La Muerte de Carlos Gardel

Antonio Lobo Antunes

Autor: Antonio Lobo Antunes

Además de escritor, Antonio Lobo Antunes es médico psiquiatra. El dolor y la desesperanza, sentimientos a los que se enfrenta al lidiar con la locura y la fragilidad humana, se ven plasmados en el mundo que recrea. El autor señala de una manera insistente, que las carencias afectivas, si no se resuelvan, pasan siempre factura. El médico sabe que las cicatrices no cierran por arte de magia, hay que curarlas y cuidarlas para que las huellas sean lo menos profundas.

La novela es la saga de una familia portuguesa de clase media: la historia abarca cuatro generaciones. Lobo Antunes cuenta la historia de una manera fragmentada, con una aparente incoherencia o dificultad formal, que refleja la falta de fluidez y armonía del mundo interior de sus personajes. El tejido de las frases, que intercalan diferentes tiempos y escenarios, resulta extraño y oscuro al principio de la lectura; el relato se desliza dando saltos hacia atrás, y al mismo tiempo reitera elementos que giran sobre sí mismos de manera obsesiva. Poco a poco el lector sintoniza con la propuesta y se familiariza con los cambios de ritmo.

ESTRUCTURA SIMETRICA:

La estructura en esta novela es casi matemática: el relato tiene cinco partes, cada una de ella dedicada a un personaje protagonista. Al mismo tiempo, cada parte consta de cinco monólogos: tres de ellos corresponden a los protagonistas, los otros dos, que van siempre intercalados, corresponden a personajes que no pertenecen a la familia, salvo una excepción.

Es interesante este orden simétrico en medio del desorden inherente al mundo narrado. Las formas intentan limar las aristas del contenido en un esfuerzo sistemático por evitar la explosión de la locura. Esta irrumpe con toda su fuerza al final, luego del desenlace del drama familiar, que es la muerte de Nuno.

La estructura simétrica aporta armonía, y al mismo tiempo, aporta pautas que orientan al lector dándole pistas. Al familiarizarse con la estructura, puede apoyarse en ella para descubrir los temas de fondo.

Gracias a los monólogos, tenemos diferentes voces narrando, lo cual implica, necesariamente, diferentes puntos de vista. Las distintas visiones sobre la vida de la familia y sus personajes, ayudan a componer el panorama general. Y cuando el que habla está fuera del núcleo familiar, lo enriquece con nuevas perspectivas.

EL ELEMENTO REITERATIVO:

La narración se apoya en frases que se repiten una y otra vez en diferentes contextos, aumentando, en cada repetición, su carga semántica. Las palabras reiteradas destacan del contexto y se iluminan como señales en rojo que anuncian un sentido oculto.

Este recurso se utiliza de dos maneras distintas: a veces las frases que se repiten pertenecen a un diálogo que ha marcado en el pasado al personaje; otras, las que se repiten son palabras que describen escenarios que han acompañado al personaje a lo largo de su vida y que le son queridos u odiados de manera sintomática. Las dos versiones se intercalan para reforzar el efecto.

Estas palabras o frases intentan resumir o definir al personaje, eligiendo unos pocos elementos de su historia en un afán de sintetizarla. Rescatando lo esencial no harán falta los detalles superfluos. Todo aquello que queda fuera del relato, es insustancial, o innecesario. Lobo Antunes selecciona los términos que encuentra suficientes para presentar a sus personajes y exponer sobre el tapete las claves de su dolor. Es por eso que todas estas expresiones tienen un componente traumático.

La intención del autor es ponernos en contacto con las obsesiones de sus personajes. De ahí la importancia de la reiteración. La búsqueda se centra en conseguir que el relato se sostenga con unas cuantas palabras que representan el todo y que el discurso no avance, que sea monótono y brutal en su monotonía. La acumulación tiene un efecto inmediato: la atención se centra y el contenido se carga, la atmósfera es claustrofóbica, envenena el aire de emociones no expresadas si no a media voz, entre líneas, casi con pudor.

Analizaremos algunas de estas frases:

“-¿Qué pasa, Alvaro?

-Nada. Duerme. Nada”.

