Los armarios vacíos

Annie Ernaux

Cuando Annie Ernaud ganó el Premio Formentor en 2019, estuve tentada de leerla. Pero luego, aturdida con las entrevistas y la mención constante a su aborto convertido en tema literario, perdí interés. Prejuicio mío. Confieso que la ola de feminismo político que marea a España guiada por nuestra Ministra de Igualdad, me exaspera. Con la bandera de MUJERES, minoría históricamente olvidada, se ha llegado al absurdo de victimizarlas siempre, de tal manera, que el feminismo de barrio las convierte en personas incapacitadas, dignas de compasión. En un país del África, América Latina o de régimen islámico, comprendo esta defensa a ultranza, necesaria y justa, pero no creo que en España sea la situación real, y en mi caso, la insistencia, crea cierto hartazgo. Creo en la fuerza de las mujeres. Pienso en mis dos últimos análisis: en Normas de cortesía del norteamericano Amor Towles y en La mujer de papel del libanés Rabih Allamedine, novelas en donde los personajes femeninos son más fuertes, más interesantes, más inteligentes que los hombres que las rodean. Y sigo: Abril quebrado del albanés Ismael Kadaré y Esta herida llena de peces de Lorena Salazar, dos ejemplos en donde sucede exactamente lo mismo. Tremendas protagonistas, llenas de mundo interior, con una mirada amplia, valientes, heroicas.

Dicho esto, en Los armarios vacíos, no es trascendente el tema. Lo que deslumbra es la brillantez de la forma, un texto magnífico lleno de imágenes potentes, escrito con un derroche de sensualidad y objetividad al mismo tiempo. Los sentimientos son el motor, la novela está cargada por la rabia, la disconformidad, la curiosidad, el deseo de conocer mundo y el aprecio por las cosas nuevas que trazan un camino insospechado en la protagonista que lucha, se sorprende, respira, sufre, se pregunta, se equivoca y repara como puede. El contenido está cargado, siendo que el tema se agota pronto: su familia y su deseo de superación. Pero ¡cómo lo narra!, cuánto juego hay entre el mundo exterior y el mundo interior, cuánta violencia en su sentir, cuánta fuerza para triunfar. Sobrecoge el poderío de esta mujer indomable. Denise/Annie se queda dentro de uno para siempre. ¿Son la misma persona? Sí y no, sabemos que hay datos autobiográficos pero Ernaud crea un personaje, basándose en ella, por supuesto, pero con cierta perspectiva.

La novela comienza y termina con el episodio clave: el aborto. Todo hubiera sido de otra manera sin el embarazo indeseado. Una vez que sucede, Denise está sola. Su pareja se evapora, a su familia no puede acudir, la soledad es infinita. No se paraliza, actúa: decide, toma riesgos, sabe lo que quiere. Es importante situarnos en el momento en que transcurre la historia, no tenemos datos muy concretos, sólo se menciona en algún momento el año 1958, cuando regresa el General De Gaulle y toma el gobierno. Por lo tanto estamos en el siglo XX, digamos que en los 50s, la píldora se comercializa en la siguiente década, y el aborto, que hoy en Francia es legal, no lo era en esos años, se trataba de un delito penado, el riesgo era muy grande. Hoy, la Seguridad Social francesa cubre el aborto, es un derecho adquirido, un recurso aceptado. Pero en la época de Los armarios vacíos el peligro era grande. Denise no duda en acudir a la abortera, después de tanto esfuerzo desplegado para ascender en el mundo social/profesional, nada ni nadie la iba a parar.

“¡Deje de gritar, criatura! No tiene sentido, una cohorte de cabezas morenas, pelirrojas, una procesión de chicos, carnes suaves, bocas golosas y, de repente, nada. El castigo, la Denise traspasada, descuartizada. No puedes dejar de pensar en eso cuando está pasando en la misma parte del cuerpo. El placer, la pequeña vía para él y, ¡zas!, te descerrajan, te perforan, “entrará bien, siempre entra!”, con la mano llena de pecas. El dolor, el dolor.” (pág. 216).

