Escrita en forma de diario, la novela de la escritora cubana Wendy Guerra (Cienfuegos 1970) obtuvo el Premio Bruguera en el año que se publicó: 2006. A los 17 años, Guerra ya había ganado el Premio de la Universidad de la Habana por su poemario Platea a oscuras, poco más tarde se formaría como Directora de Cine. Es evidente que ella aterriza en el mundo de la narrativa con un bagaje particular, propio de un espíritu inquieto. También ha sido presentadora y actriz en diferentes medios: radio, cine y televisión.
DIARIO DE INFANCIA
La voz de la primera parte pertenece a una niña de 9 años cuyo testimonio se limita a exponer las terribles dificultades que atraviesa en un país que vive las consecuencias de una Revolución: múltiples carencias materiales y un gobierno represivo de corte autoritario. Sus padres, ambos revolucionarios, lucharon en su juventud inflamados por el espíritu de cambio y la esperanza de poder erradicar las injusticias y abusos del gobierno de Batista, pero terminan padeciendo el sectarismo y la imposición de normas injustas y abusivas que generan en ellos una gran frustración. La madre es enviada a la guerra de Angola como castigo a su “falta de obediencia” y el padre termina alcoholizado y violento. Ese es el telón de fondo, insisto en este aspecto, porque estos temas no se tratan en profundidad; lo que conmueve al lector es el deseo de Nieve –nombre de la niña que escribe los diarios, alter ego de Wendy Guerra- de sobrevivir a todas estas penurias, y la voluntad férrea de labrarse ella un futuro digno a pesar de sus circunstancias. Más que la falta de comida, las palizas que le da el padre o la debilidad de la madre destruida por el miedo, lo que acusa Nieve es su soledad para seguir adelante. Ha perdido el apoyo de los suyos: los abuelos por ambos lados se fueron a Miami, y los padres no la protegen ni la guían en esta oscuridad, evidenciada por los constantes apagones que dificultan la vida en Cuba.
La mirada de la niña es aguda y pone en evidencia los errores de la Cuba de Fidel, pero el acierto de Todos se van, es que se aleja del discurso político y se centra en un exhaustivo dibujo de una dura realidad: la vida de Nieve en la Cuba de su infancia. El relato comienza en el año 78 y termina en el 90, presten atención y saquen sus propias conclusiones. El debate político es innecesario, la cruda realidad debe ser el único argumento que justifique la denuncia.
El estado de ánimo de la niña no es el mejor, pero encontrará siempre las fuerzas para seguir adelante y un poco de poesía:
“Soy un pedazo de bote, un cristal, una muñeca rota, un pececito de agua dulce aleteando, flotando a la deriva”. (pág. 14).
Nieve vive con su madre y su pareja, un sueco, técnico que trabaja para una empresa estatal; un hombre libre que le gusta vivir de una manera que no encaja con el estilo de la Cuba castrista. La madre trabaja en la radio controlada por el gobierno y se ha convertido en persona non grata por sus ideas, al apartarse del guión establecido, se le considera una rebelde y su postura se interpreta como una falta grave. De castigo la mandan a la guerra de Angola como reportera. La niña se queda con el sueco quien será la persona que más cariño le dé y quien mejor la proteja, pero sus costumbres son censuradas por las autoridades locales, por lo tanto, sumado a otros temas laborales, será enviado fuera de la isla. En Cuba, en aquella época, cualquier sospechoso debía ser aislado. La madre, a su regreso de Angola, tendrá que ir a juicio, acusada por el padre quien le quita la tutela de su hija. Nieve terminará en un lugar inhóspito, casi encerrada en la casa de un padre que bebe en exceso, no la lleva al colegio con la frecuencia necesaria, la castiga sin comida, y lo que es peor, la golpea con violencia:
“Mi padre me fue arriba y me golpeó la cabeza contra la mesa. Pensé que me sacaba el ojo. Vino por detrás, sin decirme nada. Sabía que me pegaría, lo sabía bien. Pero no puedo hacer nada.
