El viento que arrasa

Selva Almada

El viento que arrasa es una novela sugerente, en donde los silencios , inteligentemente concebidos por la escritora argentina Selva Almada (1973), potencian una prosa austera, precisa y eficaz. Nadie puede quedar indiferente ante el juego de desencuentros, soledades y vacío interior, que parecen ser el rasgo común de los cuatro personajes. La trama fluye con naturalidad: un accidente banal- un coche que se estropea y necesita reparación- es el punto de partida para una reunión que enfrenta a cuatros personajes en un paraje inhóspito. Nadie busca este encuentro, se produce forzado por las circunstancias, sin embargo tendrá consecuencias determinantes en la vida de todos ellos.

Estructura

Veo oposiciones constantes, como si éstas fueran el eje de la ficción, parte de una estructura en donde se asienta el mundo narrativo de Almada. Los personajes son seres solitarios, pero en este encuentro se sorprenderán mirándose en un espejo que refleja algo que parece su contrario. Me explico: tenemos dos chicos, un hombre: Tapioca, y una mujer: Leni; dos padres: El Gringo Brauer y el Reverendo Pearson; dos madres que no están presentes físicamente pero que pesan y se cargan en los corazones de los presentes como fantasmas; el taller de reparación y el resto del mundo; el momento antes de la lluvia y el momento de la lluvia; los seres humanos y los animales; el pasado y el presente, la fraternidad y los puños, etc. Que la realidad es así, estoy de acuerdo, pero lo interesante es que Selva Almada insiste en esta dualidad del mundo para sustentar la individualidad de sus personajes.

Veamos cada caso:

Los hijos:

Tapioca y Leni viven sin sus madres, ambos las recuerdan ancladas en un paraíso perdido, sin embargo la orfandad la viven de manera distinta: Leni con resignación, acepta su destino al lado de su padre como una suerte de karma. A pesar de que muchas veces se irrita con él, y se indigna por su fanatismo religioso, lo admira y se apoya en la figura del Reverendo. En cambio Tapioca, que reconoce su agradecimiento eterno a Brauer, está listo para partir. El pretexto será la religión, pero nos queda la duda de si su decisión no está basada en la posibilidad de encontrar a su madre en el mundo fuera del taller, lugar al que quedó confinado cuando su madre se fue. Aunque Leni amenaza que se queda con El Gringo Brauer, surge la sospecha de que no quería realmente quedarse, creo que lo dice por celos (Tapioca será una intromisión entre ella y su padre), o por rebeldía. La chica no se planta, su postura no es firme como la de Tapioca, no está segura si quiere cambiar de vida, prefiere asumir su realidad al lado del Reverendo y no hacer más olas. Se oponen la resignación de ella frente a la osadía de él.

Los padres:

El mecánico Brauer acepta la presencia de Tapioca con generosidad y lo educa como un hijo. No hace preguntas a la madre, lo recibe y punto. Asume la responsabilidad sin estar seguro del vínculo con el chico. Su postura es la de la entrega total. El Reverendo, en cambio, es posesivo con Leni, la ve como si su hija fuera una parte de sí mismo, la convierte en su sombra. Cuando él plantea que Tapioca se vaya con ellos, no es coherente con Leni a quien le impide tomar decisiones propias, como la de quedarse. Su rol de líder lo ha convertido en un tirano. Del otro lado, para Brauer, Tapioca ha sido un regalo de la vida pero no una posesión. Sus sentimientos no encadenan, asume los riesgos que plantea la vida.

Estos señores perciben el mundo de manera diametralmente distinta:

-… Usted es creyente señor Brauer?
El Gringo se sirvió un poco más de vino y encendió un cigarrillo.
-No tengo tiempo para esas cosas.
El Reverendo sonrió y lo miró fijo.
-Vaya. Y yo no tengo tiempo para otra cosa”. (pág. 33).

El Reverendo es un fanático religioso. Todo lo ve a través de ese prisma, sólo importa conseguir adeptos a Cristo, a cualquier precio. Curiosamente, es el personaje más hipócrita, miente sin problema siempre y cuando la mentira lo ayude a su labor apostólica: se dice viudo para aparentar fragilidad y conmover; luego dice que se lleva a Tapioca a Castelli un par de días, cuando sabe que eso no es verdad. El fin justifica los medios para Pearson, postura no muy ética, indigna de un pastor de almas. Aunque en sus sermones aparecen sus indudables dotes de elocuencia, en los diálogos repite frases huecas. También hay que señalar que la facilidad de palabra que tiene para con sus fieles, es exclusiva para su público, con su hija no se comunica.

El mecánico es lo opuesto: hombre rudo, franco, sin dobleces. Comparte con Tapioca su concepción del mundo, la base de su pensamiento es observar la naturaleza, sacar de ella las propias conclusiones. El momento más tierno del relato comienza al final del la página 49 y termina en la 52: me refiero a las conversaciones entre Brauer y Tapioca, las historias que inventaba el mecánico para entretenerlo, consolarlo y orientarlo. Ambos padres educan a sus hijos basándose en conceptos diferentes, y en lo formal, también se oponen: el mecánico es cariñoso y le dedica tiempo a Tapioca, el Reverendo manda y exige, parece un jefe, no un padre.

