La mala costumbre

Alana S. Portero

¿Cómo ha conseguido Alana S. Portero (Madrid, 1978) transmitir ternura y delicadeza eligiendo un tema duro, esquivo, de difícil desarrollo, sin caer en una defensa personal de una minoría? La narradora no enarbola la bandera del exhibicionismo, tampoco provocar una lágrima fácil, lo que intenta es compartir las vivencias de una mujer trans que busca armonía en un medio hostil que no sabe acogerla tal como ella se siente. El texto tiene todos los ingredientes para que, La mala costumbre sea una novela reivindicativa, pero el tono de la narración está muy lejos de esa propuesta. Portero se desnuda para comunicar el sentir de su personaje (su alter ego), el desconcierto que experimenta, la desadaptación que la convierte en una paria, la sospecha de provocar dolor en sus seres queridos simplemente por ser como es. Sabe que debe buscar a aquellas personas que son sus iguales, pero la búsqueda  la posterga a un mundo alejado de la luz, un espacio marginal en donde está expuesta a muchos peligros y, sobre todo a la violencia ejercida por aquellos que las persiguen y degradan. 

Hay cuatro grandes temas en esta novela que me gustaría analizar: el barrio, la familia, las amigas y la dificultad de ser una mujer trans: 

El BARRIO

El barrio es el paisaje humano en esta novela, concretamente San Blas, en la ciudad de Madrid, escenario que tiene categoría de personaje: es un espacio que acoge, acompaña, y funciona muchas veces como refugio, a pesar de la pobreza, la falta de comodidades, incluso la ausencia de belleza que la protagonista detecta y señala. El barrio define a sus habitantes. Todos los vecinos forman una familia grande y heterogénea, sus miembros viven en comunidad, con muy poca privacidad porque las viviendas son pequeñas, de esa manera comparten lo bueno y lo malo, se ayudan, se reconocen, se identifican con un grupo. Cuando aparece la agresión, ésta viene de fuera, como el día que muere la madre de Margarita y el funcionario que retira el cadáver se burla de ella, la maltrata con saña. Un vecino es quien la defiende y obligue al funcionario a pedirle perdón. 

Es cierto que también se menciona la presencia de la droga en las calles del barrio como un veneno que corroe, resta dignidad y añade peligro en la zona. Parece que para nadie de San Blas es una novedad este comercio ilegal, está normalizado y es parte del contexto. San Blas es un barrio obrero que languidece. La imagen del inicio de la novela es magnífica, difícil dejar de leer:

“Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos. Adolescentes con la piel gris a los que les faltaba dientes, que olían a amoniaco y a orina. Franqueaban con sus escorzos la salida del metro de San Blas en la calle Amposta y las praderitas del parque Paraíso como cristos de Mantegna. Cubiertos de agujas como San Sebastián. Sentados o tendidos de cualquier manera. Moviéndose apenas, lentos y sincopados como muñecos rotos. Con la sonrisa elevada de los crucificados. Indefensos pero ya flotando en lugares en donde nadie podía tocarlos. Los vi brotar y hacerse cada vez más lentos hasta alcanzar la quietud final y descomponerse en el fango que se acumulaba en nuestro barrio con nombre de santo pero dejado de la mano de Dios.” (pág. 11).

Somos testigos de la violencia en la casa en frente de la familia de la protagonista: el padre es un hombre agresivo, abusador y malvado que maltrata sobretodo a su hija enferma pero también a sus otros hijos y a su mujer, tanto que un buen día, la hija enferma termina intentando matarlo, lo deja maltrecho y malherido, harta de ser la víctima y padecer por ello. En este caso, los vecinos no habían tomado parte, saben lo que pasa en esa casa pero no se inmiscuyen, quizá porque sospechan que, contra ese monstruo, nada pueden hacer. Cuando llaman a las autoridades, no consiguen mejorar la situación, peor aún, desaparecidas las autoridades, el padre se comporta aún más agresivo. Estos toques realistas ayudan a recrear el ambiente, los problemas sociales y económicos de la clase trabajadora, las dificultades de la vida en un medio difícil y miserable:

“… bloques de tres alturas de ladrillo rojo y escaleras exteriores de cemento. Este paisaje arquitectónico que se repetía por todo el barrio, en ocasiones se veía interrumpido por algún solar maltrecho, lleno de vidrios rotos, restos de papel de aluminio, jeringuillas y materiales de construcción inservibles. Estas mellas en las hileras de viviendas, si hubiéramos podido mirarlas desde lo alto, le daban al pavimento  un aspecto de encía enferma, como si enormes dientes hubieran sido arrancados aquí y allá, sin lógica alguna, y solo dejasen detrás una infección incurable y un vacío grumoso. Excepto el parque y las propias casas, aquellos basurales, aquellas nadas, eran los patios de recreo de los niños del barrio y sus propios morideros cuando se hacían suficientemente mayores para meterse caballo.” (pág. 16).

Pero en este barrio también hay gente maravillosa. Portero acierta en las estupendas descripciones de las vecinas, magníficos retratos de mujeres que han sido importantes para ella: la Peluca y su excentricidad que es sólo una defensa, Margarita, la mujer trans que ya mayor ha perdido brío y desparpajo, por citar los ejemplos más notables. Para la protagonista, estas señoras son sus modelos, no le gusta pensar que será como ellas más adelante pero aprende de la sabiduría innata que las conduce, de la fuerza que emanan, y cómo reconocen con humildad que, a su manera, han encontrado un lugar en el mundo. 

Sin embargo, a pesar de toda esta gente la protagonista se siente sola, exceptuando a su familia que es un apoyo importante, ella no tiene grandes vínculos en San Blas, sus problemas de identidad la aíslan en su cuarto, es difícil comunicar aquello que rompe con todas las reglas estipuladas en el mundo en el cual vive.

LA FAMILIA

Sus padres y su hermano la arropan siempre, la aceptan sin rechistar, tampoco hablan mucho de su tema porque imagino que no sabrían realmente qué decir, pero dan cariño y comprensión. Gracias a los tres, ella sabe que tiene un capital afectivo que la sostiene y en ellos se refugia cuando la tratan con desprecio y violencia en la ciudad, fuera del barrio. En esa familia humilde hay amor y respeto por el otro. Son el lado luminoso de su vida, lo mejor que le ha pasado es ser parte del clan. Esto es meritorio, se trata de gente sencilla, con una educación poco sofisticada, sin embargo tienen una sabiduría innata para capear el temporal y no exigen nada a cambio. Están para lo que haga falta, porque la quieren. Este dato es valioso, y de la manera en que los presenta, no parece que se trate de idealización, se percibe autenticidad en el proceder de cada uno.

“”Mi padre había sido siempre un protector nato, mi madre también, solo que ella lo hacía de forma más aparatosa, como una felina grande y ruidosa capaz de morder al suelo para aislarlos de todo lo malo. Mi padre, aunque pequeño de tamaño, siempre tuvo el aplomo de un gran paquidermo, era un muro entre nosotros y lo que nos amenazase. Tenía una energía muy contundente que convencía a cualquiera de que no era buena idea ponerle a prueba.” (pág. 154-155).
“Mi hermano Darío era uno de los hombres buenos. Me sacaba casi cinco años. Practicaba una forma de hombría amable y protectora, heredera de las actitudes paquidérmicas de nuestro padre. Solamente observándole quedaba claro que algún día tendría hijos a los que trataría con devoción y sería un esposo atento y cariñoso. Todo en él dibujaba esos contornos de bondad y responsabilidad clásica. Me cuidaba como podía, como yo le dejaba, que era poco. A los hombres les enseñan a hablar, no a conversar, y no hubo forma de romper la barrera de mi miedo y de su prudencia para hacer preguntas.” (pág. 158-159).

