Manhattan Transfer

John Dos Passos

Autor: John Dos Passos

Manhattan Transfer es la obra más importante de John Dos Passos (1896-1970), escritor norteamericano de origen portugués, destacado miembro de la llamada Generación Perdida. Con William Faulkner, John Steinbeck, Scott Fitzgerald y Ernest Hemimgway forman un grupo heterogéneo, unidos por ser contemporáneos, por haber vivido entre guerras y por haber compartido un gran interés por la cultura europea como referente literario. Cada uno, a su manera, retrata -con calidad- una parcela del mundo norteamericano de la primera década del siglo XX.

Manhattan Transfer fue escrita en 1925 con una técnica novedosa que, aún en pleno siglo XXI, sorprende al lector por los cambios de enfoque y la brevedad de las escenas. Este vibrante relato es producto de la libertad creativa de Dos Passos, que le permite saltar con agilidad de un tema a otro y de un personaje al siguiente, consiguiendo de esa manera que la ciudad de Nueva York se mantenga siempre en un primer plano. Nada ni nadie consigue hacerle sombra, o robarle protagonismo.

Las partes y el todo

Decenas de personajes aparecen y desaparecen en Manhattan Transfer, pero todos tienen un vínculo que los une y los define: la ciudad en la que habitan. Hombres y mujeres, niños y adultos, ricos y pobres, inmigrantes y autóctonos, delincuentes y honestos, sólo tienen interés en cuanto forman un grupo humano: los habitantes de la metrópolis. Víctimas o verdugos, estos seres son intrascendentes en el ámbito de lo privado, pero resultan potentes en su conjunto porque hicieron posible que Nueva York fuera la ciudad poderosa que fue antes de la crisis financiera del año 29.

La técnica del collage la maneja Dos Passos con maestría. Cada escena es una pieza de un todo, y sólo tienen sentido las piezas, en función del conjunto que forman como un gran mosaico. La recreación de la historia de la ciudad, su atmósfera, el ambiente de sus calles, las comidas que consumían, los trabajos que realizaban o los trabajos que desesperadamente buscaban, las clases sociales, la cultura de la calle, etc. quedan reflejados en esas breves escenas que se suceden a un ritmo trepidante. Al autor no se le escapa nada: políticos, sindicatos, ley seca, mafia, amoríos, suicidios; y al mismo tiempo olores, colores, sonidos, conforman este mundo que se sostiene como una atractiva promesa y luego se derrumbará como un fiasco.

Es interesante notar que cuando un suceso o personaje comienza a robarle protagonismo a la ciudad reclamando la atención del lector, Dos Passos gira bruscamente el enfoque de su prosa a las calles, los buses, el puerto, las farolas, los rascacielos. De esa manera re ubica el relato centrándolo en algo con apariencia concreta y tangible. Nueva York no es el escenario, ni mucho menos un telón de fondo: Nueva York es el alma, el gran personaje, el eje narrativo.

Vale la pena preguntarse cómo lo consigue. Dos Passos utiliza dos recursos:

  1. Le otorga a la ciudad el estatus de personaje.
  2. Y al mismo tiempo utiliza a la ciudad como un espejo para sus habitantes.

La ciudad como personaje

Dos Passos presenta una gran urbe que es, en el imaginario colectivo, el paraíso prometido. Todos quieren vivir en Nueva York, como si Nueva York, en sí misma, fuera una varita mágica que al activarla produjera instantáneamente éxito económico, laboral, y social.

La metrópolis aparece como el lugar ideal para triunfar, en ella se producen cambios, se obtienen logros, se circula con desparpajo y sobre todo, se participa de la modernidad.

Ahora bien, esto como concepto e ideal, luego viene la lucha de cada cual para hacer de esa promesa una realidad. Y es ahí en donde el personaje Nueva York es más poderosa que las personas que viven en Nueva York, seres divididos por las diferencias, los prejuicios, las leyes, los negocios, la dificultad para ganar dinero mientras los rascacielos se reproducen y los restaurantes con sus bares proliferan. Por eso cada vez que una historia personal comienza a crecer, se “siente” una voz en off de un director que ordena: ¡corten! Y la ciudad reaparece como el personaje poderoso, aquel con mayor jerarquía.