Es éste, quizá, el diálogo que se repite con más frecuencia, y el que tiene más largo alcance. Porque lo que trasmiten estas dos frases aparentemente cotidianas no se limita a los personajes dialogantes (Alvaro y Claudia), sino que puede ser atribuido a cualquiera de las parejas de la familia en cuestión.

En un contexto distinto, estas dos frases podrían expresar la complicidad de la pareja, un entendimiento tácito del tipo: tranquila tú que voy yo; de momento descansa. Pero en La muerte de Carlos Gardel, expresan una falta de comunicación crónica, una absoluta falta de interés. Ante el llanto de su hijo Nuno, Alvaro se levanta para atenderlo, y cuando su mujer pregunta qué sucede, él la mantiene fuera de la situación: “nada. Duerme. Nada”. Los lectores intuímos que su deseo es que lo deje solo con su hijo.

El diálogo suena sin fin, como un estribillo que resume y señala la falta de comunicación. La presencia de la palabra “nada” al principio y al final, es significativa y contundente. Resume el vacío.

Para ambientar este diálogo tenemos ciertos objetos claves: un limonero y la pila de lavar la ropa, ambos en la buhardilla de Benfica. Y la imagen “de la ciudad color naranja inmóvil en las vidrieras como un ángel descuartizado en una cruz”, imagen que se confunde con la fiebre de Nuno.

“Vete a la sala, desaparece, sal de aquí”.

Es una frase de Claudia que sirve de respuesta a Alvaro cuando ella le cuenta que está embarazada. Él, en vez de celebrarlo como corresponde, le confiesa su falta de amor.

La determinación de Claudia (vete, desaparece, sal) es fruto de su carácter independiente, muy notorio en relación a los miembros de la familia que son personajes dependientes y faltos de iniciativa. Ella, en cambio, toma decisiones, reacciona con coherencia, ejecuta pensando en ella, no en herir a quien la ha ofendido, que será la tónica de los otros.

Y como telón de fondo para este diálogo, está la lluvia, y los cazos, cacerolas, ollas y sartenes para defenderse de las goteras que ésta ocasiona.

“¡Qué horterada!”

Esta expresión es de Nuno e intenta resumir la relación dispareja entre su padre y Raquel. El insulto, o la insolencia, son producto del resentimiento: Nuno no soporta que su padre lo haya abandonado, menos aún por una mujer vulgar, y cursi. La fealdad de Raquel le recuerda a Nuno la decadencia de su padre. “Qué horterada” expresa su disgusto causado por la elección de Alvaro, el rechazo a la elegida y al mundo que la rodea, a su clase social.

Los objetos que definen la horterada son: los abanicos, las máscaras, los arlequines, los adornos de bronce, la rinconera de las tazas, los cuencos chinos con el borde dorado, etc.

“Pareces una novia, Raquel”.

Con estas palabras el padre de Raquel resumía el cariño y la ilusión que le producía contemplar a su hija, sus esperanzas. Al recordarlas con insistencia, podemos intuir la frustración de Raquel. Su padre creía en ella, la piropeaba, le deseaba un buen marido. Sin embargo la vida la desilusionó con Alvaro, a quien ella llama desesperadamente “Mi vida”. Alvaro la corrige irónico, hastiado, “No me llames mi vida”.

El objeto que se nombra para ilustrar este recuerdo es el vestido blanco.

“Sonrían”. Y “Mire hacia allí”.

Son dos frases de la infancia de Silvina, la empleada de Raquel. Su padre, fotógrafo, trabajaba en casa. La niña creció oyendo esas dos órdenes que intentan evadir la realidad con el único fin de salir bien en la foto. Ella amaba a su padre y sus palabras quedaron como un ideal imposible de realizar.

Cada vez que Silvina recuerda las órdenes de su padre ante la cámara, recuerda también su muerte, siempre con estas palabras: “La muerte es cuando los ojos se transforman en párpados”.

“…el pitido de la fragata…”

En el monólogo de Joaquín, esta imagen auditiva se repite nueve veces. Es el sonido del barco que lo llevó a Madeira. Para Joaquín el pitido fue una señal, porque desde que subió al barco, su vida se fue a pique. Esta es la razón para que ese sonido, estrechamente relacionado con su partida, se convierta en un recordatorio de su infelicidad. Es la imagen del quiebre: habrá un antes y un después de Madeira.

