Contrapunto

Aldous Huxley

Si tuviera que calificar con una sola palabra la novela de Aldous Huxley (Inglaterra 1894- 1963), utilizaría el adjetivo «inteligente». Y luego, por temor a quedarme corta, añadiría, si me lo permitieran, el adverbio «muy» para indicar cuan inteligente me parece Contrapunto.

Miembro de una familia de científicos (su hermano Andrew fue Premio Nobel de Medicina) e intelectuales reconocidos, Aldous Huxley fue un hombre cultivado con intereses muy variados, incluidos la mística y la filosofía oriental al final de su vida. Por una queratitis que lo dejó parcialmente ciego, renunció a estudiar medicina pero se graduó en Literatura Inglesa en Oxford y consiguió, con esfuerzo y disciplina,  recuperar gradualmente la vista.

Otro elemento importante en su vida fueron los viajes: cualquier pretexto era válido para a recorrer el mundo como una manera natural de aprender y satisfacer su curiosidad natural. Después de cada viaje publicaba un libro en donde recogía sus impresiones y las reflexiones propias de una mente observadora. Vivió algunos años en Italia, otros en Francia y finalmente se exiló en los Estados Unidos, país en el cual desarrolló una importante actividad cultural dando charlas en las mejores universidades americanas.

La obra de Aldous Huxley es voluminosa y abarcó diferentes géneros: novelas, cuentos, ensayos, biografías, poesía y libros de viajes. Sus novelas más conocidas son Contrapunto (1928) y Un mundo feliz (1932). Más comentada esta última que propone una osada utopía del hombre convertido en máquina, pero yo me quedo con Contrapunto. Celebro los párrafos brillantes y me sorprende que, a pesar del tiempo transcurrido, no haya perdido actualidad: la lucidez del autor lo ha convertido en un clásico. Reconozco que es una lectura que exige cierto compromiso y que, por lo tanto, pertenece a un tipo de literatura que no es fácil de recomendar. Por esta razón tiene poca demanda en librerías, al punto que conseguir una edición en español hoy en España, es tarea difícil: sólo se consigue la edición de Edhasa, traducida de manera cuestionable por Lino Novás Castro, en librerías de viejos o como libro de segunda mano por internet.

Personajes

Nos encontramos con un grupo de jóvenes europeos, miembros de una élite intelectual y social. La mayoría de ellos vive de sus rentas y además ejercen un oficio: escriben, pintan, son periodistas, políticos, congresistas, científicos. Tenemos a dos de ellos: Ilich y Rampion que vienen de una clase social inferior, pero los dos tienen un capital intelectual que les permite moverse en este círculo selecto.

El intercambio entre ellos se expresa en largos y no siempre ágiles diálogos: se encuentran en bares, restaurantes, casas particulares o cafés. Todos ellos comparten intereses, preocupación por ciertos temas y se buscan porque la dinámica de la relación los enriquece; se estimulan mutuamente, se escuchan con atención, antagonizan pero siempre con respeto.

El personaje de Mark Rampion está basado en el escritor inglés D. H. Lawrence, gran amigo de Huxley. Rampion es lo que Huxley quisiera ser, lo presenta como un ideal de vida: un ser armónico, equilibrado, humano, apostando siempre por la liberación del hombre de la era post industrial, reclamando dignidad y respeto como derechos innegociables. Todo en Rampion es admirable: la relación con Mary, su sensatez política, sus reflexiones sobre la condición humana, etc.

Me gustaría citar algunos párrafos que sinteticen su manera de pensar, la libertad que lo caracteriza para emitir sus juicios, su capacidad para tomar distancia ante los hechos sin perder de vista su compromiso con el mundo:

