Las hijas de otros hombres

Richard Stein

Sugerente título para una atractiva novela publicada en 1973, gracias a la edición de Siruela los lectores de habla hispana contamos hoy con una excelente traducción de Laura Salas. Richard Stern (Nueva York 1928- Georgia 2013) demuestra una habilidad muy particular para desmenuzar los sentimientos de sus personajes, con un tacto y un respeto dignos de una gran sensibilidad. El escritor utiliza un escalpelo en lugar de una pluma, y se introduce en el corazón de una pareja cuarentona cuyo matrimonio se desmorona ante la sorpresa de ellos mismos. A Stern no le interesa lo anecdótico, lo que fija su atención es cómo el marido “culpable” vive el proceso desde dentro, cómo asume las consecuencias de sus decisiones y el peso de la responsabilidad que implica una ruptura en la vida de sus hijos. Sin caer en el sentimentalismo, ni sumergirse en el pozo de la culpa, resulta interesante compartir el recorrido emocional del Dr. Robert Merriwether: primero el desgarro interior y luego la apuesta por el amor como una alternativa inevitable pero deseada. 

La novela está estructurada en 4 partes. Cada una de ellas responde a un momento crucial en la historia del profesor de fisiología en Harvard, quien sin buscarlo, sin ni siquiera haber pensado en la posibilidad de tener una aventura, se encuentra envuelto en un romance con una chica casi de la edad de su hijo mayor. Comencemos desde el principio. 

PRIMERA PARTE

La escena que inicia el relato describe la casa del profesor, una herencia de familia, símbolo del peso de los lazos familiares y la importancia del pasado. El protagonista es un hombre con afectos estables, los referentes emocionales lo arropan, le ofrecen seguridad. La idea de pertenencia lo define, no digo la idea de clase, porque ese no es el criterio, se trata más bien de reconocer y valorar los vínculos que lo hacen distinto a los otros, aquellos datos que le dan una identidad propia, irrenunciable. ¿Qué hay en esa casa, además del edificio antiguo? Un mundo de privilegios: buenas lecturas, el placer del buen vino y la buena mesa, compañía agradable y atenta, comunicación fluida con los hijos. Robert es un padre presente, él es el eje de su mundo:

“El doctor Merriwether siente allí una seguridad ancestral. Se está bebiendo un chablis del estado de Nueva York mientras lee Cimbelino, obra esta que no había vuelto a abrir desde una asignatura de la carrera sobre Shakespeare, unos veinticinco años atrás. El lenguaje complicado y mágico, junto con el vino suave, enriquece la calma. El salón, los chisporroteos del fuego, los minúsculos tintineos que llegan de la cocina al preparar la cena, y la belleza y seriedad momentánea de sus hijos diluyen la ansiedad que lleva meses atenazándolo. La obra es una tremenda mezcla de extrañeza, precisión, contundencia y circunspección. Trata de la piedra angular de la ética: “La realización de uno mismo pasa por la abnegación”. “Quien falta a la costumbre falta a todo”, se lee. “Pero es cierto?”, se pregunta Merriwether. Ese salón más lleno de costumbre que de vida, contiene como un espécimen de microscopio, su propia falta.” (pág. 12).

Desde el principio del relato se plantea el conflicto entre el orden familiar y el peligro de la pasión y sus consecuencias en la estructura familiar. El profesor conoce cuales son las reacciones físicas del enamorado, lo que ignora es lo que debe hacer en estas circunstancias que han puesto su vida de cabeza. Lo primero que surge es la reflexión sobre su vida matrimonial: en algún momento las diferencias los fueron alejando, ella se atrincheró en una esquina llena de rencor, él no supo como lidiar con el cambio:

“¿Cuánto tardaron en darse cuenta ambos de que no solo no lo seguía sino de que se aburría como una ostra? Sarah abrió una puerta en su interior de la que salió una señoritinga muy dura. La señoritinga dijo: “Hasta aquí hemos llegado. No soy un felpudo. Y tú no eres Einstein. Venus con armadura. Una nueva Sarah que corregía a todo el mundo, que le daba la charla a todo el mundo.” (pág. 14).

