El crepúsculo del mundo

Werner Herzog

Este título original, recoge la epopeya del militar japonés que se internó en la selva de Filipinas con la orden de mantener una guerra de guerrillas y, aislado del mundo, no se enteró de la derrota japonesa en el año 45. Hiroo Onoda, siguió combatiendo durante 29 años, sordo a cualquier mensaje que lo desviara de su misión. Werner Herzog, (Munich 1942) conocido cineasta alemán, elige la literatura para esta empresa. Cuenta Herzog al inicio de su relato, que estando en Japón para dirigir una Ópera en 1997, le ofrecieron como algo muy especial, una entrevista con el Emperador. Él decidió que no se sentiría cómodo en esa situación no buscada, y al no aceptar, le preguntaron con quién quisiera entrevistarse en Japón. Onoda, fue, sin duda, la respuesta. La novela se centra en la lucha del esforzado militar en Filipinas y su largo aprendizaje. El intercambio entre ambos fue productivo y se deduce, que los dos personajes, cineasta y soldado, se sintieron identificados en muchas cosas: la pasión que los define, la lealtad a una causa o idea, la fuerza y el empeño para conseguir sus objetivos.

Después de esa introducción, Herzog estructura su novela en varios capítulos cortos, que se centran en momentos significativos de esos 29 años transcurridos en la selva en una pequeña isla filipina, Lubang: allí se encontraba Onoda cuando se retiró el ejército Imperial. Su jefe le encarga que mantenga una guerra de guerrilla para darle tiempo al ejército japonés a recuperarse y volver a tomar la isla, punto estratégico por su cercanía a Manila. 

El primer capítulo es misterioso: aparece la selva como escenario y personaje, poderosa y destructiva, y de pronto el narrador (Herzog) intuye, imagina, dibuja, a Hiroo Onoda saliendo de su escondite después de haber visto pasar delante suyo a un grupo de aldeanos. Consciente de su propuesta narrativa, el narrador precisa, al recrear la escena con los aldeanos, su vinculación con el personaje y su entrega: (los subrayados son míos): 

“Luego ocurre esto, como si yo mismo estuviera allí. Un murmullo de voces confusas a lo lejos; gritos alegres que se van acercando…” 

Pero luego, añade, y se corrige:

“No es más que un camino. Y entonces, en el margen derecho, justo enfrente de mí, algunas de las hojas podridas del suelo se mueven. ¿Qué ha sido eso? Un momento de quietud. Después, parte de la pared de hojas comienza a moverse delante de mí, más o menos a la altura de mis ojos. Lenta, muy lentamente, las hojas adoptan forma humana. ¿Será un fantasma? Eso que he estado viendo todo el rato, aunque no lo haya reconocido a pesar de tenerlo justo delante de las narices, es un soldado japonés. Hiroo Onoda. No lo habría visto…” (pág. 16-17).

La mutación de un narrador que imagina una escena “como si yo mismo estuviera ahí”, al narrador identificado completamente con el autor que en primera persona confiesa ser testigo presente de lo que sucedió, este es un paso adelante en cuanto a la simbiosis con su personaje : “justo en frente de mí, algunas de las hojas podridas del suelo se mueven.”

Señalo esto porque me parece valioso. Herzog nos da algunos elementos de la creación de su mundo narrativo: cuando el narrador imagina la salida del soldado de su escondite, anota: “No es más que un camino”. Luego, cuando se involucra y se mimetizan narrador y autor, añade: “El camino embarrado sigue delante de mí, pero ahora es nuevo, diferente y, al mismo tiempo, igual, aunque lleno de misterios. ¿Ha sido un sueño? Un poco más abajo, el camino se ensancha…”  

El camino se ensancha cuando comienza a recrear la vida del soldado en tercera persona, el foco cambia, el punto de vista también, desaparece el yo/narrador involucrado con el personaje a quien conoció ya fuera de la selva y cederá el paso, en el segundo capítulo, a un narrador omnisciente que reconstruye la historia: en efecto, la ficción despliega sus alas, por eso el camino se ensancha, movimiento de apertura para lanzarse a reconstruir libremente esos 29 años que Onoda vivió alejado del mundo: ese es el cuerpo de su relato.

El 2º. Capítulo, narra la escena del día que el joven Susuki encuentra a Onoda en “su” isla. La fecha es de un día después que la del capítulo anterior, un guiño de Herzog: el narrador sugiere que él vio a Onoda in situ un día antes que Susuki. 

Y en el último capítulo, personaje y Herzog ya en Japón, la voz narrativa retoma la primera persona. La subjetividad del análisis final que hace el narrador en base al diálogo con Hiroo Onoda, es una manera de homenajearlo. 

