Autor: J. M. Coetzee
De manera magistral, el Nobel J.M. Coetzee mantiene al lector en suspenso desde el primer capítulo hasta el final, sin concederle una tregua. Primero creerá que la aventura del profesor David Lurie con su alumna Melanie Isaacs, es la causa de LA DESGRACIA anunciada en el título -porque lo acusan de acoso, porque pierde el trabajo y su fuente de ingresos, porque lo humillan públicamente obligándolo a partir- luego irá descubriendo que no es así. Una vez que David deja Ciudad del Cabo y se va al campo a vivir con su hija, surgen nuevas y “peores” desgracias: el robo, la violación de la hija y el intento de quemarlo a él, agravados por la insalvable distancia cultural, ideológica y generacional entre él y Lucy. Decepcionado, el ex profesor regresa a la ciudad y encuentra su casa saqueada: sus discos, su música, su ropa. Los ladrones han hecho polvo su pasado. Ahí se entera del embarazo de su hija, de la decisión de Lucy de casarse con quien fue cómplice de la violación, y de la renuncia que ella hace a sus tierras -por las que tanto había luchado- a favor del futuro marido.
En realidad, visto en perspectiva, el mundo se convirtió en un lugar maldito desde el día en que perdió de vista a Soraya, la prostituta con la cual había encontrado una cierta paz. Esa fue la primera desgracia pero, al compararla con las posteriores, dejará de parecerlo para convertirse, simplemente, en una experiencia poco afortunada.
VARIEDAD TEMÁTICA
Sorprenden los diferentes temas que se entrecruzan con maestría: la edad y el temor a la decadencia, el placer y el dolor como fuentes de vida, la difícil situación socio-política de Sudáfrica, las diferencias entre el campo (entendido como una sociedad agrícola y arcaica) y la ciudad (sociedad urbana y moderna), las diferencias y similitudes entre hombres y animales, las relaciones entre padres e hijos, el amor y la muerte.
Estos temas y el contexto (Sudáfrica post apartheid) son el material elegido por Coetzee para su novela. Prometedor, interesante y sugestivo el conjunto. Pero todos sabemos que con grandes temas no se hacen grandes novelas. Lo decisivo es cómo se articula ese material. Y eso depende de la búsqueda interior que mueve al autor a contar una historia de una manera determinada.
Esa búsqueda, en Desgracia, se intuye en el cuestionamiento constante- que se repite como música de fondo- sobre las posibilidades del lenguaje como vehículo adecuado para narrar la historia elegida. A lo largo de la lectura recordé varias veces La escritura o la vida, del español Jorge Semprún, quien, espantado por el horror de haber pasado dos años en un campo de exterminio nazi, se pregunta: ¿cómo hago yo para contar lo que he vivido, y que resulte creíble?
EL LENGUAJE
Todo es interesante en Desgracia, pero a mí me gustaría comenzar por la reflexión sobre el lenguaje. La primera pista la encontramos al finalizar el primer capítulo. David ubica a Soraya y la llama a su casa. Ella, disgustada por la intromisión, le dice:
“-Le pido que nunca vuelva a llamarme a este número, nunca más.
Pedir. Quiere decir exigir.” (se aclara a sí mismo David). (pág. 18)
En este diálogo, se establece la diferencia de niveles entre lo que objetivamente se dice (denotación) y lo que subjetivamente se interpreta (connotación). Es una llamada de atención al lector para que tome conciencia de todo aquello que está en juego en el momento de la comunicación, y de cómo las palabras tienen varias lecturas posibles. O ninguna.
Esto no es casual. Anteriormente, al presentar a su protagonista como profesor de lengua y literatura, el narrador dice:
“Si bien diariamente dedica horas y horas a su nueva disciplina, la premisa elemental de ésta, tal como queda enunciada en el Manual de Comunicación 101, se le antoja absurda: “La sociedad humana ha creado el lenguaje con la finalidad de que podamos comunicarnos unos a otros nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones”. Su opinión, por más que no la airee, es que el origen del habla radica en la canción, y el origen de la canción, en la necesidad de llenar por medio del sonido la inmensidad y el vacío del alma humana”. (pág. 10)
Este párrafo refleja una inquietud que obedece a la búsqueda personal del protagonista. Y que será la hipótesis que se intente probar al final de la novela. David, profesor del Departamento de Comunicación, cuestiona la teoría que debe enseñar, y sostiene que la comunicación verbal es una ilusión. Creemos que nos comunicamos, pero el lenguaje no es más que un grito que expulsa fuera nuestra angustia existencial. De este planteamiento se deduce que la soledad es algo inherente al hombre: lo que él experimenta es intransferible a terceros. Se chilla de dolor, se gime de placer, pero no se puede expresar con la palabra lo que se mueve dentro.