«¡Pero si todas estas disputas políticas son una necedad -decía Rampion con voz aguda de exasperación-, una perfecta necedad! Bolcheviques y fascistas, radicales y conservadores, comunistas e Ingleses Libres, ¿por qué demonios se pelean? Se lo voy a decir yo. Ellos se pelean para decidir si nos vamos a ir al infierno en el tren expreso de los comunistas o en el automóvil de carrera de los capitalistas, en el ómnibus individualista o en el tranvía colectivista que rueda sobre los rieles del estatismo. El punto de destino es el mismo en todos los casos. Todos ellos van de cabeza al abismo, todos se dirigen al mismo callejón sin salida psicológico y al colapso social que resulta del colapso psicológico. El único punto en que se diferencian es éste: ¿Cómo llegaremos allá? Es imposible que un hombre sensato preste interés a semejantes disputas. Para el hombre de buen sentido lo importante es el abismo y no el medio de transporte que haya de emplearse para llegar a él. La pregunta que debe hacerse el hombre sensato es: ¿Queremos o no queremos ir al infierno? Y la respuesta es: No, no queremos. Y si ésta es su respuesta no querrá nada con ninguno de esos políticos.» pág. 391).

Comprobamos que estas palabras son aplicables hoy a cualquier sesión parlamentaria en cualquier parte del mundo democrático. Lo que dice Huxley en 1928 sigue teniendo, desgraciadamente, actualidad:

«He aquí lo que hay que decirles: siendo lo que es nuestra civilización, tenéis que pasaros ocho horas diarias en un estado intermedio entre la imbecilidad y una máquina de coser. Es muy desagradable, lo sé. Es humillante, es repugnante. Pero ahí está. Tenéis que hacerlo; de lo contrario, la estructura completa de nuestro mundo se vendrá abajo y nos moriremos de hambre. Continuad, pues, vuestra tarea, idiota y mecánicamente y dedicad vuestras horas de ocio a comportaros como hombres y mujeres completos verdaderos. No mezcléis las dos vidas, mantened bien cerradas las mamparas entre ellas. Lo verdaderamente importante es la vida auténticamente humana de vuestras horas de ocio.» (pág. 393).

Una reflexión interesante que no niega la realidad, ni siquiera la intenta cambiar porque sabe que es imposible. Lo que propone, más bien, es asumirla de una manera inteligente para que el hombre no pierda dignidad y rescate lo que tiene de bueno la vida, que no lo arrase la vorágine laboral. ¡Qué mejor consejo que éste! Y el que sigue:

«Abandónense los instintos a sí mismos y se verán que hacen muy poco daño. Si los hombres no hicieran el amor sino cuando los arrastra la pasión , si se batieran únicamente cuando los embarga la cólera o el terror, si se apropiaran de las cosas tan sólo cuando tuviesen necesidad de ellas o los arrebatara un irresistible deseo de poseer, entonces, yo se lo aseguro, este mundo se parecería mucho más al reino de los cielos de lo que se parece bajo nuestro régimen cristiano-científico-actual…

…No es el instinto de posesión lo que ha enloquecido a la civilización moderna acerca del dinero. Ese instinto tiene que ser estimulado artificialmente sin cesar por la educación, la tradición y los principios morales. Es preciso que a los atesoradores de dinero se les diga que el acaparar dinero es una cosa noble y natural, que la economía y la industria son virtudes, que el persuadir a las gentes a comprar lo que no necesitan es un deber cristiano. Su instinto de posesión jamás sería bastante fuerte para moverlos a seguir embolsando de la mañana a la noche durante toda su vida. Tiene que ser constantemente estimulado por la imaginación y la inteligencia. Y luego, piense Ud. en la guerra civilizada. No tiene nada que ver con la combatividad espontánea. Para que los hombres se batan es preciso obligarlos por la ley y estimularlos por la propaganda. Se haría más en favor de la paz diciéndoles a los hombres que obedecieran los dictados espontáneos de sus instintos que fundando una cantidad de Sociedades de Naciones.» (527).