SELVA Y DELIRIO

Hay dos temas que son los pilares del texto: la jungla como escenario y el delirio del soldado como motor de su vida clandestina. La combinación de ambos elementos crea una atmósfera de guerra: la humedad, la lluvia, la vegetación agresiva, reflejan el combate que emprende Onoma. Por un lado las dificultades ambientales implican una lucha para sobrevivir: los prismáticos estropeados por el exceso de humedad, el uniforme destrozado por el paso del tiempo y el clima, la falta de alimento que resta fuerzas; todo ello representa una suerte de conjunto que ataca a los soldados. Y ellos, a pesar de la selva, siguen disparando al enemigo imaginario porque intentan vencerlo para cumplir las órdenes recibidas. No aceptan que la guerra se haya terminado, la idea de un Japón rendido es inmanejable, por eso me refiero al delirio de Onoda: rechaza la realidad y construye su propio guión de hombre aguerrido, valiente y leal. La pesadilla resulta indispensable para seguir en su lucha, la paz no entra dentro de sus planes. Jamás combate sin pensar en la victoria, combate para ganar, para que el Imperio sobreviva. 

La selva tiene una presencia notable. Encuentro belleza en su vigor, en su fuerza, en su laberinto. La mayoría de capítulos comienzan con una descripción del paisaje selvático, y si no aparece al principio, aparecerá después, pero siempre se menciona como si fuera un actor determinante. A veces cómplice, cuando los defiende de las balas, otras veces como otro posible enemigo. La selva es ambivalente, nunca es apacible, ni risueña, ni pacífica. Está llena de misterio, de oscuridad, de peligro. Es, pues, el paisaje ideal para el desvarío:

“En el borde de la selva hay un depósito de munición de chapa ondulada, provisional,  como si lo hubieran construido a toda prisa unos soldados en plena fuga. El viento sopla con virulencia. Aquí nacen las laderas de las colinas, densamente cubiertas por el bosque humeante. Los soldados japoneses saltan del camión y abren la ancha puerta que consiste tan solo en un marco de madera con dos batientes de chapa oxidada. Bombas y granadas se amontonan en la penumbra. Una furiosa ráfaga de viento arranca la puerta de la mano de un soldado y la proyecta contra la choza con tanta fuerza que se rompe en mil pedazos. Una única hoja de chapa ondulada queda colgando del marco, suelta. La tormenta la hace cantar, “ (pág. 44).
“El tiempo, la selva. La selva no reconoce el tiempo, como si apenas tuvieran nada que ver el uno con el otro, como dos hermanos que se han distanciado y solo se comunican con palabras desdeñosas. Los días siguen a las noches pero, en realidad, no hay estaciones; la mayoría de los meses llueve mucho y, los demás, llueve menos. Como una constante eterna y atemporal, todo en la selva estrangula el resto de las cosas para captar la luz del sol, y las noches oscuras que se alternan con los días apenas alteran el presente abrumador e implacable de la jungla. Canto de pájaros y el chirrido de las cigarras, como si un gran tren hubiera activado los frenos de emergencia y se deslizara durante horas por las vías sin detenerse. Luego, como instruidas por un director misterioso, enmudecen de repente, todas a la vez…” (pág. 61-2).
“Los dos hombres necesitan cada vez más tiempo para reparar su equipo. El clima húmedo lo devora todo, todo se pudre, todo se descompones. En una semana sin peligros a la vista, deciden hacer la colada. Entonces empieza a llover y guardan la ropa medio seca en una bolsa de plástico que han encontrado en una aldea. Al día siguiente sigue lloviendo, y al otro, cuando finalmente deja de llover y sale el sol, encuentran la bolsa de plástico abultada, como un globo a punto de estallar. Todo es blanco por dentro y está lleno de finos hilos, como si un algodón de azúcar hubiera reventado en el interior de la bolsa. Pero en realidad, es el moho, que se ha expandido.” (pág. 152-3).

En sus películas, Herzog siempre resalta la presencia del paisaje. Y éste suele ser, generalmente, de naturaleza agresiva. Los hombres no se someten a ella, luchan contra ella para conseguir sus objetivos. Y al mismo tiempo, sus personajes también tienen -en las películas suyas que conozco, que no son todas- la locura y la pasión como bandera. Así como no podemos imaginar a Onoda en Tokyo, ni en otro entorno urbano, tampoco sería posible esta novela con soldados como aquellos que sí abandonan, se retiran o claudican. Esa mezcla de selva y fanatismo es dinamita pura. Sin embargo, encuentro una variable importante: es dinamita ZEN. No hay la crueldad, ni la barbarie de muchos documentales o películas de Herzog, ni siquiera angustia, temor o, miedo, la rabia no existe, la ira de Aguirre es ajena a este entorno. En El crepúsculo del mundo detectamos una pasión con mucha cabeza, algo que me atrevo a calificar como un espíritu japonés: fruto de la concentración, el esfuerzo y la dedicación a una causa. En estas páginas hay cierta dosis de mística oriental, elegancia también, y un toque de buen gusto. Poca sangre, poco dolor, el sufrimiento es aprendizaje y riqueza, siendo que el tema del relato es la guerra, creo que es una propuesta original. 

