Hasta que empieza a brillar

Andrés Neuman

Última entrega de Andrés Neuman (Buenos Aires 1977), mezcla de biografía y novela histórica, reflexión sobre el uso y significado de las palabras, y sobre todo, la reconstrucción de un personaje real que fascina por su inteligencia y por la energía que despliega para emprender un proyecto maratónico como fue la escritura de un Diccionario del uso del español, con los medios de la época. Importante recordar este detalle: sin ordenador, sin apoyo tecnológico, con lápiz y papel en su casa, y una máquina de escribir manual como gran ayuda.

La primera parte de Hasta que empieza a brillar es la menos atractiva, sin embargo no abandoné, tampoco tuve la tentación de hacerlo. La bravura de la protagonista, María Moliner, impulsó mi lectura hacia delante, intrigada como lectora, esperando encontrar una sorpresa. Llegó la recompensa justo a la mitad: cuando María cuestiona el diccionario de la Real Academia, y analiza la manera cómo abordan el significado y el uso de las palabras los académicos que lo escribieron. Los párrafos dedicados a esta tarea son una auténtica delicia: mezcla de instinto y sensibilidad y al mismo tiempo agilidad de una mente que apunta a lo esencial. Su trabajo aporta una mirada alejada de la cultura de un medio conservador influido por la religión católica.

La novela está estructurada alrededor de un hecho doloroso: la no aceptación de María Moliner en la Real Academia de la Lengua, candidatura propuesta por su amigo y colega Dámaso Alonso. Fue rechazada porque era mujer, en aquellos años no había presencia femenina en los ambientes intelectuales, no eran parte de la élite, seguían ignoradas y relegadas a su casa y a la familia. Para Moliner debió ser una frustración tremenda, una ducha de agua fría después de su poderoso aporte. Por eso Neuman decide armar su relato alrededor de ese hecho: en concreto, como si la sentencia de los académicos fuera el resumen de su lucha, la brutalidad de la realidad que recuerda los límites infranqueables.

Hay cuatro capítulos que se llaman Visita (I; II; III; y IV). Los cuatro son una sola escena fragmentada: los diálogos de la visita de su amigo Dámaso Alonso, Presidente de la Academia, para confirmarle su no elección. La Visita II, comienza repitiendo las dos últimas frases de la Visita I, la visita III arranca con las dos frases finales de la visita II, y así sucesivamente. Una recurso para puntualizar que el narrador retoma la misma escena dejando claro que esa incómoda conversación es crucial y representativa en la vida de la protagonista: todo los logros se remiten a ese punto. La negativa fue un hecho clave que marcará como ninguno otro, el desenlace de su vida.

BIOGRAFÍA Y/O NOVELA HISTÓRICA

En la primera parte, Neuman relata la vida de María Moliner desde su nacimiento en 1,900, su formación, vida laboral y familiar, hasta la concepción del proyecto para escribir un Diccionario que aporte al mundo hispánico otro enfoque. Si bien es cierto que la personalidad y el carisma del personaje añaden luz y humor a la prosa, hasta aquí la novela no despega, a pesar de algunos párrafos soberbios:

“¿Cuánto guarda una palabra de las voces que la dijeron? ¿Qué parte de un lugar permanece al nombrarlo?

Paniza. El nombre de su pueblo no le traía el pueblo, sino las narraciones de su madre, todo aquello que le había contado de niña y María seguía repitiendo sin mucha convicción. Las montañas de Paniza eran el mirador desde donde imaginaba sus primeras sílabas, ese cambio de altura entre las experiencias en primera persona y los recuerdos prestados.” (pág. 21).

Interesa sobre todo el contexto: el abandono del padre, el cambio de la situación económica de la familia que influye en las forzosas mudanzas a provincias en búsqueda de una vida más barata. Su inteligencia y su capacidad de trabajo son factores importantes para su buen rendimiento, a pesar de ser parte de una minoría femenina en el mundo académico, María se gradúa en Historia con altos honores. Su amistad con Buñuel, Dámaso Alonso y otros personajes del mundo intelectual añaden contenido. Consigue sus primeros trabajos, muy lejanos a sus aspiraciones, pero todos sabemos que, aún hoy, los inicios son duros y exigen humildad para aceptar ciertos puestos. Ella es entusiasta y acepta lo que le toca, su entrega es total. Sabremos de su matrimonio con Fernando Ramón y Ferrando, profesor universitario de Física. Los unió una gran complicidad. Las maternidades, que serán cuatro, aportan nuevos retos: la familia crece, su dinamismo no disminuye.

