Me resulta difícil abordar un clásico que ha sido tan popular desde su publicación en 1912, y que además fue llevado con éxito, al cine por Luchino Visconti. Digo esto porque sospecho que la gente tiene ya una opinión formada de La muerte en Venecia, y guarda la historia en el cajón de los recuerdos como si fuera una historia familiar, o como si hubieran sido partícipes de ese viaje a Venecia de la mano de Aschebach. Esto se debe a que la película contaba no sólo con un gran director, sino también con excelentes actores; y el mundo de la imagen, nos guste o no, es más popular que el mundo literario. A mí la película no me gustó, pido perdón a los cinéfilos por este juicio, la he visto hace mucho y recuerdo la insatisfacción que sentí respecto a mi propia lectura de la novela. Este desconcierto sucede con frecuencia, la subjetividad del lector no coincide, la mayoría de veces, con la del Director de la película, y en el lector se produce un desencuentro.
Su autor, Thomas Mann (1875- 1955), fue un escritor alemán que obtuvo el Premio Nobel de Literatura y que murió en Suiza, después de un largo peregrinaje por el mundo. De su biografía nos interesan, básicamente, tres temas para este análisis: su cosmopolitismo (vivió en Italia, Estados Unidos, y Suiza y obtuvo la nacionalidad checa y luego la norteamericana), su antinazismo (después de un nacionalismo juvenil antes de la Primera Guerra) y el mestizaje familiar que lo nutrió con dos culturas complementarias: su padre era alemán y su madre era brasileña. Este último dato lo traslada a Gustav Aschenbach, su protagonista, quien también vive un conflicto interior desgarrado por influencias opuestas en su formación.
Los símbolos
Todo es simbólico en La Muerte en Venecia:
El escenario: Venecia es la ciudad del carnaval, de la sensualidad, del color y de la luz, evoca sueños; y al mismo tiempo es la ciudad a donde llega la peste, e incluso si no hubiera peste la inunda un mal olor y cierto aire de decadencia, debido en parte a la humedad y al deterioro causado por el agua, por tanto, sugiere pesadillas. Un lugar tan cargado invita al desvarío y al abandono. Gustav la elige en oposición a su habitual lugar de reposo: una cabaña en las montañas, en donde la naturaleza es mustia, llueve sin tregua y hace frío, el escenario opuesto que invita a la concentración y al trabajo.
La primera escena: la información que tenemos en las primeras líneas es determinante para transmitir el estado anímico del protagonista, entre líneas sugiere la síntesis de la historia:
«… salió de su apartamento… para dar un largo paseo a solas…. Sobreexcitado… no había podido, ni siquiera después de la comida, detener en su interior las expansiones del impulso creador… ni había encontrado tampoco ese sueño reparador que, dado el creciente desgaste de sus fuerzas, tanto necesitaba una vez al día. Por eso decidió salir de casa después del té, confiado en que un poco de aire y movimiento lo ayudarían a recuperarse y le procurarían una fructífera velada.» (pág. 19).
Salir de su apartamento es una metáfora para disfrazar el deseo más profundo de salir de sí mismo. Terminaba de comer, pero no estaba satisfecho, ni los alimentos ni el té habían conseguido apaciguarlo, Gustav Aschenbach necesitaba otro tipo de alimento cuyos símbolos son el aire y el movimiento mencionados al final del párrafo, su hambre es espiritual, por eso rechaza el sueño reparador y se lanza a la calle o al mundo guiado por una ansiedad más fuerte que el agotamiento físico confesado.
Los personajes que encuentra en su travesía: los dos responden al mismo tipo: seres decadentes, extranjeros, viejos y patéticos. Coincide la descripción física que hace de ellos como si fueran la misma persona y ambos son descritos como seres diabólicos que lo tientan: uno lo anima a viajar, el otro lo anima a mezclarse con jóvenes y divertirse aunque haga el ridículo.
El primero de estos personajes aparece cuando Gustav pasa frente a un cementerio y un templo, lugares en donde hay símbolos místicos, pero él presta atención al personaje «diabólico» que también parece salir del templo, como el ángel malo expulsado del paraíso. De esta manera se evidencia la ruptura con su vida pasada, la transgresión, la elección de un nuevo modelo que representaría el príncipe de las tinieblas. Será esta misma cualidad la que detecta en el viejo que va en la embarcación con los jóvenes, un elemento de sordidez, y al mismo tiempo los dos son descritos adquiriendo posturas propias de una estatua, como personajes míticos o alegóricos; igual describirá a Tadzio más adelante.