Para que Joaquín entre en escena sólo hace falta el batín, el perro, los solitarios, las hayas y las adelfas de la casa de Gomes Pereira. Elementos que por sí solos, aunque solo sea enumerados, describen la soledad y la decadencia.

El perro arañando los azulejos de la cocina es una imagen cargada de desesperación, aparece muchas veces como un aullido sofocado. También connota un ambiente claustrofóbico. Cuando muere Joaquín, el animal se niega a comer. Y para evitar que sufra, deciden ponerle una inyección de potasio. Alvaro reclamará la inyección redentora para él, para evitar el sufrimiento que le produce la agonía de su hijo, trato piadoso que se da al animal, no al hombre.

“Teresiña”

Es una palabra que recuerda Cristiana constantemente. Así llamaba su padre a su madre cuando quería hacer el amor con ella. Al oír el nombre de su madre, Cristiana se sentía fuera del espacio que compartía la pareja, y le producía celos y rabia. Por eso también se repite la frase en la que la niña reclamaba un lugar para ella: “Dejadme dormir con vosotros”.

El objeto que acompaña a esta escena es el ruido de los muelles de la cama.

“Tenemos todo a nuestro favor para volver a empezar la vida desde el principio y ser felices”

Esta frase es la cantaleta de Raquel. Las palabras rebelan su optimismo, por un lado, y su deseo de negar la realidad, por el otro. El lector sabe que no es así, ellos dos no tienen nada a su favor para empezar la vida desde el principio y ser felices.

Alzira se define como una persona senil, no tanto por el asilo en donde está alojada, si no por la imagen recurrente de pasear por la casa con la correa del perro sin el perro, o por la seguridad con que sostiene que las adelfas la llaman.

Los recuerdos de la guerra en Alemania, se resumen para Claudia en pocos elementos: el refugio en el sótano, los aviones que pasan, la sangre de los conejos, las muletas de su padre y el anillo que su madre robó a un cadáver.

Las amigas de Claudia están contenidas en dos frases: “…peor que un marido sólo es un ex marido”, y “pareces una domadora de chimpancés”.

La debilidad y la inmadurez de Ricardo se expresan en la frase que pronuncia Claudia con cierto desprecio: “No llores, Ricardo, no llores”. Y la dependencia que él tiene de una mujer mayor se resume en éstas dos: “No olvide decirle que se lave los dientes antes de acostarse”, y “Si llego a separarme de ti dentro de una semana estarás viviendo con tu madre”.

LA PESADA CARGA DE LA HISTORIA:

En La muerte de Carlos Gardel, el pasado de los personajes es un ancla, un peso del cual no se pueden liberar. Están constantemente retrocediendo, husmeando, agitando las pesadillas de lo vivido, de manera que el pasado siempre será la única explicación a sus desdichas. La infancia los ha marcado a sangre y fuego, las experiencias negativas son estigmas que los condenan a la infelicidad. Incluso los momentos felices funcionan como paraísos perdidos a los cuales sólo se puede volver con la memoria.

Por esta constante regresión en el tiempo, el relato necesariamente gira sobre sí mismo, no hay proyecciones al futuro, los personajes aceptan su herencia como una fatalidad y no aspiran a convertirse en alguien distinto, no consideran la posibilidad de cambiar las pautas familiares.

La primera frustración o trauma afectivo de la saga es el abandono sufrido por Joaquín, el abuelo de Alvaro. Había estado once meses en Madeira y cuando regresó de la isla (luego de un asunto turbio) su mujer lo deja para irse a vivir con otro. El dolor inmenso que le causa la traición de su mujer es el punto de partida de todos los males, el origen de la decadencia de Joaquín y de las tres generaciones que le siguen.

También el hijo, To Mané, sufrió el mismo abandono cuando su madre se fue de casa, fue un niño que creció sin amor. Su padre no supo cobijarlo porque él mismo no podía soportar su dolor, el sentimiento de la pérdida lo encapsuló. El desamor será entonces la constante; un veneno, que los convierte en seres mustios, sin vida.

Después de que Ester abandona a Joaquín y a To Mané, To Mané abandona a sus hijos Alvaro y Graça. Alvaro abandona a Claudia, su mujer, y a Nuno, y más tarde a Raquel y al hijo que tendrá con ella, fruto del matrimonio.

