V13

Emmanuel Carrère

Difícil definir el género de este apasionante texto de Emmanuel Carrère (París 1957), a pesar del dato que aparece a nivel de subtítulo: Crónica Judicial. Dos palabras que pretenden darnos una pista: sabremos que el autor acudió diariamente al juicio contra los terroristas del Estado Islámico, responsables de los crueles atentados de París el 13 de noviembre del 2015 en distintos lugares: en el Estadio de Francia, en bares y restaurantes, y en la sala de conciertos Bataclán; causando 131 muertes y más de 400 heridos.

Pero este relato es mucho más que una crónica judicial. A veces me ha parecido una clase de geopolítica, otras, una de historia, sin perder de vista al mismo tiempo el perfil psicológico de los protagonistas de ambos lados: tanto las víctimas, como los terroristas que sobrevivieron a los actos; incluyendo además a los jueces, fiscales y abogados, cada uno en la parte del proceso en donde le tocó estar. Aborda, también, el funcionamiento del engranaje judicial, la puesta en escena, las familias de las víctimas, la crudeza de los testimonios, el espíritu de revancha que impulsa los actos violentos, la solidaridad de los heridos, en fin, una mirada ambiciosa que abraza la grandeza y la debilidad humana.

Emmanuel Carrère destaca, en el mundo de la literatura, por aquello que hoy se llama autoficción. Él no crea un personaje/ periodista para que sea la voz de su relato, la voz es la suya, siempre la suya: aunque hable de una víctima o de un terrorista, el filtro es él, el punto de vista le pertenece en exclusiva, organiza los datos, monta el escenario, informa y da detalles, recoge la crudeza, señala el dolor, apunta la ira, reflexiona y nos invita a pensar en lo sucedido y en el mundo que ha gestado esta tragedia. Por eso insisto que es su propio relato el eje del texto: su criterio, su subjetividad, su prosa y su entrega.

Algo parecido sucedió con la gestión de El adversario, ahí también el escritor acudió al juicio del falso médico que mata a su familia (mujer, hijos y padres) por la sospecha de su incapacidad para sostener la mirada de ellos si se enteraban de la impostura. Otro caso espeluznante, otro tema literario con muchos matices y mucho dolor en donde la labor del narrador se centró en escarbar la hondura del alma humana. El personaje y los acontecimientos eran del mundo real, el proyecto literario es, en ambas obras, autoría de Carrére.

Desde el inicio de V13, el autor expresa las razones que lo llevan a ocuparse del tema y convertirlo en literatura:

“…aquí se juzgará a segundones, ya que los que mataron han muerto. Pero también será un gran acontecimiento, algo inédito que quiero presenciar: primer motivo. Otro es que, sin ser un especialista en el islam, y menos aún un arabista, me interesan asimismo las religiones, sus mutaciones patológicas, y este interrogante. ¿dónde empieza la patología? Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locura? ¿Qué tiene en la cabeza esta gente? Pero el motivo principal no es ese. El motivo principal es que centenares de seres humanos que tienen en común haber vivido la noche del 13 de noviembre del 2015, haber sobrevivido a ella o haber sobrevivido a sus seres queridos, van a comparecer ante nosotros y a tomar la palabra.” (pág. 10-11).

¿El dolor provocado por la violencia de un bando es argumento justo para causar dolor similar en respuesta al otro bando? Será ésta la gran interrogante que planeará en el juicio. Una pregunta sin respuesta. Carrére, de origen francés, educado en la cultura francesa, prototipo clásico de la racionalidad, pide esclarecer términos y conceptos. Se refiere a frases que aparecen en el auto de procesamiento, como “presuntas matanzas de civiles que los occidentales habrían perpetrado con su bombardeos…. pero no es servir a la verdad llamar “presuntas matanzas de civiles” a innegables matanzas de civiles.“, señala. Con estas palabras el narrador se está posicionando: no vale maquillar la realidad para usar un argumento falso o inexacto a favor de las víctimas. Su punto de vista queda claro, la verdad y la precisión de los términos son indispensables para un juicio justo. Lo mismo exige a la otra parte cuando el abogado de Salah reclama la videovigilancia a la cual está sometido su cliente y Carrère muestra la carta que su anterior abogado recibió de la familia de dos víctimas:

“Señor letrado:
Desde la velada en el Bataclán, mi nuera también está sometida a videovigilancia en el hospital.
Esta situación no la perturba porque se halla en un coma profundo.
Tampoco perturba ya a mi hijo, que reposa en el cementerio…” (pág. 26).