Con estos datos podemos preguntarnos: ¿los vio de verdad, o eran fantasmas que producía su propio delirio?, ¿los soñó o es su imaginación la que los describe alejada de la realidad circundante?
El gondolero que lo deposita en el Lido es el único gondolero ilegal de todos los presentes, hace su trabajo pero no cobra porque sale corriendo para evitar problemas. Aquí tenemos otro símbolo de lo incorrecto, lo anormal, de aquello que no se ajusta a las leyes y contribuye a darle un tono transgresor a la visita de Gustav a Venecia. Lo importante es que Aschenbach es consciente de esta cualidad, reconoce algo turbio, y aunque al principio intenta luchar rápidamente se entrega al gondolero (deja de imponer la razón) y de su boca sale una frase premonitoria, muy significativa:
«Es verdad que conduces bien. Aunque hayas puesto los ojos en el dinero que llevo y me envíes a la nación de Hades con un buen golpe de remo por detrás, me habrás conducido bien.» (pág. 48).
Tadzio: este muchacho no es sólo un chico guapo que lo atrae, es un símbolo de la belleza en estado puro, de la juventud que es una promesa, de la sensualidad que aflora por todos los poros de la piel, de la provocación inalcanzable. Para un hombre que ha centrado su vida en la literatura, que ha confiado en la posibilidad de producir con su trabajo la belleza, se tropieza, de pronto, con algo inesperado creado por Dios, no por el hombre, que se le impone como lo perfecto:
«Su belleza superaba lo expresable y, como tantas otras veces, Aschenbach sintió, apesadumbrado, que la palabra sólo puede celebrar la belleza, no reproducirla.» (pág. 87).
Los cantantes que llegan a divertir a los huéspedes del hotel son unos fantoches, personajes irreverentes que terminan sacando la lengua al público en un gesto de burla y falta de respeto. El grupo simboliza la farsa del teatro, pretenden distraer a los huéspedes para que se entretengan y no se vayan aunque tanto ellos, como los huéspedes, saben que si se quedan es porque así lo han decidido libremente y prefieren aparentar que no conocen los peligros de la peste. Ellos también son descritos como los dos personajes que mencionamos al principio: feos, toscos, grotescos.
Lo extranjero: todo aquello que llama al caos en La Muerte en Venecia, tiene la condición de no pertenecer al mundo conocido. Es interesante que Aschenbach, quien lleva sangre extranjera en sus venas, desde el momento que inicia su peregrinaje y leva el ancla, se deja seducir por lo extranjero: los personajes que lo inducen a viajar son descritos como tales, y Tadzio también lo es. Lo que pertenece al mundo de lo conocido, aquello que el protagonista reconoce como familiar y que en términos más amplios llamaremos lo alemán, es registrado como parte de su pasado, aquella época de su vida cuando la razón guiaba su trabajo, cuando la disciplina y el rigor eran el sustento de su obra, cuando la contención y el orden fueron sus logros. Lo extranjero es el símbolo de la provocación, anuncia el cambio, resume lo nuevo y atractivo.
El viaje interior de Gustav Aschenbach
La progresión del protagonista en una búsqueda personal es el eje de la novela y marca el desarrollo de la narración que se inicia cuando da el primer paso fuera de su casa y renuncia a su pasado. Gustav es un hombre maduro y reflexivo, gracias a ello narra los momentos de su viaje interior con detalle y profundidad: sus dudas, sus deseos ocultos, su desconcierto, todo lo que siente y lo moviliza queda registrado y analizado como parte de un aprendizaje y una apuesta vital. El lector lo acompaña como testigo sin derecho a opinión: Aschenbach no reclama comprensión, ni intenta explicarse, presenta su periplo como algo inevitable, por eso es interesante. No hay reclamo de compasión, la liberación del personaje es total.
Gustav Aschenbach era un escritor exitoso, con reconocimiento social e intelectual, miembro activo de un mundo en donde había logrado cierto prestigio por su rigor, dedicación y empeño. Su obra era calificada de ejemplar. Sin embargo, la insatisfacción lo roe por dentro. Sabe que ha limitado su vida desarrollándola en un sólo sentido, percibe la falta de algo, algo que se convierte en decisivo y crucial: emocionalmente está vacío, es viudo, vive solo y su corazón se ha secado. Estas son las características que definen a al Gustav previo a la primera página.