¿Qué características tiene esta ciudad? Ante todo su dinámica: es una ciudad en movimiento, un lugar que se forma día a día con elementos nuevos que surgen, crece, avanza, se hermosea y se moderniza. Y para lograr este efecto, los personajes en Manhattan Transfer se mueven también, circulan, avanzan, se desplazan. Gracias a la actividad que ellos realizan, percibimos las características de Nueva York, los personajes se encargan de presentarlo. Daremos tres ejemplos:

  1. Paseando un día, henchida de amor, Elaine se detiene:

    «La estatua del general Sherman la interrumpió. Se paró un momento para mirar la plaza, que resplandecía como el nácar… Sí, allí está la casa de Elaine Oglethorpe. Subió en un autobús de Washington Square. En la tarde del domingo, la Quinta Avenida se extendía rosada, polvorienta, trepidante. Por la acera con sombra pasaba de cuando en cuando un señor con sombrero de copa y levita. Sombrillas, vestidos de verano, sombreros de paja, brillaban al sol que centellaba en las plazas, en las ventanas superiores de las casas, y relampagueaba en la pintura de las limusinas y de los taxis. Olía a gasolina, a asfalto y a menta, a polvos de talco, a perfumes. Las parejas, apretujadas en los asientos del autobús, se entrechocaban a cada sacudida. Aquí y allá, en un escaparate, cuadros, tapices castaños, sillas antiguas barnizadas, detrás de los cristales. St. Regis. Sherry´s. El que iba junto a ella llevaba botines y guantes color limón. Un hortera probablemente. Al pasar por delante de San Patrick, sintió un tufillo a incienso que salía de las puertas abiertas en la penumbra. Delmoniaco´s…» (pág. 192).

  2. En su nuevo trabajo, Joe Harland observa e imagina:

    «Joe Harland sacó un poco de agua de un depósito de lata, se arrellanó en su silla, estiró los brazos y bostezó. Las once. Estarán saliendo de los teatros hombres de etiqueta, mujeres escotadas; los hombres se irán a casa con sus mujeres o con sus queridas; la ciudad se va a la cama. Taxis tocan la bocina y rechinan detrás de la valla. En el cielo vibra el polvillo de oro de los anuncios eléctricos. Joe tiró la colilla de su cigarro y la aplastó con el tacón. Sintió un escalofrío y se puso de pie; luego dio una vuelta por el solar balanceando su linterna.

    La luz de la calle teñía vagamente de amarillo un enorme anuncio donde se destacaba un rascacielos blanco con ventanas negras contra un cielo azul manchado de nubes blancas. “SEGAL NAD HAYNES levantará en este sitio un moderno EDIFICIO DE VEINTICUATRO PISOS PARA OFICINAS, que podrá ocuparse en enero de 1915. últimas oficinas en alquiler. Infórmese en…” (pág. 266).

  3. Elaine sabe que está embarazada de Stan, se angustia y se proyecta en su hijo:

    «El cielo, sobre los edificios de cartón, forma una bóveda de plomo abatido. Haría menos frío si nevara. Ellen encuentra un taxi en la esquina de la Séptima Avenida, y se deja caer en el asiento, frotándose los ateridos dedos de una mano enguantada contra la palma de la otra mano. “Calle Cincuenta y siete Oeste”. Con una máscara de fatiga mira por la ventanilla las fruterías, los carteles, los edificios en construcción, los camiones, las mujeres, los recaderos, los policías. Si tengo un hijo, el hijo de Stan crecerá para que le zarandeen a él también por la Séptima Avenida, bajo un cielo de plomo batido, de donde nunca cae la nieve, y mirará las fruterías, los carteles, los edificios en construcción, las mujeres, los recaderos, los policías…” (pág. 360-1).

Al mismo tiempo los párrafos más líricos y más bellos, están dedicados a la ciudad. Es una fuente de inspiración para la buena prosa:

«Fuera, el alba color limón inundaba las calles desiertas, goteando de las cornisas, de las barandillas de las escaleras de incendios, de los bordes de los cubos de basura, rompiendo los bloques de sombra entre los edificios. Los faroles estaban apagados. Desde una esquina miraron hacia Broadway, que parecía una calle estrecha y rojiza, como si el fuego la hubiera destripado.» (pág. 57).

