Pequeñas desgracias sin importancia

Miriam Toews

Siempre me pregunto por qué elijo una novela para comentarla en mis talleres. ¿Cuál es la razón para seleccionar un texto entre muchos otros, cuál la arbitraria mirada sobre una obra en particular descartando, para esa ocasión, muchas otras? El criterio se me escapa, siempre es subjetiva la elección. Lo único definitivo es que haya disfrutado leyéndola, descubriendo al autor o autora, encontrando detalles, ideas, personajes, escenas que quedan grabadas y que despiertan en mí ganas de compartir y conversar al respecto. Obviamente las posibles razones varían según cada caso, depende del momento, el estado de ánimo o los sentimientos que nos mueven. Ejercemos nuestra libertad decidiendo qué leemos, invitamos a la gente que nos rodea a compartir esos hallazgos que pueden ser variados, porque los intereses son muchos y la oferta infinita. Leí una reseña sobre Pequeñas cosas sin importancia y algo me animó a comprarla. Ha sido un placer recorrer sus páginas, me sentí cerca de estas hermanas que encarnaban para mí la vida y la muerte, como dos caras de una misma moneda. Pero lo que realmente me enganchó es el derroche de afecto que circula en este texto sin grandes pretensiones, una historia real que conmueve y atrae como un imán. Yoli es una mujer entrañable, divertida, y su energía está centrada en mantener con vida a su hermana mayor, Elf, la pianista exitosa que no quiere vivir. El tema del suicidio anhelado no se plantea como un hecho filosófico, tampoco como una trampa para obtener atención o cariño, menos como una excentricidad. El dolor por estar viva inhabilita a Elf para encontrar cualquier salida que no sea el descanso eterno. Ni su música, ni su marido que la adora, ni su familia tan presente. Elf desea desaparecer de la faz de la tierra, vivir es una pesadilla para ella, una imposibilidad, una tragedia.

LA FAMILIA

Elf y Yoli son hermanas nacidas en una comunidad menonita en Canadá. El abuelo emigró desde Rusia en el año 1917, para instalarse en América del Norte, huyendo de las guerras y miserias de sus padres. Este aterrizaje no era la búsqueda del sueño americano, pero sí una suerte de paraíso canadiense que, en este caso, está mezclado con el rigor de una comunidad religiosa fanática. Los padres de Elf y Yoli no son bien vistos en esta sociedad conservadora, en donde la tradición marca la pauta, ambos desentonan por diferentes motivos que se resumen en deseos de libertad, cultura y aire libre. La depresión ya estuvo presente en el padre, quien termina su vida arrojándose al paso de un tren. Por lo tanto, el soporte de la familia es la madre, una mujer práctica, risueña, original, amante de todo aquello que la rodea. Es ella quien teje el entramado familiar, quien carga con el dolor de los otros. Esta señora que se llama Lottie es un personaje memorable, no pretende ser la protagonista, ni ocupar más espacio que el que necesita para apoyar a su familia, sin embargo su presencia en el grupo familiar es determinante y significativa. Me gusta cómo se escapa cuando necesita tomar fuerzas, sus viajes, sus juegos de mesa por internet, su modesta apuesta por la vida. La escena final en el MOMA la define en pocas líneas, en el desconcierto de la performance ella lidera al grupo, ajena a cualquier esnobismo, ignorando la provocación, se mueve con autonomía y crea, sin ser consciente, un lenguaje propio:

“Todavía no había pasado nadie. Y entonces vimos a mamá con sus pantalones de pana morados y su cortavientos al lado de la puerta con sus brazos en jarras. Qué fuerte, dijo Nora, va a pasar. Mi madre entró de lado por la apertura rozándole el pene al hombre con la barriga. Luego se paró en medio, justo entre el hombre y la mujer, no se dio ninguna prisa, estaba saboreándolo. Miró hacia arriba, a la cara del hombre desnudo, a los ojos, y él estaba sin expresión alguna, y ella le sonrió y asintió. Estaba saludándolo, educadamente. Luego no se cómo se dio la vuelta en ese pequeño espacio para mirar a la mujer de frente y también la miró a los ojos, le sonrió y la saludó con la cabeza, luego nos miró a todos los que estábamos ahí en la primera habitación, sonriéndonos y como diciendo venga gente, vamos allá, seguidme, y allá fue y luego los demás fuimos siguiéndola uno a uno”. (pág. 297-8).

