Abril quebrado

Ismael Kadaré

Había leído otras novelas de Ismaíl Kadaré (Albania, 1936), siempre correctas, siempre con algún mérito, pero no encontraba material para mis talleres. El palacio de los sueños, su novela emblemática, me pareció, hace algunos años, un relato interesante, pero frío. Debería releerla, seguramente cambio de opinión influenciada por la magia de Abril quebrado: bellísimo título que consigue envolvernos en la bruma que circula entre las montañas inhóspitas de un lugar extraño y salvaje. 

LOS DOS VIAJES

El gran acierto de Kadaré en esta novela es el enfrentamiento de dos maneras de ver el mundo: por un lado, los montañeses que siguen las normas del Kanum con un fanatismo despiadado; y por el otro, la gente educada de la ciudad, que se mueve en un ambiente más occidental, con parámetros totalmente distintos. A la primera representa Gjorg, el joven destinado a matar y ser asesinado en un plazo de un mes, y a la segunda, la bella Diana, una joven casada con el poeta Besian Vorpsi en viaje de luna de miel, por territorios añorados por un marido intelectual e idealista. Mientras Gjorg se sabe un ser rendido a las leyes ancestrales de su familia, sin asomo de libre albedrío, Diana llega al lugar con una mirada burlona y despectiva hacia estas costumbres exóticas, pero el viaje la transforma y las montañas la engullen. El cruce de ambos resulta determinante: él delira por eso que ella representa: la sensualidad, la belleza, lo desconocido:

“… dicen que las muchachas de la ciudad besan en los labios.” (pág. 189).

Y para ella es la representación humana de la heroicidad, la idealización de la entrega sin límites, el misterio de lo inalcanzable. Precisamente ahí radica la grandeza de la novela: el cortocircuito que produce el encuentro de sus miradas: abrir de pronto una puerta al otro lado del abismo y el deseo, imprevisto, de querer saltar, cueste lo que cueste.

EL KANUM

Ismaíl Kadaré se detiene en una presentación exhaustiva de las leyes que rigen la zona montañosa del norte de Albania desde el siglo XV. La novela se sitúa en la primera parte del XX, durante el reinado de Zogú I, entre 1928 y 1939. Imagino que hoy el Kanum ha perdido fuerza, pero fue tan poderosa que las leyes del estado albanés no estaban vigentes en estos territorios. Para mí fue una novedad, no tenía ni la menor idea de su existencia y me cuesta aceptar que perduraran tantos años. Para el Kanum, el individuo no cuenta, lo que cuenta es la norma y valores como el honor, el deber hacia el amigo, la venganza de la sangre. Pero lo interesante de Abril quebrado es el indomable poder de estas leyes que se imponen, sin espacio alguno para el cuestionamiento, a pesar del dolor y desgaste que causan a sus seguidores. En la familia Berisha -familia de Gjorg- el padre exige al hijo que mate a quien mató a su otro hijo, aunque como consecuencia del acto, Gjorg, el único vástago que le queda, caerá también por la cadena de venganzas promovidas desde tiempos pasados. La brutalidad de la ley es irracional, no busca el bienestar de nadie, sólo exige atenerse al modelo de comportamiento tradicional del cual no pueden, ni quieren, escapar. Es un mundo tan destructivo, que cuesta ser comprendido y aceptado para alguien que esté fuera de ese contexto, como le pasaba a Diana cuando llegó a esas tierras. Más aún si las personas a cargo del cumplimiento son gente sin educación, sin miras ni horizonte. Se trata de una sociedad hermética, cerrada a cal y canto.

Es interesante para el lector, conocer la existencia de estas leyes, un mundo primario y absurdo, y sobre todo impacta la fe de la gente que acepta el dolor propio y el de los suyos, en aras de la tradición. Lo absurdo es que evadir ese dolor produciría la misma infelicidad. Entonces no hay salida, digo yo. Pero Gjorg ve las cosas de otra manera, sumergido en la cultura del lugar en donde ha nacido:

“Trataba de pasar revista a las familias que se encontraban libres de la venganza de sangre y no descubría en ellas ningún signo especial de felicidad. Le parecía que, alejadas de esa amenaza, no sabían apreciar el valor de la vida. En cambio, en los hogares en donde había penetrado el engranaje de la sangre, se producía un fluir distinto de los días y las estaciones, como un temblor interior, sus miembros parecían más hermosos y las muchachas querían más a sus varones. Hasta aquellas dos monjas con quienes acababa de cruzarse, al descubrir la negra banda cosida en su manga derecha, señal de que era un hombre que debía tomarse o sufrir la venganza de sangre, es decir, que buscaba la muerte o era buscado por ésta, lo habían mirado al punto de forma extraña.  Pero lo principal no era eso sino lo que sucedía en su interior. Y lo que sucedía era hermoso y pavoroso a un tiempo. Ni él mismo lograba expresarlo. Sentía que el corazón se le había salido del pecho y expandido en todas direcciones…” (pág. 46-7).

