Tomás Nevinson

Javier Marías

Atractiva novela, salpicada, como es habitual en la obra de Javier Marías (Madrid 1951), de interesantes reflexiones sobre la vida de sus personajes. Tenemos varios temas hábilmente enlazados: una intriga apasionante que roza con el thriller combinada con ingredientes de novela política; el peligro de la seducción de un líder dominante y manipulador que nos lleva a descubrir la historia de una pasión -la del protagonista- debilitada al llegar a la madurez en un intento por cambiar de rumbo y renunciar a todo aquello que era su medio de vida; y como tema central: el asesinato político en aras del bien común y sus múltiples interpretaciones. Todo esto hace de Tomás Nevinson una novela inolvidable, la prosa impecable y juguetona de Marías enriquece esta experiencia en donde el interés por las ideas que plantea, se mezcla con el enorme placer de disfrutar de una buena lectura.

REFLEXIONES

El relato se inicia con dos historias en donde el posible asesinato de Hitler hubiera evitado una tragedia. En ambos casos no se produjo el crimen que hubiera liberado a la humanidad de un monstruo, pero la pregunta que Marías lanza queda flotando en todas las páginas de esta novela: ¿matar puede, en alguna circunstancia, ser una obra buena?:

“Pero ya se ve que matar no es tan extremo ni tan difícil ni injusto si se sabe a quien, qué crímenes ha cometido o va a cometer, cuántos males se les ahorrarán a la gente con eso, cuántas vidas inocentes se preservarán a cambio de un solo disparo, un estrangulamiento o tres navajazos, eso apenas dura unos segundos y después ya está, se acabó, ya cesó y se sigue adelante –casi siempre se sigue adelante, largas son las existencias a veces y nada se para nunca del todo-,  hay casos en los que la humanidad respira aliviada y además aplaude, y siente que se le ha quitado un gigantesco peso de encima, se siente agradecida y ligera y a salvo, risueña y libre por un asesinato, transitoriamente feliz.” (pág. 30).

Esa debiera ser la justificación para el encargo que recibe Tomás Nevinson de su ex jefe de los Servicios Secretos ingleses: encontrar a una colaboradora de ETA que viene del IRA, capaz de cometer un atentado masivo, ya que participó en dos de los más crueles en Barcelona y Zaragoza. Mr. Tupra, el ex jefe, le enseña la foto de tres candidatas, todas habitantes de un pueblo en el noroeste de España, Nevinson tiene descubrir cuál es la peligrosa terrorista y reunir pruebas para enjuiciarla: si esto no es posible, deberá  eliminarla para evitar que actúe.

Pero Nevinson no llega a estar 100% seguro de cuál es la tan temida mujer, y fracasa en su última misión. Todo se complica para él cuando las conoce, en realidad no encuentras pruebas contundentes, o prefiere no verlas, una duda aquí, otra allá, por lo tanto elige no ejecutar a la más sospechosa, Inés Marzán, su eventual amante. Decide que no será él quien la acuse ni quien la mate, se ha cansado del asesinato justiciero, renuncia a su compromiso político laboral y acepta el fracaso: no está dispuesto a cargar con esa culpa. 

Marías aprovecha la ficción para reflexionar sobre las situaciones que se van presentando, elaboraciones que dan profundidad a su relato: escarba, mete el dedo en la interioridad de sus personajes para constatar la complejidad de la vida, la diversidad de los seres humanos. La mirada del narrador se desplaza de afuera hacia adentro, capta lo que ve y luego intenta comprender lo que hay, o lo que se esconde, detrás. Estas reflexiones son, en la mayoría de los casos, la expresión verbal del discurso mental de Tomás Nevinson, su manera de ver y de pensar la vida. Veamos algunos ejemplos, intento, al elegirlos que sean variados:

“Uno empieza a servir a una causa a su pesar y al cabo del tiempo se siente valorado y útil y ya no se cuestiona jamás esa causa,  la abraza sin más del mismo modo que saluda cada amanecer, porque es lo que dota de sentido a su vida o a su cotidianidad.” (pág. 61).

“… halagarlas, porque no hay nada que uno atesore ni a lo que se acostumbre más fácilmente que a los elogios y a la atención recibidos –al afecto del ojo pendiente, ensalzador, admirativo- ni nada de lo que cueste tanto desprenderse, una vez que se ha gustado. Aunque el halago viniera de un mosquito.” (pág. 196).