HIROO ONODA

Qué gran personaje encontró Herzog para su relato. Todo en él es sorprendente: su valor, su fortaleza, su convencimiento del deber. Además, tiene muchas otras cualidades que lo adornan: es benevolente con los soldados que se unen a su lucha: los respeta, les exige igual que se exige a sí mismo, tiene detalles con ellos, se comporta como un buen padre, como un amigo. Lo único cuestionable, en su caso, serían las muertes que produce su empecinamiento, pero no hay que olvidar su punto de vista: están en guerra, y él tiene un mandato superior que implica reducir al enemigo para defender a su Patria. 

Sorprende también, su dedicación a su aspecto personal: remienda una y otra vez su uniforme, cuida y engrasa periódicamente su espada, economiza y cuida las municiones, mantiene intocable la idea del deber y la responsabilidad. En estas circunstancias, eso lo convierte en un héroe. Aquí no funciona el tema del desgaste, tampoco el abandono “ya que nadie nos ayuda, ni nos protege”. Onoda está por encima del comportamiento humano típico, parece inmune a la desesperación, al hastío, a la debilidad. Y no se ufana por ello, lo hace por convicción:

“Meses después: otra vez el mismo lugar, la misma pequeña tropa, vigilando inmóvil la llanura que se extiende bajo el mirador. Onoda y sus tres soldados han cambiado, se camuflan mejor, tienen el pelo desgreñado y se han embadurnado la ropa, el matetial y las botas con barro para ocultarse. Se han convertido en parte de la jungla. Onoda le indica a Akatsu que recoja agua de un pequeño arroyo justo debajo de su posesión y, mientras está demasiado lejos para oírlos, sus tres compañeros discuten qué hacer con él. Shimada está indeciso, pero Kozuka es partidario de abandonarlo. En el fondo, todos quieren librarse de él, pues cuatro hombres con una carga permanente son más débiles que tres. Pero Onoda tiene otra opinión. Aunque Akatsu sea una carga, sigue siendo un soldado como los demás.
-¿Tú me abandonarías si enfermara? –le pregunta a Kozuka, quien se apresura a asegurarle que él, a su teniente, lo llevaría a cuestas si fuera necesario.” (pág. 82-3).
“Onoda está remendando sus pantalones con una tela confiscada que, por lo menos, es de un color parecido al de su uniforme. Kozuka está tejiendo una nueva red de ratán para sujetar a la parte superior de su mochila.
-¿Por qué necesita remendar el uniforme con un parche del mismo color, teniente? –pregunta-. ¿Por qué le importa tanto el aspecto?
-¿Qué somos, soldados o vagabundos? –replica Onoda, enojado.” (pág. 153).

Revisando luego, la biografía de Hiroo Onoda, realmente el hombre siguió viviendo de acuerdo a ese mismo perfil, datos que confirma la novela: desilusionado con el cambio de la cultura japonesa después de la guerra, se muda a Brasil dónde vivía su único hermano y se dedica a la ganadería. Al mismo tiempo creó en Japón varias “Escuela de Naturaleza Onoda” que ofrecen ayuda a los jóvenes y cuando regresó de visita a la isla Lubang, donó 10,000 dólares para la escuela local. Todos estos datos, extra literarios, coinciden con el espíritu del personaje creado por el escritor alemán: solidario, responsable, entregado. 

A Onoda se suman en este orden tres soldados japoneses: Shimada, Kozuka y Akatzu. Todos lo siguen como líder incuestionable. Sin embargo, es el único que sobrevive durante los 29 años de escaramuzas. La pregunta aparece: ¿era él más listo, inteligente, audaz o heroico? En realidad, parece que fue sólo suerte, ya que de los otros tres, Akatzu se rinde al ejército filipino, y Shimada y Kozuka caen en combate por tiros enemigos. Pudo pasarle a Onoda igual, ¿o se protegió mejor, fue mérito suyo? Casualidad parece ser la respuesta, pero el dato contribuye a la creación de este enigmático personaje porque esto sí se ajusta a la vida real. Cuando el estudiante Susuki, que lo buscaba, lo encuentra el año 1974 agazapado en la selva, Onoda era el único que estaba vivo y en la lucha.