Las historias de La mala costumbre reflejan la dificultad para integrarse, la imposibilidad, en muchos casos, de ser bien recibido en el mundo  cuando la sociedad detecta diferencias que no quiere aceptar, o que cataloga de mal gusto. Cuando la libertad del otro se pone en duda porque molesta, incomoda o disgusta a un tercero que piensa que es él o ella quien tiene el derecho para establecer las reglas del juego y al distinto se le censura y señala. ¿A quién le puede indisponer más una actitud juzgada como irreverente, provocadora, o incorrecta, que a los propios padres? Pero en este caso no reaccionan así: lo reciben siempre con los brazos abiertos, sin juzgar, acompañando en el proceso como pueden. Sin embargo, al final de la historia, la protagonista resiente la imposibilidad de hablar con ellos abiertamente:

“Estaban convencidos de haber cometido errores fatales que habían hecho de mí una desgraciada. Lo percibía en cada expresión, en cada gesto y en cada reacción a mis silencios ausentes. En mi pecho, en mis costillas, en mi garganta se agitaba una mujer que rogaba poder tomar el mando, ella sí tenía las palabras exactas ella hubiera sabido cómo abordar con delicadeza y comprensión una conversación que podía ser dura pero que prometía ser liberadora para todos.” (pág. 226).

LAS AMIGAS

Cuando la protagonista se refugia en la noche, único espacio donde puede ser aquella que quiere ser, encuentra a un grupo de amigas, todas trans, mujeres que se prostituyen para ganarse la vida, los vínculos entre ellas son cercanos. Comparten las dificultades que acarrean, la imposibilidad de encajar en un mundo del cual escapan. La que más ayudó y protegió a la protagonista, es Eugenia, la Moraíta, como todos los personajes ella tiene un nombre y en este caso hasta un apodo, la protagonista en este aspecto es una excepción: nunca sabremos cómo se llama, sabemos como se llamaba cuando aparentaba ser un hombre (Alex) pero quizá, debido a su nudo interno, en la novela defiende su anonimato cuando vive como mujer. Sólo hay un momento en donde el narrador, utilizando siempre la  primera persona, cuenta como de niño, tartamudeando, intentó decir su nombre: “Aaaa… aaa…” Claramente un guiño a la identificación con la autora que se llama Alana. Pero también hay ambigüedad: Alex, su nombre anterior, también comienza con A.

El día que recibe la tremenda y vergonzosa paliza que la obliga a volver a casa de sus padres, ella había comprado unas botas preciosas para su amiga y confidente Eugenia. Ese regalo tan especial también fue destruido por la violencia machista, un hombre brutal que le pegó con maldad en plena calle rodeado por su grupo que, en vez de impedirlo, la insultaban y humillaban. El “macho” es el prototipo de la censura, aquel que no acepta las diferencias e impone su propio criterio. Y esto es así en la vida real, no es ninguna novedad. Hay gente obtusa, bruta y mala. Aurelio, el vecino, es otro ejemplo de estos energúmenos, un auténtico sádico maltratador. 

El grupo de amigas es entrañable. Eugenia aconseja ser valiente y “cruzar el puente” a cualquier precio, asumir la realidad para poder ser feliz y vivir abiertamente. La Cartier y la Chinchilla tienen una vida dura, sobreviven a duras penas y por más que entre ellas se acompañan y ayudan, son seres vulnerables. La protagonista es la única, entre ellas, que cuenta con su familia de manera incondicional. Lejos de Eugenia y la Cartier, y muerta la Chinchilla, se vuelca en Margarita y la acompaña y atiende hasta su muerte. La identificación entre las trans es total, una suerte de magnetismo las une cuyo origen parece ser el aislamiento social que se les impone. 

Sin embargo, después de la paliza, no intenta retomar contacto con ellas. Esa ilusión de ser una más, se desvanece, el maltrato ha sido brutal y ella se aparta, da marcha atrás y renuncia.

