En lake success

Gary Shteyngart

Suelo decir a mis alumnos que a mí me gustan, sobre todo, las novelas de personajes. ¿Por qué razón, entonces, he elegido para este análisis En Lake Success? En esta obra del ruso norteamericano Gary Shteyngart (Leningrado, 1972) el protagonista, Barry Cohen, no es un hombre interesante, no es capaz de provocar sentimientos en mí como lectora, menos aún complicidad o sintonía, tampoco rabia o pena. Pocas veces me ha pasado algo así y diría lo mismo de su mujer, Seema, y de todos aquellos que los rodean. Una excepción en este sentido puede ser Shiva, el hijo autista de ambos. 

La razón de este desconcierto es que en este texto los personajes están al servicio de la historia: una parodia de la vida de los poderosos en el Nueva York del siglo XXI, en dónde la vorágine del dinero ganado con rapidez y falta de seriedad es el emblema del éxito. Shtayngart señala una acuciante falta de valores, un mundo superficial en dónde lo que importa es aquello mesurable en dólares y status. Esa dependencia de los personajes a la historia que se narra aparece desde el principio una propuesta coherente: para que pueda ser verosímil, los personajes deben ser como son: inmaduros y frívolos. Ahí es donde se pone el dedo en la llaga, una sociedad que sólo produce este tipo de gente, personajes muy planos. Una reflexión profunda no puede salir de un cerebro que se mueve con esos parámetros. Que Barry Cohen haya ido a Princeton, es parte de su pasado mancillado. Su presente es lo que lo define: un hombre que ha hecho todo mal, sin tener siquiera la sospecha de sus errores, tampoco siente culpa por su mala actuación.

Sin embargo, y esto me parece extraño, en todas las críticas que he leído sobre esta novela, lo que destacan, curiosamente, es al personaje protagonista: su humor corrosivo, su sarcasmo, su atrevimiento al emprender un viaje en un momento crítico de su vida, su particular humor, como si eso fuera suficiente para convertirlo en un anti héroe, o en el representante de alguien que arruina, con su mal actuar, la persecución del sueño americano, sueño que estaba depositado a sus pies. Pienso que para ser anti héroe, falta aquí una carga de dolor, alguna dosis de sufrimiento que lo redima de su superficialidad. Barry no parece sufrir por su hijo autista, ni por su quiebra económica, ni por su ego pisoteado por el desastre económico, aunque haya dejado a mucha gente tirada. Él simplemente se aleja, toma distancia, busca una salida a otro tipo de vida sin asumir ninguna responsabilidad por el cambio y las consecuencias que esto pueda causar en sus seres más cercanos. Este señor se mira el ombligo: huye porque necesito encontrar otros aires, pero no hay autocrítica en él, carece de un mundo interior interesante que lo lleve a cuestionar, preguntar, concluir. No dudo que todo esto sea una elección consciente de Shteyngart, poner en evidencia, con este inmaduro comportamiento, la falta de valores de una sociedad decadente. Ningún atisbo de ética personal aparece en el devenir del protagonista, como si fuera otro el que ha fracasado, otro el que abandona a su familia, otro el que busca recomponer su ego con una antigua novia de la universidad. Y veo más clara aún, la intención de Shteyngart de cargar las tintas en este aspecto, cuando al final de la novela, Barry queda libre de cualquier acusación ante la justicia, salvo una multa millonaria que debe pagar. Impunidad, eso explicaría la vaciedad del personaje: seguirá haciendo los mismos negocios, será aceptado inmediatamente por el mundo que lo rodea, celebrado por su dinero, en resumen, un títere más en este teatro de marionetas. No hay castigo, casi diría yo que hay premio, porque recupera casi todo lo que tenía, menos a su mujer y su hijo. Pero estos últimos dos, son una carga que ya no quiere llevar el ligero Barry.

He detectado sólo dos momentos en donde el narrador expresa alguna emoción que brota del interior de Barry. Pueden haber otras pocas más y yo no he estado atenta, cito estos ejemplos:

“Percibía un romanticismo sin freno en la prosa lacónica de Hemingway, la ingeniosa manera con que los hombres declaran su amor. Con Seema y Shiva, el tenía el problema contrario. No sabía cómo cosechar amor de la tristeza.” (pág. 78).
“-Lo he pasado muy mal-dijo-, porque le pedí a mi madre que me llevara al centro comercial para comprar una figura de Han Solo, y en el camino murió de un accidente de tráfico. Pero ya no estoy mal. A partir de hoy nunca estaré mal. Porque esté donde esté, ella me ha perdonado. Ojalá pudiera volver a ver sus ojos. Tenía unos ojos preciosos. Crees que yo tengo los ojos bonitos?.” (pág. 324-5)

