Lo bello y lo triste

Yasunari Kawabata

Autor: Yasunari Kawabata

Desde el título, la novela de Yasunari Kawabata señala dos aspectos del mundo, o de los seres que lo habitan: lo bello y lo triste. Debido a la conjunción “y” estos elementos se presentan ante el lector como una unidad o conjunto, formada a su vez por dos caras: el anverso y el reverso. La imagen que surge de esta propuesta y que perdurará desde el título y a lo largo de toda la obra, es dual: Kawabata trabaja las dos caras de su protagonista. Lo que él señala como lo bello será el lado positivo, luminoso; lo triste será lo negativo, lo oscuro.

Esta dualidad, como concepto, funciona en varios niveles: lo de afuera y lo de adentro, lo aparente y lo real, la juventud y la vejez, la vida y la muerte, el amor y el odio, la heterosexualidad y la homosexualidad, la pintura concreta y la pintura abstracta, la maestra y la discípula, los padres y los hijos, el placer y el dolor, lo bello y lo triste. Lo interesante en Kawabata, es que esas oposiciones, que suelen aparecer como excluyentes la una de la otra, aquí se integran y forman un todo que las contiene. Ese todo está representado por Otoko.

La novela tiene dos partes muy marcadas (la estructura del relato obedece al mismo patrón doble, por eso se perciben claramente dos partes) En la primera –capítulos 1 a 4- sólo distinguimos el lado bello de Otoko: su deslumbrante físico, su armonía en el aspecto y las formas, su capacidad de amor y entrega, su serenidad. En esta parte todo es contención. Lo bello se consigue controlando, es producto de la mesura, y a pesar del esfuerzo, refleja serenidad.

A partir del capítulo 5º: “Un jardín rocoso”, aparece el lado triste de Otoko: el dolor por su amor frustrado contamina lo que la rodea. Este es el lado pasional, el que no controla y que la convierte en la gran manipuladora, la que se vale de la joven para vengarse, la que usa a Keiko para revivir los momentos de placer que tuvo con Oki. Pero este lado oscuro no se asoma a la superficie sino de manera velada porque lo percibimos solamente a través de las acciones que, “contaminada por Otoko”, realiza Keiko. Y claro, es inevitable culpar a Keiko por ellas.

Resulta tan atractiva Otoko en la primera parte, que el lector seducido, se resiste a ver su lado perverso. Kawabata, construye con una prosa elegante un aura alrededor de ella, aura que la hace irresistible. Además es la víctima de la historia: a la que plantaron embarazada, a la que engañaron siendo una adolescente, a la que se le muere la hija recién nacida, la que intentó sin éxito suicidarse. Ante los hechos, el lector prefiere culpar y enemistarse con Keiko, personaje caprichoso, infantil, obsesionado. Sin embargo, si uno analiza, se da cuenta que todo lo que sabe Keiko lo sabe porque Otoko se lo ha enseñado. Peor aún, la indiferencia de Otoko, su elegante distancia que tiene un toque de melancolía, incita a Keiko a “reparar algo” en nombre de su maestra. La discípula, que percibe el drama interior de la otra, es capaz de cualquier cosa para convertirse en el objeto del deseo de su maestra y hacerla feliz. Y Otoko, que lo sabe, la induce a ir más lejos. ¿Cómo lo hace? Sutilmente, con su silencio crea un muro en torno a ella, muro que estará construido con el recuerdo de Oki. Keiko sentirá la necesidad de derribarlo para conquistar a Otoko: por eso se venga hiriendo a Oki en donde más puede dolerle: su hijo. ¿Cuál es la venganza de Otoko? Que muera del hijo de Oki, como murió el suyo.

LA BUSQUEDA DEL DOBLE

Otoko, cuando deja aflorar su lado oscuro se proyecta en Keiko y la convierte en su doble, y en el sujeto de su venganza. Por eso la manda a recibir a Oki:, su presencia hará recordar a la Otoko adolescente, la Otoko que fuera amante de Oki. Esta identidad que comparten está basada en el parecido que hay entre ellas. Para comenzar, las dos son pintoras. Y las dos son definidas como mujeres apasionadas, capaces incluso de llegar a la locura. Oki recuerda a Otoko con estas palabras:

“…era la mujer más apasionada que había conocido”. (pág. 22)

Y Otoko le presenta a su discípula con esta frase en donde señala la misma característica, intentando, así, identificarla con ella:

“…Su pintura es tan apasionada que a veces parece un poco loca” (pág. 24)

La comparación y la confusión, producen el efecto esperado, tanto que Oki, que había escrito una novela en donde la protagonista era Otoko, opina de Keiko al conocerla:

“… era un modelo muy interesante para un personaje. Pero no era improbable que una historia sentimental fallida la condujera a una clínica psiquiátrica, como había ocurrido con Otoko”. (pág. 85).