Ya hemos comentado el inicio de la narración, pero creo que deberíamos retomar esta escena cuando el protagonista, preso de ansiedad, se pone en movimiento y decide salir al mundo exterior con cierta desazón, olfateando el aire en busca de señales:
«Afán impetuoso de huida -¿por qué no confesárselo?- era esa apariencia de lejanía y cosas nuevas, ese deseo de liberación, descarga y olvido, ese impulso a alejarse de la obra, del escenario cotidiano de una entrega inflexible, apasionada y fría…
… Le hacía falta, pues, un paréntesis, cierto contacto con la improvisación y la holgazanería, un cambio de aires que le renovara la sangre a fin de que el verano fuese tolerable y fecundo. Viajar, sí… aceptaba la idea.» (págs. 24-25).
Para comprender la metamorfosis que experimentará Aschenbach, Mann describe minuciosamente el estado espiritual e intelectual de su personaje previo al cambio, la disciplina que lo conduce por el camino del deber, el esfuerzo y la contención para conseguir sus metas:
«Su palabra predilecta era, sin embargo, resistir, y en su novela sobre Federico el Grande no veía sino la glorificación de esta divisa que, a su entender, condensaba la virtud del que padece por su actividad.» (pág. 29).
Siguiendo la simbología utilizada por el narrador, elige a San Sebastián como la imagen que sintetiza el esfuerzo espiritual del protagonista, santo que derrocha “entereza frente el destino y la gracia en medio del sufrimiento”, un joven atravesado por flechas pero que insiste en seguir su camino imponiéndose al dolor y a su cuerpo maltrecho. Comprobamos, una vez más, que serán el control y el dominio las condiciones necesarias para seguir por el buen camino.
Este sentir de Aschenbach, Mann lo extrapola al espíritu nacional de un país que crece, basado en el esfuerzo y el sacrificio, que aspira y consigue convertirse en una potencia. El desarrollo económico e industrial de Alemania conducirá al militarismo y al deseo de extender su poder en Europa y el resto del mundo. La conciencia de superioridad, como cultura y como raza, son una consecuencia de esta época, y era en esa cultura en donde se movía Gustav como un hombre exitoso. En La Muerte en Venecia hay un velado cuestionamiento a este sentimiento nacional, se le presenta como una bandera falsa, como si el desarrollo no fuera natural sino forzado por un deseo de codicia o impuesto por una ambición ilimitada:
«Al observar todos estos destinos, y tantos otros de similar catadura, era lícito cuestionar la existencia de un heroísmo que no fuera el de la debilidad. De todas formas, ¡qué heroísmo podría adecuarse mejor que éste a nuestro tiempo? Gustav Aschenbach era el poeta de todos los que trabajan al borde de la extenuación, curvados bajo una excesiva carga, exhaustos, pero aún erguidos; de todos estos moralistas del esfuerzo que. Endebles de constitución y escasos de medios, logran, al menos por un tiempo, producir cierta impresión de grandeza a fuerza de administrarse sabiamente y someter su voluntad a una especie de éxtasis. Numéricamente importantes, son los héroes de nuestro tiempo. Y todos se reconocían en su obra, se encontraban reafirmados y enaltecidos en ella: y se lo agradecían pregonando su nombre.» (pág. 31-2).
El segundo cambio que observamos en Aschenbach, si consideramos el primero su salida de casa y su proyecto de viaje al sur, es la actitud de entrega al falso gondolero, camino de El Lido. En un primer momento se disgusta con él e intenta discutir e imponer la razón: soy yo quien lo ha contratado, por lo tanto, haga lo que le pido. Pero de pronto desiste, el placer del paseo en góndola y la visión de los canales y la ciudad seductora, transforman su actitud, lo invitan a ponerse en las manos del destino y disfrutar. Un elemento nuevo se cuela en su vida, se rompen las compuertas de la contención y admite el disfrute de su paseo:
«¿Qué hacer? Estando a solas en plena laguna con ese hombre tan extrañamente insumiso, siniestro y decidido, el viajero no veía medio alguna de imponer su voluntad. Por lo demás, ¡qué blandamente podía descansar si no se enfadaba? ¿No había deseado que la travesía fuera larga, que durase eternamente? Lo más razonable y, sobre todo, lo más placentero era dejar que las cosas siguieran su curso Una especie de hechizo que invitaba a la indolencia parecía emanar de su asiento, de aquel sillón bajo y tapizado de negro que se mecía muellemente siguiendo los golpes de remo del despótico gondolero.» (pág. 47).
