Antes de leer una novela del siglo XIX es conveniente hacer un ejercicio de humildad. Para un lector contemporáneo resulta difícil detectar aquello que fue revolucionario porque la lectura de los modernos nos ha cambiado, entre otras cosas, el gusto. Acostumbrados a una manera distinta de narrar historias y a un ritmo ágil, por no decir acelerado, somos impacientes, privilegiamos la sutileza frente al detalle y huimos de la explicación; celebramos la sugerencia, la ambigüedad, los finales abiertos. Y sobre todo no vemos la necesidad de canalizar, a través de la ficción, mensajes políticos, éticos o religiosos, para ellas contamos con espacios que no existían en el XIX: televisión, radio, tertulias, prensa escrita, redes sociales, blogs, etc. Efectivamente, es en los medios en donde se expone la información –buena, mala, y/o regular- y se defienden las ideologías. Si en una novela detectamos que una idea política es el motor de la narración, recelamos de ella, la juzgamos mal, pensamos que huele a panfleto. El problema puede que no sea la novela, sino nosotros.
Pero hagamos memoria: en el siglo XIX, la novela irrumpe como género, era un descubrimiento, una novedad. Hasta ese momento, la poesía y el teatro habían sido los géneros literarios utilizados. De pronto la novela se convierte en un elemento poderoso para denunciar las injusticias y los abusos del poder. Recordemos a Dickens (1812-1870) en Inglaterra, escribiendo en plena revolución industrial, notable narrador que con sus historias consigue promover la legislación para limitar el trabajo de los niños. Si Dickens cargó sus ficciones de cierta sensiblería, fue quizá un efecto buscado para conmover a lo opinión pública de la época victoriana y conseguir una reacción valiente. Víctor Hugo (1802- 1885) hace lo mismo en Francia. Novelista romántico y político comprometido, considera que hacer reír y llorar a sus lectores es lo conveniente: apela a los sentimientos para mover la razón. Al mismo tiempo se aleja de los academicismos: busca que el relato fluya, que la literatura sea excesiva como la naturaleza, explosiva, libre, contradictoria.
Paralela a su vida de escritor, tuvo también una carrera política: fue alcalde, diputado de la Segunda República, miembro de la Asamblea legislativa, , luchó en las barricadas en 1848, y vivió el exilio. En todos estos foros luchó con convicción a favor de las mujeres y de los niños, reclamando una educación gratuita para todos, la abolición de la pena de muerte y una vida digna para las clases desposeídas. Estas ideas que definen al Víctor Hugo político, son el germen de su obra más conocida: Los miserables, publicada en 1862.
La importancia de la literatura
El relato comienza con este párrafo:
“Siempre, lo que comentan sobre los hombres, sea verdad o mentira, tiene un peso importante y ocupa un lugar en su destino y en su vida, tanto o más como lo que hacen en el transcurso de ella.” (pág. 7).
Si nos detenemos en esta líneas, tenemos información muy interesante. Primero, la primacía de la palabra sobre los hechos, la importancia de lo verbal. Esto puede entenderse de dos maneras: la primera es la función literaria: lo que yo cuente de mis personajes se constituye en su esencia, ellos son lo que yo diga de ellos, el poder de la pluma me concede esa autoridad, mis palabras los crean. Me refiero al aspecto puramente literario, al lado romántico del asunto: los personajes son lo que yo quiero que sean.
Pero hay otro aspecto a considerar: Víctor Hugo insiste a los largo de la obra, que lo que se diga de cada hombre pesará más que lo que se observe de él. Un doble juego absurdo e injusto. El rumor puede liquidar a cualquiera, porque la palabra que se escucha destruye sin piedad. También construye falsas expectativas. Veamos algunos ejemplos:
- Marius tiene una mala opinión sobre su padre porque es lo que el abuelo le ha contado. Cuando se encuentra con el Sr. Mabeuf en la iglesia, éste le habla de un padre amoroso que contemplaba a su hijo desde lejos porque tenía prohibido acercársele. Marius identifica a su padre con ese señor y se vuelve defensor acérrimo de su memoria y va aún más lejos: se rebela contra el abuelo y lo rechaza. En ambas decisiones, prima lo que oye, no lo que ha visto y comprobado.