Me dio duro en la cabeza, con mucha fuerza. Me agarró el pelo y lo haló, me arrancó dos mechones grandes que están en la libreta. Me dio duro, pegándome la oreja contra la mesa. Las hebillas me hirieron, la madera sonaba como si se fuera a romper. Me salió mucha sangre porque el hierrito de la hebilla se me incrustó en el cráneo. Me costó sacármelo, parecía que tenía un hueco muy grande, pero era pequeño. Me dejó atontada, ni siquiera recuerdo lo que gritaba, ni siquiera recuerdo por cuál de las cosas me pegó. Seguramente por decir que no había comido.” (pág. 54-55).
Llama mucho la atención el tono de la narración. Recordemos que es un diario, la niña habría podido expresar rabia, odio, deseo de venganza. Sin embargo se centra en describir la situación con lujo de detalles: es una prosa aséptica, objetiva, controlada, no hay manifestaciones de su mundo interior, como si fuera ella una cámara que va registrando el hecho, sin omitir los detalles crudos ni la crueldad del hecho. Pero al adulto abusivo lo ignora, está fuera de su enfoque, los hechos que describe son suficientes para juzgarlo. No hace falta detener la mirada en él, ese tipo no se la merece. A pesar de esto, la narración es tan potente que no permite la ambigüedad, queda claro que el padre actúa de manera censurable aunque la niña no se toma la molestia de calificarlo. Son los hechos los que definen al personaje.
La vida de Nieve se convierte en un infierno. A tal punto que, harta de las palizas, decide montar una escena golpeándose ella con fuerza y conseguir que, ante la evidencia de las heridas, le quiten la custodia a su padre:
“No me importa que mi padre esté tranquilo. Me fui al gimnasio y me di golpes contra los tubos, me tiré desde la torrecita de los tanques del agua, me raspé las rodillas. Uno de los golpes de la frente me ha sacado más sangre que nunca. Por primera vez fui a ver al director general, que es un hombre alto y muy famoso, él me vio sangrando y se horrorizó. En seguida, acondicionó su carro para llevarme con mi madre. Dice que la justicia la pone él porque si no mi padre me va a matar.” (pág. 87).
Observamos el mismo tono controlado, parece que la niña estuviera contando cualquier cosa menos la situación de terror que está viviendo: tener que autolesionarse para conseguir ayuda. Esto no le resta impacto a la narración, despierta deseo de protección en el lector quien se rebela ante al abuso y el maltrato. Pero lo más dramático es que Nieve ni siquiera consigue lo que quería: volver con su madre. Aparecen los funcionarios públicos y se llevan a Nieve a un Centro de Depósito Infantil. Aquí la niña, que se había mantenido hermética, sin expresar ningún comentario personal sobre su padre, se lamenta, con dolor, de la falta de valor de su madre, incluso confesó tener rabia de encontrar a su amiga Dania suplantándola. Sospecha que ha perdido su espacio en esa casa. Claramente, su madre es quien le importa. Todo lo que viene de ella la mueve mucho, este vínculo es de otra naturaleza, mucho más estrecho. Y verdadero.
Cuando finalmente recupera su sitio en casa de su madre, tiene que pasar por otra mudanza, cambios de colegios, trabajar en la radio como locutora de programas para niños, todo esto con la sensación de ser espiadas constantemente pero con la esperanza de partir a Suecia a reunirse con la pareja de su mamá. Pero como el padre se niega a tramitar el permiso para que viaje su hija, esa puerta se cierra definitivamente. Se mudan a la Habana.
Nieve crece intentando vivir dentro del sistema, cosa que su madre no es capaz de hacer. Auténtica revolucionaria, se rebela porque los ideales por los cuáles luchó han sido pisoteados por el gobierno; ella, que es una persona honesta, no puede claudicar y aceptar el terror como un arma para controlar a la gente. Es el caso de los “actos de repudio”: Nieve va para ser como las otras alumnas, su madre se enfurece y la saca a la fuerza. Hay un conflicto entre la realidad –que le toca asumir a la niña- y la consciencia de la madre que sabe que no es correcto actuar de esa manera :
“El problema es que mi mami no me entiende que en la escuela no te dejan decir que no. Te meten en la guagua y te mandan para cualquiera de “los-que-se-vayan” de esta ciudad, que es muy grande y que se van más que en ninguna otra. Cuando yo le explico, ella habla y habla y no me quiere escuchar. Dice que eso es un método inhumano, una violación a los derechos del hombre. Si mañana no me puedo escapar a la hora del acto a mi mamá le va a dar una cosa.” (pág. 124).