“En un mundo de gente ligera y frívola, de gente ambiciosa o solemne o fanática, cuesta horrores encontrar a alguien que es sólo serio y consciente, alguien que no pasa por él con avidez, procurando divertirse de farra en farra ni arreglarlo de arriba abajo ni enriquecerse y medrar ilimitadamente, alguien que lo soporta sin aspavientos y a la vez lo mira con atención, que intenta comprender su funcionamiento con la seguridad de que a ese funcionamiento –cambiante pero imperecedero- es imposible escapar.” (pág. 288). 

“Conozco bien a esos señoritos maduros españoles y también a los ingleses, no en balde viví parte de mi infancia entre los primeros y mis años universitarios entre los segundos. En diferentes estilos, todos son displicentes, todos delegan, hacen encargos y esperan resultados sin molestarse en mover ni el dedo índice con el que se marcaban los números antes de que los móviles ejercieran su tiranía. La edad no hace mella en ellos ni los corrige ni les enseña modales. Morirán como nacieron, limitándose a señalar con ese índice, a distancia, lo que necesitan a cada momento. Claro que no son los únicos, el señoritismo se aprende fácil y rápido, la misma actitud he visto en gente llegada al mundo en una barriada pobre o en un caserío a mitad de campo.” (pág. 373).

“Gusta y contenta saberse esperado, gusta saber que uno cuenta y está, no importa si es en penúltimo lugar.” (pág. 585).

”Desde que tengo memoria he pensado odio, me he acostado con odio en mi corazón, he soñado odio y me he despertado con odio”. Es eso, justamente lo que se respira en demasiados territorios, lo que éstos exhalan con potencia hacia el exterior y no queda más remedio que decapitar, chamuscarlo nunca basta. Allí se educa a los niños desde la cuna en los cinco contagios sin excluir ninguno, y todos les van creciendo con la edad: resulta aterrador y patético observar cómo les rebosan en la vejez y cómo emplean sus últimos días en inoculárselos a los recién llegados para perpetuarlos hasta la eternidad.” (pág. 587-8).

“Entonces empezó el largo tiempo de espera, como tantos otros de mi vida y también de la de Berta, de eso no me olvidaba, de ella jamás me olvidaba. No, decir “jamás” es exagerado, es mentira. A veces había estado en exceso absorbido por mis dobleces y actividades, pero no en la ciudad de noroeste, no en Ruán. Nuestro último encuentro en Madrid me había dejado buen sabor, y cada día la recordaba más. No me engañaba: me refugiaba en su figura, en su idea, porque era lo único que me restaba de afecto e importancia y valor, y en esos casos uno distingue poco entre querencia y carencia, entre voluntad y necesidad. Un asidero en parte, un flotador.” (pág. 639).

Podría seguir y seguir, la novela está plagada de reflexiones. Es difícil no identificarse con el discurso mental de Nevinson, en mi caso, confieso: sintonía total. Sin embargo, lo más importante, es el cuestionamiento del asesinato político para evitar males mayores. Por eso la mención de los fallidos atentados de Hitler como punto de partida, porque visto los hechos a posteriori, se perciben como una buena oportunidad perdida, sin Hitler, Alemania, Europa y el mundo hubieran sido menos infelices. Pero claro, la siguiente pregunta es: ¿quién establece el criterio para eliminar a alguien peligroso? ¿Quién decide quién debe ser asesinado, una élite, y esa élite funciona como brazo ejecutor de un sentir común? ¿O obedece, más bien, a sus propios intereses políticos? Nevinson sostiene que a nadie le gusta verse envuelto en hechos de sangre, pero que si uno detecta al malo, estaría dispuesto a cargárselo, o mejor dicho, a pedir que por favor alguien lo haga, que alguien se embarre las manos para proteger al resto. Son terrenos peligrosos, pero el tema es atractivo y tiene muchos ángulos. La lucha antiterrorista no puede ser pacífica, porque su enemigo es violento y está dispuesto a todo. ¿Quién traza, entonces, la línea que habría que respetar? 

LA PROSA

Los comentarios, en 1ª. Persona, de las actividades que realiza el protagonista como espía son divertidos; agudos e irónicos, aquellos que suscitan su curiosidad al descubrir las vidas de las tres mujeres y sus parejas. Hay elementos lúdicos que aligeran la narrativa y alejan la novela del género policial, porque en Tomás Nevinson el análisis de los personajes es más importante que la trama. La mirada del protagonista intentando descubrir quien es cada una de estas mujeres y sus vínculos con la pequeña ciudad en donde han aterrizado, se expresa con una prosa que avanza y retrocede, crece conforme surgen las reflexiones y cuestionamientos, se infla y supera sus límites explotando la versatilidad del lenguaje; y al mismo tiempo –y éste es un equilibrio difícil,- mantiene una rigurosa  precisión. 

Ayudan el tono juguetón y otros recursos: los nombres, por ejemplo, de los maridos de dos de ellas: Folcuino y Liudwino, y sobre todo las descripciones tan visuales que a veces mantienen una línea muy fina para no caer en la caricatura:

“No era exactamente fea de cara, pero la tenía difícil porque todo en ella era grande: los ojos enormes, la boca enorme, la nariz no tanto pero generosa (por lo menos era recta y no curvada, o bien la había sometido a cirugía) el mentón algo alargado sin incurrir en prognatismo, la frente amplia, el pelo negro, tupido y robusto que le arrancaba de pronunciadísimo pico de viuda, toda ella era desmedida y quizá intimidatoria para muchos varones, que no quieren saber nada de mujeres que los sobrepasen.” (pág. 205).

El humor, siempre presente, es un acierto. Aliviana el drama, y resta truculencia a las actividades de los Servicios Secretos.

El manejo del punto de vista es sutil, en realidad se resume en un juego en donde se oscila entre la primera y la tercera persona, según el punto de vista esté de lado del individuo Tomás Nevinson (1ª. Persona) o de su disfraz como espía: Miguel Centurión (3ª. Persona) Este acercarse y alejarse de la cámara es determinante, evidencia el desdoblamiento del personaje y la primacía del narrador principal que es Nevinson. Será Tomás quien se refiera a su otro yo como alguien lejano y manejable (los subrayados son míos):

“Era el jueves 31 de julio y yo me había propuesto, le había propuesto el sábado 2 de agosto.

Miguel centurión prefería esa fecha por dos razones…”

 Las constantes referencias a los autores clásicos y la utilización de frases de obras  cumbres para explicar situaciones contemporáneas, es un recurso que utiliza Marías con soltura. Sus personajes pertenecen a un mundo culto e intelectualmente refinado, esta manera de expresarse es natural en ellos, no resulta forzada ni artificial. 

EL PROTAGONISTA

Hay varias facetas  que definen a Tomás: su cultura, sus estudios en Oxford, sus referentes literarios, sus talentos y el gusto por el trabajo bien hecho. La presencia constante de su jefe, Mr. Tupra, un personaje seductor y autoritario  que consigue de Nevinson lo que Nevinson no hubiera estado dispuesto a hacer para otra persona, plantea el tema de la identificación con un líder, el dominio de una personalidad fuerte que se “adueña” del otro y lo convierte en un compañero incondicional, un hombre totalmente entregado. Esta relación de dependencia, es uno de los ejes del relato, la inteligencia y perspicacia, sumadas a una amplia cultura y manejo de las situaciones, deslumbran a Tomás, que vive seducido por este señor que es casi de su misma edad. Tupra es un referente intelectual y profesional, un ejemplo en su carrera, a pesar de la manera abusiva y engañosa como lo fichó para el Servicio Secreto. Este tema se narra con más detalle en su novela anterior: Berta Isla. A mí me gusta que en Tomás Nevinson quede un poco en el aire, el engaño inicial para fichar a Tomás está sugerido pero no narrado, el misterio añade cierto glamour a la vida del protagonista, más aún si lo sumamos a otros hechos que lo forzaron a simular su muerte y el abandono de su familia.

Al final, Tomás decide renunciar a todo esto: Tupra, espionaje, asesinatos justicieros. Pero queda claro el enorme atractivo que siente por el poder oculto, por embarrarse las manos en aras al bien común, por el trabajo que lo fuerza a asumir vidas ajenas como propias, el cambio de identidad, idioma y aspecto físico, el peligro, la clandestinidad, y el entorno elitista de su círculo de Oxford. Todo aquello que lo aleja de una vida normal, aquella por la que apostará, finalmente, después de negarse a matar a Inés Marzán.

Los textos han sido tomados  de la edición de Alfaguara.