Merriwether reclama vida sexual, Sarah se niega:

“-Estoy en vertical porque tú no me quieres de ninguna otra manera.
Sus ojos negros arden en el rostro pálido. Enfadada se la ve menos regordeta, casi como el camafeo blanco que le había parecido tan hermoso.
-No soy una puta legal.
Cuando volvió de pasar el verano en Francia, se lo contó: -Pues claro que hay otra persona, Sarah. No soy un cactus. No aguantaba más sin relaciones íntimas. No me quedaba otra.” (pág. 15).

Descontextualizados los párrafos, parece un relato sin interés, el desgaste de un matrimonio después de 22 años, un hecho bastante común, yo diría que incluso vulgar, un dato que no hace una buena historia. Pero el mérito de Stern es convertir ESO en una novela que atrapa. No es fácil señalar cómo lo logra, porque el norteamericano se limita a la narración de lo cotidiano. Quizá esa sea la magia: vidas normales, rutinas sin grandes lujos ni sobresaltos, comodidad pero sin excesos, un adúltero frenado por principios morales pero dispuesto a romper con aquello que lo aleja de la felicidad. Yo sospecho que casi cualquier lector queda rendido ante una prosa correcta, en donde el tiempo y el acontecer está controlado por un narrador en tercera persona, imparcial, ausente, que no juzga ni toma partido. Sin embargo se introduce en el corazón y la cabeza de su protagonista de tal manera, que parece que es él mismo el que se confiesa. Habría que señalar un dato curioso: el punto de vista de esta historia es, casi siempre, el de Robert Merriwether: tanto Sarah -su mujer- como Cynthia -su amante- sus 4 hijos, y sus colegas y amigos, parecen responder a la visión que él tiene de ellos. Como si el narrador supiera exactamente lo que piensa y siente, y elige construir el relato apoyándose en su mirada. Una suerte de transferencia, o entrega total al personaje, elección que será la responsable del tono de la narración: la mesura, la fría elegancia de la prosa, la referencia constante al mundo físico y a la naturaleza, son características del fisiólogo de Harvard, las mismas características que adopta el narrador para elaborar su propio discurso. 

Sorprende la buena disposición de Robert cuando Sarah se vuelve agresiva, éste es un dato que define al personaje, su tolerancia, su capacidad de reflexión, el uso de su cabeza para intentar comprender las reacciones humanas. No es un hombre impetuoso, ni vengativo, es el perfil de un científico que busca siempre el por qué:

“…Un coleccionista de basura mental. Tu vida está hecha a base de restos. No planeas, no tienes perspectiva por ti mismo. Posees la mente de un hombre primitivo… Está clarísimo por qué no eres un científico importante.
Las mujeres, pensó el doctor Merriwether, habían pasado por momentos difíciles, sobre todo las mujeres que crecieron entre los años veinte y los años sesenta; olían una libertad nueva en el aire, veían que las mujeres jóvenes la disfrutaban, y sin embargo sentían que ellas no estaban preparadas. Aún en el plano académico, a las chicas de Nueva Inglaterra como Sarah se las había educado para ser atractivas y soñadoras. Si estaban casi satisfechas, sentían que no deberían estarlo… ser mujer era una desgracia, una desgracia infligida, y quién la infringía sino los hombres, y que hombre en particular sino el marido, o, al menos, el marido al que una ya no quería, es decir, el hombre que ya no las quería.” (pág. 16-7).

Por más alejado que esté de su mujer,  la familia sigue siendo un territorio querido, fruto de muchas satisfacciones. Un espacio especial. Vemos cómo oscila entre los dos extremos cuando después de traer a Cynthia a su casa – su primer acto de trasgresión (Sarah estaba de vacaciones)- a la semana siguiente va a las montañas de Vermont con su familia y unos amigos y disfruta de la compañía de todos, llegando casi a olvidar a su amante. Al regresar, en el buzón de cartas de su oficina, encuentra una postal de Cynthia, entonces otra vez el profesor se derrite. La primera parte de la novela termina con la mudanza de Cynthia a Cambridge, la nueva pareja decide asumir todos los riesgos.

