Normas de cortesía

Amor Towles

Amor Towles (Boston 1964), un hombre dedicado a las finanzas, irrumpe en el mundo literario el año 2011 con Normas de cortesía, novela atractiva de factura impecable. Una lectura superficial nos hace pensar que se trata de un melodrama: la historia de Kate, una joven neoyorquina que busca su lugar en el mundo. Vive con Eve, su compañera y amiga, en una residencia para señoritas. La noche de final del año 1938, conocen a Tinker Grey y ambas quedan deslumbradas con el magnetismo de este enigmático joven. Finalmente será Eve quien “se gana el premio” por circunstancias particulares (un accidente en coche cuando Tinker conduce deja a Eve con una pierna en mal estado y unas cicatrices en la cara. El chico, desolado, la lleva a su casa para cuidarla) cuando en realidad Tinker hubiera elegido a Kate. Esta es la historia de partida, luego asistimos a las idas y venidas de los tres personajes en una ciudad pujante, un medio agresivo en donde la riqueza de una élite social contrasta con las necesidades del americano medio en los duros años de entre guerras. Sintetizando, este es el hilo narrativo, pero con ese pretexto, Amor Towles nos introduce en temas interesantes que enriquecen el contenido de Normas de cortesía:

EL SUEÑO AMERICANO: 

Kate y Timker son dos chicos de clase media, sin acceso al mundo de la élite: no se graduaron en las universidades de prestigio, ni egresaron de colegios privados. Este detalle los coloca por debajo de sus aspiraciones, y ambos deciden abrirse paso de manera opuesta: Kate es disciplinada en su trabajo, se dedica a pulir su educación consciente de que las buenas lecturas son grandes compañeras, y espera sin ansiedad encontrar su propio camino con esfuerzo y dedicación. Tinker, que sí pudo acceder a un colegio privado pero que, por problemas económicos fue expulsado sin piedad, lo vive de otra manera: acepta la propuesta de una mujer rica y mayor que lo introduce en la alta sociedad neoyorquina y le paga todos sus caprichos, además de ayudarlo con sus contactos. El encanto de Tinker le permite comprar su rápido ascenso social. Tenemos dos maneras distintas de enfrentar una situación: ambos son ambiciosos, pero eligen caminos distintos. Kate no espera ayuda de fuera, se centra en su propio esfuerzo, es verdad que ella también tiene gran atractivo y eso la ayuda a moverse en un medio más sofisticado que el suyo -hija de inmigrantes rusos- pero no usa a nadie para lograr sus aspiraciones. Tinker cae en la tentación de “dejarse seducir”, una decisión que le resta integridad e independencia.

Cuando Kate se entera de manera casual de la relación entre Anne Grandyn–su amante y protectora- y Tinker, pierde interés en él, se siente traicionada porque él no ha callado la verdad. 

Anne, por el contrario, no comparte el sueño americano. Por nacimiento recibió derechos gracias a su dinero. No necesita ascender, ni recolocarse, hace lo que le da la gana porque cree que todo se lo puede permitir, que todo lo puede comprar. En Anne no hay una búsqueda hacia adelante, característica propia del mito del sueño americano: el esfuerzo promete recompensa; ella sólo desea satisfacer sus deseos. Lo demás lo tiene ganado por ser quien es. La dinámica es otra. Sus necesidades también. Por eso mismo intenta incluso comprar a Kate, para no perder a Tinker. Una vez más, cree que al extender un billete va a conseguir lo que quiere. Anne no sabe lo que es la dignidad. Sólo valora el poder del dólar.

LA ARISTOCRACIA DEL DINERO

Desde que conocieron a Tinker Grey, Kate Kontent y Eve Ross se deslumbran con el personaje y el grupo social al cual, gracias a él, tienen acceso. De pronto las puertas de los departamentos de lujo se abren para ellas, conocen los restaurantes caros, se desplazan en coche con chófer, en fin, una vida totalmente distinta a la que tenían en la residencia. Luego del accidente, Eve vivirá en la casa de Tinker –ellas no saben que está pagada por Anne- en un barrio exclusivo, con portero en la puerta, y poco a poco, Eve cae en el juego: atormentado por la culpa, él la trata como a una princesa, ella acepta los mimos. Cambia su vestuario y cuando se recupera lo acompaña a las cenas, se introduce en el círculo de su amigo en donde brillará con luz propia. Su natural desparpajo y su energía vital serán las llaves de su éxito. Kate, prudente, se repliega, le cede a su amiga el trofeo, lo merece después del accidente sufrido. 