Mark Rampion mantiene con Philip Quarles un diálogo constante sobre el equilibrio entre la vida mental y/o espiritual y, en el otro lado de la balanza, los sentimientos, la intuición y las cosas sencillas del día a día. Gracias a la argumentación impecable del primero, Philip termina por aceptar que aprender a vivir en armonía es más difícil que cualquier aprendizaje intelectual, y que por eso el hombre inquieto intenta llenarse la cabeza de conocimiento para, de esa manera, evadir la realidad más elemental. Rampion insiste:

«El hombre no puede abolir completamente sus sensaciones y sus sentimientos sin aniquilarse físicamente a sí mismo. Pero puede despreciarlos después del hecho. Y de hecho, eso es lo que hace un gran número de personas inteligentes y cultivadas: despreciar lo humano en interés de lo no humano. Su móvil difiere del de los cristianos; pero el resultado es el mismo. Una especie de autodestrucción. Siempre lo mismo -continuó con una súbita explosión de cólera en la voz-. A cada tentativa de ser algo mejor que humano, el resultado es siempre el mismo. Muerte, una forma u otra de muerte. Trata uno de ser más de lo que es por naturaleza, y lo que hace es matar algo en sí mismo y convertirse en mucho menos. Estoy hasta la médula de todas esas necedades acerca de la vida superior, el progreso moral e intelectual, el vivir para el ideal y demás cosas por el estilo. Todo eso conduce a la muerte.» (pág. 521).

Philip Quarles es, en el otro extremo, el personaje que encarna al intelectual, (¿una proyección del autor?) un hombre que elige refugiarse en su cabeza por una incapacidad innata para expresar sus emociones, agravada por una cojera. La inteligencia de Philip nos entrega los párrafos más contundentes sobre la creación literaria y sobre la vida en general. Con su hermetismo, Philip es digno de compasión, su limitada afectividad le resta sabiduría, eso que hoy llamamos inteligencia emocional.

Copio algún apunte de este brillante pensador que posee una capacidad de análisis envidiable:

«El instinto de adquirir comporta, a mi ver, más perversiones que el instinto sexual. Al menos, las gentes me parecen todavía más extrañas en lo referente al dinero que en lo referente a sus amores. ¡Qué pasmosa tacañería no se encuentra uno a cada paso, sobre todo entre los ricos! ¡Y qué fantásticas prodigalidades también! Con frecuencia las dos cualidades en la misma persona. Y luego, los atesoradores, los afanados, los que se hallan enteramente, y casi incesantemente, preocupados por el dinero. Nadie se halla de igual modo incesantemente preocupado por el sexo; me figuro porque en las cuestiones sexuales es posible la satisfacción fisiológica, mientras que no existe en lo referente al dinero. Cuando el cuerpo se halla saciado, el espíritu deja de pensar en el alimento o en la mujer. El hambre de dinero y de posesión es casi puramente una cosa mental. No hay satisfacción física posible. Nuestros cuerpos obligan, por así decir, al instinto sexual a conducirse normalmente. Es preciso que las perversiones sean muy violentas antes que puedan predominar sobre las tendencias psicológicas normales. Pero en lo que respecta al instinto de adquirir no existe cuerpo regulador, no hay una masa de carne bien sólida que haya que sacar de los rieles del hábito fisiológico. La más ligera tendencia hacia la perversión se pone inmediatamente de manifiesto. Pero la palabra perversión acaso no tenga sentido en este contexto. Porque la perversión implica la existencia de una norma, de la cual se aparta. ¿Cuál es la norma del instinto de adquisición?» (pág. 386).

Y otro sobre su teoría literaria, que, como alter ego del autor, expresa la búsqueda y las limitaciones que supuso escribir Contrapunto:

«La novela de ideas. El carácter de cada personaje debe hallarse indicado, en tanto sea posible, en las ideas de las cuales se hace portavoz. Dentro del límite en que las teorías son racionalizaciones de sentimientos, instintos, disposiciones de alma, esto es factible. El defecto capital de la novela de ideas está en la necesidad de meter en escena personajes que tienen ideas que expresar, que excluye aproximadamente la totalidad de la raza humana, salvo acaso un 1 por 10,000. De aquí que los verdaderos novelistas congénitos no escriban esos libros. Pero por otro lado, yo no pretendo ser un novelista congénito.

El gran defecto de la novela de ideas está en que es una cosa arreglada, artificial. Necesariamente; pues las gentes capaces de desarrollar tesis propiamente formuladas no son del todo reales, son ligeramente monstruosas. A la larga, el vivir con monstruos, resulta un tanto fastidioso.» (pág. 385-6).