Estas leyes antiguas son violentas, se excluyen todos los matices:

“… se preguntaba en qué rincón, arca, vestido, chaleco bordado, los padres de la muchacha habrían metido “la bala de la dote”, con la cual, según la costumbre, el esposo tenía derecho a matar a su mujer en caso de que ella intentara abandonarlo.” (pág. 39).

¿Preparando a su hija para recibir la muerte si abandonaba al marido? ¿Y si el marido la trata mal, si la ignoraba, si no la respetaba? Esas variables no estarían consideradas, por eso hablo de brutalidad: las situaciones se juzgan en blanco o negro y se resuelven de una sola manera: el asesinato.

El cuerpo principal de la novela está formado por la exhaustiva información que aporta Ismaíl Kadaré sobre el Kanum: si no se mata pero se hiere, hay dos posibilidades según en dónde se hizo la herida: se paga indemnización o se libran del pago, pero librarse del pago elimina la posibilidad de volver a vengar la sangre. Ese fue el caso en el primer intento de Gjorg para eliminar a su víctima: falló y encima su padre tuvo que hacer frente a un gasto superior a sus posibilidades ya que el honor de la familia no podía quedar mancillado. Este coste es un peso muy fuerte que carga Gjorg, un peso injusto. Y por supuesto, una vez cometido el crimen vengador, igual habrá que pagar una tasa de sangre, una suerte de impuesto, un pago elevado para la gente de la montaña. Insisto en la fatalidad: no hay salida una vez te ves envuelto en lo que Kadaré llama con acierto: el engranaje de la sangre. Todo resulta aterrador, casi diría yo que hipnótico: ¿cómo es posible esta barbarie? Y resulta inquietante cuando Diana comienza a ver a Gjorg como un héroe, en vez de un pobre muchacho víctima de un fanatismo ancestral. 

EL CORTOCIRCUITO DE DOS MIRADAS

Dos símbolos representan dos posturas: Gjorg se desplaza a pie, es un joven del mundo rural, sus movimientos son cortos: de una aldea a otra, la distancia más grande que recorre es la que lo separa de la kulla de Orosh, pero en general está claro que es un campesino y que la dependencia del suelo, en el sentido estricto de la palabra, es fundamental.

Diana viaja en carruaje, o está a punto de subir a él: un vehículo que llama la atención en las montañas, un objeto de lujo casi único porque en ningún momento se cruzan con otro igual; los que tienen una postura más elevada en el Rrafsh, como Binak Alia y su grupo, van montados en caballos. Gjorg y Diana pertenecen a dos mundos extraños que en este párrafo que sigue parecen irreconciliables:

“Y así, apoyada contra él, con los ojos parpadeantes a causa del traqueteo, como una defensa a la tristeza que le provocaba aquel páramo estéril, evocaba mentalmente episodios de sus recuerdos junto a Besian Vorpsi, de los días en que se conocieron y de las primeras semanas de noviazgo. Los castaños a lo largo del gran bulevar. Las puertas de los cafés, el centelleo de los anillos en los primeros abrazos, el piano que sonaba en la casa vecina la tarde en que había perdido la virginidad y decenas de cosas más que arrojaba sobre el páramo interminable con la esperanza de llegar a poblar de algún modo tanta soledad. Más el páramo permanecía inalterable. Su desnudez húmeda parecía dispuesta a devorar en un instante no sólo su reserva de felicidad sino incluso la totalidad de las felicidades acumuladas por todas las generaciones humanas. Diana nunca había visto una extensión tan carente de esperanza. No en vano comenzaban allí las Cumbres Malditas.” (pág. 83-84).

No es sólo la oposición ciudad/campo, es el contraste entre el poder de una aristocracia urbana, refinada y culta, frente al oscurantismo de un medio que vive fuera de su tiempo, paralizado en una cultura inamovible, que no se ajusta al devenir histórico. Un mundo abierto/ un mundo cerrado.

Quizá la postura intermedia es la del poeta, marido de Diana. Como intelectual, él tiene una visión romántica de la vida en las montañas regida por el Kanum. Es una visión desde fuera, de alguien que no será nunca “agredido” por sus leyes, de ahí sus reflexiones filosóficas y estéticas, más que éticas, y sus comparaciones con Hamlet y otros referentes de la cultura universal. Besian Vorpsi pretende seducir a Diana con el exotismo de esta región sobre la cual él escribe. Pero Vorpsi no vive como ellos. En realidad, ni siquiera es consciente que no soportaría vivir como ellos. 

Un detalle importante es que Diana se sentía una mujer libre, y al entrar en contacto con Gjorj, la tragedia la subyuga y se entrega: pierde su brillo, se transforma y la mujer que llegó al Rrafsh se evapora. Termina siendo otra víctima del Kanum. El cambio de Diana está muy bien trabajado: Kadaré no intenta explicar lo que sucede dentro de ella, no trata de dar razones ni motivos para ese despertar, es un proceso casi esotérico, interior, totalmente alejado de lo racional, pero resulta verosímil, como si un rayo la hubiera atravesado. La sutileza del tratamiento añade misterio y perturbación.