Sin embargo Kate se recompone, por amistades del trabajo conoce a gente de la aristocracia neoyorquina con quienes se relaciona como si fuera parte de ese grupo: su cultura, su elegancia natural, y suponemos que su belleza, le permiten relacionarse con los egresados de las mejores universidades, asistir a sus fiestas, conocer a Wallace, en fin, encontrar un mundo interesante y divertido. Avanza sola, apoyada en sus propios recursos, pero sin codicia. Kate no busca el ascenso social, busca, más bien, un nivel cultural en donde se sienta cómoda. Tanto que termina casada con alguien de ese entorno, formando una pareja sólida. 

Me parece interesante cómo Towles lanza a sus personajes en el Nueva York de finales de los 30´s y los deja moverse con libertad, según sus propias demandas: Eve agota su dosis de comodidad con Tinker y decide partir a Los Ángeles, en busca de otras experiencias. Sin Eve en el horizonte, Tinker regresa al lado de Kate, pero cuando ella descubre su trato con Anne, lo abandona. Tinker, avergonzado, se propone recomenzar su vida en los muelles de N.Y., lejos de todo aquello que lo deslumbró. 

ESTRUCTURA

La novela comienza con un prólogo escrito en primera persona, la narradora es Kate quien acude con su marido a una exposición de fotografías. Estamos en el año 1966, ese es el presente de la novela: ella, felizmente casada con Val, se asombra de ver entre los retratos de Walker Evans, dos fotografías de su amigo Tinker Grey: en una aparece con aspecto exitoso, en la otra, posterior, como un indigente. Las tomas eran del año 38, la primera, y del 39, la segunda. Las imágenes causan una tormenta en los recuerdos de Kate y de ahí surge el relato de ese año, siempre desde su punto de vista. Kate cuenta lo que vivió, su mirada es determinante y un acierto de Towles, porque ella es el personaje más atractivo e inteligente de los tres.

El prólogo es un buen inicio: crea expectativas al mismo tiempo que presenta a los dos personajes más importantes. También dibuja el escenario en donde transcurre la historia: un Nueva York culto, elitista centro de una América potente que se sentía dueña del mundo:

“En los años cincuenta, Norteamérica había agarrado el mundo por los talones y lo había vuelto del revés para zarandearlo y sacarle toda la calderilla de los bolsillos. Europa había pasado a ser un primo pobre: todo blasones pero sin una triste cubertería. Y los indistinguibles países de África, Asia y América del Sur habían empezado entonces a escurrirse por las paredes de nuestras aulas cual salamandras al sol. Los comunistas estaban por ahí, en alguna parte, desde luego, pero con Joe McCarthy en la tumba y la Luna aún por pisar, de momento los rusos se limitaban a ocultarse entre las páginas de las novelas de espías.” (pág. 11-2).

Normas de cortesía tiene cuatro partes: Invierno, Primavera, Verano y Otoño, cada una de ellas con varios capítulos. Las estaciones son una metáfora de la vida de los personajes en aquel año. 

Al final de cada parte tenemos un capítulo en letra cursiva, la narración aquí se centra en un personaje que es siempre Tinker y aparece un narrador distinto que usa la tercera persona e introduce una perspectiva distinta a la de Kate, una visión complementaria. Al final del Invierno se ocupa del accidente de Tinker y la hospitalización de Eve, remarcando el sentido de culpabilidad de él como conductor. Cuando termina la Primavera, el narrador se centra en la vida de lujo que llevan Tinker y Eve en un viaje a Europa. Luego del Verano, vemos la mala relación entre Tinker y su hermano Frank; este le reprocha el dinero que Tinker le ofrece, cuestionando su procedencia. Y al final del Otoño, tenemos a Tinker trabajando en los muelles, alejado del glamour, una tarea diametralmente opuesta a su vida de financiero exitoso en Manhattan. 

Son cuatro imágenes potentes de la vida de Tinker, una suerte de resumen.