UN PERSONAJE TRANS

Confieso que este es un tema que no controlo, conozco muy poco al respecto, se me escapan detalles, carezco de información y por eso mismo he disfrutado la lectura de La mala costumbre: el discurso de Portero me ha abierto puertas, ha ampliado mi visión del mundo y ha despertado mi solidaridad. La protagonista no se dibuja desde la pena o la bronca, menos aún reclama piedad: simplemente expone la vida de un ser humano que busca su lugar en el mundo, como todos los seres humanos, unos con más suerte que otros, pero en la misma lucha:

“Yo trataba de encontrar en alguna parte un lenguaje de orgullo y de fuerza para poder explicarme de una maldita vez, pero no lo lograba por más que buscase. De niña no me daba miedo pensar en ser así, ni fantasear con ello, me aterraba la reacción de los demás viendo cómo se expresaban sobre algo que era tan bello. El desprecio con el que lo hacían, la repugnancia que parecía causarles.  Fueron estas conversaciones ajenas, las que se supone que una no está escuchando, las que me convencieron que era un ser torcido que debía ocultarse.” (pág. 62).

La transexualidad es un tema de moda, se ha convertido en una parte importante del debate público y el debate político, se habla sobre diferencias de género y sexo, sobre las implicaciones psicológicas del cambio, sobre el derecho a decidir aún muy jóvenes y los peligros de la precipitación en la toma de decisiones, etc. Leyes, derechos adquiridos, y muchos aspectos que se ventilan en prensa, en el ámbito familiar, en las escuelas. La mala costumbre enriquece el panorama, es una magnífica contribución, se aleja de los tópicos:  nos acerca al interior del personaje y nos arrastra con ella en su propia búsqueda.

“…a qué travesti le acompañaba con orgullo por la calle su familia, qué conversación en la que se renegase del género con el que se había vivido se daba en términos de ligereza, que nada tiene que ver con la importancia. No se me ocurría una forma de explicarse que no fuese a través de la seriedad, la preparación dramática del terreno, la culpa y la anticipación del rechazo.” Pág. 120).

La irrupción de la violencia es inesperada. Habíamos visto al personaje paseando por Madrid vestido de mujer sin manifestaciones de rechazo público, pero justo el día que decide salir a la calle, no disfrazado de mujer, sino sintiéndose mujer en toda regla, recibe los golpes. Ante la paliza y el abuso, se derrumba. En ese momento, Portero elige un cambio de tono: la subjetividad inunda el texto, aflora el interior de la protagonista que se expresa con imágenes poéticas:

Cómo se narra la nada, cómo se hace memoria de una vida muerta, cómo. Me lo quitaron todo y no quedó brasa que avivar. Se acabó el aquelarre, se acabó el orgullo de los tacones, el armario se cerró sobre mí como un ataúd. Adiós a todo eso. Adiós a mi vida… 
…Pataleé por instinto, por furia, por hambre, por venganza, por amor, porque no podía morir así antes en la memoria del mundo que en mi propia conciencia. Ascendí, más arriba, más arriba, más azul, más juego de luces…” (pág. 213).

Aquí hemos apreciado un cambio brusco en la narración, y luego una marcha atrás: la protagonista regresa a casa de sus padres, recupera la apariencia de hombre, estudia y trabaja sin entusiasmo y atiende a Margarita como un tributo a sus iguales.

La narración en primera persona es un acierto. La cercanía se plantea desde el principio, incluso antes de que sepamos cuál es el centro de su inquietud, la dimensión del desconcierto. La percepción de su mundo y la percepción de los otros alrededor de su mundo, se expresa con naturalidad y empatía, con el calor de la familia y el barrio. Ayuda el lenguaje: fresco, cercano y divertido a veces. 

Alana S. Portero, con una buena prosa cargada de sentimientos, consigue la complicidad del lector. Hay mucha humanidad en su relato, la protagonista es entrañable, no se regodea en el sufrimiento, lo comparte porque necesita sacarlo fuera, salir de la oscuridad. Quizá podría provocar algo de compasión, pero no parece intencionada. 

Creo que es un acierto que no tengamos muchos diálogos, el narrador en primera persona acapara la atención, su relato personal es el único eje: cómo transcurre su vida en una situación difícil, como sueña, desea, se ilusiona, arriesga; pero la agresión de un grupo de hombres, la desarme, trunca sus sueños. Sólo el último párrafo anuncia un probable horizonte :

“No tenía nombre pero existía. Habitaba mi propia leyenda..” (pág. 252).

Los textos han sido tomados de la edición de Seix Barral, Planeta.