La selección de las imágenes es acertada, no sólo se centra en el dolor físico, sino abarca el recorrido completo del embarazo: desde la fecundación hasta el aborto clandestino. Pocas, pero contundentes. Brevedad en el desarrollo narrativo y el golpe estético es producto de un trabajo serio en donde no sobra nada. Cada palabra tiene su lugar y aporta brillo.

TEMAS

Yo veo dos temas importantes: la familia que se convierte en indeseada, porque le impide levantar vuelo; y el embarazo indeseado, porque de llegar a su fin, pondría punto final a la carrera de la joven ambiciosa, la anclaría sin misericordia. Hay que ser valiente para cargar de mucho contenido una historia, con un horizonte, a nivel argumental, tan estrecho. Reconozco que ayuda la brevedad del texto, no hay nada que sobre en este universo, y al mismo tiempo centra las emociones y sentimientos en un espacio pequeño: casa y colegio/universidad. Dos polos, dos mundos, dos posibilidades de vida. Pero sería injusto no reconocer que la creación del personaje Denise es el gran tema en los Armarios vacíos.

LA FAMILIA

Denise Lésur es la hija única de unos tenderos modestos, gente humilde y trabajadora, sin educación. Deciden pagar un colegio privado para la niña, orgullosos y seguros de la pequeña quien resulta una alumna destacada, la primera de la clase. La posibilidad que le ofrecen, con esfuerzo, es una oportunidad que aprovecha, pero su nueva vida agranda la brecha entre padres e hija, sus mundos se distancian sin remedio. Al estar Denise en un ambiente más culto, el conocimiento adquirido provoca en ella rechazo a todo lo que viene de su infancia. En realidad, es más que eso, se desmorona su mundo: sensaciones nuevas censuran lo que era normal y hasta atractivo, al conocer opciones reconoce la ordinariez de su familia, la falta de higiene, la vulgaridad. Y eso le produce rabia, un odio que crece a pesar de tener conciencia del esfuerzo que han hecho sus padres, y el sacrificio que implica. Leamos a Ernaud, ella lo expresa mejor que nadie, el lenguaje sale como una flecha, la falta de pudor añade intensidad, la narradora se desnuda al retratar el cambio que experimenta en la percepción de sus propios padres. Antes y después:

“Los veía poderosos, libres, a mis padres, más inteligentes que los clientes… Como todos, reciben a gente en casa, hacen fiestas, se divierten, salvo que ellos cobran la entrada y llenan la caja de monedas y billetes… mi padre se guarda los billetes en el bolsillo del mono, ya podemos entretenernos los dos. Peleas, sesión de peluquería, canciones, cosquillas, ávida, excitada, yo siempre quería ser la más fuerte. Le trituro las orejas, los mofletes, le retuerzo la boca para esbozar muecas horribles que me asustan. “No siento nada, ¡dale!” Me arqueo por encima de los barrotes de su silla para aplastarle el dedo meñique, que tiene todo colorado y terminado en una uña agrietada y negra. “¡Es de trabajar!” Se frota la mano riéndose con tantas ganas como yo. “¿Papá, vamos a jugar al concurso de los talentos de la radio!” Berreo una canción, la de La Reina por un día de Jean Nohain, y él me tapa la boca con el delantal. “¡Eliminada!” (pág. 30-1).

“Comer. Querría no verlos cuando comen, sobre todo cuando es algo bueno, pollo, tartas de nata, se echan encima, lo agarran, engulle, no hablan. Los bocados pasan una y otra vez por la lengua, hasta que los tragan, un suspiro de satisfacción, los trozos de pan que mojan en la salsa por todo el plato, chupados, sorbidos, untados de nuevo, reblandecidos… Mi madre se escarba los dientes con el índice… ¡Cómo se atreven! ¡Mis propios padres! ¡Qué escándalo! Qué efecto produce cuando no son tus padres… ninguno, pura curiosidad, desprecio. Son mis padres, los míos, y los veo tragando, vulgares, sin pudor ninguno, su único placer, como los clientes, comer. Se abandonan, están hechos así, chapoteos, gorgoteos, suspiros, cuerpo desmadejado. No se dan cuenta, lo enseñan todo, bragas sucias colgadas en el desván, dentadura postiza en la palangana. Comer con la punta de los dientes, damas de los salones de té de pequeños gestos… Me habría gustado la discreción, la mesura, el pudor. En lugar de eso, la precipitación, el desbordamiento, la suciedad, esos ruidos al comer.” (pág. 136).