SEGNDA PARTE

Merriwether va a Francia por unas conferencias durante las vacaciones de verano, Cynthia lo acompaña. En algún lugar de la Costa Azul, viven su romance como si fueran dos adultos libres. No es Sarah quien lo frena, son sus hijos: siente una auténtica preocupación por ellos, no quiere que la ruptura de su matrimonio sea un trauma. En realidad, los adora. Creo que Stern consigue transmitir la intensidad de estos afectos, un elemento novedoso en un mundo sajón:

“…Quería besarlos, hablar con ellos. Cuando los echaba tanto de menos, lo entumecía la ansiedad, el sol desprendía luz negra. Ya podía estar terminándose una magnífica sopa de pescado en el mercado del casco antiguo de Niza, o escuchando a un músico ambulante que tocase una pieza desgarradora de Fritz Kreisler; cuando pensaba en George y en Esmé, y luego en Priscilla y Albie, se quedaba petrificado en el sitio.” (pág. 100).

La estadía en Francia aporta información sobre los conflictos entre los investigadores científicos: los celos, la envidia, la vulnerabilidad frente al éxito de otro colega. Ese es el mundo del profesor Merriwether, y da la impresión que dentro de ese mundo, él mantiene un lugar privilegiado. Es capaz de tomar distancia cuando lo necesita, pero al mismo tiempo es un fisiólogo querido, un hombre de paz. Es la misma impresión que causa al padre de Cynthia, quien llega de visita bastante violento por la situación y termina seducido por el profesor y aceptando la relación de su hija con este señor que le dobla la edad.  Es interesante el contrapunto entre los dos norteamericanos: el padre de Cynthia representa al hombre que se ha hecho solo, puro esfuerzo y tenacidad, casi exclusivamente centrado en la tarea de conseguir el éxito: un auténtico producto del sueño americano. Por eso queda deslumbrado por Merriwether, atraído por su clase y educación, por todo aquello que representa la casa heredada de su tía en Cambridge. Me parece interesante el planteamiento de estos dos aspectos tan distintos de la clase media americana. Así lo procesa el padre de Cynthia:

“Había aprendido él solito miles de cosas, había diseñado una casa, construido un coche, aprendido a tocar la flauta y a pilotear un avión y se había formado lo suficiente en procesos comerciales, reproducción animal y geología petrolífera como para realizar inversiones de una perspicacia muy superior a las que habría realizado de haber dejado el asunto en manos de corredores de bolsa. Estaba orgulloso de sus habilidades y de sus métodos, pero también sentía un punto de asombro inocente ante lo que no podía adquirirse, ante aquellas habilidades y aquel conocimiento que uno “respiraba”, con los que uno nacía. La forma de estar de Merriwether, el modo en que las piernas estiradas se cruzaban por encima de las deportivas, la cabeza erguida, la serena falta de dramatismo de su voz, la cortesía y la atención, el candor de la mirada. Quizá nada de todo aquello fuese significativo de verdad alguna sobre aquel hombre, pero sí que expresaba algo que quedaba fuera de su alcance, algo que el señor Ryder encontraba valioso…” (pág. 125).

TERCERA PARTE

 Merriwether regresa a casa después del verano francés y busca conversar en privado con sus hijos. Un periodista que lo entrevistó mencionó la presencia de Cynthia a su lado: el adulterio es ahora un hecho público. 