Claramente se plantea un conflicto generacional. La niña no quiere saber de política, ella nació en un país comunista, no conoce otra cosa, solo quiere vivir tranquila. La madre cuestiona el devenir de la revolución, eso le genera todo tipo de problemas con el régimen, pero no se rinde porque es una cuestión de principios. Este tema se desarrolla con más detalle en la segunda parte, que comienza con esta interesante reflexión :
DIARIO DE ADOLESCENCIA
“Dice mami que mi generación adora el gregarismo. Dice que no conocemos el yo, sino el nosotros.
Yo me imagino que eso pasa porque somos sus hijos: Mayo del 68, la minifalda, las movilizaciones gigantes para la caña en los camiones de la agricultura, el parque de la funeraria donde se tatuaban unos a otros a sangre fría, las casas donde se escondían quince en un mismo cuarto a escuchar a los Beatles, que estaban más prohibidos que comer carne. Ellos son de los años sesenta…
…Nosotros vivimos entre lo prohibido y lo obligatorio. No tenemos ese espíritu de unidad que hubo en los sesenta. Vivimos ocultos en las literas que son el monumento colectivo que adoramos en cualquier nuevo sitio en que nos hacinan. En una litera en vez de dormir dos, a veces dormimos cuatro.
Las ropas son comunes, tenemos que prestárnoslas durante las salidas del fin de semana: nada de lo que traigas a la escuela en verdad te pertenece en exclusivo.
La comida es algo que se traga a mucha velocidad, porque no aprendimos a usar el paladar en los semi-internados. Comemos como en una carrera de relevo, bajo el lema de “el que termina primero ayuda a su compañero”.
Si usas los cubiertos correctamente te dicen burguesa, así que es mejor “palear” con la cuchara. Hablar con la boca llena y empujar con el dedo pulgar. Cuando vengo a la casa los fines de semana mi madre me llama “la hija del porquero medieval”. Ella no entiende que si eres distinta pagas un alto precio. El precio de que no te llamen nunca para invitarte a donde todos van…” (pág. 137-8).
Aparecen dos temas importantes en el desarrollo de Nieve: su postura frente al modelo materno, y la búsqueda de su propia identidad:
“No quiero ser hippie como mi madre, no quiero Peace and Love. Quiero ser yo. Ningún estado de ebriedad me parece necesario. Tengo quince años.
Nunca seré aceptada por ellos, quieren que actúe como mi madre. Ella acepta todo, sonríe, sin importar compartir lo que tiene trayendo un pelotón de gente a casa, que se comen mi comida y que juzgan y juzgan cómo me veo. Yo soy yo.” (pág 142).
Sin embargo no está muy lejos de ser como su madre. También se rebela. Desobedece la orden de no llevar libros prohibidos a la escuela y la llevan a juicio; gracias a la intervención de un compañero, el jurado la absuelve. En la escuela conoce a un pintor famoso que será su primer amor. Con él, descubre una Cuba distinta, la Cuba de los privilegios, de la ropa en tiendas exclusivas para extranjeros, la Cuba de los que tienen acceso al poder. Jamás imaginó algo así, ese lujo en país de carestías, un sin sentido… su madre le dirá que huya de esa vida artificial, de mentira. A ella le atrae pero cuestiona estos privilegios que tienen unos pocos:
“En la cena me preguntaron de qué barrio era. Cuando dije que de Cayo Hueso- Jovellar y Espada-, me dejaron de mirar por todo el resto de la noche. Y eso que en Cuba no existen las diferencias de clase.”
Nieve sabe que su madre es una mujer íntegra, no debe perder esa referencia, pero una puerta se ha abierto en su mundo y, obviamente, la novedad y el lujo la atraen, siente el gusto y la curiosidad por lo nuevo. Sus compañeros de universidad también cuestionan su amistad con el pintor de moda que vive vendiendo cuadros en el extranjero. Pero el pintor se va a París y una vez más, Nieve se queda sola. Aparece Antonio, un fotógrafo, y ella se vuelve a enamorar. Pero Antonio también se va, se aísla, desaparece de manera misteriosa. Lo más injusto es que quienes se van no pagan las cuentas con el estado cubano, las pagan las que se quedan: su madre por el sueco y por su padre, Nieve por su padre y por el pintor:
“Me pidieron el pasaporte. Yo lo traía en la cartera y era infantil pretender esconderlo a estas alturas. Intenté evitar un registro. Cuando les entregué el documento les estaba regalando también mi pase al mundo.” (pág. 282).