En esta primera parte, aparece el tema histórico: la Segunda República nos recuerda los ideales anti monárquicos, el deseo de cambio, el sueño de la democracia y las nuevas oportunidades. María integró el Patronato de las Misiones Pedagógicas: organiza la llegada de libros a zonas remotas, crea pequeñas bibliotecas en pueblos rurales y fomenta la lectura en comunidades alejadas de los centros urbanos. Lidera trabajos colectivos, arma equipos, protege los libros durante la guerra y transmite su amor por la lengua escrita. Además, es un excelente bibliotecaria. Recojo esta reflexión:

“En este punto aprendió que una biblioteca jamás, ni siquiera en desuso, está inmóvil.

Que si no se ordena por prevención, se acaba desordenando por inercia.

Que ningún sistema alfabético, geográfico o cronológico, ni por materias, géneros o idiomas, ni siquiera esa famosa Clasificación Decimal Universal, tan cacareada en Francia, basta para explicar qué contienen los libros.

Que articular una biblioteca es, en suma, darle forma a la vida. Algo imposible y urgente”. (pág. 110-111).

Más adelante, como miembro del grupo político que pierde la guerra, se verá despojada de su puesto de trabajo, humillada al tener que retroceder en el escalafón, circunstancia que comparte con su marido. Pero no por ello abandonan sus sueños. En el caso de María, “su destierro político” es un estímulo: en esa etapa de su vida, nace su proyecto de escribir el diccionario:

“Una tarde cualquiera, sola en casa, mientras hojeaba a una joven novelista, se detuvo para hacer una consulta. Abrió el diccionario de la Real Academia, localizó el vocablo, comprobó que ninguna de las definiciones la convencía. Y, casi sin pensarlo, las enmendó a su gusto con un lápiz. Repasó en voz alta el resultado. Asintió satisfecha. Y cerró el sólido volumen.

Volvió a sentarse, pero le fue imposible reanudar la lectura. Se quedó absorta en las sombras de la ventana. Se hizo un silencio denso, efervescente.

Entonces se sentó frente a la mesa del comedor. Dobló una hoja. Escribió la palabra que había buscado, le pareció que empezaba a brillar, y notó que la mano le temblaba un poco.” (pág. 155).

Es aquí cuando Hasta que empieza a brillar agarra vuelo. Y qué vuelo! La protagonista desmenuza el significado y uso de las palabras para corregir interpretaciones que encuentra incorrectas o manipuladas por una ideología. Para hacer el trabajo, utiliza como arma un humor fino de niña traviesa: se regodea modificando los conceptos, como si fuera un acto de justicia enmendar las faltas. Esta etapa de su vida es lo más valioso de todo aquello que cuenta Neuman: María descubre una actividad placentera, casi lúdica, que luego se convertirá en un pasión indomable. De pronto aparece una mujer divertida, provocadora, que disfruta atacando y poniendo en entre dicho la tradición lexicográfica que era, hasta ese momento, incuestionable. Los académicos eran sinónimo de intocables. Y ella, la que será rechazada por la Academia, los toca.

Elijo algunos párrafos como ejemplo de este hacer y pensar:

“Felicidad. Había palabras en las que nadie confiaba. El recelo que despertaban no era menor que la dificultad para definirlas. En su opinión, los conceptos referidos a las emociones solían subestimarse o, peor todavía, sobreentenderse. María releyó la descripción académica de felicidad, que en cualquier otra fuente habría sido acusada de materialismo. “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”.

Al tantear su propia fórmula, comprobó que el asunto se las traía. Pensó en sus experiencias y en las de su gente. Trató de identificar algún patrón común. “Situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea”. Cuestión de expectativas, más que realidades.

Pero ¿y si consistía justo en lo opuesto, en aceptar que la vida jamás era como deseaba? ¿No estaban las circunstancias condenadas a lo efímero, igual que los ánimos felices? Qué dolor de cabeza. Por no hablar de la cintura. Agregó por si acaso: Estado de ánimo circunstancial…”

Y la felicidad se le siguió escapando.” (pág. 195).

Creo que es un acierto de Andrés Neuman poner en palabras el pensamiento de María Moliner y traerla al presente en plena tarea de actualizar, según su criterio, el contenido y el uso de las palabras en español. La subjetividad de los académicos que ella cuestiona es enfrentada por su propia subjetividad: ahí radica el encanto y el gusto por el juego. No se trata de semántica, no! se trata de los posibles usos según prevalezca un concepto u otro, el significado se despliega y enriquece en la práctica.

Más ejemplos:

Culpa. El concepto que tenía el diccionario oficial –y se requería ingenio para lograrlo- le sonó exculpatorio- “Falta más o menos grave, cometida a sabiendas y voluntariamente.”. Bastaba entonces la carencia de intención para quedar impune: si no te dabas cuenta de lo que habías hecho, quedabas libre de toda culpa De ahí la conveniencia de evitar la introspección. Era mano de santo.