Dicho esto, la historia funciona, el texto se lee con interés, Shteyngart nos introduce en un viaje en bus por la América menos glamurosa, en donde Barry se felicita a sí mismo por mezclarse con todo tipo de gente, gente a la cual jamás hubiera tenido cerca en su burbuja de Nueva York. La inocencia, inmadurez quizá sea la palabra más justa, es lo que provoca las notas de humor, Barry parece un recién nacido que va gateando para descubrir cosas que lo diviertan, y que producen en él una reacción paternalista: ser el mentor de todos aquellos que necesitan ayuda, aunque nadie se la pida. No se da cuenta que es él quien la necesita. Y no es consciente que en ese momento preciso de su vida, él no está preparado para ser el mentor de nadie.

EL VIAJE

Al entrar en la estación de buses, todo resulta extraño para él, de pronto está en un medio vulgar, en donde nada funciona, nadie lo atiende ni le presta atención, a pesar de tener la cara con algunas heridas. La gente que hay en ese lugar es fea, huele mal, pero ellos serán, le guste o no, sus compañeros de viaje. Elimina todo objeto que permita localizarlo: su teléfono, sus tarjetas de crédito, y lleva un pasaporte falso, detalle que demuestra que se sabía expuesto ante la justicia. Estaba, no sabemos desde cuándo, preparado para huir.

Hay un ingrediente importante de caricatura en esta propuesta de Shteyngart, por eso mismo detectamos la presencia de algunos tópicos de moda: la mujer trans que come patatas fritas Lay´s; la presencia de Sindy, su empleada lesbiana; la mujer con las orejas de tul de conejita, muy del mundo Disney, el latino con “chaleco grueso, color malva” quien:

“Incluso en aquel infernal resplandor nuclear que emitían las paredes de azulejos naranjas de la terminal de Port Authority lucía un tupé perfecto”. (pág. 18).

Buena creación de atmósfera, sabemos ya en qué mundo nos vamos a mover, es América en toda su extensión: variedad de seres humanos con distintas características, aspectos, formas, multitud de gente que Barry irá sumando y multiplicando conforme avance el viaje. Para él, tan encapsulado en su burbuja neoyorquina, será una grata sorpresa. Sabemos que todo eso es también parte de Nueva York, pero él se movía en un mundo muy pequeño y selecto y no quería ver más allá de sus propias narices. Antes del viaje, cuando Barry y Seema conocen al escritor guatemalteco y a su mujer, vecinos suyos, su actitud demuestra una hiriente falta de interés por ese otro distinto, la ignorancia total de lo que puede cargar el escritor en su mochila, la única preocupación de Barry es cómo ha hecho este latino más blanco que él para comprar un departamento de lujo, aunque sea este más pequeño que el suyo, se trata de una propiedad cara y exclusiva. Si no vienen del mundo financiero, ¿será una herencia? Por méritos propios no puede ser.

El viaje fuerza cierta apertura. Al tomar distancia de sus referentes habituales, la visión de Harry cambia, aparecen nuevos matices:

“Empezaba a ver que viajar en Greyhound significaba formar parte de la vida de otros. Si esto fuera En el camino y él fuese Neal Cassady o Allen Ginsberg o cualquier otro, probablemente terminaría follando con su vecino mexicano. Eso no iba a pasar, pero el hecho de poder viajar en aquel autobús apestoso con ese mexicano bajito era interesante y ampliaba su horizonte. Requería imaginación. Requería un alma”. (pág. 57).

Al final del viaje, pasó algo muy parecido (“…terminaría follando con su vecino mexicano…) cuando después de compartir la droga que le habían regalado, termina experimentando juegos sexuales con un desconocido bastante vulgar y ordinario.

El autobús creaba una sociedad compacta y cómplice, Barry, a pesar suyo, estaba al margen::

“-¡Cierra la puta boca! –le gritó una madre a su hija pequeña-. Te lo he dicho seis veces.
La niña se echó a llorar.
-No me trates así.
Pero todos los pasajeros que rodeaban a Barry , a los que habían ofendido y maltratado de pequeños, no estaban dispuestos a consentirlo, y se pusieron a chillarle a la mujer, a gritar como si pudieran rebobinar sus vidas y enfrentarse a sus padres y a sus madres, hasta hacerlos sangrar. Voces negras, voces blancas, voces latinas, El autobús entero le gritaba a la mujer, y el conductor no paraba de repetir por megafonía: “¡Esa lengua!”. (pág. 328).

