Todo cuanto amé

Siri Hustvedt

Hacía tiempo que no caía en mis manos una novela de personajes. Es lo que más me gusta: prefiero que el énfasis no esté en la historia, sino en quienes la viven. Que la cámara se detenga en ellos, como esos primeros planos del cine francés, en donde la mirada desnuda y expone: con la imagen el interior aflora y da consistencia y densidad al relato. En Todo cuanto amé, la narradora norteamericana de origen noruego, Siri Hustvedt (Minnesota 1955) consigue trasmitir una bacanal de sentimientos, centrándose casi exclusivamente en dos familias con un hijo cada una de ellas. Se trata de una novela compleja con muchos temas de fondo: la creación artística y la interpretación del arte, los encuentros y desencuentros de las parejas, la dificultad y la responsabilidad de educar a los hijos, la amistad y sus goces, la pérdida y el duelo, el trabajo intelectual y las labores domésticas… en fin, muchos ángulos de la vida cotidiana de un grupo reducido de gente con características muy particulares: un medio intelectual de jóvenes formados en las mejores universidades, viviendo en una ciudad cosmopolita como Nueva York, con bagaje europeo la mayoría de ellos, cultos y guapos, un mundo aparentemente idílico. Pero aquí también, la tragedia atisba detrás de la puerta. 

La novela comienza con una carta de amor de Violet a Bill, derroche de sensualidad que impone un ritmo gozoso y seductor al relato, al mismo tiempo que la retrata a ella: intuitiva, espontánea, vital, una mujer de formas redondeadas, fresca y transparente:

“…Me fijé en tus brazos y en tus hombros, y especialmente en tus manos trabajando el lienzo. Hubiera querido que te volvieras hacia mí y que te aproximaras y frotaras la piel igual que frotabas la pintura. Quería que me oprimieras la carne con el pulgar del mismo modo que hacías con el cuadro, y pensé que si no me tocabas me volvería loca. Pero ni me volví loca ni tú me tocaste una sola vez. Ni siquiera me estrechaste la mano.” (pág. 11).

 Quien lee la carta es Leo, el único narrador de esta historia, y el único de los cuatro personajes adultos que seguirá en el mismo lugar a lo largo del tiempo. Leo es la memoria, el ancla, y el único filtro. Todo nos llegará a través de su propio relato, el punto de vista será el suyo: profesor de Historia de Arte en Columbia -enseña, investiga y escribe- hombre pacífico y culto, su timidez hace que parezca lejano, un poco frío. Lealtad es la palabra que define a Leo, un auténtico caballero, un hombre sin dobleces. Él, en primera persona, estructura la novela en tres partes, muy propio de un temperamento ordenado y racional como el suyo:

1ª. Parte:

Bill es pintor y Leo compra en una galería un cuadro suyo. A raíz de la compra surge una profunda amistad: comparten inquietudes y búsquedas en un diálogo fluido que nutre a los amigos y les alegra la vida. Bill estaba casado con Lucille con quien tiene un hijo: Mark. Se separa muy pronto por la presencia de Violet, quien fuera su modelo. Leo se casa con Érica, profesora en la universidad de Rutgers, y tienen un hijo, Mat. Los cuatro mantienen vínculos muy estrechos, las familias son vecinas, veranean juntas, los niños son amigos y contemporáneos, hasta que un maldito accidente termina con la vida de Mat. Aquí finaliza la 1ª. parte de la novela, época que será recordada como el paraíso perdido.

2ª. Parte:

La muerte del hijo produce un dolor tan fuerte que Érica decide alejarse, necesita tomar distancia y comenzar una vida nueva. Leo queda solo y destrozado. Sin embargo los amigos/vecinos siguen acompañándose y disfrutan momentos juntos. El hijo de Bill, Mark, pasa mucho tiempo con Leo, utiliza el cuarto del amigo muerto como estudio y llena un poco el vacío que dejó Mat. Pero Mark es un niño difícil, errático, con una personalidad extraña: el chico se convertirá en un problema para todos, especialmente para Bill, que adora a su hijo y se siente culpable por su extraña conducta. Hasta que un buen día, Bill cae fulminado por un infarto. Otra vez será la muerte la que pone el cierre a esta etapa. Las pérdidas anuncian cambio de ciclo.

