Autora: Carson Mc Cullers
La escritora norteamericana Carson Mc Cullers nació en Georgia en 1917 y escribió El corazón es un cazador solitario con sólo 23 años. Sin embargo, a pesar de su juventud, demuestra un conocimiento profundo del alma humana, conocimiento intuitivo que otorga el dolor y el ejercicio de la sensibilidad. Además de valentía y mucho talento.
Mc Cullers tuvo, desde muy joven, una salud deplorable; padeció y sufrió limitaciones, y finalmente murió con 50 años, pero su energía y sus ganas de comunicar la lucha de sus contemporáneos en el empobrecido Sur de los Estados Unidos, después de la depresión, fueron productivas. Junto con William Faulkner, es la narradora más lúcida de aquellos años en aquella geografía, y aunque desde el punto de vista técnico es más sencilla y menos rompedora que Faulkner, su obra nos deja con personajes contundentes, difíciles de olvidar. Pertenecen a la estirpe de aquellos personajes literarios que dejan huella en el lector como un amigo especial, o algún vecino a quien no podemos dejar de observar y escuchar, porque son «los que saben». No hay nada liviano en Mc Cullers, todo en esta novela remite a lo más hondo, por ello su prosa destila tristeza. Y cierta dosis de melancolía.
La creación de personajes
Considero que éste es el mayor logro en El corazón es un cazador solitario. Lo que hacen los personajes, importa poco, pero cómo lo hacen y cuáles son las consecuencias de sus actos, es la gran preocupación de la narradora. Su mirada atenta y cercana permite que podamos intuir el mundo interior de ellos.
El Dr. Copeland, Biff Brannon, Mick Kelly, Jake Blount y el mudo Singer, son personas atractivas, rabiosas, conflictivas, pero, sobre todo, son seres humanos interesantes.
El Doctor Copeland y Jake Blount son los encargados de trasmitir la inquietud política y social que mueve a la autora, ingrediente importante en este relato. Son ellos quienes denuncian la injusticia, en todas sus facetas. Luchan por reivindicar a los más desprotegidos, se obsesionan con la posibilidad del cambio, creen en el mañana; pero se frustran cuando perciben que son los mismos desprotegidos quienes sabotean sus planes por cobardía, pereza, o falta de fe. Este conflicto, que ambos comparten, los exaspera a tal punto, que ni entre ellos consiguen un intercambio fluido. La pasión los encapsula.
El Dr. Copeland sufre por la raza negra y se rebela por la dramática situación que tienen que afrontar, marginados y castigados, sin embargo no ha conseguido convencer a sus propios hijos de que el cambio comienza por la educación, el esfuerzo, la disciplina. Pero su obsesión resulta tan excluyente, que lo aleja de ellos y lo aísla, convirtiéndolo en un paria dentro de su propia familia. La situación lo enerva, porque se sabe lejos de sus ideales, y al mismo tiempo le produce rabia. Rabia y mucho dolor.
Jake Blount experimenta los mismos sentimientos encontrados: pretende despertar a la masa para que actúe con libertad, y su fanatismo lo convierte a los ojos de los otros en un payaso incomprendido. La gente lo considera un borracho excéntrico, con un discurso ridículo.
Es triste comprobar que aquellos que «saben» están tan lejos de los otros, de los que no saben, que de nada les sirve, a nivel práctico, la sabiduría. La incapacidad de intercambiar, educar, convencer e integrar fuerzas es uno de los grandes temas de la novela. La masa ignorante no escucha ni busca superarse, están sometidos por la propia pobreza, que no es sólo material.