EN LO FORMAL

Un elemento importante en el texto es el manual Normas de cortesía escrito por George Washington, libro que recibió de las manos de su madre, y que para él será su biblia. En esas normas, él, que no había asistido una universidad de primer nivel, encuentra las pautas para hacer las cosas bien en búsqueda de una armonía social que le permita integrarse. De ahí el título. La literatura está muy presente n esta novela, Kate lee mucho, conoce a los autores rusos, en casa de Tinker hay una buena oferta de libros, Kate trabaja en editoriales y sus amigos son gente cultivada: recitan poesía clásica, conocen autores célebres, se habla de pintura y artistas como Stuart Davies, Cézanne y Walker Evans; en fin, tienen todos los elementos propios de la clase culta.

Hay grandes aciertos narrativos: el ritmo fluye, las frases son limpias, sin mucho adorno, pero en su claridad y limpieza encontramos cierta poesía. Algunas merecen citarlas. Ponemos un par de ejemplos:

“Al otro lado de la calle, una única nube estaba suspendida como un dirigible encima de una caja de ahorro y préstamo.” (pág. 295).

“Parte de la alegría que emanaba de él guardaba relación con esa capacidad suya de pasar con un revoloteo de un momento al siguiente y de un tema a otro igual que un gorrión en un huracán de migajas.” (pág. 346).

EL MUNDO NORTEAMERICANO

La historia no se detiene en personajes de la clase obrera –la gran mayoría del mundo norteamericano-  su foco está situado en la vida de los ricos: Tinker, Eve y Karen ansían moverse en ese nivel, les atrae el brillo de una casta. No sabemos mucho de los padres de ellos, sólo que en el caso de Tinker se arruinaron, y en el caso de Karen no salieron de su mundo de inmigrantes. Los de Eve, poseen holgura económica, pero son gente de provincia, en N.Y había una división social rígida:

“Siempre se distingue a una muchacha rica de Nueva York de una pobre, del mismo modo que se distingue a una muchacha rica de Boston de una pobre. Después de todo, para eso están los acentos y los modales. Pero para el neoyorquino de cuna, todas las chicas del Medio Oeste tenían el mismo aspecto y la misma manera de hablar. Las muchachas crecían en casas diferentes e iban a escuelas diferentes según la clase social a que pertenecían, claro, pero tenían en común la suficiente humildad característica del Medio Oeste como para que las gradaciones de riqueza y privilegio nos resultaran difusas. O tal vez sus diferencias (fácilmente reconocibles en Des Moines) se vieran empequeñecidas por la magnitud de nuestros estratos socio económicos, esa formación glacial de un millar de capas que abarca desde un cubo de basura en el Bowery hasta un ático en el paraíso. De una manera u otra, a nuestros ojos todas parecían palurdas: sin tacha, ingenuas y temerosas de Dios , aunque no exactamente libres de pecado”. (pág. 24-5).

Por eso quizá el éxito de Kate al plantear en su revista una entrevista no a los famosos, sino a los porteros de los edificios. Una mirada distinta, que ponga el énfasis de aquellos que llevan una vida austera y humilde, pero en contacto directo con los privilegiados. Sorprende la única escena en dónde Kate se encuentra con un compañero de colegio, ella prefiere ignorarlo, el chico estaba quizá un poco bebido, pero la intención de la joven es muy clara: no quiero asomarme a ese ambiente que ya he dejado.

Hay varios elementos que caracterizan ese mundo neoyorquino: la presencia del jazz, los personajes siempre con una copa en mano o a punto de servírsela, el gusto por la moda, el refinamiento de las costumbres, en fin, una serie de elementos que parecen propios de una clase social. Amor Towles recrea ese mundo con lujo de detalle y con mucha elegancia. No recarga las descripciones, y no pierde de vista la belleza. 

Otro acierto del novelista americano, es la recreación de ambientes. El escritor norteamericano es un gran creador de atmósfera, en cada escena uno llega a sentirse en el lugar en que transcurre, sea este la galería de arte, la calle, los garitos de jazz, el Club 21, el humilde piso de Kate o el sofisticado departamento de Tinker, la elegante suite de Anne, el popular tren urbano, el restaurante chino, las casas de los ricos, la Catedral Saint Patrick, el cuartucho de Hank, o los muelles del río. En cada caso, uno percibe hasta el aire que se respira. Pondré unos cuantos ejemplos de estas descripciones: El Chernoff´s, el piso de Kate y la suite de Anne Grandyn:

“Justo al otro lado de unos calderos hirvientes llenos de coles, un estrecho tramo de escalera conducía hasta un sótano donde había una cámara frigorífica de grandes dimensiones. Habían tirado tantas veces del asa de latón de la gruesa puerta de roble que aquélla había adquirido un tono dorado suave y luminiscente, como el pie de un santo en la puerta de una catedral. Eve tiró del asa y nos abrimos paso entre serrín y bloques de hielo. Al fondo, una puerta falsa se abría a un club nocturno en el que había una barra de tono cobrizo y taburetes de cuero rojo.” (pág. 46).