Al hacer su análisis sobre la violencia desplegada, el autor señala un elemento que define al terrorismo del Estado Islámico: el sadismo. Una buena observación, que él explica comparándola con otros movimientos extremos y crueles también:

“La propaganda nazi no mostraba Auschwitz, la estalinista no mostraba el gulag, la de los Jemeres Rojos no mostraba el centro de torturas S.21. Normalmente la propaganda oculta el horror. Aquí lo exhibe. El Estado Islámico no dice: es la guerra, tenemos el triste deber de cometer actos horribles para que el bien triunfe. No, reivindica el sadismo. Para convertir utiliza el sadismo, lo exhibe, permite ser sádico.” (pág. 34).

LAS VÍCTIMAS

Una buena parte del libro, abarca la presentación de las víctimas y el mundo de ellas antes y después de los atentados. Ellas, o sus familias o deudos, serán los compañeros de ruta del narrador. A través del roce entre aquellos desconocidos nace cierta complicidad, una chispa de camaradería y con algunos una incipiente amistad, producto de la simpatía mutua y el acompañamiento durante un tiempo largo. Se escuchan, se respetan, se consuelan. Es en este nivel en donde nacen nuevos afectos, la información que los familiares aportan es un buen material literario para el autor y ellos agradecen la atención porque permite el desahogo, ofrece comprensión, juntos celebran iniciativas como ir en excursión a descubrir el lugar en donde se refugió el jefe del comando. Surge una suerte de sociedad que comparte intereses y afinidades. En estas páginas tenemos la parte más humana de V13, el territorio que permite la expansión del mundo interior, los miedos, las inseguridades, las alegrías y las penas:

“En los movimientos desordenados hacia las salidas, unos se vieron obligados a pisotear a los demás al intentar sortearlos por encima. Una mujer entre los supervivientes dijo que lo peor para ella fue eso: que la pisoteasen. Otros dicen que lo peor para ellos fue haber pisoteado.” (pág. 58).

En efecto, los momentos más conmovedores son cuando se manifiesta solidaridad entre las aterradas víctimas que tratan de ponerse a salvo, casi siempre con ayuda de alguien. Ese alguien desconocido que elige no salir corriendo si puede ayudar a otro u otra en su lucha por sobrevivir. Hay tantos testimonios que dan ganas de copiar todos, momentos dignos de ser rescatados. La mente humana trabajando para encontrar una salida, y los compañeros ayudando a dar vida al aliento que surge de la propia desesperación:

“La culpa que reconcome a quienes sobrevivieron es por haber sobrevivido: ¿por qué ellos han muerto, por qué yo estoy vivo? Para algunos, la culpa se ha encarnado. Tiene una cara que les obsesiona,. L cara de alguien que pedía ayuda, al que quizá podrían haber socorrido y no socorrieron. Ya fuera porque había otra persona a la que auxiliar, alguien querido, alguien que era prioritario. Ya fuese por salvar la piel, porque lo primero es salvarse uno mismo. Los que actuaron así no se lo perdonan. Algunos lo expresan con palabras desgarradoras”. (pág. 59).

También se detiene en las reacciones de la gente involucrada: hay que quienes dicen estar dispuestos a perdonar a los asesinos, otros no conciben el perdón en este caso, se saben incapaces de estrechar la mano de algún terrorista. En el extremo, la voz más discordante, padre de una hija muerta, declara en el estrado:

“… lo que más me asquea son los familiares de las víctimas que no sienten odio.” (pág. 71).

Sabemos que las reacciones de los seres humanos son diversas, responden al derecho inviolable que tienen de sentir y asimilar las cosas a su manera. Pero confieso que me sorprende el espíritu benévolo que expresan la mayoría de los personajes ante un hecho tan brutal que los afecta directamente. Esta reacción “idílica” me recuerda la lectura de El colgajo, escrita por otro escritor, también periodista de nacionalidad francesa: Philippe Lançon, víctima de otro atentado de origen islámico al periódico Clarlie Hebdo. En su relato, muy recomendable por cierto, jamás expresa odio a sus victimarios, su postura es generosa a pesar de quedar malherido y con compañeros muertos.

LOS TERRORISTAS

Todos los jóvenes que participan en estos atentados, vienen de un barrio de Bruselas llamado Molenbeek. Barrio que parece casi un país extranjero dentro de un estado europeo, un lugar en donde la mayoría de sus habitantes son musulmanes, tienen sus mezquitas, sus escuelas, sus cafés, donde, bajando unas escaleras del sótano de un bar, pueden visualizar propaganda política violenta: decapitaciones y otras monstruosidades que para ellos son una diversión. Hay algo maligno en este ambiente extraño, como si la policía belga hiciera la vista gorda de estas excentricidades, o no quisiera percatarse del peligro que engendran, del riesgo que implica alimentar el espíritu de venganza, odio, e intolerancia hasta la saciedad en un grupo de gente extranjera que, en su mayoría, no se integra al país de acogida. Molenbeek es el germen de los atentados, ahí se origina el espíritu destructivo y vengativo contra “los no creyentes”, los kaffir, enemigos que merecen la muerte.