Las madres:

La madre de Tapioca lo entrega a Brauer por una situación económica que la asfixia. La imposibilidad de criarlo la lleva a elegir el abandono, pero también elige a quién delega su responsabilidad. Sabemos que nunca había pedido ayuda a Brauer, si la requiere esta vez es porque confía que será lo mejor para el niño. Tampoco sabremos qué fue de ella después –uno de los tantos silencios- si sobrevivió, por qué no regresó a buscarlo, o por lo menos a visitarlo, si tuvo otra familia, etc. Si forzamos la comparación, la madre de Leni fue obligada a abandonar a su hija. Poco sabemos de la ruptura de la pareja –otro silencio- pero la escena de la despedida refleja claramente que la mujer es expulsada por el Reverendo, del coche, del viaje y de sus vidas. Ni siquiera le permite despedirse por última vez de Leni, la trata como a una pecadora arrojada a las llamas del infierno.

Los espacios:

En El viento que arrasa se perciben dos espacios: el taller y todo aquello que está fuera del taller; son territorios excluyentes: la casa de Brauer está aislada del mundo; la narradora dibuja dos zonas claramente delineadas que se ignoran, no conviven, no se nutren la una de la otra. El espacio del taller es claustrofóbico, a pesar de que estamos en el campo. Mucho caos: carros destartalados, restos, ruinas, despojos del otro mundo, en ese otro mundo fueron otra cosa, servían para algo, circulaban y eran útiles. El lugar, que es el escenario de la historia, está encapsulado. El resto del mundo se insinúa como un lugar distinto, ahí suceden cosas diferentes, viven seres que no tienen cabida en este hueco:

“El paisaje era desolador. Cada tanto un árbol negro y torcido, de follaje irregular, sobre el que se posaba algún pájaro que parecía embalsamado de tan quieto.” (pág. 76).

La lluvia:

Ha transcurrido mucho tiempo desde la última lluvia, la atmósfera está contaminada, es necesario un cambio brusco, una renovación, la liberación del aire estancado. Hasta la tormenta, los personajes se han ido conociendo, reina una aparente armonía, cierto respeto, una ilusión de paz que los envuelve y protege. Cuando llega la lluvia, los cuatro tienen que refugiarse dentro de casa, el espacio interior reducido y precario enrarece la atmósfera, el lugar de refugio se ha convertido en cárcel. La explosión final será producto de esta electricidad acumulada entre las cuatro paredes. El aire se ha vuelto tóxico, el lector percibe un cambio de actitud entre el Reverendo y el mecánico causado por la pretensión del primero de llevarse a Tapioca, la propuesta produce un enfrentamiento.
Después de la lluvia, los mayores estarán golpeados por la pelea, dolidos, más viejos. Habrá un vencedor, el menos simpático -por obsesivo y fanático-; y una víctima, el Gringo Brauer, quien no se merecía ser despojado de lo único que tenía.

En lo formal

El mundo animal es un referente en El viento que arrasa, las metáforas lo demuestran. Impresiona la cantidad de comparaciones que hay entre hombres y animales, esto contribuye a recalcar que estamos en un territorio rural en donde la convivencia con las bestias es natural. Citaremos algunos ejemplos:

“Se fue acercando de a poquito como si el niño fuera un animalito de monte que había que amansar.” (pág. 49).

“El miedo seguía ahí como una comadreja adentro de su cueva, podía ver los ojitos brillosos en la oscuridad.” (pág. 62).

“Cerró la llave y sacudió la cabeza como los perros, para escurrirse el pelo.” (pág. 90).

“… y esos errores volvían de vez en cuando, lo perseguían como una ligera y persistente nubecita de moscas zumbonas.” (pág. 109).

Tenemos un narrador omnisciente, en tercera persona, el lenguaje es limpio, pulido, eficiente. Sin embargo la pluma de Selva Almada es versátil y cuando inserta los sermones del Reverendo nos encontramos con un lenguaje distinto, propio de un líder espiritual que pretende conmover a su público. Sumado a esto, la narradora argentina también nos ofrece párrafos poéticos, como el de los olores que percibe el perro antes de la tormenta que comienza en la página 116 y termina en la 118. Y por último, una característica que destaca en la prosa de Almada es la habilidad para utilizar un vocabulario que señala lo material, recordando el aspecto físico del mundo, aquello que es palpable y cercano, anclando de esa manera la narración al cuerpo y a la tierra, a pesar de que la historia trata de sentimientos y búsquedas personales. Veremos tres ejemplos de este recurso hábilmente utilizado, se refieren a tres momentos de la vida del Reverendo:

  • En el primer ejemplo el carro se detiene en medio de la nada, situación imprevista que interrumpe el rumbo de su viaje. ¿Cómo lo narra Almada?:

    “Pearson bajó del auto, se quitó el saco, lo dejó sobre el respaldo del asiento, cerró la puerta, se arremangó la camisa, caminó hasta la trompa y abrió el capot. Un chorro de humo lo hizo toser.” (pág. 40).

  • En el segundo, el niño sale del agua bautizado, momento iniciático que cambia su vida, ¿cómo lo recuerda?:

    ”Quedó tendido boca arriba en la arena sucia con olor a pescado podrido, mirando el cielo plomizo, con las ropas empapadas y el cuerpo helado, un chorro de pis, caliente, le corrió por las piernas.” (pág.98).

  • Y en el tercero, expresa la impresión que le produjo el hecho traumático de su infancia. Una vez más, la prosa apuntando a lo físico:

    “Por alguna razón no seguí mirando por encima del nudo si no que volví a los hombros, relajados, los brazos laxos, los puños de la camisa, con sus gemelos de brillantes, cayendo sobre las manos venosas.” (pág. 137).

Encuentro muy recomendable esta breve novela que encierra una gran complejidad.

Los textos han sido tomados de la edición de MARDULCE, 2015.