¿En qué se basa David para pensar así? Cuando se le enjuicia y se le acusa de acoso sexual, él percibe que las palabras no satisfacen a quienes lo interpelan. Primero, piden que se declare culpable. Lo hace. Dicen que no es suficiente y le exigen una confesión: confiesa que fue tentado por Eros. Su confesión no es considerada aceptable. Llegado a este punto nos preguntamos, ¿qué quieren de él? No quieren palabras, quieren su corazón para abrirlo con bisturí. Las palabras no transmiten lo que guarda en lo más profundo, tampoco redimen al acusado, no le sirven para defenderse, a pesar de que con ellas intenta decir lo que dicen querer escuchar. El lenguaje sería entonces insatisfactorio.
Sin embargo, en Desgracia hay varios lenguajes en uso, más que en cualquiera otra novela. Si el lenguaje verbal es insatisfactorio, se investigan otros caminos. Es a través del análisis de estos lenguajes y sus mecanismos, explorando sus posibilidades y sus limitaciones, que la hipótesis de Lurie es revisada:
-El lenguaje animal:
Desde que aparecen en escena los perros ladran y gruñen. Son los primeros en expresar su miedo cuando divisan a los violadores. Nadie quiso escucharlos, pero ellos dieron la voz de alarma.
¿El lenguaje de los animales no dice nada a los hombres?
Cuando David es agredido por los violadores, describe quien narra:
“Se golpea la cara como un poseso; el cabello chisporrotea al prenderse, se revuelca, emite aullidos informes tras los cuales no hay una sola palabra”. (pág. 123).
¿No estaría expresándose David con el lenguaje de los animales? ¿O es que el lenguaje humano, cuando no pretende la comunicación con el otro si no simplemente expresar el dolor en estado salvaje, se asemeja al lenguaje menos elaborado, que sería el lenguaje animal?
-El lenguaje de los nativos:
El sotho y el xhosa son dos lenguas que los blancos no entienden, imagen clara de la división del país. David se da cuenta que al no hablar la lengua que se habla en el campo, no puede captar lo que allí sucede.
“La auténtica verdad, según sospecha, es algo mucho más- tarda un rato en encontrar la palabra idónea- antropológico, algo a cuyo fondo tardaría meses enteros en llegar, meses de conversaciones pacientes, sin prisas, con docenas de personas, por no hablar de los buenos oficios de un intérprete” (pág. 150).
Esta intuición de Lurie significaría que el lenguaje sí comunica, porque por no hablarlo, David se siente excluido. Si lo hablara, ¿qué pasaría? ¿Es realmente un tema de lenguaje, o es mucho más lo que separa a David de los negros, ese más “antropológico” que él menciona?
-El inglés:
Es el idioma de los blancos que dominaron el país. Lo negros lo desconocen, o lo usan mal:
“No le importaría nada conocer un día la historia de Petrus de sus propios labios. A ser posible, sin que esa historia sea reducida al inglés. Cada vez está más convencido que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la historia de Sudáfrica. Hay trechos del código lingüístico inglés, frases enteras que hace tiempo se han atrofiado, han perdido sus articulaciones, su capacidad articulatoria, sus posibilidades de articularse. Como un dinosaurio que expira hundido en el fango, la lengua se ha quedado envarada. Comprimida en el molde del inglés, la historia de Petrus saldría artrítica, antañona”. (pág. 149).
¿A cada cultura un lenguaje? No se puede traducir fielmente, algo se queda fuera, parece intuir David. Como si el alma se resistiera a dejarse atrapar por las palabras. Insiste en esto más de una vez:
“-Lucy es nuestra benefactora- dice Petrus, y luego se dirige a Lucy-: eres nuestra benefactora.