La pérdida de su mujer ocasiona en Joaquín una reacción negativa: no volver a amar para no volver a sufrir:

“Dios me libre de querer a las personas”. (pág. 33).

Esta es una postura falsa, no es verdad que Joaquín no quiera, tan es así que luego se hace cargo de sus nietos, cuando To Mané los abandona. Pero lo que entrega está contaminado por la pérdida insuperable, él se niega a establecer vínculos:

“-Querer a los otros, que es la mejor receta para un mal trago, yo gracias a Dios me he salvado de eso y soy feliz….

….-El secreto, señores, es no querer, fíjense en mí que por no querer soy libre…” (pág. 31).

Es interesante señalar cómo el diálogo anterior está intercalado en la novela por las demandas de To Mané, su hijo, quien pregunta con angustia por su madre, pregunta ante la cual Joaquín (el que no quiere) reacciona con ternura intentando calmarlo (él que no quiere a nadie), al mismo tiempo que oculta sus lágrimas delatoras detrás de la revista para que su hijo no lo vea llorando.

Lobo Antunes consigue trasmitir los sentimientos de sus personajes sin decirlo directamente, sin narrarlos ni describirlos, sólo reproduciendo palabras y escenas a manera de collage, para que el lector saque sus propias conclusiones y comprenda el extraño actuar de los personajes.

Lo dramático es que la actitud de Joaquín, que es una actitud defensiva, en vez de defenderlo lo ofende, lo empobrece a nivel de sentimientos, y esta pobreza será trasmitida de generación en generación, como una pesada herencia. Como no son capaces de amar y ser amados, estarán vacíos y solitarios. El desamor en “La muerte de Carlos Gardel” destruye, anula, enloquece y mata.

Lobo Antunes denuncia la situación dramática para que el lector repare en la gravedad de la falla. Los traumas no resueltos son dañinos y destruyen a los seres que tenemos cerca. Es importante el diálogo, la comprensión y la confianza en nosotros mismos, escribe entre líneas este escritor psiquiatra para alertarnos.

Otro personaje interesante para analizar es Graça. Ella fue abandonada por su padre a la muerte de su madre, en casa del abuelo Joaquín. Las dos personas que la arroparon fueron su hermanastro Alvaro, y la empleada Alzira.

La orfandad compartida produce amor por el hermano protector, (¿Te acuerdas cuando papá me trajo como te trajo a ti?”) un amor que lo llena todo y la satura, de tal forma que no podrá enamorarse después de otro hombre. Graça convivirá con una mujer, Cristiana, pero la relación con ella no parece la de una mujer enamorada, parece más bien un acto voluntario de rechazo a los hombres. Alvaro fue afectuoso con su hermana desamparada, pero Graça malinterpreta el cariño que recibe y lo distorsiona. Ella no lo ama como hermana, lo ama como mujer.

Resulta aún más doloroso el maltrato que Graça infringe a Alzira, quien la cuidó amorosamente de niña. Desgraciadamente el amor de Alzira humilla a Graça, le recuerda la ausencia de sus padres, su soledad. Ya sé que me quieres, pero yo no deseo tu amor, es el amor de otros el que me hace falta, parece gritarle Graça a la vieja empleada.

Por otro lado, y eso enturbia el tema, Alzira le recuerda sus dificultades juveniles, la falta de atractivo, sus gafas, su fealdad, de una manera absurda: negándolas. Para Alzira, Graça es su niña bonita y lleva colgada al cuello una foto de Graça que a Graça le parece horrorosa. Ese desencuentro produce la agresión de la cual es víctima Alzira, porque irrita a la persona querida, la violenta, y pone en evidencia la ignorancia contra la cual se estrella, la incapacidad de comprenderse, el amor ciego y no deseado.

Cuando hay cariño, en La muerte de Carlos Gardel, éste no es productivo. Graça dice:

“En nuestra familia las personas nunca necesitan a nadie”. (pág. 94).

Por supuesto que necesitan, pero los que acuden no son los que deben acudir. No es que no necesitan, es que no cuentan con los quisieran contar, y eso es algo muy distinto.

Y fuera de la familia, también hay desencuentros: Claudia es abandonada por Alvaro y la consuela Ricardo. Él la mima, la escucha, le da afecto. Sin embargo, cuando Claudia decide regresar a Alemania, ni siquiera se despide de Ricardo. El único que la ama no existe para ella.

