Una pena que ¿los editores? –quienes tienen el mérito indiscutible de rescatar a Lucia Berlin- hayan elegido un título tan malo para una obra tan buena. Malo porque parece un texto de auto ayuda, o un cómic, un título ligero que no sugiere ni de cerca la dimensión de la obra de esta inmensa escritora ya fallecida (Alaska 1936, Marina del Rey 2004), menos aún la profundidad y el sentido estético que la caracterizan. Obviamente no lo cuestiono por referirse a las trabajadoras domésticas, lo que no me gusta es el término “manual”. Ya sé que este es el título de uno de los relatos, muy bueno por cierto, pero el hecho de que el personaje haya sido accidentalmente una mujer de la limpieza no es un dato determinante en su vida, no la resume , no la describe. Es puramente anecdótico. Lucia Berlin escribió solo 76 relatos a lo largo de su vida, y con ellos publicó 3 volúmenes en 1990, 1993 y 1999, ganando con el primero, Homesick, el American Book Award. Manual para mujeres de la limpieza es una recopilación en donde ella no participó, se trata de una publicación póstuma. La selección es estupenda –otro mérito de los editores- porque abarca diferentes facetas de la vida de un personaje que es siempre el mismo, la visión del conjunto es soberbia, toca diferentes registros, nos da una visión totalizadora al mismo tiempo que se detiene en historias de índole diverso: sentimentales, recuerdos de infancia, temas oscuros de familia, la lucha por derrotar el alcoholismo, la dificultad de sacar adelante a cuatro hijos habiendo dejado atrás a tres maridos, en fin: un amplio recorrido. Todo ello reflejo de una vida azarosa, inestable, arriesgada, de mucha entrega, como fue la vida de la propia Lucia Berlin. Hay una base autobiográfica, pero también está la licencia poética, el gusto por la ficción, la chispa que permite el vuelo que produce la buena literatura. En la introducción Lydia Davis cita a Lucia hablando al respecto:
“De algún modo debe producirse una mínima alteración de la realidad. Una transformación, no una distorsión de la verdad. El relato mismo deviene la verdad, no solo para quien escribe, también para quien lee. En cualquier texto bien escrito lo que nos emociona no es identificarnos con una situación, sino reconocer esa verdad.” (pág. 19).
¿Y cuál es el resultado? Una prosa seductora, envolvente, divertida y profunda, que nos introduce en un mundo excitante, peligroso, bañado de ternura, en donde cada detalle cuenta y sugiere algo.
¿Cuáles son las características del mundo narrativo de Lucia Berlin?
- Intenta captar la realidad en sus diversas variables, le gusta la complejidad, la diversidad de situaciones, las transformaciones que marcan el devenir de los personajes. Detengámonos en A ver esa sonrisa para ver de cerca como funciona este concepto: detectamos la mirada de Jesse sobre su amada Carlota/Maggie; la opinión cambiante del abogado Cohen, sobre ambos enamorados; la mirada de la mujer de éste, Cheryl, quien se ve forzada a mantenerse al margen y su opinión se tiñe por los celos; la de Ben, el hijo que se irrita y enfrenta a su madre por la vida que lleva y por el abandono de sus hermanos, hijo que en otros momentos manifiesta ternura por esa mujer alcohólica a quien tanto quiere; y por último la actitud contrariada de la madre de Carlota cuando recibe a su hija:
“Entonces, ¿están pensando en suicidarte o qué?” (pág. 322).
Pero no solo se trata de los puntos de vista, los personajes también son complejos: una cautivante Carlota recibe al abogado como una anfitriona de lujo, esa mujer sofisticada es la misma que irrumpe borracha, alterada, armando un escándalo en el aeropuerto:
“Le lamí la sangre de los ojos. Tardé mucho rato, la sangre estaba espesa y reseca, pegada en las pestañas. Tenía que escupirla a cada momento…” pág. 304).
Sí, la misma que se viste como Jackie O. Y también la profesora de colegio querida y respetada por la Directora; sí, esa mujer que en otro momento es capaz de captar delicadas sutilezas:
-No está bien hacer esto –dijo Carlota-. Vámonos.
-Normalmente te encanta mirar a la gente por las ventanas.
Sí, pero si los conozco ya no es imaginar, sino espiar.” (pág. 316).Al mismo tiempo en esta historia aparece la escena más violenta -la del aeropuerto- y la más dulce -la relación entre Jesse y Carlota-. De todos los romances que aparecen en este volumen este parece ser el más armonioso, se palpa un vínculo muy estrecho entre ellos, comunicación, dulzura, amor, gozo. Y se trata de dos alcohólicos irredimibles.