“Cinco años, seis años, creo que los quiero. Dios mío, en qué momento, qué día la pintura de las paredes se vuelve horrenda, el orinal empieza a apestar, los tipos del bar se vuelven borrachines, en despojos…Cuándo empecé a sentir pánico a parecerme a mis padres.” (pág. 59).

El enfrentamiento comienza cuando puede comparar. El colegio privado le muestra un mundo más atractivo, pero no sólo la inicia mostrándole posibilidades distintas, valores desconocido, sino que, detalle más fuerte que digerir, le enseñan a censurar las costumbres de su casa, señalan sin pudor las faltas de educación que cometen sus padres, le inculcan la necesidad de renunciar a la manera de vivir de ellos, a darles la espalda porque aquello es indeseable, se debe corregir, se debe censurar. Lo primero que la niña detecta es el cambio en el lenguaje, maneras muy distintas de expresarse, modales que debe aprender y modales que debe olvidar, cualidades que debe valorar y que son parte de la nueva educación, lo cual implica una nueva mirada, una nueva actitud. Es ahí dónde aparece el desconcierto. La reacción al terremoto que se produce dentro de ella, es ser siempre la mejor estudiante, destacando gracias a su cabeza, es la manera que encuentra para definir su lugar en el colegio y luego en la universidad, lo suyo es ser imbatible, brillar con luz propia, ejercer una suerte de liderazgo frente a las niñas bien. Esta faceta de Denise es admirable, cómo crece ante la adversidad y cómo el desprecio que recibe del medio la alimenta y la fortalece, ganando un status de chica inteligente y muy capaz. Esas armas servirán también en la universidad, en dónde destaca y al mismo tiempo es permeable, toma nota, se mantiene alerta a lo nuevo y atractivo como una esponja capaz de absorber todo aquello que la enriquece. Una buena historia de aprendizaje, de mujer hecha a sí misma en base a su propio esfuerzo, aprovechando el empujón de sus padres que apuestan por ella, ignorando todas las complicaciones que surgirán en el camino:

“El verdadero lenguaje era el que escuchaba en mi casa, el morapio, la manduca, no me jodas, vejestorio, ¿qué pasa pues, chiquilla, ya no se saluda? Todo eso estaba ahí, presente, los gritos, las muecas, las botellas derramadas. La maestra hablaba y hablaba, y las cosas no existían, burdégano, ebúrneo, pasaron diez años hasta que me enteré de lo que quería decir aquello. Axel toca el xilófano y el saxofón, el lazo de Zenobia es azul oscuro, historias sin sentido, entretenimiento de maestrilla. Las chicas de la clase repetían a coro, la p con la a, pa, la p con la e, pe, con el dedo pegado a cada letra, me entraban ganas de reír. ¿A sí que eso era la escuela? ¿Un montón de signos que repetir, trazar, reunir? ¡El bar-tienda era mucho más real!La escuela era un “hacer como si” continuo, como si fuera divertido, como si fuera interesante, como si estuviera bien… Hasta la campana, que parecía algo invisible, lejano, que sonaba de vez en cuando, en un rincón, un cachivache insignificante, que apenas hacía más ruido que la campanilla de la tienda. Pero esta tintineaba con la clientela, significaba una clienta, compras, dinero en la caja. A su lado, la campana de la escuela era pura fantasía, un ding-dong por mero placer.” (pág. 65-6).