La ciudad como espejo

Dos Passos demuestra su maestría intercambiando el sentido del juego literario. En este caso es la ciudad la que aporta las metáforas para describir los mundos interiores. Para trasmitir los sentimientos y los estados de ánimo de sus personajes, el narrador registra la mirada que ellos posan sobre la ciudad. O sea que para expresar aquello que sucede dentro de los personajes, los personajes miran hacia fuera y la descripción de lo que ven es el reflejo de lo que sienten. El recurso es original y funciona, de esa manera la ciudad sigue teniendo jerarquía de personaje, esta vez de personaje- medium.

Veamos algunos ejemplos:

– Ellen muere de amor por Stan y se siente feliz de estar con él, cogida de su brazo. (Subrayo las palabras que me parecen los elementos claves para retratar su estado de ánimo, la voluptuosidad que la anima):

«… A distancia, como a través de los cristales de un acuario, Ellen veía pasar sus caras, escaparates de frutas, tarros de aceitunas, flores rojas en un puesto, periódicos, anuncios luminosos. Bruscas miradas de azabache bajo sombreros de paja, barbillas levantadas, labios finos, muecas, bocas en forma de corazón,  sombras de hambre bajo los pómulos, caras de mujeres y hombres jóvenes flotaban a su alrededor como polillas mientras marchaban juntos, a través de la ardiente noche amarilla.» (pág. 257).

– Sin embargo, cuando se marchó para casarse con Oglethorpe por interés, sin amor, su percepción del exterior era diferente, su mirada abarcaba un mundo menos atractivo, sin color, más chato:

«… Hubiera querido sentirse muy alegre y escuchar el murmullo que cuchicheaba a su oído, pero algo, no sabía qué, le hacía fruncir el entrecejo. Lo único que podía hacer era mirar las sombrías marismas, los millares de ventanas negras de las fábricas, las cenagosas calles de las ciudades, y un vapor herrumbroso en un canal, y granjas, y anuncios de Bull Durham, y los gnomos carirredondos de Spearmint rayados por los brillantes hilos de la lluvia…» (pág. 165).

– Cecily, mujer de George Baldwin, se siente desgraciada porque sabe que su marido la engaña. Por lo tanto, cuando mira hacia afuera percibe elementos disonantes de la ciudad, molestos, enojosos, perturbadores:

«Le dolía la cabeza como si le apretara un círculo de hierro candente. Se asomó a la ventana a tomar el sol. Al otro lado de Park Avenue, el cielo azul como una llama estaba rayado por la roja armazón de vigas de un nuevo edificio. Remachadoras de vapor repiqueteaban ruidosamente. De cuando en cuando silbaba una cabria. Se oía un rechinar de cadenas y otra viga se alzaba de través en el aire. Hombres con monos azules iban y venían por los andamios. Más allá, hacia el noroeste, subían las nubes abriéndose compactas como coliflores. ¡Oh, si al menos lloviera…! Apenas había tenido el tiempo de pensarlo, cuando el sordo tableteo de un trueno apagó el estrépito del tráfico y del edificio en construcción. ¡Oh, si al menos lloviera!» (pág. 257).

– Cuando Jimmy Herf habla con su tío y éste le ofrece participar del negocio familiar, el consejo que recibe de su tío es el siguiente:

«- Mira a tu alrededor, Jimmy -dijo el tío Jeff.»

¿Y qué es lo que ve, Jimmy?. El lujo concentrado en esta casa de Nueva York, la riqueza que lo rodea. La ciudad de los poderosos:

«La viva luz que alumbraba el comedor de nogal se quiebra en los cuchillos y tenedores de plata, en los dientes de oro, en las cadenas de reloj, en los alfileres de corbata; se empapa en la oscuridad de los paños, brilla en la redondez de los platos, en las calvas, en los cubrefuentes.» (pág. 167).

Entonces, se aleja y descubre aquello que lo seduce:

