien le garantizaba que no éramos gente bulliciosa ni alcohólica, no descartaría la posibilidad. Me dejó estupefacta con todo eso: era la primera vez que alguien pedía nuestras referencias. “o lavo la ropa sucia de cualquiera”, concluyó Emerenc». (pág. 14)

La estructura de La Puerta es una estructura redonda. La novela comienza con un sueño o pesadilla recurrente, y termina de la misma manera. Las imágenes que se repitan al principio no son interpretables para el lector: una puerta cerrada, el mundo inalcanzable atrás de esa puerta, angustia por abrir, incapacidad para hacerlo. Y un sentimiento de culpa que pesa como una lápida por no abrir.

Lentamente el lector irá conociendo las pautas para descifrar el sueño conforme se sumerja en la historia. Los símbolos se van cargando de significados. Y al final, cuando la escritora retoma la pesadilla con las mismas imágenes, podemos enriquecer el contenido: ella también tenía una puerta cerrada, escribir la novela es una suerte de exorcismo, una manera de abrir la cerradura y salir al mundo con la llave (libro) en la mano.

El núcleo de la narración es la relación entre la escritora y Emerenc. El espacio en donde se desarrolla la relación es en la calle, esos metros que separan una casa de la otra. La reina de esa calle es Emerenc, quien cuida de varios portales, retira la nieve, las hojas, el polvo. El fin de su tarea es la limpieza, su arma la pulcritud:

«…me la encontraba en la calle casi a diario…» (pág. 26).

«Salimos a la calle y durante un tiempo caminamos juntas. Afuera se respiraba la fresca fragancia verde que había dejado la lluvia y, una vez más, me sentí envuelta en la magia del sexto canto de La Eneida mientras andábamos juntas en la densa penumbra y sorteábamos sombras fantasmales bajo la luna esquiva y argéntea». (pág. 229).

Emerenc es invitada a franquear la puerta de la casa de su ama sin ningún pudor: la necesitan precisamente ahí. Ella no tiene nada que ocultar, vive con cierta comodidad, disfruta de algunos beneficios como un aparato de televisión, por ejemplo. Por esas razones la casa de la escritora será el otro escenario en donde se desarrolla la novela.

Frente a esta actitud abierta, el hermetismo de Emerenc es llamativo, no permite que nadie penetre en su reino. La pobreza suele ser discreta, pero en este caso es combativa. La puerta de su casa estará cerrada para el lector también.

Curiosamente, Emerenc que es tan celosa de su intimidad y la defiende hasta con las uñas de ojos extraños, está destinada por su trabajo a invadir territorio ajeno, incluso dominarlo:

«Antes de que me dijera eso no sospechaba que ella conociera el contenido de mis armarios, pues siempre insistía que fuera yo quien guardara personalmente las cosas, ya que a ella le daba grima revolver trastos que no eran suyos. No obstante, y por lo visto, sabía perfectamente donde estaban mis cosas, aunque no las tocara. Emerenc no soportaba que se guardasen secretos delante de ella». (pág. 50- 51).

Esta mujer que se encarga del aseo de algunas casas y de la calle del vecindario, también tiene una faceta maternal muy desarrollada: cuida de los enfermos. Emerenc es una madraza en todo el sentido de la palabra. Impone su presencia cuando hay dolor o necesidad. La primera vez que demuestra cariño por la escritora e intenta protegerla es cuando el marido de ésta es operado de gravedad. Es en esta ocasión cuando le habla de su trágico pasado: abre su corazón porque la otra la necesita.

Ninguna de las dos protagonistas tiene hijos. Ese detalle las iguala, comparten un vacío similar. Emerenc lo sublima entregando su tiempo a los demás cuando precisan ayuda. Su ama escribe y crea, de esa manera también ejerce su maternidad. Por eso se encuentran, son dos soledades que se cruzan en la calle de la vida.

FORMACIÓN VERSUS INTUICION:

La educación de una persona que desarrolla su actividad en un mundo intelectual, acostumbrada a moverse con categorías lógicas, será confrontada con la inteligencia emocional de la asistenta, una mujer que no se ha cultivada pero que tiene un gran sentido común. Intuición y aprendizaje se baten como rivales a lo largo de novela, los dos extremos entablan una batalla que se resuelve en un honroso empate al final.

La primera vez que discuten acaloradamente por esta razón, es cuando Emerenc le ha dado de beber cerveza al perro. Para la escritora, la asistenta ha cometido una falta, perros y amos no se sientan juntos en la mesa, no beben lo mismo, no se sitúan en el mismo nivel: uno debe mantenerse a los pies del otro, moviendo la cola. Sin embargo Emerenc ha convertido al perro en su mejor amigo. Ella funciona distinto, ve las cosas de otra manera:

«Y no me diga que porque almorzó conmigo como es debido, bien y de mi mano, va a morirse. Si eso de que Uds. hacen de tenerlo a dieta y darle de comer sólo e horarios restringidos y siempre en un plato, con lo que les gusta a estos comer de la mano de una, eso es matarlo de hambre». Pág. 56).

Desde el punta de vista de los gustos adquiridos, también hay conflicto. Lo que la asistenta elige como un regalo especial, a la escritora le parece horroroso, feo, de mal gusto. Cuando Emerenc retira el Ulises de la biblioteca para colocar unas figuras vulgares, la escritora quiere explicarse. El diálogo que sigue intenta ilustrar las distancias que hay entre las dos:

«… Mi casa no es un museo del kitsch. ¿No ve que eso no es arte, que no es más que una simple y vulgar cursilería?…
– ¿Qué es kitsch? –preguntó-. ¿Qué significa esa palabra? Por favor, explíquemela.
Me costaba encontrar la fórmula adecuada para hacerle ver qué culpa tenía el pobre perrito para ser considerado un producto barato, feo y mal proporcionado. Que kitsch es algo falso, irreal, ideado para satisfacer sin más necesidades de placer baratas y superficiales; kitsch es el sustituto de valores verdaderos, sinónimo de falta de autenticidad y calidad.
– ¿Este perrito es entonces falso? –pregunó indignada-. ¿Y por qué si no le falta nada? ¿Acaso no tiene sus orejas, sus patas y su rabo? ¿Y esa cabeza de león de bronce que ha colocado Ud. sobre el archivero, y que todos sus invitados adoran y le dan golpecitos como idiotas, pero que es un león que no tiene ni cuello ni nada, solo la cabeza, y que cuando la golpean hacen como si llamaran a una puerta que no es más que un armario lleno de papeles? ¿De modo que un león que ni siquiera tiene cuerpo no es falso y un perro que se parece a un perro de verdad sí lo es?…» (pág. 97- 98).

Sobre el suicidio también tienen planteamientos diferentes. Emerenc ayuda a morirse a Polett:

«… al que quiera irse, hemos de dejar que se vaya» (116).

Para Emerenc el mundo de los afectos es amplio e implica ciertos compromisos y riesgos:

«Lo que pasa es que, si queremos, también tenemos que saber matar». (pág. 123).

La infancia en el campo la ha moldeado de una manera pragmática. A un animal herido se le sacrifica porque no sirve para el trabajo, exactamente lo que hicieron con su novilla: la mataron para que no sufra. En cambio para su ama, que es católica practicante, el suicidio es un desenlace que se debe evitar a cualquier pecio.

Al final de la novela se ven claramente estas diferencias que produce la educación: dejar morir a Emerenc es algo intolerable para su amiga, debe impedirlo a pesar de lo que esa actitud implique no respetar la voluntad de la enferma. “Lo correcto” determina la acción de una mujer educada.

El lenguaje que usan para expresarse las define como dos mujeres que vienen de mundos distintos. Cuando Emerenc le cuenta sus frustraciones, habla directamente:

«… no debe entregarse nunca a una pasión con toda su alma, porque eso lleva, antes o después pero infaliblemente, a la perdición. Los que lo hacen, termina mal siempre». (pág. 162).

Para decir lo mismo, la escritora usa buscar referentes culturales:

«Durante mis años de estudiante universitaria sentía una gran aversión hacia Schopenhauer. Más adelante la experiencia me enseñó a aceptar una de sus tesis: aquella que sostiene que toda relación afectiva os hace vulnerables ante el sufrimiento, y cuantos más lazos de este tipo establezcamos en esta vida, más flancos débiles tenemos». (pág. 164).

El cine es también una experiencia distinta para cada una de ellas: la escritora se deleita con las posibilidades técnicas de un arte que traduce el lenguaje literario a un lenguaje visual. La asistenta se desilusiona con los efectos especiales, no le gusta la manipulación de la realidad. Para ella es una demostración de lo kitsch, aunque no use el término: las cámaras falsean la realidad.

Sobre la religión también tienen discrepancias. Emerenc se alejó de la Iglesia cuando se sintió humillada en un reparto de ropa usada. Sin embargo, a su manera, practica la caridad cristiana con los necesitados del vecindario. No comprende la práctica rígida y sin alegría de la escritora, en donde sólo percibe el cumplimiento de las formas:

«Por una religiosidad y una misericordia como las suyas, programadas exclusivamente para los domingos, yo no pagaría ni un céntimo. Sinceramente, verla tan desordenada y dejada en su casa, mientras mantiene los horarios de su actividad semanal con una rigurosidad casi obsesiva, me resulta odioso. Que los lunes a las tres, truene o llueva, haya que ir al dentista, y la vuelta en taxi, porque el transporte público le parece demasiado lento; que los jueves, pase lo que pase, no pueda faltar a la cita con la peluquera; que los miércoles, no puede ser otro día, la colada, y los jueves la plancha, aun cuando la ropa no haya secado. Los domingos y festivos, a misa; los martes sólo hablamos en inglés y los viernes, para no perder el hábito, practicamos el alemán. Y, en los momentos que no haya nada estrictamente programado, a sentase ante la máquina de escribir y a teclear sin siquiera levantar la cabeza». (pág. 218).

Hay intolerancia en las dos partes, cada una desconoce las razones de la otra, cuando se juzgan se enfrentan, no intercambian, pero precisamente en ese enfrentamiento se van definiendo los personajes. Al señalar lo que no les gusta de la otra, dejan entrever lo que persiguen:

«Me había hecho un retrato en el que me tildaba de hipócrita, esnob y formalista. Lo que ella no había comprendido era justamente eso: mediante las apariencias de una vida ordenada hasta el último detalle, yo intentaba conjurar la equívoca sensación de agonía que abrumaba permanentemente a mi marido». (pág. 221).

Viola y los gatos representan el mundo salvaje que ama Emerenc. Prefiere relacionarse con ellos que con las personas de su entorno, se siente más libre, más natural. Es una demostración de su rechazo al mundo “civilizado”, a las normas culturales. Fue una niña maltratada en el pasado y eso deja huella, se percibe en Emerenc una gran desconfianza del ser humano. Sin embargo no tiene reparos en dar una paliza a Viola, o matar a sus gatos, sus compañeros incondicionales. Ante ellos ejerce su poder como ama absoluta.

Aquello más valioso que tenía Emerenc, los muebles heredados de los Grossmann, se los deja a su amiga. Y también le encarga su mayor deseo: eliminar a los gatos para que no sufran. Sin embargo los muebles se desmoronan por la carcoma y se convierten en polvo, y los gatos huyen. La mejor herencia será la que trasciende: la amistad, las cosas buenas que le enseñó, lo mucho que la quería.

Los acontecimientos que precipitan el final demuestran, una vez más, las realidades distintas de cada una. Emerenc enferma justo cuando la escritora no tiene tiempo para atenderla: una entrevista la aleja del rescate, a pesar de haber sido la que permitió el derribo de la puerta. El éxito de una es paralelo a la decadencia de la otra, y ese éxito le impide ayudar a su amiga. Como consecuencia se instala la culpa en la narradora, quien se responsabiliza por el final de su asistenta: el rescate no la dejó morir como ella quería, recluida, sola, y sin testigos de su deterioro.
Al entrar a “salvarla”, la pulcra Emerenc se muestra en un estado de suciedad y abandono humillante: quien cuidaba de todos no tenía a nadie que cuidara de ella. No los dejó entrar a su casa, salvo a la amiga escritora. Y ella le falló porque sus obligaciones se lo impidieron. Para exorcizar esa culpa, contará la historia y pedirá perdón públicamente a su amiga.

La monotonía de la vida que se percibe en La Puerta responde a la monotonía de una Hungría sometida al régimen comunista: no pasa nada. El vecindario es aburrido, la vida gris, sin cambios ni esperanzas.

El poder es autoritario, todo depende del gobierno. Si la escritora es censurada o premiada, se deberá a la voluntad del que manda. El resultado no parece responder únicamente a sus logros: el funcionario de turno decide en función de la política cultural impuesta desde arriba

Los textos se han tomado de la edición en español de Random House Mondadori. Traducción de Márta Komlósi.