Cuando Keiko tiene relaciones con Oki, en el momento del clímax, pronuncia el nombre de Otoko. Es una manera de hacerla presente y de meterla en la cama con ellos: siendo suplantada por Otoko, o mimetizándose con ella, uniéndose, confundiéndose las dos, haciéndose una.

El cuadro pintado por Otoko es una imagen clara de este juego:

“Su cuadro mostraba a la misma joven geisha, por duplicado, que jugaba al juego de tijera, papel y piedra. Quería transmitir la inquietante sensación de que aquella muchacha era dos a la vez, que las dos eran una, que quizá no eran ni una ni dos”. (pág. 115).

Cuando las dos mujeres están juntas, haciendo el amor, Otoko intenta acariciar a Keiko de la misma manera cómo Oki la acariciaba a ella. ¿Qué pretende con eso? Revivir su pasado a través de su discípula, convertirla en una copia suya:

“Todo el tiempo Otoko recordaba que hacía mucho, mucho tiempo, Oki había jugado con ella de la misma manera”. (pág. 123).

Keiko intuye que algo pasa, concretamente con su identidad, y su intuición la expresa así:

“Tu cuerpo y el mío son uno solo, ¿no?” (pág. 123).

Y Otoko no sólo imitaba a Oki cuando daba placer a Keiko, también lo hacía cuando le infligía dolor:

“Otoko acababa de pensar que si ella hincaba el acero, en aquella adorable garganta, ella moriría. En ese instante podía matarla con toda facilidad. Bastaría con un simple tajo en la parte más adorable de su cuerpo.
Su propio cuello no debía de haber sido tan bello, pero una vez ella había protestado porque le pareció que Oki la estaba estrangulando…” (pág. 132).

El doble tiene más fuerza y es más reiterativo en el caso Otoko-Keiko. Pero se da también en los personajes masculinos: Taichiro es el Oki joven, por eso Keiko se venga en él. El hijo es la imagen del amante (su padre) que se burló de su amada años atrás.

Es interesante recordar que la reserva de la habitación en el hotel del lago, lugar de la venganza, estaba hecha por Keiko a nombre de Oki, no de Taichiro, que es a quien lleva al hotel. Esta confusión aparente, no hace sino acentuar la mezcla de identidades. El hijo será castigado por lo que su padre hizo cuando tenía su misma edad.

También son dos los bebés que mueren: primero muere la hija de Otoko y Oki, inmediatamente, como un eco, muere la hija de Oki y su mujer.

Y siguiendo con este juego: hay dos Otokos: la que conocemos, personaje de Kawabata, y la literaria, personaje de la novela escrita por Oki.
Otra imagen de lo doble son los pechos de Keiko: se reserva el derecho para el padre, el izquierdo para el hijo.

Creo que la pregunta que hace Otoko a Oki cuando se reencuentran para oír las campanas:

“A veces me pregunto por qué he seguido viviendo tanto tiempo” (pág. 25), puede ser respondida ahora: porque necesitaba ese tiempo para construir los medios para vengarse. Es el tiempo que ha necesitado para formar a su discípula (¿para doblarse?) y prepararla para que actúe en nombre de ella. Otoko ha vivido rumiando en silencio su dolor y su abandono, no lo exterioriza con palabras, pero la fuerza del sufrimiento y la intensidad con que lo guarda, germina en Keiko.
Keiko aparece como la mala, y es un personaje activo. Otoko, en la retaguardia, será, en apariencia, la buena, y un personaje, también de manera aparente, comtemplativo.

LAS DOS CARAS DEL EROTISMO

Siguiendo este concepto de la dualidad, el erotismo aparece en este relato con sus dos caras: la bella y la triste. Creo que en este caso, lo triste puede definirse como el aspecto menos amable o más animal del amor. Me refiero a todas esas escenas en donde la violencia del gesto causa heridas físicas, en donde el dolor produce placer:

“Luego había comenzado a morderlo, cada vez con más fuerza. Oki mantenía el brazo inmóvil y soportaba el dolor.
-Me haces daño- dijo por fin, aferrándola del pelo y apartándola.
La sangre brotaba de las marcas que los dientes le habían dejado en el brazo. Otoko lamió la herida.
-Lastímame a mí- dijo. (pág. 38).

La pasión, en Otoko, no tiene límites:

“…Cuando en un espasmo mordía el hombro de Oki, ni siquiera advertía la sangre que emanaba de la herida” (pág. 127).

Pero no es sólo Otoko quien se excita con el dolor, también lo hace Keiko:

“Tire- había exclamado Keiko- ¡Tire con más fuerza! ¡Arrástreme por el pelo!
Otoko retiró el peine y entonces Keiko se volvió y le hincó los dientes en la mano” (pág. 117).