Sarah está herida. Intenta reparar su vida laboral y volver a comenzar una nueva etapa, pero no puede evitar el resentimiento. El narrador le concede menos espacio que a su marido, la define con unas cuantas pinceladas, es un personaje  en la sombra porque, como ya habíamos dicho, el foco narrativo está centrado en su marido. Sarah se queda sola y a cargo de los hijos, pero lo más doloroso es que se sabe reemplazada, la situación para ella es triste y le genera mucha rabia:

“…Ahora le preocupaba la destrucción. La estaban destruyendo. Aquella vida no podía seguir, no era un felpudo, no era una criada, no tenía intención de limpiarle sus destrozos. Se había acabado.” (pág. 143).

Sin embargo, es Sarah quien decide que tienen que divorciarse. Entonces aparece el aspecto económico de la separación, el aspecto comercial también, y las opiniones de los amigos no hacen más que añadir leña al fuego. Robert y Sarah optan por pactar entre ellos, con serenidad, un divorcio civilizado. Pero lo más duro de este arreglo, será, para Robert, la venta de la casa, porque este hecho significa sacrificar el símbolo de aquello que le daba su esencia. Resulta tan importante para él el espacio físico en donde uno vive, que no acepta el departamento que había elegido Sarah para mudarse con sus hijos. La ayuda a elegir otro mejor. También se toma el tiempo para escribir algunas cartas y participar su divorcio a gente que quiere y respeta, es un hombre delicado y detallista que cultiva las relaciones humanas. Por eso se entiende el enorme apego  por sus hijos. 

Dentro de las muchas conversaciones que tiene con sus colegas y sus hijos, vemos a un científico positivo, bien centrado, un profesional que, producto de sus observaciones, mantiene una fe ciega en el ser humano. Esto me sorprende si consideramos la época, los sesentas fueron años de cambios muy bruscos acompañados de cierto escepticismo respecto a los valores. La juventud intentó destruir el sistema, apostó por la libertad como el principio y el fin de todo. Yo veo a Merriwether con una actitud más serena y reflexiva que la media de su época: 

“Eso habla bien de los ratones, no mal de los humanos. Pero los ratones viven solo en el presente. Los humanos se esfuerzan hasta que la pintura ha quedado bien, hasta que la política económica reduce la inflación, hasta que el tumor desaparece.” (pág. 209).

CUARTA PARTE

Es un final feliz sin el dorado de Hollywood. Acompañado por Cynthia, asiste a unas conferencias, necesita investigar para obtener el material necesario para una nueva publicación. Aparece el auténtico Robert Merriwether, amante de la naturaleza, los deportes al aire libre, la lectura y los estudios, compartiendo, de momento, su vida con Cynthia y disfrutando con las visitas de sus hijos menores: Esmé y George, cada uno una semana a solas con él. ¿Qué pasará después? Nadie lo sabe. La novela termina con la resolución de la crisis matrimonial en la vida de Robert, sin embargo perdemos a Sarah, no tenemos más información sobre ella. El futuro de todos queda suspendido en el aire, creo que es un buen cierre, una final abierto.

CONCLUSIONES

El escenario de esta historia es el mundo universitario elitista norteamericano. En este ambiente, la gente suele ser culta, con cierto sentido de superioridad. Cynthia se integra, pero ella no pertenecía a este mundo. Su belleza, su juventud y su inteligencia serán la llave para introducirse. La cultura de los sesenta se manifiesta en todo: la música, la manera de vestir, los gustos y aficiones, el aparente abandono de las formas. Los campus universitarios en América y Europa fueron la cuna de una revolución cultural, de alguna manera el divorcio de Merriwether es la manifestación de esta tendencia. Sin embargo él no busca el cambio, es Cynthia quien lo seduce y lo lleva de la mano. Ella es más sesentera que él, más libre, ignora responsabilidades que la generación del profesor intentaba asumir, aunque fuera con desgana y de manera aparente. Es ella la clave para que Robert abandone su casa. Mientras él tiene sentimientos de culpa, ella no se siente culpable de nada, consiguió su capricho y está radiante, para ella solo existe el presente. 

Los textos han sido tomados de la edición de Siruela. Traducción de Laura Salas.