Herzog se encarga de señalar el paso del tiempo con menciones a la guerra de Vietnam, la guerra de Corea, el alumbrado eléctrico en las aldeas filipinas, los aviones modernos, la radio sin tubos, etc. Todos estos objetos son percibidos por Onoda con sorpresa e interés: las dos guerras de Vietnam y Corea, las confunde con la prolongación de la Segunda Guerra Mundial. Pero en los otros casos, él intenta comprender cómo se han podido obtener estas mejoras, piensa y se proyecta como si fuera un ingeniero. Su mente no deja nunca de trabajar. Ese será su motor, está atento a todo, busca los porqués, analiza y piensa en soluciones. No olvidemos esta faceta del personaje, en eso se diferencia de los otros tres colegas suyos. Y por supuesto, su natural liderazgo. Recuerdo que cuando le cede a Kozuka un día el puesto de jefe, Kozuka no es capaz de asumirlo, no ejerce. 

REFLEXIONES

Werner Herzog aprovecha la historia para hacer algunas reflexiones, pocas, pero interesantes. Creo que son acertados esos párrafos, se integran bien y dan hondura al texto. Además, aportan un toque de poesía.

Onoda no es un personaje con un mundo interior que fluya hacia afuera, es un hombre reservado, casi hermético. Por eso mismo, señalamos que estas reflexiones son del narrador, no del protagonista, aunque intuyo que ambos comparten el mismo punto de vista. Lo creo porque se percibe la complicidad . Algunos ejemplos:

“A partir de aquí algo empieza de forma casual, como si un nuevo compañero se hubiera juntado discretamente con ellos, un hermano natural del sueño que comparte con él todos sus rasgos: un tiempo amorfo del sonambulismo, aunque todo el presente –la jungla, el barro, las sanguijuelas, los mosquitos, los chillidos de los pájaros, la sed, el picor de piel- sea real, directo, tangible, escalofriante e irrefutable. El sueño tiene un tiempo propio que transcurre con rapidez hacia delante o hacia atrás, vacila, se para, contiene el aliento, salta bruscamente como un animal desprevenido que se asusta al verte. Un pájaro nocturno grita y ha pasado un año entero. Una gota sobre la hoja cérea de un platanero capta un efímero rayo de sol y ha pasado un año. Un camino de millones y millones de hormigas aparece de la noche a la mañana, surgido de la nada, y se arrastra entre los árboles sin que nadie sepa dónde empieza y dónde acaba: la procesión desfila imperturbable durante días y luego desaparece con la misma brusquedad y misterio, y ha pasado un año más.” (pág. 88).
“Después de visitar el santuario conversamos en un parque hasta bien entrada la noche. Era sonámbulo entonces o estaba soñando el hoy, el ahora? Esa pregunta lo asaltaba a menudo en Lubang. No tenía ninguna prueba de que cuando estaba despierto estuviera realmente despierto ni tampoco tenía pruebas de que, cuando estaba soñando, lo estuviera haciendo de verdad. El crepúsculo del mundo. Las hormigas, cuando se detienen por algún motivo inexplicable, mueven las antenas. Tienen sueños proféticos. Las cigarras gritan al universo. En los horrores de la noche hubo un caballo de ojos brillantes que fumaba puros. Un santo dejó una huella profunda en la roca sobre la que dormía. Los elefantes, por la noche, sueñan de pie. Los sueños febriles empujan las rocas de la noche que suben rodando las montañas que hierven de ira. La selva se arquea y estira como las orugas que caminan cuesta arriba y cuesta abajo. La garza, acorralada, solo ataca a los ojos de sus perseguidores. Un cocodrilo se comió a una noble damisela. Los muertos pueden ser enterrados de pie, de espaldas al sol. Tres montan a caballo, la silla está vacía. La red del durmiente captura peces. Quien camina de espaldas también podría hablar al revés. Onoda al revés es Adono. El corazón de los colibríes late mil doscientas veces por minuto. Los indios silenciosos de Mato Grosso do Sul creen que los colibríes viven dos vidas simultáneas. Onoda solo se siente seguro dentro del ganado, en Mato Grosso. Su corazón late con sus corazones, su aliento respira con ellos. Entonces sabe que el lugar donde se encuentra es el lugar donde está. La noche ha terminado y los bancos de peces no saben nada.” (pág. 180-1).

Es el párrafo final, que se refiere al encuentro entre su protagonista y él, en donde resume la experiencia vital de su personaje, recoge la subjetividad que Onoda transmite, su experiencia vital le concede una sabiduría intuitiva y un contacto íntimo con el mundo que lo rodea, su mente se mantiene en contacto con la naturaleza. En la mente todo es posible, todo se trastoca, imperan otras leyes. Creo que es un cierre magistral. La historia del encuentro entre ambos marca ese tono casi surrealista. Herzog sintoniza también con el Onoda “refugiado” en el campo brasilero. El mundo puede ser apreciado con muchos lentes. 

Los textos han sido tomados de la Edición de Blakie Books. Traducción de Marina Bornas.