Cuando Fumiko, la esposa de Oki, expresa sus celos y su rabia al enterarse del nacimiento del bebé de Otoko, se hace daño a sí misma. Su protesta amorosa le provoca un dolor físico:

“…cayó en un estado de frenético furor que la llevó a morderse la lengua con todas sus fuerzas. Cuando Oki vio la sangre que manaba por sus labios, la obligó a abrir la boca y le introdujo la mano hasta que Fumiko comenzó a asfixiarse y hacer arcadas y, por fin, aflojó. Los dedos de Oki sangraban cuando los extrajo de la boca de su esposa. Ante ese espectáculo, Fumiko se calmó y se ocupó de vendarle la mano”. (Pág. 41).

Parte de este universo erótico, son los elementos “transgresores”que contribuyen a crear una atmósfera excitante:
Ciertos rasgos de masoquismo en Keiko cuando, por ejemplo, le pide a Taichiro que la humille:

“…Puede usarme como alfombra”. (pág. 155).

También le pide a Otoko que la golpee:

“Abofetéame, Otoko. Abofetéame como lo hiciste el día que fuimos al templo del Musgo”. (pág. 177)

El atractivo que ejerce en los hombres lo desconocido, lo raro o nunca visto, en el cuerpo femenino:
Oki reacciona de esta manera cuando Keiko le niega uno de sus pechos:

“Cualquier hombre tenía que sentirse excitado ante la idea de que una mujer extraía diferentes grados de placer de cada pecho y haría lo posible por emparejarlo. Aun cuando ella hubiera nacido así y no se pudiera hacer nada, la propia anormalidad podría resultar excitante. Oki nunca había conocido a una mujer cuyos pezones tuviesen una sensibilidad tan diferente”. (pág. 150).
Y Taichiro, (¿el doble de Oki?) reacciona exactamente igual cuando Keiko le niega el otro pecho:

“Taichiro se excitó ante la mención de un posible defecto en su cuerpo. Sin embargo, la forma en que Keiko acababa de hablar parecía demostrar a las claras que no era la primera vez que permitía a un hombre tocar sus pechos. Eso también lo excitó. La aferró con firmeza del pelo y la besó…” (pág. 197).

La integración del dolor y del placer, me parece un acierto en este texto. El erotismo funciona para explorar los diferentes registros de la pasión. Este erotismo es sutil, cuando requiere de sutileza, y se vuelve agresivo, cuando la pasión domina. El deseo es el motor, los personajes se mueven porque buscan a la persona que despierta en ellos las ganas de vivir. Sin embargo lo que cierra el ciclo es la muerte, que produce un dolor tan grande que mata el deseo.

OTOKO

Las experiencias dolorosas que vivió Otoko de joven: la muerte de su bebé, el abandono de su amante que regresa con su mujer, la soledad y la falta de motivaciones, la recluyen en su mundo interior. Sola, centrada en sí misma, comienza a desarrollar un narcisismo que será, a la larga, lo que la mantiene viva. Ella se convierte en el centro de su mundo. ¿Cómo se percibe esta auto contemplación? Por ejemplo, cuando muere su madre y decide pintar un retrato suyo. En el proceso, Otoko:

“Advirtió que el retrato de su madre se estaba convirtiendo más bien en un autorretrato”. (pág. 67).

No puede dejar de buscarse a sí misma incluso cuando pinta:

“…comenzó a preguntarse si la atracción que ejercían sobre ella los cuadros de san Kobo, no contendría un elemento de narcisismo, de enamoramiento de sí misma. Quizás en ambos casos se ocultaba un deseo reprimido de hacer su autorretrato” (Pág.. 171).
Cuando reflexiona sobre su vida, Otoko se da cuenta del egocentrismo con que ha organizado su mundo afectivo: el dolor la margina y vive compadeciéndose de sí misma:

“Nunca se le había ocurrido que los recuerdos son sólo fantasmas y apariciones. Quizás fuera lógico que una mujer que había vivido sola durante dos décadas, sin amor ni matrimonio, se consagrara a los recuerdos de un amor desafortunado. Y que esa consagración adquiriera matices de egolatría”. (pág. 172).

El mantener relaciones amorosas con otra mujer, más joven pero muy parecida a ella, es otro elemento que nos hacen pensar en su narcisismo. Se busca a sí misma, y busca mantenerse joven a través de Keiko para seguir contemplándose en ella.