El Dr. Copeland llama mansedumbre a esta actitud complaciente, conformista. Y cree que la religión contribuye a adormecer la voluntad de cambio incitando a los fieles a someterse al sistema para no crear problemas. Visto desde la teoría puede parecer cobardía, pero hay varias escenas en la novela que nos dan información de la cruda y asfixiante realidad de los negros: la amputación de los pies de Willy, por ejemplo; la violencia contra el Dr. Copeland cuando quiere hablar con el juez y termina golpeado en la cárcel; la hermana de Lancy Davis que «se había puesto a trabajar de criada cuando tenía once años de edad, y había sido violada por su empleador, un blanco de mediana edad», o cuando «una familia de negros se mudó a la última casa de unas de las calles más deprimidas, y esto causó tanta indignación que la casa fue quemada y el negro golpeado…»
Los ejemplos abundan y dado que la injusticia está institucionalizada, los abusados tienen miedo. Por eso desarrollan la mansedumbre que irrita a Copeland: no irritar al blanco es lo mejor para la sociedad negra, se someten indefensos, humildes hasta la vergüenza. El Doctor los alerta sobre el error y la ignomia:
«Muchos trabajan durante toda su vida cuidando jardines de flores para el placer de una o dos personas. Muchos se dedican a encerar y pulir resbaladizos suelos de bonitas mansiones. O conducen automóviles para personas ricas demasiado perezosas para conducir ellas. Nos pasamos la vida haciendo miles de trabajos que no son de verdadera utilidad para nadie. Trabajamos y la totalidad de nuestra labor se desperdicia. ¿Es eso servicio? No, es esclavitud.» (pág. 205).
Pero tener consciencia de las injusticias no significa conseguir terminar con ellas. En realidad, el Dr. Copeland y Jake Blount tienen una fuerte dosis de escepticismo, ambos están quemados. Pero a pesar de ello, no se rinden, sólo conciben el mundo proyectándose en un futuro mejor. Dice Blount:
«Pero, ¿qué ocurre con un hombre que sabe? Ve el mundo tal como es y mira miles de años atrás para ver cómo se produce todo. Observa la lenta aglutinación de capital y poder, y cómo ha llegado hoy a su cúspide. Ve América como una casa de locos. Ve cómo los hombres tienen que robar a sus hermanos para poder vivir. Ve cómo los niños se mueren de hambre y las mujeres trabajan sesenta horas por semana para ganarse la comida. Ve a todo ese maldito ejército de parados y los miles de millones de dólares y miles de kilómetros de tierra desperdiciada. Contempla cómo se aproxima la guerra. Contempla cómo cuando la gente sufre tanto se vuelve mala y fea, y algo muere en ella. Pero lo más importante que ve es que todo el sistema del mundo está construido sobre una mentira. Y aunque todo esto es tan evidente como el mismo sol… los ignorsantes han vivido tanto tiempo con esa mentira que ya no son capaces de verla…» (pág. 163).
Mick Kelly es el alter ego de Carson Mc Cullers. Como ella, a su edad, tiene pasión por la música. Es una chica ambiciosa, sensible, presta atención a las cosas bellas de la vida y aspira a convertirse en alguien importante. Es un personaje que se mueve con libertad dentro de su medio, es resolutiva, tiene un mundo propio (su cuarto interior) que combina con su vida familiar, escolar, y afectiva sin crear mayores problemas. Sin embargo renuncia a seguir estudiando para aliviar la carga económica de la familia. Quizá, algún día, pueda comprarse un piano.
Ella es la única menor, y la única mujer, que pertenece al grupo de los que «saben». Su mirada abarca el mundo con curiosidad y con deseo, se comporta como una mujer, más que como una niña; o mejor dicho, esta chica es una promesa de mujer cabal. Mick es pragmática, se encarga de los hermanos menores, aporta lo suyo, se resigna a no esperar regalos, y sueña con un mundo exitoso porque es vital. Tampoco tiene miedo.
El más difícil de captar es Biff Brannon, el dueño del bar. El misterio que lo rodea lo convierte en alguien especial, diferente, un hombre que vale la pena conocer. Desde el principio del relato Biff se perfila como una persona fuera de lo común:
«- Me gustan los tipos estrafalarios- señaló Biff.
– ¡Imagino que sí! Me imagino que deberían gustarte, ya que tú eres uno de ellos, Mister Brannon.» (pág. 23).
Su mirada abierta y espectante lo distancia de su mujer. De ella le irrita su mediocridad, su falta de perspicacia. Por eso le dice:
«- Lo que nunca has sabido hacer es disfrutar de un espectáculo- sentenció.
La voz de la mujer sonaba cansada:
– Este tipo de abajo es un espectáculo, sin duda, y también un circo. Pero no pienso soportarlo más.
– ¡Demonios!, este hombre no significa nada para mí. No es ni un pariente, ni un compadre. Pero tú no sabes qué es acumular un montón de detalles y luego tropezar con algo real.» (pág. 24).
