La uruguaya

Pedro Mairal

Hay lecturas que hacemos con una sonrisa en los labios; otras nos fruncen el seño porque nos hacen pensar, muchas nos destrozan el corazón. La uruguaya, novela breve escrita por el narrador argentino Pedro Mairal (Buenos Aires 1970) pertenece al primer grupo: es un deleite seguir a Lucas en su frustrada aventura de don Juan, porque el primero que se ríe de sí mismo es él, un anti héroe contemporáneo. Todo le sale mal, incluso peor de lo que él hubiera imaginado.

La historia es redonda: aparece Lucas contándole a su mujer su salida de casa una mañana camino a Montevideo para recoger el dinero que dos editoriales han depositado en una cuenta, abierta por él, en el país vecino. La maniobra tiene sentido por la política cambiaria argentina: si los dólares llegan a Buenos Aires son convertidos automáticamente en pesos argentinos al cambio oficial. Si él consigue introducirlos clandestinamente a su país, corriendo el riesgo de que se los quiten en la aduana por sobrepasar la cantidad permitida, puede duplicar el total en el mercado negro y evitar el pago de un impuesto. Lucas, un escritor endeudado, necesita desesperadamente ese ingreso. Su vida está empantanada: las cosas no van bien en el trabajo, la economía familiar se resiente y se palpan las consecuencias en lo personal y en la relación de pareja. Estos dólares salvadores producirían un cambio, la posibilidad de romper con la inercia y el desaliento:

“Ahí estaba yo viajando a contrabandear mi propia plata. Mis anticipos de derecho de autor. La guita que iba a solucionarlo todo. Hasta mi depresión y mi encierro, y el gran “no” de la falta. No puedo porque no tengo plata, , no salgo, no mando la carta, no imprimo el formulario, no voy a preguntar a la agencia, no destrabo la bronca, no pinto las sillas, no arreglo la humedad, no mando el currículum, ¿por qué? Porque no tengo plata.” (pág 10-1).

Lucas confiesa otra razón para este viaje, información más difícil de compartir: el encuentro pactado con una mujer a quien conoció meses atrás, una uruguaya que lo marcó con fuego: Magalí Guerra Zabala. Los dos ingredientes –dinero y amor- definen la escapada a Montevideo y se mezclan en el relato con gran soltura. En el tejido de la trama aparecen descripciones de Montevideo, en el trayecto de ida, y las de Buenos Aires en el camino de vuelta, conforme Lucas avanza por sus calles, siempre a pie, señalando las diferencias entre la ciudad grande y la más provinciana, sus características, sus olores, sus recovecos. Y el recuerdo de Guerra, que es como un aguijón que lo vuelve loco. Se conocieron en una conferencias, bailaron, pasearon… pero el momento del amor se frustró y Lucas volvió cabizbajo. Las imágenes de aquel primer encuentro regresan con insistencia, Lucas sueña con estar a solas con Magalí. Una vez cobrado el dinero, lo primero que hace es reservar un cuarto de hotel, con un propósito concreto y acechante. Pero Guerra, entre abrazos y besos, lo desvía hacia otros asuntos, lo aleja de sus planes. Entonces viene el robo, la golpiza, el dolor y la vergüenza de volver a casa sin aventura amorosa y sin plata. Y, peor aún, con la sospecha de que fue Guerra quien lo vendió. Destrozado, lo recibe su mujer con la noticia de su partida: hacía un año que ella tenía una relación con otra mujer. Después de un tiempo, Lucas juntará los pedazos de su vida y recuperará su dignidad convertido en la persona que siempre quiso ser, libre de ataduras. Cuando dije que la estructura era redonda me refería a que la narración termina cuando Lucas regresa, de noche y golpeado, a la casa de donde salió eufórico esa misma mañana.

¿Cuáles son los logros de este escritor argentino que ha acaparado comentarios positivos de crítica y lectores?