Cuando llegan a las montañas, Diana parece escéptica y burlona, Besian intenta influir en ella dando información, lecturas, conocimiento, pero idealizando el tema, como si fueran personajes de una obra de teatro, no gente de la vida real. El cortocircuito se produce cuando Diana ve a Gjorg como un ser de la vida real, no un arquetipo de la tragedia. La sensibilidad de ella le permite una entrada que Besian Vorpsi no posee, él intelectualiza lo que sabe, no se pone en la piel de los que sufren el Kanum. No es lo mismo el mito que la vida real. Por eso la conclusión de Diana al final del viaje lo hiere:

“-… Besian, seguramente ahora escribirás algo mejor sobre el Rrafsh.
Se volvió como si le hubieran clavado un aguijón. Logró ahogar un grito: “Qué”, en el último instante. No, era preferible no volver a oír. Fue como si le hubieran aplicado a la frente un hierro candente.
-Después de este viaje –continuó ella con calma-, resulta lógico…, algo más verdadero…” (pág. 210-1).

El resultado del viaje es inesperado: en vez de seducir a su esposa, la pierde. La Diana que él conocía desaparece en el Rrafsh, su espíritu se queda levitando en las Cumbres Malditas.

EN LO FORMAL

La novela comienza con la escena de la venganza de Gjorg y termina con su muerte, que no es otra cosa más que la venganza de la familia de su víctima. Este recurso evidencia la cadena de asesinatos que se han producido y que seguirán produciéndose, como un baile sin fin. Ambas escenas son conmovedoras, porque están contadas desde el punto de vista de Gjorg, el espíritu trágico, el protagonista incuestionable. Sus temores, la entrega a su familia, la percepción de la fatalidad. Todo ello combinado con un tono lírico, en donde la presencia del entorno natural es determinante.

El paisaje es en Abril quebrado, un personaje. Un paisaje devastado, frío y seco, pero envolvente. La bruma, la nieve, los túmulos, las kullas, todo parece lúgubre y triste. Los elementos que forman el escenario del Kanum aplanan el espíritu: los caminos son agrestes, el páramo petrifica, el frío entumece:

“Bajo la llovizna, roquedales sin nombre o con denominaciones que él ignoraba aparecían desnudos y tristes uno tras otro. Al otro extremo de los claros y al borde de los roquedales se distinguían apenas las montañas, pero la niebla era tal que parecía como si detrás de su velo se hallara el pálido reflejo de una sola montaña repetido como un espejismo en lugar de un cúmulo de cumbres cada una más desnuda que la otra. La nieblas las había inmaterializado, pero, curiosamente, así resultaban más opresivas que con buen tiempo, cuando las rocas y las escarpaduras no se ocultaban tras su propia cáscara.” (pág. 35).
“El paisaje era casi el mismo: montañas recostadas unas contra el hombro de las otras, en actitud de curiosidad petrificada y aldeas que parecían mudas.” (pág. 47). 

Y por supuesto las imágenes literarias que mencionan el mundo animal son frecuentes, parte del ambiente de estas montañas:

“Como un murciélago, no se movería más que en la oscuridad, temeroso del sol, de la luna llena y de las antorchas.” (pág. 30).
“…se había acercado a la kulla con la ligereza de una mariposa que vuela hacia una lámpara incandescente.” (pág. 224).

El brillante final consigue unificar las dos muertes como si fueran una; en realidad, no importa quién muere, lo que importa es la constatación de que la cadena de la venganza siga funcionando. El día que Gjorj mató a su víctima supo que en un mes él se desplomaría igual:

”Escuchó todavía los pasos que se alejaban y dos o tres veces se preguntó: ¿de quién serán? Le resultaban familiares. Ah, sí, los conocía perfectamente, como las manos que lo habían puesto boca arriba… Son los míos, se dijo. El diecisiete de marzo, en el camino cerca de Brezftoht… Perdió un instante la consciencia, después volvió a oír el resonar de pasos y de nuevo le pareció que eran precisamente sus propios pasos y que era él, y nadie más que él, quien corría de aquel modo dejando atrás, tirado en medio del camino, su propio cuerpo, al que acababa de dar muerte”. (pág. 243).

Abril quebrado es una pequeña gran novelacombina con maestría la historia de una cultura enclaustrada en otra época y el misterio insondable de la tradición, irritable pero verdadero. Es un relato que atrapa, conmueve,  e instruye. Una mezcla contundente, y gracias a la pluma de Ismaíl Kadaré, un regalo de aquello que se llama buena literatura.

Los textos han sido tomados de la edición de Alianza Editorial. Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde.