Fogonazos parecen los párrafos que ensarta Jenny Offill (Estados Unidos, 1968), como las cuentas de un rosario, para componer un relato fragmentado pero con un desarrollo interior fluido: el sentimiento -presente en cada letra, en cada palabra, en cada frase- aporta la información necesaria para reconstruir, en nuestras mentes, un mundo que se destruye, en la ficción.
Original, sería el adjetivo que mejor definiría la novela de Offill; conocemos lo mínimo e imprescindible para convertirnos en cómplices de una pareja que, con una hija a cuestas, lucha por encontrar su lugar en el mundo. Quizá la narradora norteamericana pretende hacer un guiño a los tuits, mensajes con un máximo de 140 caracteres, el nuevo modelo de comunicación que exige brevedad. Confieso que suelo ser crítica con estas formas nuevas de expresión, me rebelo contra la tendencia que recorta el placer de dar vueltas sobre una misma idea, escarbando en los diferentes ángulos posibles, barajando suposiciones, admitiendo variables -ejercicio delicioso para hacerlo con amigos que escuchan- una forma de aprendizaje. Pero comprendo que la brevedad debe tener también sus ventajas, ahorra tiempo –valor que es hoy escaso, o eso decimos con insistencia- ayuda a concretar, se limita a lo preciso. ¿No será una comunicación menos profunda?, me pregunto. Definitivamente no lo es en Departamento de especulaciones. Aquí no hay nada vano ni superficial, todo lo que se narra tiene una razón de ser en la vida de los protagonistas, como las piedritas que arrojamos en el camino para encontrar la vuelta a casa.
Hay tres etapas en el relato, y están marcadas por la utilización de la persona que narra: yo, ellos y nosotros.
- En la primera parte, el yo corresponde a la mujer -sin nombre, como todos los personajes- y abarca la puesta en escena: ella se desnuda ante nosotros contándonos algunas situaciones de su vida. Con esa información, estamos capacitados para describirla: un alma sensible, inadaptada al medio, caótica, inteligente, ineficiente en el medio doméstico, con tendencia a angustiarse cuando no encuentra respuestas. Sabemos que le gustaría escribir un libro, que enseña, que ha tenido un trabajo en una revista científica verificando datos, y que luego acepta otro trabajo como negro para una persona que quiere escribir un libro sobre astronautas. Conoce a su marido en Nueva York, donde ambos viven, él trabaja haciendo paisajes sonoros de la ciudad, un hombre bueno y transparente. Tienen una niña, y la responsabilidad y la incomodidad de la nueva vida (falta de sueño, epidemia de chinches, llantos, pañales, demandas típicas de un bebé que aterriza en casa) la desestabilizan, a ella, que no era una persona muy estable. Pero la mujer adora a esa niña, es fantástico como consigue vislumbrar –ella que es poco clara- lo que le gusta de la maternidad y lo que le disgusta. Es una mujer franca, frágil, generosa, muy tierna.Algunas frases que la describen:
“…Sentí un escalofrío inesperado y me tapé la cabeza con la manta. Así es como sacan a los caballos de un incendio, recordé. Si no pueden ver nada no se asustan. Intenté averiguar si una manta en la cabeza me tranquilizaba. La respuesta: no.” (pág. 13).
“Todavía queda mucha vileza en mi corazón. Y yo que pensaba que amar tanto a dos personas iba a enderezarlo.” (pág. 50).
“Por ella renunciaría a todo. A las horas en soledad, al libro extraordinario, al sello de correos con mi retrato; pero con la condición de que aceptase tenderse quietecita a mi lado hasta cumplir los dieciocho años. Si se tendiera quietecita a mi lado, si yo pudiera meter la cara entre su pelo, entonces sí, sí, vale, tío.” (pág. 51).
También conocemos las evaluaciones de sus alumnos que ayuda a describirla:
«Es buena profesora pero se pierde DEMASIADO en anécdotas..
Nadie puede decir que sea una persona organizada.
Parece preocupada por sus alumnos.
Se comporta como si escribir no tuviera reglas.” (pág. 51).Ella misma se percibe con ironía, señala sus defectos con un tono que la redime de culpa, consigue que hasta sus defectos la adornen. Creo que todo el que lea Departamento de especulaciones sentirá que está ante un personaje entrañable. Quizá su franqueza seduce, no pretende excusarse.
- La segunda parte comienza en la página 95, en donde hay una sola frase que se repite, como una letanía, un mantra, o una suerte de estribillo, sin pausas entre palabras: “muyasustadamuyasustadamuyasustadamuyasustada…” Nos enteramos que el marido le ha hablado ya de la presencia de otra mujer en su vida, y ante la posible ruptura, ella se quiebra, el relato tendrá otro punto de vista, más lejano, como si, rota por el dolor, levitara y observara su mundo desde fuera. De aquí en adelante se referirá a la esposa y el marido, usando también los pronombres él y ella, como si se observara desde lejos. La mirada ha cambiado, más dolida, menos aguda quizá. Más rabiosa. Pero sigue siendo muy honesta.El breve diálogo entre los dos, hablando acerca de la mujer que ha causado el drama, es tremendamente expresivo, se nota siempre una nota de humor ante el dolor, una manera especial de enfrentar el sufrimiento. Si bien es cierto que las preguntas son para descubrir quien es la otra, quien termina descrita es la esposa por oposición:
“¿Más alta?
¿Más delgada?
¿Más tranquila?
Más fácil, dice él.” (pág. 98).Seguimos paso a paso, la angustia que se instala en la mujer. La fragilidad, el amor que tiene por su hombre:
“Voy a dejarte, amor mío, Ya me estoy yendo. Mientras hablas, yo te miro como si estuviera a gran altura. El tacto de tu mano en la mía, o de tus labios sobre los míos, ya se está volviendo extraño.” (pág. 109).
“La esposa nunca ha deseado no estar casada con él. Puede sonar falso pero es la verdad.” (pág.135).
Me gustaría comentar la audacia con que Jenny Offilll resuelve los momentos más dramáticos de la historia de amor. El primero es la conversación en donde el marido pregunta a su mujer cuál ha sido el momento más feliz de su vida, y, contra toda expectativa, la respuesta de ella lo excluye a él del recuerdo. Este dato pesa tanto como el de la chica que irrumpe, casi parece que la chica es una consecuencia de la conclusión que el marido saca de esta conversación. Las frases del diálogo aparecen intercaladas entre otros párrafos de diferente índole, como si le costara a ella recordarlas, salen a la superficie como disparos de luz que explotan y se apagan, porque ella sabe que fueron palabras definitivas y que, de haberlo pensado antes, hubiera podido mejorar su respuesta y evitar el drama. A nivel narrativo, el ritmo cortado de la conversación, refleja el quiebre en sus vidas; es inteligente y sensible el manejo que la narradora norteamericana hace del diálogo: comienza a recordar la conversación en la página 96 y recién en la 133 sabemos lo que él respondió, frase que termina siendo la declaración de guerra:
“Yo esperaba figurar en tu recuerdo más feliz.” (pág. 133).
Y el otro momento clave es la reunión que organizan para que las dos mujeres se conozcan. Offill lo resuelve simulando un ejercicio de redacción de un alumno, en donde ella va haciendo comentarios al margen. Una manera elegante, divertida y audaz de recrear una escena melodramática sin nada de melodrama, pero con mucho sentimiento:
“Ahora llueve más. Los dos se están calando hasta los huesos. ‘Diez minutos –grita la esposa en un segundo plano-. ¡Sólo diez minutos! ¡Me bastan diez minutos!’ La esposa, que casi nunca le ha gritado, y mucho menos en público. Ahora es importante cambiar el punto de vista. La esposa se da cuenta de que le duele el pie de las patadas que le ha dado a la máquina expendedora de periódicos. Se pregunta si lo habrá roto. Aquí haz una pausa. Un respiro antes de que la acción continúe. El marido termina de hablar por el móvil. Le tiemblan las manos. ‘Ya viene –dice-. Estará aquí en un segundo.’” (pág. 127).
- En la tercera parte, la narradora usa otra vez la primera persona pero la lleva al plural: nosotros. Están los tres: marido, mujer e hija en una casita en el campo, aislados, intentando reconstruir la familia. No es un final hollywoodense, pero me gusta que termine bien, me parece valiente que así sea. Los finales de este tipo están desvalorizados en la literatura contemporánea, celebro que en Departamento de especulaciones no sea así. Tampoco es un final feliz garantizado: quedan abiertas las puertas a una reconciliación, se esfuerzan y lo intentan de manera adulta:
“La nieve. Por fin. El mundo parece tener una belleza perpleja. Sacamos al perro. Sale corriendo por delante de nosotros, dejando un rastro de pis sobre la blancura. Vamos caminando hacia la carretera…” (pág. 169).
Durante la narración, Offill va intercalando frases y hechos de personas notables: poetas, filósofos, pensadores, frases que contribuyen a darnos una idea del nivel cultural de la protagonista, sus gustos, su refinamiento intelectual. Se agradecen estas referencias que suman en el conjunto, son chispazos de lucidez y/o belleza.
Un último comentario: el primer capítulo me parece el menos bueno. No es fácil entrar. La novela crece en su desarrollo y el lector se adapta a los saltos narrativos.
Los textos han sido tomados de la edición de Libros del Asteroide, traducción de Eduardo Jordá.