Sin embargo, el viaje, cuyo fin era recuperar a Layla, su novia universitaria, no logra los objetivos. Pasa un tiempo con ella, pero Layla no respeta a Barry. Fiel a sus principios, el comportamiento despiadado de su amigo en el mundo de las finanzas, le resulta inaceptable. Alguien que ha actuado sin escrúpulos, no es digno de compartir la vida con Layla. Luego Barry tiene el calentón con Brooklyn, pero la chica, más joven e inexperta, parece más sensata que Barry, y desaparece. En todos los espejos en donde quiere verse recompuesto, Barry no mejora su imagen: ni Javon lo necesita, ni Jeff Park lo acepta, ni Layla quiere retenerlo, ni Brooklyn queda marcada con fuego. La seducción, que era su fuerte en el mundo del dinero, en este viaje no obtiene resultados. Esa puede ser la única ganancia que pudo dejar el paseo en el autobús. 

VUELTA A CASA

¿Qué pasó con los sueños de Barry? Retoma su vida en NY, aunque Seema no lo recibe en su departamento. Ellos tiene un hijo, Shiva, un niño autista severo. El pequeño tiene comportamientos extraños y sus padres no saben bien cómo atenderlo. Acuden a los mejores especialistas, le proporcionan las terapias más caras, pero no consiguen establecer contacto con Shiva. No debe ser fácil una situación como ésta, pero Juliana, la mujer del escritor guatemalteco, les da una lección en ese sentido: ponerse en la piel del niño que sufre, intentar colocarse a su nivel y no pedirle al pequeño, lo que no puede hacer. Tanto Barry como Seema, son incapaces de expresar su afecto a Shiva. Para ellos, mimados por la sociedad de la riqueza, guapos y exitosos, un hijo autista es una mancha. No pueden decirlo en voz alta, ocultan el problema, se sienten avergonzados. Y eso agrava la situación de la pareja. 

Sin embargo, a pesar de que su mujer no lo perdona, la justicia sí lo hace y pasa página. El delito se desinfla, la sociedad le da un golpecito en la espalda, y Barry se convierte en aquello que era: un inversor dispuesto a todo con tal de ganar millones. Hay muchos guiños a la era Trump, una sociedad materialista y superflua: el brillo del dinero oscurece todo a su alrededor:

“Y la comisión no le había prohibido asociarse con ningún integrante de su fondo, ni siquiera durante un par de años. Ni siquiera había tenido que reconocer que había hecho algo mal. Simplemente tenía que desembolsar la pasta. ¿Qué lo había salvado? ¿Su reputación? ¿Su pinta de perro triste en aquella sala de audiencias? ¿El hecho de que sus abogados hubieran señalado continuamente el detalle de que tenía “un hijo” con necesidades especiales? No iría a la cárcel. ¡No iría a la puta cárcel! Barry Cohen era libre. Volvió a su habitación del Mandarín y se desplomó en el sofá. No iban a tocarlo. Era un miembro respetado de la sociedad, y quien pensara lo contrario no entendía cómo funcionaba este país”. (pág. 349).

Este final es lo mejor en En Lake Success. Barry no es más que un producto fallido de una época fallida. Gary Shteyngart hace un esfuerzo para que no olvidemos las tentaciones del materialismo absurdo e injusto. La dimensión de su historia crece con el final: el poder económico arrasa con todo. Aquellos compañeros del autobús no son más que sombras. Los verdaderos protagonistas de la vida son los Barry de turno y la combinación triunfadora es ésta: ambición sin amor. Barry Cohen sólo ama a sus relojes. Finalmente, son sus posesiones valiosas y mimadas  porque ellos no exigen nada a cambio. 

Creo que el trabajo de Shtayngart, se sitúa en la corriente de la gran novela norteamericana, textos en donde prima la historia y la recreación de una situación determinada que pudiera resumir una época. Generalmente, esta narrativa intenta hacer una auto crítica, un dibujo de los aciertos y, sobre todo, de los desaciertos que caracterizan a una realidad que se escapa de nuestras manos. Pienso en Pastoral Americana, de Philip Roth, por ejemplo, en donde el padre emigrante y trabajador termina con una hija anti sistema, vegana, rebelde, anárquica, una chica que teniéndolo todo, acumula odio y rencor. 

El ritmo de la primera parte envuelve al lector, decae cuando la historia se centra en Seema, personaje borroso, poco empático.

Imagino que la versión original tiene una chispa particular que en la traducción se ha perdido. Algo del humor, la gracia que mencionan otros lectores y que yo no he podido captar. También creo que la mención constante a la pasión por los relojes es un tanto excesiva. Posiblemente, Shteyngart haya querido ver en ese detalle un síntoma que anuncia el autismo de su hijo, como un precedente: un hombre que no se conecta muy bien con el mundo y se refugia en sus máquinas. 

Los textos han sido tomados de la edición de Penguin Random House. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.