La policía belga queda mal parada en el juicio, su actuación es sombría, ineficaz, cero de perspicacia, demuestran una incapacidad total para intuir lo que se estaba cocinando:

“… le preguntaron por qué su equipo no había tenido la curiosidad de bajar al sótano. “Ah, sí? ¿Había un sótano?” . Uno o dos días después, es el turno de su colega 440232779. En febrero de 2015, sus servicios interrogaron a Brahim Abdeslam, en posición de un folleto titulado “El permiso de los padres para hacer la yihad” y sospechoso de planes terroristas. Y después lo dejaron en libertad. “Por qué?” “Porque”, responde el policía “nada en su interrogatorio nos indujo a pensar que tenía esos planes.” “Pero ¿cómo llegaron a esa conclusión?”, se asombra el presidente. “Pues porque se lo preguntamos.” (pág. 123).

EL YIHADISMO

Se agradece la información que Carrére ofrece sobre la creación del Estado Islámico, gracias a la disertación que hace en el juicio el especialista en el tema, Hugo Micheron. En la presentación, este señor se remonta a la Primavera Árabe, con el antecedente del frutero tunecino que se prende fuego en diciembre del 2010, y es ahí cuando explota la mecha. Dictadores que huyen: Gadafi, Mubarak, Ben Alí. Expectativa de un cambio en el mundo musulmán, pero en Siria la represión de Bachar al-Asad es brutal, comienza la lucha y Al Qaeda se convierte en la rama yihadista más fuerte, reemplazada por el Estado Islámico en 2013, cuando restaura el califato. Los años 2015 a 2016 son los de los grandes atentados en Europa, y al año siguiente el califato cae. Siguiente problema: los repatriados que llegan a Francia a la cárcel:

“Se impone un repliegue táctico, hace falta una base y esa base es la cárcel. Es el laboratorio del yihadismo de los años 2020. Para una población carcelaria cuya mitad es musulmana, la llegada de un centenar de “retornados” investidos del prestigio de la aventura siria, tuvo un efecto devastador.” (pág. 103).

Esto, sumado a la incapacidad de la policía francesa, debilitados para detener el desarrollo de este fenómeno violento. El narrador resume lo que en el juicio expresó el jefe de los servicios franceses de inteligencia exterior, Bernard Bajolet:

“Lo que él cuenta sin rodeos y sin escaquearse es que sus servicios la cagaron. Desde principios del 2014 se sabe que Europa y en especial Francia sufren la amenaza de los tentados masivos y organizados, y conocemos a varios de los futuros terroristas: a seis o siete, dice fríamente Bajolet, de los diez miembros del comando. El más peligroso de ellos es Abdelhamid Abaaoud, al que hemos dejado al volante de un todo terreno arrastrando por el polvo cadáveres de infieles.” (pág. 107).

Resulta espeluznante escuchar estos comentarios. ¿A qué se debe la falta de respuesta a un peligro inminente? ¿Desinterés político? ¿Falta de recursos? ¿Decadencia de las instituciones? ¿Incapacidad profesional? En la misma línea sorprende que luego del atentado comprobemos que Salah Abdeslam sale de Francia de regreso a Bruselas y pasa el control policial como si nada. ¿Funcionan los sistemas de seguridad? ¿Es posible impedir estos brotes de violencia o sobrepasan nuestras capacidad real para luchar contra ellos? No hay duda que algo no funciona, hasta el jefe Bajolet reconoce esta escandalosa situación: los terroristas saben que ganan terreno día a día. Esta es una llamada de atención, Carrère insiste en recordarla: ojo, que no estamos haciendo las cosas bien.

Otro elemento de esta historia es la prima Hasna, quien se siente orgullosa con las acciones del primo terrorista, y cuando le suelta a un trabajador social que su primo es uno de los responsables de la masacre, la información, de extrema gravedad dada las circunstancias, no trasciende, no la trasmite a quien compete. El dato no se utiliza para detenerlo. Será gracias a la valiente Sonia, amiga de Hasna, que se puede llegar a ellos, pero llegan tarde, uno de los terroristas se explosiona y mueren los tres, Hasna incluida.