- Otro elemento que destaca en el conjunto es la carga emotiva emotiva que mueve a la protagonista. Se trata de una persona que conecta fácilmente con la gente, una mujer generosa que se entrega. Esa actitud abierta le permite ser la que siempre da el paso adelante, la que toma las iniciativas para que se desarrollen las historias. Pienso ahora en el relato Mamá. A pesar de las experiencias terribles que ambas hijas vivieron a causa de la madre, Carlota dibuja para su hermana moribunda el mejor perfil de ella, lo que intenta es que se reconcilie con el recuerdo y muera en paz. Elige las palabras justas para exculparla:
“…Hasta que fui mayor no me di cuenta de que ella y el abuelo probablemente ni siquiera se acordaban de lo que hacían. Dios concede lagunas a los borrachos, porque si supieran lo que han hecho, se morirían de vergüenza.” (pág. 332).
Al final, queda clara la buena intención de Carlota, porque cuando se asegura de que la hermana está convencida de haber “recuperado” a su madre, ella remata su historia con esta frase que no pronuncia (carece de guión de diálogo), son palabras que expresan lo que ella piensa y a pesar de los esfuerzos que ha hecho para despertar la compasión y el perdón de su hermana, concluye rotunda:
“Yo… no tengo compasión.” (pág. 333).
- Las historias son de una vitalidad sorprendente, pasan tantas cosas, los escenarios cambian de ciudad y país constantemente, los sentimientos oscilan entre la tristeza profunda y la alegría desatada: nos acercamos a los enfermos de los hospitales, a las mujeres que abortan en lugares ilegales, a los niños de las escuelas, a los presos, a los padres, tíos y abuelos, a la hermana moribunda; también a los jefes, compañeros de trabajos, maridos, amantes, amigas de la protagonista, la lista se dilata… el horizonte de Lucia Berlin es inalcanzable. Siempre habrá un personaje nuevo que llegará para dejar constancia de su existencia, puede ser un indio cherokee, o un mexicano pescador, un chileno de la Patagonia que se cruza con una profesora americana comunista que enseña a niñas de la alta sociedad en Santiago, un alemán, una niña siria. Ese es el mundo representado, aunque la protagonista de los cuentos sea siempre una norteamericana blanca, su vida no tiene límites, no conoce fronteras.
La vitalidad también se percibe en lo formal. La narración avanza con buen ritmo, el lenguaje es seductor, con muchos registros y tonos. Tenemos relatos jocosos: Coche eléctrico, El Paso, Una aventura amorosa, otros construidos como miniaturas breves que deslumbran por sus imágenes: Mi jockey, Macadán, algunos nos centran en el desastre del alcoholismo: A ver esa sonrisa, Su primera desintoxicación, Inmanejable, otros en la belleza: Melina, algunos en la familia: Penas; y en Punto de vista expone su teoría literaria Es sorprendente la cantidad de situaciones distintas a pesar de tener siempre a la misma protagonista pero, ojo al detalle, con nombres distintos. - Creo que esta recopilación de relatos, escritos en diferentes fechas, forman el cuerpo de una novela. Es lo que he sentido al leerla: los relatos funcionan como capítulos, tenemos un eje- la protagonista- quien construye alrededor de sus historias una estructura –su vida- y su voz que es el hilo conductor que da unidad y coherencia al conjunto. Tanto, que los dos relatos finales son un cierre estupendo de novela: Espera un momento y Volver al hogar, centrados ambos en la vejez y el fin que se acerca y desea. Son los más filosóficos, para mí los más hermosos. En ellos se impone la sabiduría versus el amor al riesgo que había la constante en la etapa de juventud.
- La prosa de Lucia Berlin es magnífica: la pluma se mueve con total libertad produciendo en su desarrollo giros inesperados y cambios de tono, sin comprometer, jamás, la armonía que la caracteriza. La clave es que no hay artificio, la sintonía entre sus personajes y las situaciones es constante, la naturalidad es la norma. Sin embargo tenemos imágenes muy plásticas en donde predomina lo sensorial, como si las palabras no expresaran lo suficiente y necesitaran apelar a lo sentidos:
“Las radiografías de los jinetes son alucinantes. Se rompen huesos constantemente, pero se vendan y corren la siguiente carrera. Sus esqueletos parecen árboles, parecen brontosaurios reconstruidos. Radiografías de San Sebastián. (pag. 63).
“Más que una persona, Melina parecía una criatura de seda blanca, de vidrio opalino.” (pág. 160).
“Parecía un coche cualquiera, salvo porque era muy alto y corto, como un coche estampado contra una pared en una tira cómica. Un coche con los pelos de punta.” (pág. 177).
Describiendo el macadán: “Fresco parece caviar, suena como los cristales triturados, como si alguien masticara hielo.” (pág. 235).
Salvo el título, que ya comenté, todo lo demás me parece casi perfecto. Excelente el prólogo de Lydia Davis y la introducción de Stephen Emerson quien añade, al final, una breve biografía. Pocas veces estos textos suelen ser tan orientativos y acertados, esto no es marketing, es auténtica devoción literaria. La biografía rescata lo pertinente, no hay chismes. Por todo celebro y agradezco a los editores que nos han permitido leer, por primera vez en español, a esta enorme escritora.
Los textos han sido tomados de la Edición de Alfaguara, traducción de Eugenia Vásquez Nacarino.