Spandrell es el más complejo de los jóvenes de la tertulia. Un chico que vive una relación edípica con su madre y que no consigue salir adelante desde que ella se casa por segunda vez. Es el más sarcástico, a veces cínico, y coquetea con el mal. Siempre apuesta por los extremos, buscando, de esa manera, salir de un aburrimiento existencial que lo paraliza. Por esta razón llega al extremo de matar, simplemente para ver si encuentra algún placer en ello, cierto remordimiento, o cualquier cambio que lo oriente en la vida. No descubre nada nuevo, por lo tanto decide entregarse matándose para quitarse de en medio.

Así como Spandrell disfrutaba corrompiendo a chicas jóvenes, disfrutó también corrompiendo a Ilich. Fue él quien lo lleva a ejecutar a Everard Webley retándolo a actuar y hacer efectiva la teoría política que Ilich defendía con ardor verbal. Spandrell es un alma perdida, debido, quizá, a su insatisfacción. Es el malo de la película, pero debo decir a favor suyo, que es un malo inteligente. Por eso mismo es un hombre torturado.

Huxley recrea a otros personajes alrededor de ellos, pero he citado a los protagonistas. Ilich, Elinor, Walter, Marjorie, Rachel Quarles y su marido, Burlap, Beatrice, Everard Webley (quien escribe a Elinor la carta de amor más bonita que yo haya leído jamás), Lord Tantamount, su mujer y su hija Lucy, entre otros. Todos ellos enriquecen la novela y dispersan la atención hacia temas más pedestres. La fuerza intelectual de las conversaciones entre los amigos sería insostenible sin el respiro de los comentarios más corrientes, de esa manera se humaniza el mundo narrativo de Contrapunto. Precisamente esta humanización es la gran aspiración de Rampion, el eje de su búsqueda que sintetiza en estas palabras:

«El hombre ordinario puede permitirse también tener alas, siempre de que no se olvide que también tiene pies. El extravío viene cuando las gentes se empeñan en permanecer siempre en el aire. Sienten la ambición de ser ángeles, pero todo lo que consiguen es ser cucos o gansos de un lado y buitres y cuervos repugnantes de otro.» (pág. 524).

Creo que no sería justo si no mencionamos la calidad humana de las mujeres que aparecen en Contrapunto. Muchas de ellas se ganan la vida como secretarias (Miss Cobbett), en una tienda de antiguedades (Marjorie), o incluso en el mundo del espectáculo (Gladys) situación impensable en los personajes femeninos del siglo XIX que no tenían acceso a un mercado de trabajo. Pero, incluso aquellas que son amas de casa, como Mary Rampion, Rachel Quarles o Elinor, son personajes fuertes con un mundo interior que las define. No hay diferencia entre ellos y ellas, los dos sexos se complementan y se enriquecen mutuamente en un intercambio justo, ni sombra del machismo imperante en la época que se escribió Contrapunto.

Estructura de la novela

Huxley intenta reproducir el efecto del contrapunto musical en la literatura y para conseguirlo intercala voces, situaciones, historias e incluso maneras de pensar, sentir y vivir que presenta de manera simultánea; y sobre todo, armoniosa. Porque el lector puede quejarse de exceso de información, pero nunca dirá que es una prosa caótica. Lo que se narra en Contrapunto discurre en una atmósfera de cierta serenidad, un tono bastante contenido, los conflictos se resuelven conversando, a veces con ironía, otras con gestos grandilocuentes, sin llegar jamás a la violencia, hasta el asesinato de Webley al final.

Para comprender cómo funciona este recurso daremos algunos ejemplos del contrapunto en situaciones concretas:

-La juventud de Ilich y Rampion fue pobre, sin embargo Ilich crece con rabia y alberga una gran frustración en su alma, mientras que Rampion florece y encuentra su lugar en el mundo para vivir en paz. En los dos casos hablamos de personajes desclasados, pero Ilich se siente fuera de lugar a pesar de su inteligencia, mientras que Rampion asume su matrimonio con una mujer de clase superior, de manera natural. Ilich termina siendo cómplice de un asesinato porque su odio lo conduce a la violencia, Rampion es un artista productivo y un marido feliz.