En Pequeñas desgracias sin importancia el vínculo familiar es muy fuerte, se trata de una relación inquebrantable: Tina acude a Winipeg para acompañar a su hermana en el trance con su hija suicida, la llamada de la sangre resuena con autoridad, nadie cuestiona que así sea, es una ley ancestral que se debe cumplir, sin más. Pero también sabemos que esta familia está marcada con fuego: la hija mayor de Tina también se suicidó, hay algo en ese grupo familiar que los convierte en vulnerables. Y trágicos. Tina se enferma y muere cuando acude a acompañar a su hermana, añadiendo, sin buscarlo, un dolor adicional al grupo. Sin embargo la vida sigue adelante para todos, planes para ayudar a Elf, posible mudanza a Toronto, posible viaje a Suiza para una eutanasia, protección a la madre que acaba de perder a su última hermana, contacto de Yoli con sus hijos, en fin, una vitalidad que asombra y nos deja agotados al mismo tiempo, envidiando esa energía imparable de Yoli, siempre lista para estar en dónde la necesitan.

¿Es así porque se trata de una familia menonita? No. Creo que el mensaje entre líneas es que son así a pesar de ser menonitas. Se trata de una familia muy especial, en donde el cariño por unos y otros es importante y se expresa con naturalidad. Entre abuela y nieta, entre sobrina y tía:

“Con la primerísima luz de la mañana vi a Nora y a mi madre durmiendo, por fin, de lado y cara a cara, cogidas de las manos, cuatro manos entrelazadas como una madeja de lana, como una bola de serpientes de jarretera apareándose, de modo que contuvieran lo que contuviesen estaría muy bien protegido.” (pág. 257).

“Yo tengo una mano en el hombro de mi madre y la otra alargada hacia el asiento de atrás para coger la de mi tía, así que somos un cadena humana”. (pág. 131).

El comienzo de la historia arranca con la pérdida de la casa familiar construida por el padre con sus propias manos. Era el nido que la pareja joven armó para cobijar a los suyos. Por presiones de la comunidad, se vieron obligados a venderla: esta es la escena iniciática, la pérdida del cascarón. No es casualidad que la novela termine con la compra de una casa destartalada en Toronto, gracias a la herencia de Elf, en donde Lottie, Yoli y Nora, su hija, vivirán después de arreglarla:

“Aquí es donde hemos venido a curarnos.” (pág. 263).

En familias unidas, la casa es siempre un símbolo importante. Es el espacio que acoge, ahí se concentran los recuerdos, se celebran hechos importantes, se convive y se disfruta gracias a tener un centro que compartir. Ese es el sentido de sanación al que se refiere Yoli.

EL SUICIDIO

Miriam Toews no hace una reflexión filosófica sobre este tema difícil de abordar desde fuera. Ella no pretende entender, ni excusar, ni cuestionar, el hecho de que su hermana quiera matarse. Esto no es nuevo en su vida, sabe que su padre pasó por la misma experiencia y su prima también, está familiarizada con la situación pero el dolor que le causan los intentos de Elf es muy fuerte. Más aún, cuando su hermana le pide ayuda para eliminarse. El compromiso es peligroso, e implica una complicidad que a ella le cuesta aceptar, comprende la agonía de Elf, su enfermedad, pero ser ella quien le facilite el trámite, es una responsabilidad que no está lista para asumir. Siempre tendrá esperanzas de encontrar otra salida, la música, por ejemplo, o el cariño de Nic, de sus sobrinos y de ella misma, dispuesta a acunarla siempre. Este es el cuerpo de la novela: ¿qué hacer para aliviar el dolor de su hermana? Y esa lucha hace de Yoli la protagonista. Suplanta a su madre Lottie en la tarea de sostener a la familia, se desvive por cambiar las cosas, se pelea con los psiquiatras, maldice a las enfermeras, arremete contra su hermana a quien le exige sensatez y un salto fuera de sí misma:

”¡Escúchame bien!, me entran ganas de gritarle. Aquí la única que tendría que suicidarse debería ser yo. Soy una madre horrible que ha dejado al padre de mis hijos y a otro padre. Soy una esposa horrible porque me acosté con otro. Hombres. Estoy haciendo aguas en una carrera que ni es carrera ni es nada. ¡Mira esa bonita casa que tienes y al hombre tan cariñoso que vive en ella y te ama! No hay capital en el mundo que no esté dispuesta a ofrecerte miles de dólares para que toques el piano y todos los hombres que conoces se enamoran perdidamente de ti y se obsesionan contigo de por vida. A lo mejor te sientes preparada para dejar atrás la vida porque ya la has perfeccionado. ¿Qué más queda por hacer? Pero me cuesta hacer contacto visual con mi hermana. Evita mirarme. Apenas levanta la cabeza de la novela que le ha dado Nic.” (pág. 111).