Creo que Brannon es un hombre que destroza, con éxito, el prototipo del «macho dueño del bar» en un pueblo del sur de los Estados Unidos de los años 30. En vez de aparentar bravura, desplante, y brusquedad, este señor refleja sensibilidad y gustos femeninos: cose, decora su cuarto, lleva una alianza de mujer en el dedo. Y al mismo tiempo experimenta tendencias ambigüas respecto a la niña:
«No había hecho nada malo, pero sentía en su interior una extraña sensación de culpabilidad». (pág 247).
Por eso, quizá, cuando Mick crece y su atractivo -para él- desaparece, precisamente porque deja de ser una niña, Biff recapitula:
«El viejo sentimiento había desaparecido. Durante un año aquel amor había florecido de manera extraña. Se había interrogado sobre él un par de veces sin hallar respuesta. Y ahora, al igual que una flor de verano se marchita en setiembre, había terminado. Ya no existía.» (pág. 378).
Brannon es un personaje redondo, complejo, integrador. Si Singer aparece como el vínculo que enlaza a todos, Brannon es quien ofrece el espacio adecuado para que todos se integren: su bar. Es ahí en donde recala Singer cuando Antonapoulos se va, ahí se refugia Blount cuando llega al pueblo, ahí compra Mick sus cigarrillos y se airea, lejos de su casa. Biff Brannon les concede la oportunidad de relacionarse: a uno lo alimenta, al otro le da crédito para que beba, a Mick la deja fumar. Salvo el Dr. Copeland -que por ser negro no puede permitirse estar ahí- todos acuden al bar en busca de algo que sólo Biff Brannon les puede dar. Luego la habitación de Singer reemplazará al bar, pero éste fue el origen.
Mientras Blount y Copeland se dejan consumir por una furia que los devora, Biff se mantiene en un término medio, su sensatez le obliga a centrarse, consigue manejar la oscuridad y continuar en el día a día: es un hombre realista. La novela cierra con su imagen realizando una tarea cotidiana, con los pies sobre la tierra, pragmático, después de hacer una profunda reflexión sobre la vida:
«El silencio de la habitación era profundo como la propia noche. Biff estaba paralizado, sumido en sus meditaciones. Entonces sintió de repente como un intenso estímulo en su interior. El corazón le dio un vuelco, y apoyó la espalda contra el mostrador para sostenerse. Porque en un fugaz resplandor captó una vislumbre del esfuerzo y del valor humanos. Del interminable y fluido paso de la humanidad a través del tiempo infinito. De aquellos que trabajan y aquellos que – tan sólo una palabra – aman. Su alma se expandió. Pero sólo por un momento. Porque en su interior sintió una advertencia, un rayo de terror. Se hallaba suspendido entre dos mundos. Vio que estaba mirando su propia cara reflejada en el cristal del mostrador. El sudor le perlaba las sienes y tenía la cara torcida. Tenía un ojo más abierto que el otro. El izquierdo, entrecerrado, escrutaba el pasado en tanto que la mirada más amplia del derecho se dirigía, asustada, a un futuro de negrura, error y ruina. Y él se encontraba suspendido entre el resplandor y la oscuridad. Entre la amarga ironía y la fe. Se dio la vuelta bruscamente:
– ¡Louis! – gritó -. ¡Louis! ¡Louis!
Tampoco esta vez hubo respuesta. Pero, Madre de Dios, ¿era un hombre sensato, o no? ¿Cómo podía estrangularle así este terror cuando ni siquiera sabía qué lo causaba? ¿Y se quedaría ahí como un mentecato lleno de canguelo, o se tranquilizaría y sería razonable? Porque, a fin de cuentas, ¿era un hombre sensato, o no? Biff humedeció el pañuelo bajo el grifo y se dio unas palmaditas con él en su tenso y desencajado rostro. Sin saber por qué, recordó que el toldo aún no había sido levantado. A medida que se dirigía a la puerta su paso fue cobrando firmeza. Y cuando finalmente volvió a entrar, se sosegó y esperó tranquilamente el sol de la mañana.» (pág. 380).