3a. Parte:

Leo y Violet quedan a cargo de Mark. La falta de Bill será tremenda para los dos, porque su presencia llenaba sus días: era un personaje con mucha fuerza, inagotable, creativo y buena persona. Mark no hace más que crear problemas: miente, roba, se escapa de casa, falta al trabajo, se comporta como un pequeño delincuente. Tiene amistades peligrosas, un tal Teddy Giles, artista provocador, que elige la violencia como tema y la promociona; finalmente Giles termina preso por asesinato. Mark, testigo del crimen, se salva por los pelos, pero esta situación límite obliga a Violet a partir. Leo quedará solo, casi ciego, rumiando sus recuerdos. Ese rumiar se convierte en Todo cuanto amé. Excelente título por cierto.

SENTIMIENTOS

El amor y la amistad son los grandes temas en esta novela. Nos encontramos con una fuente inagotable de sentimientos que fluyen de manera natural, sin rasgo de sentimentalismo ni excesos, la elegancia es una característica de la prosa de Hustvedt, su pluma consigue que los afectos que surgen entre los personajes sean tan frescos como el aire que respiran. Abundan escenas conmovedoras, el contacto físico y el cariño iluminan y sosiegan. Violet es el personaje más cálido y comunicativo, curiosamente encarna a la mujer maternal aunque nunca parió un hijo.

 Hablando de sentimientos, hay dos escenas que me gustaría recordar: cuando Violet alimenta a Érica y a Leo, luego de la muerte de Mat:

“Durante todo el mes de agosto se quedó con nosotros durante la cena para animar a Érica a comer. Se encargaba de cortarle los alimentos, y mientras ella los mordisqueaba indecisa, Violet aprovechaba para masajearle los hombros o acariciarle la espalda. A mí también me tocaba, pero de un modo distinto. Me asía el brazo por encima del codo y lo oprimía con fuerza, no sé muy bien si para tranquilizarme o para obligarme a reaccionar”. (pág. 188-9).

Y la otra, cuando Leo hace lo mismo por ella después de la muerte de Bill, si esto no es ternura…:

“Para distraerla empecé a hablar… Le hablé de una pasta al limón que había probado en Siena bajo un cielo cuajado de estrellas y luego de las veinte clases diferentes de arenque que había probado Jack en Estocolmo. Hablé de los calamares y del efecto de su tinta añil en el risotto veneciano, de la practica clandestina de introducir en Nueva York queso no pasteurizado de contrabando y de un cerdo que había visto husmear en busca de trufas en el sur de Francia. Ella no decía ni una palabra, pero sus ojos se secaron, y las comisuras de sus labios mostraron un asomo de sonrisa… 
Al final ya sólo quedaba el tomate en el plato. Lo ensarté y se lo llevé a los labios, pero a medida que deslizaba aquel gajo encarnado y gelatinoso entre sus dientes, unas pocas simientes escaparon arrastradas por el jugo y resbalaron por su barbilla. Con su servilleta, comencé a limpiarle el rostro. Violet cerró los ojos, reclinó levemente la cabeza hacia atrás y sonrió. Cuando los abrió, aún seguía sonriendo.
-Gracias -dijo-. Estaba todo delicioso.» (pág.363-4).

El dolor también se expresa con la misma fuerza que se experimenta. No sólo cuando hay muertes, también detectamos dolor, por ejemplo, en el reconocimiento de la culpa que confiesa Bill al pensar en las posibles consecuencias que su divorcio pudo causar en su hijo. Es, también, desgarradora la escena en clase, cuando frente a un cuadro de Chardin, la contención de Leo se quiebra ante la visión del agua (hijo ahogado) y se pone a llorar en público sin su característico control. O el afán de acudir al llamado/trampa de Mark en ese maratónico y absurdo viaje de Leo a Minnesota, Iowa, y Nashville, que sólo puede interpretarse como un acto de amor y lealtad a los vínculos. Las vacaciones compartidas, las conversaciones sobre los trabajos de cada uno: histerismo, problemas de alimentación, en el caso de Violet; los libros de historia del arte que escribe Leo, la obra plástica de Bill y su búsqueda: cuadros, esculturas, montajes, vídeos; las investigaciones de Érica y sus publicaciones sobre Henry James, todo eso tenía gran importancia para el grupo porque había un auténtico interés por el trabajo de cada uno y auténtico respeto por el otro:

“Con su extraña y sangrienta estética cristiana, los trípticos y retablos inspirados en la Pasión, en la vida de la Virgen y en episodios hagiográficos se solapaban a veces con los mágicos argumentos de Bill o con las famélicas muchachas de Violet, chiquillas para las que la negación o el autocastigo no eran sino virtudes. Y como rara era la tarde en la que Érica no me leía algo de su libro, llegué a descubrir que las frases atenuadas de Henry James (con esos innumerables calificativos que inevitablemente acababan arrojando dudas sobre el nombre abstracto o la frase nominal que los precedía) infectaban a veces mi propia prosa, lo que me obligaba a revisar mis párrafos para librarlos de la influencia de un escritor que había conseguido llegar a mis páginas a través de la voz de Érica”. (pág. 146).

 Con estos datos he querido señalar la intensidad de la vida afectiva de los cuatro personajes, al lector no se le escapa esa fuerza, y aunque al final terminen cada uno por su lado, lo que hubo entre ellos será  indestructible. Esos recuerdos serán la única compañía de Leo: la recreación de aquellos años lo mantiene vivo. Y por suerte para nosotros, lo convierte en literatura.

ARTE

El arte es un tema compartido por todos: Bill crea, Violet inspira y provee contenido, Leo interpreta y saca sus propias conclusiones del arte producido por otros artistas vivos y muertos, Érica es Profesora de lengua Inglesa en Rutgers y luego Berkeley. Sin embargo serán las artes plásticas la rama tratada con más profundidad. La producción de Bill es analizada y valorada por Leo, el amigo crítico será su gran baluarte en el medio, y también impotante estímulo. Por otro lado, las exposiciones de Bill nos plantean el tema del comercio del arte: las galerías, los coleccionistas, los precios, la fama. Y de pronto aparece Teddy Giles, versión joven de un artista provocador, controvertido pero con público y acceso a galerista y mercado. Se cuestiona el valor de las nuevas técnicas, el feísmo de la sangre y las vísceras, la violencia expuesta sin pudor ni límites:

“Giles había acuñado una nueva expresión, el “arte del entretenimiento” y la sacaba a relucir en todas sus entrevistas. Insistía una y otra vez en que las distinciones entre el arte elevado y el arte menor habían desaparecido, aunque luego añadía que el arte no era ni más ni menos que entretenimiento, y que el valor del entretenimiento se medía en dólares. La crítica recogía aquellos comentarios bien como muestras supremas de ironía, bien como el nacimiento de la verdad en publicidad:  el alba de una nueva era que admitía que el arte, como todo, funcionaba a base de dinero”. (pág. 324).

Frente a esta postura, Leo hace un paralelismo entre la pintura negra y desgarrada de Goya y la obra de Giles:

“En Goya me parecía percibir la presencia física de la mano del pintor, mientras que Giles contrataba artesanos para que le esculpieran y fabricasen sus cuerpos a partir de modelos vivos, y sin embargo mi admiración también se extendía a otros artistas que habían encargado la realización de sus trabajos. Goya era profundo y Giles, insustancial, aunque claro está que a veces lo que el artista persigue es precisamente la insustancialidad.” (pág. 272).

Las descripciones de la obra de Bill son detalladas, interesantes y ocupan buena parte del cuerpo del relato. Si al lector no le interesa el tema, quizá piense que éstas ocupan demasiado espacio. La descripción de las cajas puede ser, quizá, muy larga. Confieso que  disfruté con los comentarios y el recorrido por las piezas, muy atenta a la voz de Leo compartiendo su lectura de ellas. En pocas novelas que conozco el arte tiene un rol tan importante. Recuerdo El mapa y el territorio de Michel Houellebecq y El nervio óptico de María Gaínza, ambas exploran el mismo tema desde otros ángulos. Pero en Todo cuanto amé hay un vínculo amoroso muy fuerte con los objetos artísticos que no percibí en las otras.