“¿Has pensado alguna vez en lo que yo podría necesitar?¿Se te ha pasado alguna vez por la cabeza que la que está en la mierda total soy yo y que no me vendría mal un poquito de apoyo de mi hermana de vez en cuando? ¿Alguna vez te has montado en un avión cada dos semanas para ir a mi lado porque me siento como una mierda y me quiero morir? ¿Se te ha ocurrido pensar que yo no estoy bien, que mi vida es de risa, que me dejaron preñada dos veces dos tíos distintos…
… ¿Qué te crees, la puta Virginia Woolf o uno de esos, demasiado guay para vivir o demasiado inteligente o demasiado en sintonía con la trágica realidad o con cualquier mierda… y quieres crear un legado inventado para ti como la brillante y maldita…? (pág. 155).

Estos diálogos en donde las hermanas se exponen frente a frente, son el clímax de la novela. Hay falta de lógica en la depresión o la enfermedad mental, los datos objetivos no significan nada, no cuentan, no suman. El dolor que lleva al suicidio está fuera de cualquier explicación. Hay un momento en donde el amigo de Yoli le cuenta una actuación de Elf a la que asistió y cómo marcó su vida para siempre. Quizá esa descripción pueda orientarnos respecto al sentir de Elf, es la única voz que se escucha de alguien fuera del círculo familiar, ni siquiera Claudio, su representante, aporta información:

“… Yo he visto tocar a tu hermana.
¿Cómo? ¿De verdad? No me lo habías dicho.
En Praga. Y no me extraña.
¿No te extraña qué?, le pregunté.
Lo mucho que sufre.
Cuando la escuché tocar me dio la sensación de que no debía estar en la misma habitación que ella. Había cientos de personas, pero nadie se fue. Era un dolor íntimo. Y con íntimo me refiero que era inabordable. Solo la música sabía lo que pasaba y guardaba secretos para que esa forma de tocar suya fuera un enigma, un susurro, y después la gente se quedó allí en el bar, bebiendo y sin decir nada porque eran cómplices. No había palabras.” (pág. 65).

LA FORMA

Uno de los encantos de Pequeñas desgracias sin importancia es el lenguaje. La naturalidad es una característica de Miriam Toews, naturalidad que atrapa al lector en un texto sin artificio ni trampas literarias. En todo momento parece que estamos escuchando el relato de una amiga cercana que no puede dejar de compartir lo que le ha tocado en esta vida, una suerte de confidencia. Por eso insistía yo en la ausencia de un planteamiento filosófico sobre el suicidio, más allá de la bronca personal causada por el dolor y la frustración al no poder ayudar a su hermana. El relato se mueve a través de lo cotidiano, el día a día de la familia angustiada, las risas que aminoran la tensión, la ironía y el humor siempre acompañando con éxito:

“Llamé a Nic pero en cuanto me cogió el teléfono me desinflé. Tenía pensado preguntarle si le interesaba un viajecito a México para cargarnos a su mujer.” (pág. 185).

Buen ritmo, el tono es cercano y risueño, a pesar del drama, en un intento por digerir la situación y aligerar el peso, la tragedia se matiza, se combina, se desgasta.
No es fácil encontrar estas características en una novela con tanta carga, sin embargo recuerdo Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan, en donde estamos en un universo parecido, con el suicidio de la madre incluido. Veo la similitud desde dos puntos de vista: por un lado el tono juguetón y ligero que aparece en ambas narraciones, y por el otro los lazos tan estrechos en unas familias con graves problemas funcionales. Creo que ambos casos el resultado es muy atractivo.

Los textos han sido tomados de la Edición de Sexto Piso. Excelente traducción de Julia Osuna Aguilar.