«Sale al hall atestado. No sabiendo por dónde tirar, se queda un momento pegado a la pared, con las manos en los bolsillos, mirando a la gente que se abre paso a codazos al entrar y salir por las puertas giratorias: muchachas de dulces mejillas masticando chicle, muchachas carilargas con flequillo, chicos de su edad con cara de crema, jóvenes duros con el sombrero ladeado, recaderos sudorosos, miradas entrecruzadas, caderas ondulantes, mejillas rojas mascando cigarros, lívidas caras cóncavas, cuerpos lisos de hombres y mujeres, cuerpos barrigudos de señores maduros, todos codeándose, empujándose, arrastrando los pies, metiéndose en dos filas interminables por la puerta giratoria, saliendo a Broadway, entrando de Broadway. Jimmy, inmerso en el torbellino de las puertas que giran mañana, tarde y noche, de las puertas giratorias que triturarán su vida como carne picada. De repente todos sus músculos se contraen. El tío Jeff y su oficina se pueden ir al diablo. Las palabras resuenan en él de tal modo que Jimmy mira a un lado y a otro para ver si alguno las ha oído… Ya está en la calle. Un torbellino de viento le llena de arena la boca y los ojos. Baja por Broadway hacia Battery, con el viento de espaldas. En el cementerio de Trinity Church, taquígrafas y oficinistas comen bocadillos entre las tumbas. Delante de las compañías de vapores hay grupos de extranjeros estacionados: noruegos con pelo de estopa, suecos carirredondos, polacos, hombrecillos mediterráneos, pequeños como tacos, que huelen a ajo; eslavos montañeses, tres chinos, un pelotón de marinos de las Indias. En la plaza triangular que está frente a la aduana, Jimmy se vuelve y, de cara al viento, contempla la profunda cuchillada de Broadway. El tío jeff y su oficina se pueden ir al diablo.» (pág. 170).

En esta escena percibimos las ganas de vivir del joven, su deseo de lucha. Frente al poder económico y el sistema social rígido que lo encerraría dentro de un mundo privilegiado, pero estático, él apuesta por el riesgo, por la diversidad, por la frescura de lo incierto. Las imágenes elegidas son elocuentes, aquello que selecciona el ojo de Jimmy lo fuerza a tomar una decisión. Creo que es uno de los mejores momentos de la novela. Sobre todo porque Jimmy Herf será la consciencia o alter ego del escritor: él no se conforma con lo que el destino le pone por delante, Jimmy -contrariamente a la mayoría- no está en Nueva York para hacer dinero; busca otras salidas, reclama un aprendizaje, ama y es capaz de renunciar a la vida fácil -igual que hizo su madre cuando abandonó Nueva York-, porque anhela autenticidad. Y, sobre todo, libertad.

Conforma avanza la novela, la ciudad que prometía el paraíso no satisface las demandas de sus habitantes, resulta difícil encontrar un trabajo decente, un lugar para vivir, formar una familia. El ideal se desmorona como un globo que se desinfla, se desdibujan las líneas del paisaje urbano, la narración se centra más en las tragedias de los personajes. Por todo esto hay un cambio y hacia el final encontramos un desarrollo mayor de las historias personales: la ciudad ya no funciona como espejo, está opaco, sin brillo.

La novela es anterior a la crisis del año 29, pero está claro que Dos Passos la anuncia, la ve llegar como algo irreparable. Otro dato es que a pesar de la ley seca, los personajes de Manhattan Transfer beben, beben, y beben. Y las mafias se enriquecen con el mercado negro.

La guerra también es un tema a considerar, y un factor determinante para la decadencia. Desenlace inevitable que sintetiza Jimmy Herf en su fracasada aventura, en su incansable búsqueda de algo mejor. La ciudad paraíso se ha convertido en una máquina que destruye y se traga a su gente:

«Persecución de la felicidad, inevitable persecución… derecho a la vida, a la libertad y… Una noche negra sin luna. Jimmy Herf sube solo por South Street. Detrás de los muelles se alzan en la noche los negros esqueletos de los barcos. “Dios mío, confieso que no sé qué hacer” dice en voz alta. Todas estas noches de abril, mientras paseaba solo por las calles, un rascacielos lo ha obsesionado, un edificio acanalado que se yergue con sus incontables ventanas alumbradas, que cae sobre él desde un cielo barrido por las nubes… Y él da vueltas y vueltas por las calles buscando la puerta del sonoro rascacielos con ventanas de oropel; da vueltas y vueltas y la puerta no aparece. Cada vez que cierra los ojos la visión se apodera de él. Joven, si quieres conservar tu razón tienes que hacer una de estas dos cosas… Por favor, señor, ¿dónde está la puerta de este edificio? ¿A la vuelta? Justo a la vuelta… Una de estas dos inevitables soluciones: marcharse de aquí con una camisa blanda y sucia, o quedarse con el cuello duro y limpio. ¿Pero a qué pasarse la vida entera huyendo de la ciudad de Destrucción?…» (pág. 500-1).

Los textos han sido tomados de la edición de Edhasa, traducción de José Robles Pazos.