“Mi nuevo apartamento era un estudio en un edificio de seis plantas sin ascensor en la calle Once, entre las avenidas Primera y Segunda. Tenía vistas a un angosto patio en donde los tendederos corrían por medio de poleas desde un alféizar a otro. Pese a la época del año, sábanas grises flotaban a la altura de la quinta planta sobre el suelo helado, cual fantasmas apagados y sin imaginación.” (pág. 79).

“Me encontré en un vestíbulo de una suite iluminada por un sol radiante. A un lado de la sala de estar había una puerta cerrada que, era de suponer, daría a un dormitorio. En primer término, un sofá amarillo y azul y dos butacas rodeaban una mesita de cóctel logrando un eficaz equilibrio entre estilos masculino y femenino. Más allá, había una mesita de patas talladas, con un jarrón de azucenas en un extremo y una lámpara con pantalla negra en el otro. Empezaba a sospechar que el gusto impecable del apartamento de Tinker se debía a Anne. Poseía precisamente esa combinación de estilo y confianza en uno mismo que hace falta para introducir el diseño moderno en la alta sociedad.” (pág. 155-6).

EL ESCENARIO

Towles sitúa su historia en un país que venía recuperándose de la crisis del 29. La vida, en la ciudad de Nueva York, estaba llena de sorpresas, la prohibición de beber y comerciar con alcohol había terminado en 1933, ley que estuvo vigente durante 13 largos años. El gusto por el jazz -a pesar de que la mayoría de músicos eran de raza negra y el segregacionismo seguía vigente en muchos niveles- impregnaba la vida nocturna. Las mujeres se movían con mayor libertad que en los países europeos, Kate y Eve trabajan, incluso Anne Grandyn se ocupa de sus inversiones, viven en un país pujante, joven, poderoso. Y Nueva York es su centro, sin ser la capital, es la gran metrópoli, centro del mundo financiero. Estamos casi una década después de Manhattan Transfer, novela de John Dos Pasos, publicada en 1925, en donde Nueva York es un lugar difícil, empobrecido, luchando por convertirse en una ciudad más amable, menos dura para su gente. Los personajes de Normas de cortesía, si bien es cierto que se mueven en las altas esferas, se creen los dueños del mundo. Tienen acceso a todo, se saben sanos, fuertes y modernos. La guerra, unos años después terminará con esa visión, pero aún así Wallace se va a luchar en la guerra civil española, un conflicto lejano para él que quizá refleja cierta melancolía, cierta desazón por tenerlo todo tan fácil. ¿El sueño americano al revés?

Sorprende la fijación por las universidades más elitistas, la importancia de los colegios privados, el deseo de meterse bajo el paraguas de aquellos símbolos que son imprescindibles para la élite: el Club 21, las casas de campo, los yates, los chóferes, las vitrinas de Bergdorf´s. Se está o no se está dentro, sin embargo Kate parece relajada en ese aspecto, sabe y valora de donde viene, hace lo que le gusta, no se desvive por conseguir lo que le da status, llega casi sin buscarlo. Sin embargo se enterará, al final de la novela, que fue Anne Grandyn quien le consiguió su puesto de trabajo, que luego ella triunfe por sus propios medios, es otro tema, pero la cercanía con esa gente le abrió puertas. Eso confirma, de alguna manera, el hermetismo de una clase social que reparte sus privilegios entre aquellos que elige. 

La característica más notable de esta novela es la elegancia: en la manera de decir las cosas, en el uso del lenguaje, en las imágenes que introduce, en los diálogos. Todo se dice como si hubiera un filtro establecido de antemano, nada de vulgaridad: es el filtro de Kate, la narradora, ella que cede a Eve el chico que le gustaba, ella que sufre la muerte de Wallace con dignidad, ella que renuncia a Tinker por su falta de integridad, sí, es ella quien marca el ton de este relato. 

Los textos han sido tomados de la edición de Salamandra, excelente traducción de Eduardo Iriarte Goñi.