LOS ESPEJOS

En esta novela, cada personaje, aparece al frente de otro, su yo cpmplementario. El narrador los capta como si ambos se miraran en un espejo: me refiero a Bill y Leo, Erica y Violet, Mat y Mark, Bill y Teddy, Violet y Lucille, Bill y Dan. Resulta  curiosa esta construcción binaria, es una constante en el dibujo de los personajes, una dualidad que marca también un ritmo particular en la prosa: nuestra mirada salta de uno a otro, siguiendo la costumbre impuesta por el narrador, en el intento de completar la figura. Pondré algunos ejemplos: 

Leo observa a Bill y los cambios que percibe en su amigo desde que Violet comparte su vida: la comparación consigo mismo le produce angustia. No es envidia, pero la pasión de los otros evidencia alguna carencia en él:

“Lo cierto era que Violet había abierto en Bill un pasadizo que lo introducía aún más en su soledad. Yo sólo podía conjeturar lo que sucedía entre ellos, pero a veces tenía la sensación de que su intimidad se hallaba dotada de un coraje y una ferocidad que yo nunca había conocido, y la consciencia de esa falta llegaba producirme cierta desazón que se aposentaba en mi boca como un gusto seco y despertaba en mí un anhelo que no lograba aplacar nada.” (pág. 89). 

Bill le habla a Leo con admiración sobre Mat, su hijo muerto, y para redondear la idea hace un paralelo con su propio hijo, la comparación que hace termina definiéndolos:

“-Mat quería crecer –dijo y se frotó la cabeza-. Habría llegado a ser un artista. Estoy convencido. Tenía el talento y tenía el apremio. Tenía apego a su trabajo. Mark sigue siendo un bebé. Tiene grandes dones, pero por algún motivo aún no está para usarlos. Me preocupa, Leo. Es como una especie de Peter Pan exiliado del País de Nunca Jamás. “ (pág. 253).

En otro momento, intentando comprender la difícil relación entre Violet y Lucille, el narrador piensa:

“La diferencia entre Lucille y Violet era una diferencia de carácter, no de sabiduría. Violet experimentaba frente a Mark una confusión tan grande como la de Lucille. Lo que, sin embargo, Violet no cuestionaba era la intensidad de sus propios sentimientos hacia él y la necesidad de actuar en consecuencia. Lucille, por el contrario, se sentía impotente”. (pág. 392).

Tratando de entender las diferencias entre los hermanos, luego de conocer a Dan y las dificultades que tiene para llevar adelante sus proyectos, Leo pone a uno frente al otro:

“Bill precisaba de la creación artística para mantener un mínimo de equilibrio, para seguir en la brecha. Las obras de teatro y los poemas de Dan permanecían en su mayoría inacabados, y no eran sino el fruto maltrecho de una mente que divagaba en círculos sin llegar nunca a evadirse de sí mismo. Al hermano mayor, su inteligencia, su carácter y sus circunstancias personales le proporcionaban la fuerza necesaria para soportar el desgaste de la vida cotidiana. El pequeño, sin embargo, no tenía esa suerte”. (pág. 93).

Al principio dije que era una novela de personajes. Creo que queda clara mi lectura: el interés de Siri Hustvedt son los seres humanos. La ciudad de Nueva York no está descrita, los únicos espacios que captamos son las casas donde viven y el estudio de Bill. No hay otro escenario: ni el parque, ni la calle, ni el bar, ni el restaurant, ni el aeropuerto, ni las universidades ni las galerías. Y la historia (la muerte de Mat, los líos de Mark, las separaciones) sólo interesa en función a lo que experimentan los personajes, no tiene atractivo en sí misma, en realidad, la historia, en Todo cuanto amé, es lo más flojo. Sin embargo el conjunto nos ofrece una novela inteligente, deliciosa, muy recomendable.

Los textos han sido tomados de la edición de Seix Barral, muy buena traducción de Gian Castelli Gair.