  • El tono. El lenguaje es coloquial, como si Lucas estuviera conversando con Catalina tumbados en el sofá, a pesar de que se trata de un monólogo interior dirigido a ella. El vocabulario es fresco, juvenil, desenfadado; un toque de humor ayuda a desdramatizar y elimina las tensiones, suaviza el discurso exculpatorio, porque generalmente el humor lo utiliza para reírse de sí mismo; y claro, seduce. En La uruguaya, la voz narrativa es un gran acierto, seguimos el recorrido de Lucas encandilados –lo mismo que hizo Guerra con él- guiados por su deseo. Y al mismo tiempo tenemos algunos párrafos muy poéticos, referencias al paisaje o momentos de introspección, en donde el tono adquiere un matiz distinto, una cierta reserva.
  • El personaje, Lucas, a quien ya hemos catalogado de anti héroe: no solo pierde el dinero que lo iba a redimir, sino que también pierde a las dos mujeres de su vida, ambas lo dejan plantado. Sin embargo se reconstruye, encuentra otro camino, parece haber aprendido de sus errores. No hay amargura, la mirada es honesta, sincera, Lucas es un tipo noble. Jamás será un pobre tipo, que es lo que teme ser:

    “Qué iluso. No tenía idea de nada y me hacía el superado, el veterano. Por suerte nunca te escribí. Mastiqué mis dudas, mis inseguridades. Era mi actitud de desempleado, de tipo que no provee, mi impotencia de macho cazador, pidiéndote si podías hacer una transferencia, pidiéndole medio en secreto diez mil pesos a mi hermano mientras él hacía el asado, y esas planillas Excel que tanto te gustaba hacer, mis números en rojo, mi deuda creciendo. No era muy erótico el asunto, lo admito. Y es cierto que ya Mr. Lucas estaba un poco más viejo, menos atractivo. O por lo menos yo me sentía así. Vencida la columna, más prominente mi rollo de flaco con panza, algunas canas en la cabeza y en el pubis, y la pija que casi de un día para otro se me torció, se me curvó levemente hacia la derecha, como si se me enloqueciera la brújula y abandonara el norte para apuntar un poco al Este, a la Banda Oriental.” (pág. 16).

  • La naturalidad con que el narrador argentino enlaza diversos temas que le dan contenido al relato: la paternidad y sus consecuencias, las alegrías y la carga que significa el compromiso; la dificultad de la vida en pareja, la presión económica, la opción de abandonar la vida burguesa al elegir la inestabilidad que implica vivir exclusivamente de la literatura; la tentación del adulterio, el paso del tiempo, los celos, la mirada crítica a la pose de los jóvenes intelectuales definiéndose dentro del gremio, etc. Un conjunto de ideas que hacen que el personaje tenga densidad psicológica, que resulte un tipo interesante, que tiene algo qué decir.
  • Los escenarios: son varios, desde el sencillo departamento en donde viven Lucas y Catalina, pasando por el barco y luego el autobús en donde llega a Montevideo; hasta las dos ciudades –Buenos Aires y Montevideo-, todo está descrito con pinceladas certeras. En cada uno de los espacios en donde se mueven los personajes hay atmósfera, hasta en el cuarto de hotel en donde casi Lucas no se detiene, muy a su pesar; en el restaurante, en el local del tatuaje, en la playa, en casa de Enzo, incluso en el recuerdo de Valizas, siempre aparece el escenario como algo real, con identidad propia:

    “No hacía frío. Las vidrieras ya exhibían ropa de verano. Una nueva oleada colorinche en las galerías como mercados textiles. Un negocito al lado del otro. En este primer tramo todo estaba en un tono bajo, menor, como si no hubiera habido neoliberalismo, sin glamour capitalista, marquesinas viejas, vidrieras desangeladas que me producían fascinación.” (pág. 42). (Montevideo cerca de la estación del bus).

    “No podía caminar muy rápido. Seguí por Córdoba, pasé los bares de putas con cortinas misteriosas, las Galerías Pacífico en donde te compré hace seis años ese vestido bahiano que te quedaba tan lindo cuando estabas con la gran panza. Crucé la 9 de Julio y como siempre me dieron ganas de tomarme una lancha para que me cruce al otro lado. No sé exactamente cuando demolieron para hacer la avenida esa cuadra que estaba ahí, pero a partir de entonces generaron un vacío, una antimateria, que todavía se siente.” (pág. 131). (Buenos Aires, de camino a su departamento).

  • La historia: original, divertida, y aunque todo sale mal, no llega jamás a ser patética porque el tono invita a la sonrisa, no a la censura. Siempre repito, porque se lo escuché repetir a un profesor que me parecía inteligente, que una buena historia no hace una buena novela, ¡pero vaya que ayuda!

Los textos han sido tomados de la edición de Libros del Asteroide.