Es una palabra de mal gusto, o a él se lo parece: es una palabra de doble filo, que agría ese instante. ¿Puede echársele la culpa a Petrus? El lenguaje al que se confía con tanto aplomo, pero es imposible que él lo sepa, es un lenguaje hastiado, que se desmenuza con facilidad, que está recomido por dentro, como si lo hubieran atacado las termitas. Solo cabe fiarse de los monosílabos, y tampoco de todos”. (pág. 163).
-El silencio:
Es la opción de Lucy. Calla porque no encuentra el lenguaje adecuado para expresarse. La insensatez aparente de sus decisiones, su fe en un cambio radical que le exige inmolarse para renacer, no se pueden traducir en palabras. Por eso calla.
“Su respuesta habitual consiste en retirarse en su silencio”. (pág. 157).
Su padre, consciente de la elección de Lucy, se rebela, e interpreta ese silencio:
“Se les ha de ocurrir que sobre el cuerpo de la mujer se ha tendido el silencio como una manta. Demasiada vergüenza, se dirán uno al otro: Demasiada vergüenza para contarlo, y se reirán a sus anchas rememorando su hazaña. ¿Está Lucy dispuesta a concederles ese triunfo? (pág. 140).
David, en el juicio, había optado por la misma vía, callar. Y se lo explica a Lucy de esta manera, cuando ella le pregunta:
“…¿Qué principios eran esos que quisiste defender?
-La libertad de expresión. El derecho a permanecer en silencio”. (pág. 234).
-El lenguaje gestual:
La mejor exponente de este recurso expresivo es Bev Shaw. Ella casi no habla, pero usa su cuerpo para dar cariño y comunicar. El lenguaje del que se vale es entendido por animales y hombres, y tiene un componente liberador. Después de una caricia de Bev, hombres y animales se sienten reconfortados: alivia, cura, seda:
“…Con delicadeza limpia los pliegues del párpado y de la oreja. No dice nada mientras se aplica a su trabajo. El recuerda al macho cabrío en la clínica, se pregunta si, sometiéndose al cuidado de sus manos, llegó a sentir esa misma paz”. (pág. 135)
Me pregunto si la escena en la cual David se arrodilla en silencio frente a la madre de Melanie para pedir perdón, no será una muestra de este lenguaje gestual que él ha aprendido a usar.
Los gestos de Bev comunican amor. Entonces, hay que preguntarse, ¿cuál es el gran acto de amor? Concretamente: ayudar a los animales a morir bien. La liberación sería entonces la muerte. Abandonando este mundo -violento, salvaje, injusto- los animales encuentran la paz que les fue negada en vida. ¿Sugiere Coetzee, me pregunto, el mismo camino para el hombre?
-El lenguaje literario y el lenguaje musical:
Es una ironía la presencia de Byron, el paradigma del poeta romántico, enamorado de una joven en Venecia, en medio del corazón del Africa violenta y violentada. David, inspirado en Byron, comienza a desarrollar su proyecto literario -con palabras- para convertirlo después en una Opera -con canciones-.
Deduzco que esa transformación del medio (del literario al musical), se da porque las palabras no lo satisfacen, y como último recurso introduce el canto. De esta manera, David lleva a la práctica la teoría del profesor Lurie respecto al lenguaje.
La música, en oposición a la literatura, será también un elemento compartido entre hombres y animales:
“Al perro lo fascina el sonido del banjo. Cuando pulsa las cuerdas, el perro se yergue, ladea la cabeza, escucha. Cuando toca la línea de Teresa, y cuando tararea esa línea melódica y comienza a henchirse de sentimiento (es como si se le engordase la laringe: siente el pálpito de la sangre en el cuello) el perro abre y cierra la boca y parece a punto de ponerse a cantar, o a aullar” (pág. 265).
Conclusión:
Si el lenguaje gestual y el canto son las opciones que elige David como las más eficaces, y las que llegan a TODOS, la comunicación sería posible sin la palabra. Estamos de acuerdo.