Venecia le reserva un regalo inesperado: se trata de un joven muy bello que se convierte de pronto en una obsesión. A Gustav, la contemplación de esta figura estética y provocadora le produce una reacción desconocida, inquietante, perturbadora, altamente gratificante. Al mismo tiempo Venecia comienza a regar su mal olor, el bochorno del clima, cierto malestar en el aire, el inicio de la peste. La semilla de la corrupción es compartida por el entorno y por el personaje, ese olor simboliza algo sucio pero atractivo, Gustav lo percibe en el aire, todavía no es capaz de darse cuenta que ve en la naturaleza lo que él tiene dentro. El mal olor es un espejo de su alma, pero aún no puede captarlo, está desconcertado, perdido, se deja llevar. Sin embargo intenta dar marcha atrás cuando analiza la naturaleza del mal olor externo, sabe que algo pasa, algo que no le gusta, aunque sea el clima intolerable, cargado, y decide partir. La razón aún le ofrece salidas lógicas: si el aire es incómodo, haz tus maletas y ve a otra parte, está claro que como lugar de vacaciones esta ciudad, en este momento, no funciona. Entonces, siguiendo los dictados de la razón, se va. Un percance con sus maletas le permite dar marcha atrás, hubiera podido insistir, el percance no era tan determinante como para regresar al Lido, pero se cuelga de esta excusa para seguir los dictados de su corazón, teniendo aún, argumentos objetivos que señalar como disuasorios, aunque el auténtico motivo de su marcha atrás se vuelta cada día con más claridad:
«El muchacho volvió a la carrera, echando la cabeza atrás y echando espuma al batir con las piernas el agua que se le resistía; y la visión de esa figura viva en la que confluían la gracia y la rigidez de la pubertad, de ese efebo con los rizos empapados y bello como un dios, que emrgía de las profundidades del mar y del cielo, luchando por desprenderse del líquido elemento, esa visión suscitó en su observador evocaciones míticas: era como un mensaje poético llegado de tiempos arcaicos, desde el origen de la forma y el nacimiento de los dioses. Y, cerrando los ojos, Aschenbach escuchó aquel cántico que resonaba en su interior y, una vez más, pensó que allí se estaba bien y que deseaba quedarse.» (pág. 62).
Quedarse puede ser riesgoso para la salud, ¡pero cuánto placer encuentra en la contemplación de Tadzio! Gustav es un voyeur que se regodeo con la belleza en estado puro del adolescente, un artista que descubre tardíamente lo esencial en su vida, la llamada de lo sublime. Como buen intelectual, intenta racionalizar su sentir, se apoya en la historia de los griegos, en Sócrates y Platón, de donde intenta absorver la amplitud que le exige a su mente para asumir su nueva vida:
«Su espíritu empezó a girar, su formación cultural entró en ebullición y su memoria fue rescatando ideas antiquísimas que había recibido en su juventud y hasta entonces nunca había reavivado con fuego propio.» (pág. 78).
Gustav descubre una nueva dimensión. Incluso intuye que escribe mejor, inspirado en la belleza de Tadzio consigue plasmar la belleza con mayor exactitud. Todo en él ha cambiado, su sensibilidad se enriquece, arriesga, sueña. Es importante que en la relación con Tadzio no haya contacto físico, no se hablan, no se tocan. Esto añade un elemento de misterio a la condición del voyeur, ¿todo lo que narra Gustav se da en la realidad tangible, o es él quien sueña e idealiza la realidad? La necesidad de encontrar aquello que busca puede proporcionarle esta fantasía, pero como en el texto no tenemos jamás el punto de vista de Tadzio, no sabremos si el muchacho era consciente de la pasión que despertaba en el hombre mayor que lo observa. Dice Gustav que le ha sonreído, ¿será verdad, o creyó intuir una sonrisa en su rostro juvenil?. Y si en efecto le sonrió, ¿era una provocación insolente cuando se dio cuenta del desorden que causaba su persona, o una burla al viejo mirón? Cualquiera alternativa puede se cierta, lo importante es que Aschenbach dialoga en silencio con su deseo y lo va moldeando según su capricho, interiorizando los detalles según su conveniencia. Luego de admitir que sí, que en efecto Tadzio le ha sonreído, Gustav se siente recompensado y experimenta una explosión interior:
«… abrumado y sacudido varias veces por escalofríos, musitó la fórmula fija del deseo, imposible en este caso, absurda, abyecta, ridícula y, no obstante, sagrada, también aquí venerada: Te amo». (pág. 88).
La frase desnuda a Aschenbach. El juego ha llegado a su término, la relación se define como enamoramiento y entrega. Estas palabras describen la situación personal del protagonista, las dudas y el desconcierto se materializan en un estado emocional concreto. Aschenbach ha llenado el vacío que lo impulsó a viajar con un sentimiento nuevo, inquietante, ahora confesado. Lo sigue por Venecia como un sabueso arriesgando su dignidad, se conforma con constatar de que existe y que su atractivo lo mantiene vivo a él, un hombre mayor y enfermo.