La niña es perceptiva. Capta detalles y significados. Analiza, compara, evalúa. Y expresa su sentir, cómo le afectan las cosas y cómo ella lidia con ellas sin ayuda de nadie, ya que se ha apartado de su familia y sus amigos de antes. Es ella con ella, lucha en soledad para conquistar un mundo que la seduce. Denis Lesur es convincente, a pesar de su falta de empatía, Annie Ernaud nos regala un personaje inteligente, fuerte, interesante, el típico personaje que llega a nuestras vidas para quedarse. El texto es descarnado, nos introduce en el debate que se plantea Denise, ese ir y venir que la ayudará a definirse en un nuevo contexto:

“Me sentía basta, sosa, frente al desparpajo, a la facilidad de las chicas de la escuela privada. Me quité el grueso jersey de lana que mi madre me había hecho poner en pleno mes de abril. Creía así ser menos ruda, menos ordinaria, pero no por eso me convertía en una Jeanne. Me faltaba todo lo demás, lo que flotaba a su alrededor, la gracia, esa cosa invisible, innata, la tienda rutilante de gafas de concha, de monturas rosas, el salón, la criada. Pero yo no lo relacionaba. Pensaba que su ligereza, su chispa, eran puros dones, nada que ver ni con su tienda, ni con el hall de entrada lleno de plantas verdes. Esto es lo terrible, lo definitivo. Denise Lesur, yo, a su lado no era nadie, yo, la reina del bar-tienda, aquí era un cero a la izquierda. Me hubiera gustado ser Jeanne y, después, muchas otras, que me mostraban su superioridad despreciándome.” (pág. 72-3).

Es interesante recordar el divorcio entre la estudiante y sus padres. Ella reconoce el esfuerzo y la iniciativa de ellos, pero considera que el mérito de sus logros, le pertenece. Tan suyo es, que muchas de sus compañeras de clase terminarán abandonando, ella se triunfa por encima del resto, le saca partido a la oportunidad que le han regalado, pero reivindica su autoría. Para algunos lectores ese orgullo no es políticamente correcto, aparece, más bien, la tentación de aupar a esos padres humildes y cederles el mérito de haber conseguido que su hija prospere. Pero la hija ha pasado por la humillación, por el dolor de cuestionar a sus padres después de verlos con los ojos de su nueva educación, ella no acepta negociar su éxito. Su postura nos recuerda el trabajo realizado, la tenacidad, la imparable ambición:

“Sin ellos, sin su cuidado en marcar los precios, en calcular al milímetro la declaración de la renta, yo no sabría una palabra de inglés, cometería faltas de ortografía, como ellos. Me quitan todo el mérito. Sin embargo, tengo muy grabado el recuerdo de las horas de clase, de los puños apretados, de la victoria de las notas y las felicitaciones, todo un mundo que ellos desconocen, que ni se imaginan, esa cultura de la que me apropio por la fuerza. Así que el triunfo es mío.” (pág. 153).

¿Cuál es su refugio, entonces? La literatura. Es en el mundo de la ficción, leyendo novelas, cuando se evade. Lejos de la casa paterna y sus deficiencias, lejos del colegio y las diferencias con sus compañeras, ella es feliz. Puede sintonizar con los personajes, aprender, gozar con ellos, sufrir también. El mundo se ensancha, es infinito si uno puede sumergirse en la lectura. Aquí está el origen de su pasión, en el caso de la autora que crea su personaje, la que será su profesión más tarde. Yo pensaba en Camus, un argelino pieds-noirs, de origen muy pobre, que por sus propios méritos y el apoyo de un profesor y su abuela, llegó a ser Premio Nobel. Annie Ernaud es un caso similar, y llegó tan lejos como Albert Camus.

EL EMBARAZO INDESEADO

Todo va sobre ruedas, me refiero a la tarea de conquistar un mundo prometedor. Pero la promesa del sexo será desde los años de colegio, la serpiente tentadora. Cuando su madre se entera que tiene un amigo con quien se encuentra en un camino alejado, enfurece. La falta, la entrega del cuerpo, sea esta entrega total o parcial, pone en peligro el ascenso de Denise a una esfera superior. El temor a la mancha, a la mala reputación, es algo concreto y alarmante. Su madre la reprende, le recuerda que el edificio construido con tanto sacrificio puede venirse abajo. Y ella llega a ser estudiante universitaria, éxito total.