Raquel quiere a Alvaro, pero Alvaro no la soporta.

Cristiana quiere visitar a su madre y regresar a su casa, pero su madre no quiere verla.

Cuando el texto está cargado por la angustia de los personajes, el autor nos otorga un descanso con bellas descripciones del mundo exterior: la naturaleza, las playas, las vistas desde un balcón, el río, etc. Son escenas refrescantes: el paisaje exterior embellece al mundo interior tan atormentado.

EL FRACASO DEL PRESENTE:

La muerte de Nuno es el desenlace de la historia, hecho que ocurre en el presente narrativo. La agonía del joven heroinómano, es el germen de la novela. Cuando se enfrentan con este hecho, la experiencia de la agonía los remite al pasado en donde vivieron situaciones parecidas:

-Alvaro recuerda la pérdida de su madre (“un rostro en una almohada/ gente de luto/ una mujer que me ofrecía sopa”) y de su abuelo (“…mi abuelo luchando con la baraja en los solitarios de la noche, ambos sordos al perro que arañaba los azulejos de la cocina con las uñas, el perro que se negó a comer después de la muerte del viejo, gimiendo de cuclillas de cortina en cortina”).

-Graça la de su madre: “…y me vino a la memoria mi madre en la clínica”

-Silvina la de su padre: “porque morir es cuando los ojos se transforman en párpados”.

-Claudia la de los muertos en la guerra.

Y también recuerdan enfermedades: Alvaro la operación de la válvula, Claudia las muletas de su padre, Alvaro y Claudia una fiebre de Nuno pequeño, etc.

Las imágenes se generan por asociación de ideas, sensaciones (olores, visión de la clínica, etc), o palabras. Y el movimiento es siempre hacia atrás, el futuro no existe, ni siquiera para Raquel que dará a luz al último miembro de la saga.

Los regresos son a veces placenteros, se paladea lo que se evoca con nostalgia. Por ejemplo cuando Graça recuerda al hermano que la arropaba, Raquel su niñez vestida de blanco, Beatriz su infancia en Luanda (“Quiero a mi madre”, “Hay, niña, niña”), Silvina la presencia de su padre en el estudio de fotografía.

En La muerte de Carlos Gardel es imposible alejarse del pasado. El presente depende de él, está moldeado, condicionado. Los miembros de esta familia no son libres para volar lejos, heredan el trauma y el dolor del abuelo y lo asumen como propio. Se encuentran tan heridos, que son incapaces de reparar la falta, y sin proponérselo, la multiplican.

En Nuno se suman los errores acumulados y él se entrega a las drogas. No es capaz de sobrevivir a la situación. Su padre tampoco fue capaz de asumir su paternidad, se alejó de Claudia cuando ella quedó embarazada. No pudo con la responsabilidad. Pero el panorama es aún más complicado para Nuno porque Claudia tampoco es una madre amorosa, el niño tiene miedo a quedarse solo, a ser desplazado por los amantes de su madre, a la oscuridad, al abandono. Nuno huele lo que está en el ambiente, intuye lo que le espera. Por eso huye.

Nuno representa el presente de la familia, claro exponente de un ser que no puede relacionarse con el mundo.:

“…No quiero a nadie y nadie me quiere a mí…” (pág. 258).

Hay un mensaje velado en esta inmolación de Nuno: con amor, la tragedia se hubiera evitado. Dice Alvaro:

“… si yo pudiese volver atrás, haberme quedado con tu madre, no haberme casado con Raquel…” (pág. 46).

El otro desenlace es la locura de Alvaro. Al morir su hijo, y asumir la culpa, Alvaro se desborda. Su obsesión con Carlos Gardel, que era antigua, lo transtorna por completo. Los episodios con Albino y su mujer son patéticos y las escenas delirantes.

Claudia es el personaje con más recursos. Ella, que no pertenece a la familia si no por matrimonio, decide, a la muerte de su hijo, alejarse y volver a comenzar en otro lugar. En ella si hay un planteamiento de futuro, un afán de renovación.

Las citas están tomadas de la edición d bolsillo de Random House Mondadori S. A. , año 2004. Traducción de Mario Merlino.