María echaba de menos dos factores: la conciencia personal y la sospechosa naturaleza de la involuntariedad. “Con respecto al autor de un delito o falta” redactó, “circunstancia de haberlo cometido que lo hace responsable ante la justicia, ante los demás o ante su conciencia”. La mayoría de nuestras injusticias, de hecho, solo constaba ante ese tribunal interior. Respecto a lo segundo, sembró un matiz: ”La causa puede ser no sólo involuntaria, sino también inconsciente”. A partir de ahíu, como decía el refrán marinero, que cada palo aguantara su vela. Aunque a ella le daba miedo navegar, y no era culpa suya, claro”. (pág. 183).

Uno más:

“Yugo. La docta institución sonaba ambigua. “Ley o dominio superior que sujeta y obliga a obedecer”. ¿Por qué la ley debía identificarse con un yugo? ¿Qué clase de dominio podía considerarse superior?

María esperó despejando el terreno de la legalidad. “Dominio despótico” (más clarito, a que sí?) “ejercido por alguien sobre las personas, los países, etcétera” (celebró aquel etcétera que lo insinuaba todo sin declarar nada). Después agregó otra definición que mantenía la imagen de la atadura, pero invirtiendo el punto de vista. “Sujeción, obligación o dependencia que pesas sobre alguien y le resulta penosa. ¿Qué problema había en decir que un yugo era un problema?

Concluyó con un modesto ejemplo. “Sacudirse el yugo. Liberarse de una dependencia despótica”. Sintió que se había quitado un peso léxico de encima.”

Obviamente hay una lógica en sus pensamientos, pero también comentarios en términos políticos. Siempre aparece este elemento que es la visión del mundo de quien escribe. Imposible dedicarse a una actividad creativa sin tener presente ese aspecto de la vida.

NARRADOR Y PUNTO DE VISTA

En esta novela tenemos un narrador en tercera persona, identificable con Andrés Neuman. Él decide su tema, viste y desviste a su personaje, se divierte con ella, la admira, y trasmite sus aciertos que reconoce valiosos para los hispanos hablantes. El resultado es un elogio al esfuerzo y la dedicación de una mujer aguerrida, y su obra el producto de una pasión: dedicada al diccionario, el resto de las cosas que la rodean pasan a un segundo plano:

“… Centímetro a centímetro, sus cajas fueron tomando los armarios, estantes, mesitas, alacenas, multiplicándose detrás de las puertas y debajo de las camas. Su hogar se convirtió en una selva de vocablos. La noche que Fernando se topó con un fajo de fichas dentro del botiquín, presentó formalmente su propuesta:

-¿El baño o yo, querida?

-¿Me dejas pensarlo?” (pág. 177).

María se obsesiona con su trabajo, se esfuerza por terminarlo, tiene poca ayuda y la que tiene es a nivel artesanal, no cuenta con profesionales en la materia. El Diccionario es suyo, y la define mejor que cualquier cosa que haya vivido o tocado.

Neuman, para narrar, utiliza el punto de vista de su protagonista, “Se convierte en ella”, necesita renunciar a su identidad y apropiarse del personaje. Sólo así puede transmitir su pasión y la confianza en su proyecto. Por eso en las correcciones que hace del Diccionario de la Real Academia, usa la tercera persona introduciéndose en la mente y el cuerpo de María, no hay distancia, más bien parece una metamorfosis. Su intención es hacer una puesta en escena en donde ella sea la estrella, es María quien brilla, la verdadera artífice de la magia, no las palabras.

Los lectores no la conocimos, Andrés Neuman, por edad, tampoco, pero ese detalle no resta autenticidad a su relato. El humor y la chispa, que debieron definirla, están presentes en el desarrollo de la historia y añaden levedad y disfrute. Hay diálogos con su marido que son exquisitos; otros punzantes con Dámaso Alonso, divertidos con sus hijos, atentos con sus hermanos, juguetones con sus nietos. El lado humano está siempre presente: aspecto despeinado, juanetes, salidas de tono. Por todo esto, el conjunto es soberbio y convence.

¿Algo malo? Sí, el título. No es sugerente, sabemos que es una frase de Emily Dickinson, no una frase que pudiera haber salido de la boca de María Moliner, su tono era otro: agudo y provocador, nada romántico como la poetisa norteamericana.

Lo mejor: celebro el humor de ambos: Moliner y Neuman. Es una novela risueña. El dolor, las frustraciones, la guerra, las dificultades y la enfermedad al final de su vida, quedan suavizados por ese rasgo que fluye sin esfuerzo, acertado mimetismo entre protagonista y narrador que el lector agradece.

Los textos han sido tomados de la edición de Alfaguara.