La ilusión de la comunicación
El que no habla es el que escucha, o mejor dicho, el que aparenta escuchar: la «gran oreja» que todos quieren tener a su lado. El silencio de Singer lo convierte en el dialogante perfecto para «los que saben», aquel que asiente, apoya, alienta; aunque en realidad no es así. Singer no se relaciona con nadie, sólo con Antonapoulos, quien se comporta con él de la misma manera que Singer con los demás: es el receptor de su afecto, a él confiesa sus preocupaciones, y sólo con él se siente acompañado. Pero nada hace pensar que Antonapoulos esté a la altura de Singer ni participe en el intercambio: por eso esta relación es un eco de las otras. Antonapoulos es para Singer lo que Singer es para los demás
La comunicación es una ilusión en El corazón es un cazador solitario Por eso la imagen del sordo mudo como el gran comunicador resulta una impostura. No lo digo porque considere que una persona con una discapacidad no pueda tener ese rol, pero cuando Singer redacta la carta a Antonapoulos describiendo a los cuatro que vienen a su cuarto, nos damos cuenta del mal entendido. Singer dice de Mick:
«Sabe que soy sordo, per cree que entiendo de música.» (pág. 229).
Mientras Mick está convencida de que:
«… ahora existía aquella comunicación secreta entre ambos. Hablaba con él más de lo que había hablado con nadie en su vida. Y si él hubiera podido hablarle habría contado a ella muchísimas cosas. Era como si el hombre fuera una especie de eminente maestro; sólo que, como era mudo, no podía enseñar.» (pág. 257).
¿Hay algo más contradictorio que un maestro que no enseña? La imaginación de Mick lo convierte en maestro porque eso es lo que ella quiere de él. Lo mismo hacen todos de manera inconsciente, lo idealizan, lo «construyen» de acuerdo a sus expectativas, a sus fantasías, a sus necesidades; salvo Biff, quien percibe el enigma de esa mirada y de esos gestos amables:
«Blount y Mick fijaron su mirada en Singer. Hablaron y la expresión del mudo cambó mientras los observaba. Era divertido. Pero el motivo… ¿estaba en ellos o en él? Singer estaba sentado muy quieto con las manos en los bolsillos, y como no hablaba eso le hacía parecer superior. ¿Qué sentía en realidad y comprendía aquel individuo? ¿Qué era lo que sabía?
… Cada vez estaba más perplejo. Había algo en el fondo de su mente que le producía desasosiego. Algo no funcionaba como era debido.» (pág. 145).
El hermetismo de Singer es interpretado por los otros como un efecto de su mutismo, no como una característica suya, como un rasgo de su carácter. Por eso cuando se mata, nadie comprende por qué los ha abandonado. No sabían de sus viajes para visitar al amigo, tampoco les contó que había muerto.
El amor que siente por Antonapoulos es de una naturaleza desconocida, y lo paladeaba en silencio, sin compartirlo con nadie. El griego era la razón de su vida, su pasión secreta:
«Detrás de cada despertar había estado siempre su amigo. Y esta inconsciente comunión con Antonapoulos había crecido y cambiado como si estuvieran juntos en carne y hueso. A veces pensaba en Antonapoulos con temor y autodegradación, a veces con orgullo…, pero siempre con un amor no obstaculizado por la crítica, libre.» (pág. 340).
Mataba el tiempo con los otros, pero sólo pensaba en Antonaupolos. Cuando muere éste, Singer enloquece de amor: por eso se suicida. Nadie sabría jamás el sentido de su vida, menos aún el de su muerte. El gran comunicador era, en sí mismo, el secreto mejor guardado.
¿Novela de juventud?
Encuentro que algo no funciona bien en la estructura de la novela: el tiempo no fluye con naturalidad. Hay capítulos, como el de la fiesta que organiza Mick, o el paseo al río con su amigo judío, que se extienden innecesariamente, y que carecen de mayor interés. Esto hace que, a veces, los episodios no resulten bien ensamblados. Cuando esto sucede, los hechos se acumulan, no se articulan con naturalidad. Por eso cuando al final del relato, el narrador informa que ha pasado un año, uno tiene la sensación de que hubieran sido más los años transcurridos.
Se puede pensar que, dada la juventud de la escritora, esto es aceptable. Pero su edad es un dato extra literario, la novela debe ser independiente de esas circunstancias y funcionar como un ente autónomo. Dicho esto, lo cierto es que la creación de los personajes es tan potente que lo señalado no atenta contra el resultado final.
Los textos han sido tomados de la edición de Seix Barral, Biblioteca Formentos, traducido por R.M. Bassols.