- Fantina es arrojada al lodo por el chisme de una vecina. Nadie conoce su pasado, ignoran los detalles de la situación en donde Fantina fue la víctima, pero basta que se anuncie que es madre soltera, para que el mundo la condene sin piedad.
- Marius recibe tardíamente de su padre un mensaje escrito, unas palabras sobre un tal Thenardier a quien éste consideró su salvador en Waterloo: le pide a su hijo que lo proteja. La versión era errónea. Sin embargo, cuando Marius presencia la escena en donde Thenardier extorsiona y amenaza con violencia a Jean Valjean, se siente maniatado, incapaz de intervenir porque las palabras de su padre pesaban más en su corazón.
- Jean Valjean le revela a Marius que es un presidiario, y éste, a pesar de todo lo que ha visto y conoce de su suegro, lo condena y margina. Más tarde, cuando Thenardier, le informa que fue precisamente Valjean quien salvó su vida, cambia bruscamente la opinión que tenía de su suegro y desde ese momento, lo considerará un héroe.
- Thenardier quiere probar que Jean Valjean no había robado al Sr. Magdalena, ni había matado a Javert, ¿qué pruebas ofrece? Dos recortes de periódico en donde las palabras escritas confirman la realidad.
Con estos ejemplos señalamos lo que se perfila como el eje de la novela: las reputaciones se basan en la palabra. El honor de una persona depende de lo que de esa persona se diga. No sólo hay que actuar bien, hay que intentar que los demás trasmitan esa versión de los hechos para que se le respete socialmente. Si Victor Hugo viviera hoy y viera los programas basura de la televisión, en donde se dicen cosas terribles de alguien que luego sale indemne, muerto de la risa, a veces incluso mejorando su reputación a pesar de los insultos, tendría una crisis existencial. Estamos hablando de criterios morales distintos y distantes. Ambos desaprobados: uno, porque no ve la realidad, el otro, porque es escéptico e irreverente.
Las injusticias sociales y económicas
Estos temas forman el cuerpo de Los miserables: la denuncia de un mundo insostenible que debe ser reemplazado por otro más justo.
Escuchemos a Jean Valjean cuando hace un examen de conciencia:
“… desdichado delincuente, agarrar por el cuello con violencia a toda la sociedad y pretender que se puede huir de la pobreza a través del robo; que siempre es una puerta equivocada para salir de la miseria la que le permite la entrada a la degradación; y en fin, que había actuado mal. Luego se preguntó si era el único que había actuado mal en esa terrible historia; si no era algo grave que él, trabajador, no tuviese un trabajo; que él, siempre tan afanoso, no tuviese pan; si, después de cometido y confesado el delito, el castigo no había sido cruel y exagerado; si no existía más abuso por parte de la ley en el castigo que por parte del reo en el delito; si el recargo del castigo no era el olvido del delito, y no producía por resultado la trasformación completa de la situación, reemplazando el delito del bandido con lo exagerado de la represión, convirtiendo al culpado en víctima, y al deudor en acreedor, colocando, de manera definitiva, el derecho de parte de quien lo había transgredido; si este castigo, complicado por los sucesivos recargos debido a los intentos de fuga, no terminaba por ser una especie de atentado del más fuerte contra el más débil, un delito de la sociedad contra el individuo; un crimen que comenzaba cada día; un crimen que se cometía, de manera continua, durante diecinueve años.” (pág. 24).
Estas palabras parecen haber nacido en algún discurso de Victor Hugo al calor del debate político: implacable, lúcido, directo, una defensa del ciudadano de a pie, privado de toda posibilidad de recuperación y juicio justo. No olvida ningún ángulo: habla desde el que erró, y apela al que debe ayudarlo a reinsertarse e impedir que situaciones como ésta vuelvan a suceder. Por la amplitud de miras y por la dimensión de la propuesta, Los miserables sigue siendo hoy, una lectura imprescindible. También cuestiona a la religión católica por amparar atrocidades con su silencio:
“Nuestra civilización está gobernada por la santa ley de Jesucristo, pero todavía no la penetra. Es un error cuando dicen que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea. Todavía existe, sólo que ahora pesa nada más que sobre la mujer, y recibe el nombre de prostitución.
Ahora nos encontramos en un momento triste y doloroso donde a Fantina ya nada le queda de lo que en otro tiempo era. Se ha transformado en mármol al convertirse en lodo. Siente mucho frío quien la toca. Ya le ha pasado todo lo que ha tenido que pasarle; todo lo ha aguantado, todo lo ha padecido, ya lo ha perdido todo y lo ha llorado todo. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Qué es este destino?
Solo uno lo sabe, se llama Dios, y puede ver toda la oscuridad.” (pág. 56).
¿Por qué, entonces, permite tanto sufrimiento? En una sociedad católica, en un mundo como la Francia del XIX, sorprende esta mirada audaz. La reflexión es siempre necesaria, y si ésta es inteligente, y bien articulada, se convierte en un arma. Hugo fue un hombre muy querido, dicen que cerca de dos millones de personas lo acompañaron en su funeral. Un adiós multitudinario para un escritor responsable que amó a su pueblo y luchó por el bien común.
La novela histórica, la novela social
Si bien es cierto que Nuestra Señora de París, publicada en 1831, fue su primera novela histórica, Los miserables sigue en esa línea pero es un texto mejor documentado y más verosímil que el anterior. En el primero, el escritor regresa al siglo XV, en el segundo habla de su tiempo. Esto es determinante. Hablar de los problemas políticos, sociales y económicos que uno experimenta en carne propia produce otro efecto: el dolor se siente, la rabia se palpa, la esperanza se vislumbra entre líneas. Hay muchos datos que dibujan una realidad injusta que clama al cielo:
- Fantina es juzgada con crueldad por ser madre soltera, pero nadie rescata su generosa actitud: vive para su hija, quiere lo mejor para ella, una vida distinta a la suya. Y lo más censurable es que la sociedad que la juzga exculpa al seductor irresponsable y frívolo, el auténtico causante de tanto dolor.
- Una escena en el parque Luxemburgo nos recuerda que, a pesar de ser éste un espacio público, el ingreso estaba prohibido a un amplio sector de la población, simplemente por pertenecer a las capas sociales inferiores.
- Las cosas buenas y productivas no eran suficientes para rehabilitar a una persona que había cometido un delito. La carga del pasado era una losa, un ancla: es el caso de Jean Valjean. Todo lo que hizo por la ciudad que lo acogió cuando creó una industria y produjo riqueza, no fue considerado como atenuante. Por haber sido presidiario, su vida es tachada de indigna. Nadie pensó en la magnitud del robo (un pan) ni en las circunstancias que rodearon el hecho (estaba sin trabajo y tenía que alimentar a sus sobrinos). La dureza de la sociedad y la rigidez de los juicios que emite, son cuestionables. El único que actúa contra la corriente es el Obispo Myriel: el paradigma del santo varón, un hombre que ignora las demandas sociales, personaje auténtico por excelencia que actúa libremente.
A la búsqueda de una moral ejemplar
A pesar del cuestionamiento a la Iglesia Católica, Victor Hugo persigue una ética cercana a las enseñanzas de Cristo. El hombre debe ser honrado en cualquier circunstancia, le convenga o no, la honradez es un tema que determina el honor y la integridad. Cuando Marius se aleja de la tutela de su abuelo, rechaza su dinero, a pesar de que no aceptarlo lo convierte en un muerto de hambre. Mabeuf entrega al comisario el dinero que le envía Gavroche, porque no le pertenece. Ni Cosette ni Marius utilizan el dinero de la dote que les concede Jean Valjean porque dudan de que sea dinero limpio. Son varios los ejemplos en este sentido, un mensaje claro de la defensa de ciertos valores, incluso en situaciones críticas. Vimos también que Jean Valjean no se exculpa por haber robado el pan, reconoce su falta y se arrepiente por haber actuado mal.
Otro tema a destacar es la defensa que hace Jean Valjean del trabajo como el único medio para ganarse la vida. Esto es interesante si recordamos que en siglo XIX no existía un mercado laboral como el que nosotros conocemos. Thenardier nos repele porque ha decidido extorsionar a la gente para vivir de esas ganancias. En realidad, lo que se privilegia en Los miserables es el esfuerzo:
“Hijo mío: tú entras por flojera en la existencia más laboriosa. ¡Ah!, tú te declaras perezoso, pues, entonces, prepárate para trabajar. Tú no has querido tener el honesto cansancio de los hombres, entonces obtendrás el sudor de los condenados. Tú gruñirás en donde los demás canten. A los demás hombres los verás trabajar de lejos, y te parecerá que descansan… Créeme, no emprendas la penosa profesión del flojo ; no es cómodo ser ladrón. Ser hombre honesto es menos malo. “ (pág. 225).
Incluso Javert, el policía antipático por su rigidez y fanatismo, cuando se enfrenta con la realidad, antes de suicidarse, escribe unas notas a los jefes de la policía para que enmienden el camino y sean más justos con los oprimidos.
Y por supuesto el amor -Victor Hugo es el novelista romántico por excelencia- es en Los miserables el motor del mundo, lo que eleva al hombre a otra dimensión. Lo único que lo hace feliz: Eponina salva a Marius porque lo amaba, a pesar de que no era correspondida muere por él; Jean Valjean se rehabilitó gracias al Obispo pero fue el amor por Cosette lo que lo transforma; y por último: Marius y Cosette se perfilan como la pareja ideal, porque se han unido solos, nadie les ha impuesto el matrimonio por conveniencia, ellos, en libertad han elegido estar juntos.
La poesía
Victor Hugo fue un creador versátil e inagotable. Escribió novelas, pero también escribió teatro y poesía. En la prosa de Los miserables se percibe al poeta. Es una pena que estemos analizando este texto en una traducción al español, igual citaremos algunas frases que confirman que se trata de una obra de gran valor literario:
“Intentar prohibirle a la imaginación que regrese a una idea es igual que prohibirle al mar que regrese a la playa”. (pág. 68).
“¿Una sublevación de qué está compuesta? De todo y de nada a la vez. De una electricidad que evoluciona lentamente, de una llama que se forma de repente, de una fuerza leve, vaga, silenciosa, de un soplo que pasa. Y este soplo encuentra en su camino cerebros que piensan, cabezas que hablan, almas que sienten y sufren, miserias que se lamentan, pasiones que arden, y arrastra todo. ¿Pero a dónde? Al ocaso. A través de la prosperidad y de la insolencia de los demás. A través del Estado, a través de las leyes.” (pág. 252-3).
“En la cloaca de París estaba Jean Valjean.
Había pasado de la luz a las tinieblas en un abrir y cerrar de ojos, del medio día a la media noche, del silencio al ruido, del torbellino a la calma del sepulcro, y del más grande peligro a la absoluta seguridad.
Qué momento tan raro aquel cuando cambió la calle en donde en todos los lugares miraba cara a cara a la muerte, por una especie de tumba donde debía hallar la vida.” (pág. 286).
Y para terminar, es justo señalar que desde el punto de vista de la trama narrativa, la estructura del relato es de una simpleza tremenda. París parece que sólo tuviera 20 habitantes, unos y otros se cruzan y encuentran en cada esquina, de manera forzada, artificial, manipulados por el narrador que necesita de esos encuentros para armar su historia. Creo que esta es la parte más difícil de digerir, la ausencia de naturalidad en la sucesión de los acontecimientos y en el fluir de los personajes que, a su vez, parecen estereotipos. Se ve la mano del creador moviendo los hilos, algo que está muy pasado de moda. Pero siempre digo, y seguiré diciendo, que las buenas novelas son siempre imperfecta
Los textos han sido tomados de la edición de Plutón, 2014. Traducción de Marie Mersoye.