Es interesante cómo Kawabata va iluminando las oscuridades de su personaje, porque es a través de las reflexiones de la misma Otoko que nosotros podemos introducirnos en su mundo interior y descubrir aquellas facetas escondidas. Conforme avanza el drama, cuando Otoko percibe la resolución de Keiko, y la ve dispuesta a vengarla, ya sea por despecho o por rabia, vacila y, temerosa por las consecuencias, cuestiona su rol en la trama. El narrador nos da la pista:

“Durante ocho años Otoko había ido descubriendo lo extraña que era aquella muchacha. Era indudable que ella misma había contribuido a acentuar sus peculiaridades. No podía atribuírsele toda la responsabilidad, pero había avivado la llama que ya ardía en ella”. (pág. 105).

Desde el momento en que Otoko envía a Keiko a recibir a Oki, al comienzo de la novela, la expone. O la utiliza, ya sea como escudo o como carnaza, porque se vale de ella para atraparlo otra vez. Lo que sucede es que lo hace con mucha elegancia, sin insinuar dobles intenciones, casi con pudor y modestia, como alguien que quiere complacer, y no perturbar, que es lo que realmente hace.

“…empezó a pensar que ella era culpable incluso de que Keiko hubiera pasado la noche con Oki”. (Pág.. 114)

Por todo ello, la sentencia final que expresa Fumiko es acertada. Desde la retaguardia, provocando en silencio, avivando el ánimo de Keiko, permitiendo que siga el juego, Otoko es acusada:

“De modo que usted es la que hizo matar a mi hijo- prosiguió Fumiko con voz serena, carente de emoción” (pág. 208).

Sorprenden las lágrimas de Keiko al final. Creo que en ese momento ella deja de ser “discípula” y se convierte en un personaje integrado, como Otoko: al lector le quedan dudas de lo que sintió por Taichiro cuando intentó seducirlo (quizá sintió algo por un hombre por primera vez), y por otro lado, las lágrimas expresan el dolor por el precio pagado para recuperar a Otoko. En esa escena final Keiko manifiesta su ternura, que hasta ese momento había sido negada, y aflora su otra cara, convirtiéndose en un personaje más complejo e interesante.

EL IMPRESIONISMO FORMAL

El estilo de Kawabata imprime mucho ritmo a su prosa. La riqueza de imágenes convierte la lectura en un placer sensual, el lector se deleita con la sucesión de frases envolventes, cargadas de lirismo, elegantes y sugerentes.
Llama la atención la frecuencia con que aparece el mundo de los sentidos:

“…Hasta sus oídos llegaron los trinos de un pájaro. El sonido de los troncos cargados en los camiones resonaba en todo el valle. Desde algún lugar situado allende las Colinas Occidentales llegó el silbato quejoso y prolongado de un tren que entraba o salía de un túnel” (pág.17).

También aparece el gusto:

“Al masticar aquellos bocaditos de arroz, sintió el perdón de la mujer en su lengua y en sus dientes” (pág. 33).

El olfato contribuye a crear atmósfera:

“Se refería al aroma que surge naturalmente de la piel de una mujer que yace en brazos de un amante. Toda mujer lo tiene, hasta las adolescentes. No sólo excita al hombre, sino que le da confianza y lo gratifica. La disposición de una mujer a entregarse parece emanar de todo su cuerpo”. (pág. 151).

Y por supuesto el elemento visual tiene mucha fuerza. El lector llega a pensar, por momentos, que lo que tiene frente a él es una pintura, no un libro:

“Los delicados hilos de agua caían en el río sin alterar su superficie”. (pág. 118).

Siguiendo el ritmo de la dualidad, los paisajes exteriores nos remiten constantemente al paisaje interior. La descripción de lo que se ve en la naturaleza, parece una imagen de lo que sucede dentro de los personajes. La sensación expresa la emoción. Por ejemplo, cuando Keiko le cuenta a Otoko que ha hecho el amor con Oki, ellas están en el jardín de piedra y Otoko replica:

“…Las piedras están empezando a asustarme” (pág. 97).
¿Eran las piedras las que producían su miedo, o era la osadía de Keiko la que le producía terror?

Hay muchas imágenes que se repiten: las campanas, los templos, las tumbas. Todas ellas relacionadas con la muerte, que es el drama final que se anuncia.

No podemos dejar de mencionar la importancia que tiene en esta novela el arte como vehículo de comunicación. Oki es escritor. Otoko y Keiko son pintoras. Oki hace de Otoko un personaje literario, Oki vuelve a contactar con Otoko a través de un cuadro pintado por ella y que él descubre en una exposición de pintura. Keiko regala a Oki cuadros suyos, cuadros que son el pretexto para ir a verlo. Y en esos cuadros usa el color rojo para comunicarle lo que Otoko siente todavía por él, cuadros que son un reproche por haber abandonado a Otoko.
Y por supuesto el relato de Kawabata es una ofrenda a los lectores para introducirlos en su mundo literario.

Todas las citas están tomadas de la edición Emecé Editores, Barcelona 2002. Traducción de Nélida M. de Machain.