-Lord Tantamount es un científico excéntrico que no piensa sino en sus experimentos, salvo la música, el resto del mundo ha sido excluido de su visión. Su hija, Lucy, no ha heredado nada de la curiosidad de su padre, es una chica materialista, sensual, que vive sólo para su cuerpo. Su propio placer es lo único que manda en ella, en contrapunto con el interés científico de su padre. Dos obsesiones enfrentadas.

-Dos embarazos no deseados: el de Marjorie y el de Gladys. En ambos casos la Sra. Quarles interviene para ayudar a apaciguar los espíritus, pero las dos mujeres lo viven de manera diametralmente opuesta, como si fueran dos procesos distintos.

-Rampion y Philip Quarles son dos intelectuales que comparten actividades: ambos escriben y pintan. Sin embargo Philip se refugia en lo intelectual y no funciona emocionalmente, los afectos no son su fuerte; Rampion, por el contrario, abomina del intelecto si este no tiene en cuenta el lado humano, la intuición, los sentimientos. Son dos maneras distintas de enfrentar la vida creativa.

-Walter se enamora de Marjorie porque apuesta por el amor espiritual, alejado de los deseos de la carne. Redimir a Marjorie de una vida insulsa se convirtió, en los primeros tiempos, en su meta. Cuando se enamora de Lucy busca satisfacer su sensualidad, aquel aspecto de su vida que había dejado dormido con Marjorie. A Lucy no hay que rescatarla, el rescatado sería Walter si ella se dignara atenderlo. La actitud de Walter ante el amor ha sido diametralmente opuesta en ambos casos.

-Spandrell e Ilich matan a Everard Webley, político fascista, el primero para experimentar las consecuencias del mal en su vida, la razón que lo lleva al crimen es de orden casi metafísico; el segundo llega a matar inducido por Spandrell debido al odio que tenía a una clase dominante y abusiva. Sangre fría en el momento del crimen por parte de Spandrell, culpabilidad y desasosiego por parte de Ilich.

-Burlap decide quitarse de encima a Miss Cobbett, su secretaria cuando se enamora de Beatrice, de manera egoísta e irresponsable. Como resultado de esta decisión, Miss Cobbett, desesperada, se suicida. Burlap, de manera simbólica, la ha matado, pero no se siente responsable por ello. Spandrell, luego de asesinar a Webley, busca matarse a sí mismo al comprobar que nada ha cambiado en él después del acto violento, se inmola y a cambio libera de culpa a Ilich.

En el aspecto formal, el contrapunto se percibe cuando el narrador intercala con estudiada naturalidad diálogos, reflexiones que se presentan como monólogos, descripciones, notas sobre el trabajo de Philip, notas sobre el trabajo de Everard, etc.: diferentes maneras de expresión que conviven en un mismo espacio narrativo. Y varios puntos de vista.

Más notorio aún, vemos contrapunto en la sucesión de los temas: luego del asesinato, que es el clímax de la novela, se interrumpe la escena y nos trasladamos a la casa de la familia Quarles, en donde la madre, Rachel, le pide a su hijo Philip que hable con su padre y lo tranquilice porque está muy deprimido. La causa de la depresión del viejo Quarles es el hecho de haber dejado embarazada a Gladys. Lo que sigue a esta escena familiar es otra escena familiar pero más trágica: Elinor cuida a su pequeño que está muriendo de meningitis. Si observamos la estructura del relato: se combinan muerte (crimen), embarazo (futuro nacimiento) y muerte por enfermedad de niño. Elinor es el eje de los tres acontecimientos: el muerto era su enamorado, el nuevo niño sería hermanastro de su marido y quien se muere, ante su propia impotencia, es su único hijo: tres tragedias paralelas que avanzan como 3 voces en una fuga musical. El tema vida- muerte se ha expuesto de tres maneras diametralmente distintas, al punto que uno olvida que es el mismo tema. Esa es, sin duda, la maestría de Aldous Huxley.