Pero esto no implica que la palabra no comunique. Puede resultar insuficiente, sí. Pero en muchos casos: necesaria.
Interesa el planteamiento de David para observar las limitaciones y los alcances del lenguaje verbal, pero no lo anula como medio de comunicación. Si fuera así, habría una contradicción importante en toda esta aventura: Coetzee nos hace compartir su reflexión, a nosotros sus lectores, usando palabras. Jamás hubiéramos podido seguir su propuesta sin ellas. Su novela es una prueba de que las palabras sí comunican.
LA SITUACION POLITICA Y SOCIAL EN SUDAFRICA
Un país que ha sido sometido durante años, víctima de la violencia racial, de la injusticia institucionalizada, atraviesa muchas dificultades para encontrar su propio camino. El nuevo gobierno no consigue que las cosas cambien de manera radical. Algunos sectores deciden hacer justicia con sus propias manos.
Leyendo Desgracia uno recuerda que los cambios políticos no implican un nuevo orden en la práctica. Lo que cambia es el grupo que detenta el poder. El sistema se renueva, puede incluso limpiarse, pero en la vida diaria el hombre sigue defendiéndose como puede, sin importarle el dolor ajeno.
Con el cambio, Petrus, campesino negro, recibe una subvención del Ministerio de Agricultura y compra una hectárea de tierra a Lucy. Además, Petrus puede pagarle un salario a David, dos cosas que antes eran impensables. En cambio Lucy, por ser blanca, está desamparada y lo admite:
“De acuerdo con lo que se lleva en el Cabo Oriental, es un hombre de posibles. Pídele que te pague. Puede permitírselo. Yo no estoy muy segura de poder permitirme contar con sus servicios por más tiempo”. (Pág.. 99)
Los problemas sociales y económicos producen situaciones violentas:
“Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos, no hay suficiente coches, zapatos, ni tabaco. Hay demasiada gente y muy pocas cosas. Lo que existe ha de estar en circulación , de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz al menos un día. Esa es la teoría: aférrate a la teoría, a los consuelos de la teoría. No es una maldad de origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes. Así es como hay que considerar la vida en este país: en sus aspectos más esquemáticos. De lo contrario uno se volvería loco…” (pág. 125
Las injusticias no se corrigen de la noche a la mañana. Un país que ha sido cruel con su gente, cosecha crueldad:
“El perro que tiene un agujero abierto en el cuello todavía enseña los dientes ensangrentados. Igual que liarse a tiros con los peces dentro de un barril, piensa. Despreciable y, sin embargo, seguramente excitante en un país en el que los perros se crían de modo que gruñan automáticamente al percibir el olor de un hombre negro”. (pág. 140)
LA OPOSICION CAMPO-CIUDAD
La primera parte de la novela se sitúa en Ciudad del Cabo. Allí lo acusan a David de acoso sexual, aunque realmente no fue tal: Melanie se prestó al juego, nadie la forzó. Sin embargo, en una ciudad moderna, lo políticamente correcto es defender a la mujer, colectivo que merece apoyo y atención por un pasado de malos tratos ejercidos por los hombres. Automáticamente reaccionan las feministas, la prensa, las autoridades. Ella será la víctima y él el culpable incluso antes del juicio.
La segunda parte transcurre en el campo en donde Lucy es violada por tres negros. Lo políticamente correcto en este contexto es simular que no hubo violación, aunque la hubo y de manera salvaje y grupal, porque lo que corresponde es defender al colectivo negro, maltratado sistemáticamente durante años.
Curiosamente, en el juicio a David, la acusación se centra en lo sexual, cuando la falta concreta y punible es otra: David le dio una nota aprobada a Melanie por un exámen que no hizo, y le concedió asistencia cuando ella no estuvo presente. Eso, que es falta grave, pasó a un segundo plano, en cambio en la acusación destacó el delito sexual, que no fue tal.
En el campo, sucede todo lo contrario: hubo violación y robo, pero sólo se denuncia el robo, no la agresión sexual, que es un delito mayor.
La ciudad y el campo funcionan en la novela como espejos que reflejan imágenes opuestas.