Aschenbach no ignora la naturaleza de su deseo -Tadzio no es una chica, es un chico- pero intenta racionalizarlo y procesarlo porque no está dispuesto a renunciar a él. El ejercicio de introspección refleja su cultura, la habilidad para maquillar aquello que no responde a la norma con un despliegue de recursos propios de un hombre sabio, hábil e inteligente. Su formación intelectual le ofrecerá una coartada, la historia de la humanidad el más sólido argumentos:
«Una vida basada en el autodominio y en la obstinación, una vida ardua hecha de perseverancia y abstenciones, transformada por él en símbolo de un heroísmo refinado y tempestivo, bien podía ser calificada de viril y valerosa; y el Eros que se había posesionado de él le empezó a parecer, en cierto modo, particularmente idóneo y afecto a semejante género de vida. ¿No había ese amor gozado de la más alta estima entre pueblos de gran valentía?» (pág. 95).
Aschenbach, consciente del peligro de la peste, decide quedarse:
«¿Qué podían importarle ahora el arte y la virtud frente a las ventajas del caos? Calló, pues, y se quedó.» (pág. 109).
«Por la noche, absolutamente entregado a su obsesión, tiene un sueño erótico. Es la primera vez que la pasión por Tadzio adquiere carnalidad, y lo hace en el nivel de la inconsciencia. El sueño que lo agita es una orgía en donde todos quieren poseer al joven extranjero, un encuentro desenfrenado y multitudinario, “una cópula promiscua e infinita. Y su alma conoció la lujuria y el vértigo de la aniquilación.» (pág. 112).
Es después de este sueño cuando irrumpen los cantantes bufos para distraer al público del hotel, la escena de la representación es vulgar, con estas imágenes burdas y feas se anuncia el fin del espectáculo. La decadencia se precipita sobre la ciudad y sobre el enamorado. Venecia está fétida, la gente que puede huye, los delitos aumentan por la situación caótica de la ciudad vulnerable y enferma, la atmósfera se oscurece; y Aschenbach renuncia a su dignidad pensando en seducir a Tadzio: se tiñe el pelo, se maquilla, lo espía y establece un juego perverso con el muchacho que se sabe admirado. Ambos personajes, a estas alturas, parecen víctimas de la peste: el aspecto físico de los dos ha decaído, y Aschenbach se muestra cansado y angustiado. Buscando cierta paz, se retira a la playa y al contemplar a Tadzio en la lejanía muere en actitud de voyeur, cualidad que ha sido su esencia desde que llegó a Venecia.
Los opuestos son una constante en el mundo construido por Mann: juventud y vejez, norte y sur, orden cerebral y sensibilidad desbocada, pudor y voluptuosidad, Tadzio sensual y sus hermanas monjiles, el chico bello y el amigo tosco y torpe, la familia polaca elegante y la familia rusa vulgar, la comida frugal de Aschenbach en Alemania y las fresas jugosas pero blandas que toma en Venecia; en fin, son muchos los elementos que van recreando un contexto en donde el único personaje bello, desde el punto de vista estético, es Tadzio. Los otros, hombres y mujeres que aparecen en Muerte en Venecia carecen de belleza, detalle que hace que Tadzio brille aún más, en medio de la vulgaridad reinante. Esto explica, quizá, la excesiva atención que le dedica Aschenbach y por qué su presencia se impone a un hombre culto pero insatisfecho, un ser abatido que busca subsanar su propio vacío existencial.
Discrepo con la extendida opinión de que el tema de la obra sea la homosexualidad, como tantas veces se ha dicho, o incluso la pederastia, como señalan otros. Eso sería hacer un juicio muy banal. Lo interesante en La Muerte en Venecia es la fuerza que ejerce la tentación, el llamado de lo prohibido, el riesgo de la transgresión, y cómo puede este descubrimiento cambiar la vida de una persona, que, ignorándola, había optado por un camino más cómodo.
La evolución de Aschenbach se sostiene con una prosa profunda y trabajada, el personaje no cambia de la noche a la mañana, no hay ni un ápice de frivolidad en su actuar, lo suyo es una transformación dolorosa y atractiva al mismo tiempo, con avances y retrocesos, con lucha y entrega. Mann se encarga de otorgarle densidad al personaje, y a pesar de estar narrado en tercera persona, considerando la distancia que impone esta elección, contagia el desconcierto del personaje y conmueve su despertar. Uno no puede quedar indiferente ante un conflicto de esta naturaleza.
Los textos han sido tomados de la Edición de Edhasa. Traducción de juan José del Solar.