El escritor inglés es consciente de esta búsqueda, no hay nada improvisado. En sus notas sobre la creación literaria, Philip Quarles (Huxley disfrazado de personaje) apunta:

«La musicalización de la novela. No a la manera simbolista… Pero sí en gran escala, en la construcción. Meditar sobre Beethoven, los cambios, las bruscas transiciones. (La majestad alternando con la broma, por ejemplo en el primer movimiento del cuarteto en si bemol mayor. La comedia sugiriendo de súbito solemnidades prodigiosas y trágicas en el scherzo del cuarteto en do sostenido menor.) Más interesantes aún las modulaciones no solamente de un tono al otro, sino de modo a modo. Se expone un tema: luego se desarrolla, se cambia, se deforma imperceptiblemente hasta que, aunque permaneciendo reconociblemente el mismo, se ha hecho totalmente diferente… Las transiciones bruscas no presentan ninguna dificultad. Todo lo que se necesita es un número suficiente de personajes y de intrigas paralelas, argumentos de contrapunto,. Mientras Jones asesina a su esposa, Smith empuja el cochecito de niño en el parque. Se alternan los temas. Más interesantes, las modulaciones o variaciones son también más difíciles. El novelista modula reduplicando las situaciones y los personajes. Muestra varios personajes enamorados, o muriendo, o rezando, de modos diferentes: disimilitudes que resuelven el mismo problema. O, viceversa, personajes símiles confrontados con problemas disímiles.» (pág. 384-5).

Esto es exactamente lo que ha hecho en el último ejemplo que hemos presentado. La escena que sigue a la agonía del niño regresa otra vez en el lugar del crimen: vemos a Spandrell manipular el cadáver con su sangre fría y a Ilich aterrado y desesperado por el hecho brutal que se ha visto forzado a ejecutar. O el caso de Everard Wembley el día en que se precipita dichoso al encuentro con su amada y lo que encuentra, precisamente, es la muerte. El estado de ánimo por una dicha mayor acariciada es lo que antecede al fin violento recibido: excelente ejemplo de contrapunto: se pasa del éxtasis al derrumbe en un segundo.

También ejecuta un contrapunto al terminar la novela. Después de la muerte de Spandrell en manos de los vengadores de Everard, la novela cierra con Burlap, quien a pesar de haber causado (aunque fuera de manera involuntaria) la muerte de Ethel Cobbett, juega como un niño con Beatrice. Para este periodista no existe la culpa, ni el remordimiento, ni la duda. La escena azucarada e infantil desinfla la tragedia y le quita solemnidad; como si el autor buscara, al final, provocar una sonrisa en el lector llevándolo de la inmolación del asesino a la escena amorosa más vulgar:

«Dos chiquillos sentados uno a cada lado de la enorme y anticuada bañera. ¡Y cuán locamente se divirtieron! El cuarto de baño quedó todo empapado por sus salpicaduras… De gentes así será el reino de los Cielos.» (pág. 564).

La música está presente en toda la novela. Notemos que la obra de Bach, en la casa de Lord Tantamount, consigue distraerlo de su mundo en el laboratorio. Lo que oye lo trastorna de tal manera, que Lord Tantamount se precipita a la fiesta llevando a Ilich con él, sin estar ninguno de ellos vestido para tal ocasión. La música de Bach funciona como una fuerza liberadora, aquello que arrastra al hombre a otra dimensión y unifica a los espíritus por su gran belleza. Como si la música, o Bach, pertenecieran a un orden superior. Y la historia termina con la obra de Beethoven que, según Spandrell, sería tan perfecta que se podría tomar como la prueba de la existencia de Dios. Otra vez la creación musical se presenta como lo más alto, lo más noble y lo más digno que pueda producir el espíritu humano. Y en ambas piezas elegidas, tenemos contrapunto.

Los textos han sido tomados de la edición de Edhasa, 1987. Traducción de Lino Novás Castro.