EL MUNDO ANIMAL Y EL MUNDO HUMANO
David es un personaje culto. En él se puede apreciar una vida intelectual que sería propia de los humanos. Su trabajo, como profesor de lengua y literatura, se ocupa de productos humanos, si algo diferencia al hombre del animal, ¿no sería el lenguaje? Sin embargo, desde el principio de la novela David cuestiona el origen intelectual del lenguaje: sostiene que su origen es el canto, y lo percibe como un grito, no como una elaboración.
Por otro lado, Lucy intenta acortar las distancias entre su mundo y el mundo animal:
“…no existe esa vida mejor. Esta es la única vida posible. Y la compartimos con los animales, por cierto.” (pág. 96).
En esta misma línea, ella será víctima de un acto animal realizado por hombres:
“¡Llama a tus perros!, le gritaron a la cara. ¡venga, vamos, llama a tus perros! ¿Ah, que no hay perros? ¡Pues vamos a enseñarte cómo son los perros!”. (pág. 200).
Para lavarse de la vergüenza histórica, Lucy quiere renacer desposeída y limpia (¿sin pecado original?), como un perro. Elige su modelo del mundo animal:
“Empezar de cero, sin nada de nada. No con nada de nada, sino sin nada. Sin nada. Sin tarjetas, sin armas, sin tierra, sin derechos, sin dignidad.
-Como un perro.
-Pues sí, como un perro”. (pág. 254)
Y al final de la novela, David, luego de haber sido un hombre dedicado al trabajo intelectual, abandona el estudio sobre Byron, incluso la ópera, y termina su vida cuidando a los animales. Es más, los ayuda a morir. Su acto de amor está centrado en ellos.
LA DISTANCIA GENERACIONAL ENTRE PADRES E HIJOS
Cuando comienza la novela, David es un hombre cansado y descontento con su vida, pero ha encontrado un punto de apoyo en Soraya. Ella le da compañía, un placer sereno, y estabilidad a su rutina. Ha pasado por dos matrimonios, es culto, profesional, buena persona, con capacidad de reflexión. Y está pasando la crisis de su edad. Un hombre de 52 años no es un viejo, pero a los 50 se sabe- día a día, minuto a minuto, segundo a segundo- que “se está envejeciendo”. Al principio de la novela él se aferra a los placeres conocidos, no quiere dejar de sentir, está alerta a la llamada del deseo, y Melanie aparece como una promesa de juventud.
Con Lucy mantiene una relación a distancia. De pronto, “la desgracia” los acerca y los fuerza a convivir.
Lucy es un personaje difícil de interpretar. Es una mujer bastante hermética y con tendencias fuera de lo común: le gustan las mujeres, le gusta el campo: a pesar de que no es su medio natural lo adopta como suyo; siente un compromiso muy fuerte con la gente de su país, precisamente con aquellos que no son iguales a ella; y se cree deudora de las grandes injusticias del pasado.
En oposición al padre, ella renuncia al mundo de la cultura y de la universidad. Quiere cuidar a los perros y cultivar flores. La sociedad agrícola es una sociedad arcaica, y ella quiere que esa sociedad la acoja como a una de sus miembros, no importa el precio que deba pagar. Ella tendrá un hijo del campo y se convertirá, gracias a él, en un miembro de la familia.
Mientras su padre buscaba el placer como fuente de vida, ella acepta el dolor como una catarsis. ¿Cómo se pueden entender, si los caminos que han tomado van en direcciones opuestas? Les resulta difícil la convivencia: a él le rebela una postura que no comprende, y ella lo sabe testigo de su humillación. Cuando él pregunta, ella calla. Cuando ella toma decisiones, él se siente perdido. La tensión entre estos dos personajes es el eje de la novela.
David, al final, intuye el compromiso vital de Lucy y recrea a su personaje Teresa, la amante de Byron, inspirado en el ejemplo de su hija :
“Teresa está más allá del honor. Expone sus pechoso al sol. Toca el banjo ante los criados, le importa un comino que se rían de ella. Tiene anhelos de inmortalidad y los canta. No ha de morir”. (pág. 259).
Los textos reproducidos están sacados de la primera edición de bolsillo, setiembre de 2003, de Random House Mondadori. Traducción de Miguel Martínez-Lage