CUBA COMO ESCENARIO
Sin pretender que su novela sea política, Guerra nos informa de las dificultades cotidianas de una chica que creció en Cuba entre 1970 y 1990: las carestías: la falta de comida, la falta de ropa, la falta de luz, por poner algunos ejemplos. La intolerancia del gobierno: no se puede decir lo que uno quiere, controlan todos las actividades, imponen restricciones y si éstas no se cumplen se reciben castigos. No hay libertad para moverse, ni permiso para viajar. Los estudiantes universitarios están obligados a seguir un entrenamiento de formación militar, se organizan actos de repudio a los que parten y los niños de las escuelas están forzados a asistir; sanciones a los familiares o amigos cercanos que se quedan en la isla como si ellos fueron los culpables y no las víctimas, etc. El régimen castrista queda expuesto con todas sus arbitrariedades.
Wendy Guerra plantea las diferencias entre las dos generaciones que viven la Cuba post revolucionaria. Algo de esto hemos mencionado al principio del análisis, a mí me parece que es un eje en Todos se van: los idealistas que lucharon –los padres de Nieve- y los hijos que heredaron un país comunista. Los primeros aparecen derrotados: el padre alcohólico, la madre rota por el miedo y muy debilitada. Sin embargo la hija es capaz de trazar su propio destino en circunstancias adversas, sufre, cae y se levanta, porque ella quiere ser feliz. No creo que sea un tema de edad, me parece que es un asunto político: los dos grupos han vivido el castrismo de maneras diferentes.
Hay algunos datos, como la brujería, por ejemplo, que hablan de una cultura caribeña. El sonido de la música, el abuso de la bebida, y la presencia del mar, son datos que van dibujando el escenario local. Pero quizá lo más dramático es el machismo, Nieve lo sufre de manera crónica: su padre es violento con ella y ella llega a creer que se lo merece, como si su padre tuviera ese derecho natural sobre ella:
“Mi madre cree que no he hecho nada, pero yo pienso que sí, porque siempre uno hace algo mal. Por eso me pegan. Ése es su carácter y hay que aguantar hasta que me deje irme para mi casa, seguro que ahorita se aburre, eso le dije a mi madre. Él no aguanta tanta responsabilidad.” (pág. 58).
También se percibe la lacra del machismo al observar la dinámica de las partidas: el padre se va a Miami y como consecuencia, su hija no tendrá el permiso para ir a Suecia con su madre. El padre consigue salir, pero como consecuencia de su huida, madre e hija serán castigadas. Más adelante su novio pintor decide quedarse en París, pero es a ella a quien le pasan factura, por el sólo hecho de haber sido su compañera: le quitan el pasaporte. El pintor Lam ofrece a la madre de Nieve un trabajo en Francia, no le darán el permiso para ir, permiso que sí obtiene el pintor amigo de su madre, Leandro. En todos estos casos, las mujeres sufren las consecuencias de la osadía de sus hombres.
Wendy Guerra utiliza un lenguaje cotidiano, salpicado con imágenes poéticas, pero su búsqueda esencial, parece ser la claridad. Hay dos momentos en la narración dignos de resaltar: la pérdida de la virginidad -las sensaciones físicas se expresan con vitalidad y ternura al mismo tiempo- y la carta de despedida de Antonio (pág. 266 a 271) -que ofrece el contexto histórico más allá de Cuba en los años narrados en el diario de Nieve-. Acertada la información, necesaria para ampliar el punto de vista.
Todos se van es un magnífico testimonio de vida. La lectura de estos diarios nos permiten recordar una época difícil en un país que intentó cambiar el rumbo de su historia. Si lo consiguió o fracasó en el intento, ya no es parte de esta ficción, pero queda, luego de la lectura, un sabor amargo y cierta tristeza. Recordemos a Camus que defendía al hombre rebelde pero sostenía que las revoluciones traicionaban ese espíritu.
Los textos han sido tomados de la Edición de Bruguera, 2006.