Tiempo después, decide tener relaciones con su pareja, un estudiante de origen burgués, proyecto de abogado, y cuando queda embarazada, se da cuenta de lo que significaría la maternidad a los 20 años, sin una pareja responsable asumiendo su parte. Lo que la madre temía: el principio del final, un hijo es una carga, la desvía del camino trazado. Por eso recurre al aborto. En este punto habrán muchas opiniones, pero en la literatura, uno acepta la historia tal cual ha sido creada. No tenemos la posibilidad, menos aún el derecho, de querer cambiar, enmendar, inmiscuirse. Las decisiones están tomadas, nos toca acompañar en esa decisión. Y tratar de comprender la disyuntiva del personaje: su soledad, su ambición, y su deseo de salir adelante en el camino de su formación universitaria pagando el alto precio que ella decide pagar.

Dijimos que la literatura era una evasión para Denis Lesur, y una fuente de conocimiento. El placer será otra alternativa equivalente. La chica se independiza cuando descubre su cuerpo, el placer es su conquista, el placer es suyo, no depende ni de sus padres ni del colegio, lo ha descubierto, un tesoro escondido. Y gracias a esa búsqueda, tendremos pinceladas de sensualidad, los ojos de la joven atentos a sensaciones nuevas, al placer que despierta y crece y alimenta. La niña se vuelve mujer, por lo tanto le tocará asumir las decisiones propias de una mujer.

Denise de niña ya era una esponja, cuando escuchaba comentarios sobre temas sexuales en el bar tienda, se atracaba de caramelos, comida sabrosa que sustraía de los envases para recibir gratificación. La comida como fuente de placer, anuncia el desarrollo de un aspecto de su vida, el cuerpo disfrutando:

“… Me quedo sola con las imágenes, como las palabras murmuradas en un confesionario, risitas, nada, un poco de hipo. Coger caramenlos rosas, pastillas de menta a manos llenas, masticar cinco o seis a la vez, inundar la garganta de sabores mezclados, después de oír esas historias. Sentir el gusto, impregnarme, sumergirme… Trozos de mantequilla que sustraigo, lonchas de queso cortadas al bies a cuchillo, que no se note, blandas y amarillas en el extremo de los dedos. Hasta en la mostaza en grandes botes, meto enérgicamente una cuchara solo por el gusto de ver cómo se me resiste una marea verdosa que pica en los ojos y en los labios. Cubitos de Viandox envueltos en papel dorado como bombones de lujo, salados, que queman en el paladar. “ (pág. 36-7).

La riqueza del lenguaje consigue llevarnos lejos en la percepción detallada de sus vivencias. Lo más ordinario puede ser poesía en las manos de Ernnaud, la mezcla de la piel y lo que se mueve dentro, el arrebato indomable que se precipita queda brillantemente descrito:

“Los detalles afluyen, descubrimiento de los dientes, de las comisuras, rugosidad de la mejilla, cada dedo se aísla en mi espalda, todo un festival del tacto. El placer de detenerse para mirarse, sin hablar, con todos los gestos por hacer entre nosotros dos, el gusto de sentir a la vez lo duro y lo blando, , dientes y labios, mandíbula cuadrada y cuello tibio, hasta los dedos secos y fríos prolongados por una palma tierna y húmeda.” (pág. 164).

“Ninguna vergüenza, orgulosa de mi boca, de mis caderas, del placer en sí. Conocer al otro, sus dientes hacia adentro, los lóbulos lisos de sus orejas, esa cosa agazapada, caliente, que se asoma como el hocico de un perro… En cinco meses, el mundo cambió la existencia se convirtió en un gran sueño de carne, de olores ácidos.” (pág. 170).

Pero a pesar de la reivindicación de sus descubrimientos en el arte amatorio, Denise triunfa por su cabeza. Esa es la llave que utiliza para abrir puertas:

“Nada perturba mi fiesta. En la facultad, los trabajos escritos y las exposiciones orales en clase me reubican de manera luminosa en mi auténtico medio.Observaciones perspicaces, excelente argumentación… Los profes lo saben, me juzgan por mí misma, por mi yo.” (pág. 209).

Los textos han sido tomados de la edición de Cabaret Voltaire, excelente traducción de Lydia Vázquez Jiménez.