LOS ABOGADOS

Obviamente con menos relevancia en el contenido total, Carrère también nos informa sobre los profesionales que defienden a los terroristas y a las víctimas. ¿Quién paga la cuenta de unos y otros en caso de terrorismo? El Estado. Y también las diferencias en los ingresos de cada grupo y en las condiciones laborales que tienen que asumir.

A mí me cuesta pensar que existan abogados que decidan defender a un terrorista que ha participado en una masacre. La repugnancia que me genera el hecho, la fría preparación antes de atacar, el empeño en la crueldad, el sadismo que señala el autor, me impedirían salir en su defensa. A alguna de los abogados de la defensa le tocó porque estaba de guardia, vale, pero surge la pregunta: ¿se puede uno negar a defender a alguien si el gobierno te designa la defensa de un terrorista? Sospecho que sí. Sin embargo cito a Nogueras, abogado de uno de los acusados, opinando al respecto:

“Hay que defenderlos, es la ley. Claro que a veces me cuesta, por supuesto, es más fácil defender a un atracador con el que yo podría ir a tomar unas copas cuando salga que a un tipo que se excita viendo vídeos de decapitaciones, pero es esencial distinguir entre la persona y el acto. Ser abogado es eso: hacer todo lo posible para que el acusado se le juzgue con arreglo al derecho y no según las pasiones. Y luego, cuando todo el mundo le haya dado la espalda, ser el último en tender la mano de nuevo.” (pág. 225)

Resulta interesante, también, cuando Carrère reflexiona sobre el sistema para indemnizar a las víctimas: qué datos objetivos tienen los expertos para valorar las pérdidas, cómo medir estos detalles, qué difícil hacer justicia cuando las pérdidas son irreparables (ya sea vidas o minusvalías).

LOS FISCALES

El autor alaba la labor de los fiscales en este macro juicio. Para resumir, recordaré estas palabras certeras de la fiscal del Supremo a manera de cierre:

“El pavor es la desaparición de la cortina tras la cual se oculta la nada que normalmente permite vivir tranquilo. El terrorismo es la tranquilidad imposible. El veredicto del tribunal no podrá reparar la cortina rasgada. No curará las heridas visibles e invisibles. No devolverá la vida a los muertos. Pero al menos podrá garantizar a los vivos que la justicia y el derecho tienen aquí la última palabra.” (pág.226).

Sin embargo me gustaría terminar con este párrafo del narrador, quien ha seguido el juicio a rajatabla, día a día, y publicado semanalmente sus artículos en el L´Obs:

“Recordar que nunca lo sabremos todo, pero que ellos, los del banquillo, sí lo saben. Explicar que el silencio es un derecho y lo es también la mentira, y que ellos han hecho un uso muy amplio tanto del primero como de la segunda. Sin embargo, ese trabajo ejemplar de síntesis y de pedagogía tiene un límite: ¡qué más sabemos sobre los acusados y sus actos con respecto a lo que sabíamos por el auto de procesamiento que resumía todo lo que se podía saber antes del juicio? ¿Qué más han aportado esto nueve meses de audiencia? De hecho: bastante poco: en cuanto a información, quizá un 10 o un 15 por ciento más. La relativa a las víctimas ha sido inmensa, inmenso lo que hemos sabido de la humanidad al escucharlas. Pero ¿sobre el banquillo? Nos hemos preguntado hasta la saciedad, yo y los demás, por los estados de ánimo de Salah Abdeslam. ¿Le falló el cinturón explosivo? ¿Tuvo miedo? ¿Tuvo un ramalazo de humanidad? ¿Sus disculpas son sinceras? Pero ¿qué importa su sinceridad? ¿Qué interés tienen sus estados de ánimo? Un pobre misterio: un vacío abismal envuelto en mentiras que nos deja un poco atónitos, en retrospectiva, tras haberlo sondeado tan atentamente.” (pág. 228).

LA FORMA

Emmanuel Carrère se caracteriza por su amenidad y por el uso de un lenguaje claro y preciso, muy limpio. El ritmo del texto es dinámico, enlaza muy bien los aspectos personales con los sociales y los políticos, y nos señala siempre el contexto histórico a través del tiempo. Sus reflexiones puntuales añaden contenido: escucha, saca conclusiones, comparte su mirada y sus dudas en todo momento, al punto que el lector también imagina que ha estado sentado a su lado en la Caja Blanca.

Contar un acontecimiento tan brutal, que causó tristeza y dolor a mucha gente y que por estas mismas razones fue mayoritariamente criticado y catalogado como una monstruosidad, es tarea difícil para un escritor. Carrère ha salido airoso en este empeño.

Los textos han sido tomados de la edición de Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika.