Autor: Manuel Puig
Un auténtico collage de textos de diversa naturaleza constituye el material narrativo de esta original novela publicada en Buenos Aires, en 1968. Manuel Puig articula las piezas con ingenio y el talento propio de un artesano, utilizando, en cada uno de los casos, la fórmula social convenida. De esta manera, el lenguaje popular es el protagonista y el vehículo para expresarse: tenemos extractos de diarios íntimos, informes policiales, informes médicos, retazos de diálogos telefónicos, cartas, demandas judiciales, guiones de radionovelas, monólogos interiores, rezos, una confesión ante un cura, esquelas fúnebres, artículos periodísticos de diarios y de revistas, etc. El lector se encuentra frente a una gran variedad de recortes que se aglutinan para recrear un mundo concreto, el mundo de la provincia argentina a finales de la primera década del siglo XX.
La pasión por el cine que profesó Manuel Puig -pasión que lo llevó a realizar estudios de esta materia en Roma- se hace evidente en cada línea: hay muchos guiños al guión cinematográfico en el aspecto formal, y mucho de histrionismo en lo visual, elementos que nos remiten a un ambiente determinado, en donde planea el arribismo social y el deseo de emular la vida en las grandes ciudades, allí en donde el teatro, el cine, los conciertos y el ambiente festivo es amplio y prometedor, el refugio perfecto contra la rutina, la mejor forma para evadirse. El joven Puig dejó su provincia natal, General Villegas -Coronel Vallejos en la ficción- para ir a estudiar a Buenos Aires, porque no había educación secundaria en dicha ciudad. Como consecuencia de su experiencia personal, el deseo de partir a un medio cosmopolita y moderno alienta a sus personajes, movidos por el sueño de vivir en un mundo distinto que representa un paraíso a alcanzar; como si los males que padecen fueran culpa exclusiva del medio pequeño en donde habitan, claustrofóbico, de una rigidez asfixiante.
La mujer en la novela rosa
Puig tiene en mente los códigos de la novela rosa, género que utiliza con humor, exacerbando el melodrama hasta sus límites. De esta manera el género responde a una concepción del mundo arraigada en cierto medio provinciano en donde lo cursi y lo excesivo son elementos naturales que responden a una estética determinada. En consecuencia, los personajes de Boquitas pintadas están moldeados por los estereotipos de las novelas rosas: la buena y la mala, la rica y la pobre, el amante guapo y el marido bueno, etc. Y para hacer más intenso el juego y llegar a la parodia, el tono de las radionovelas -remilgado, azucarado, excesivamente correcto- marca el de los diferentes discursos.
Mabel, Nené, Celina y la Raba recibieron la misma educación, aunque las diferencias sociales y económicas entre ellas eran considerables. Como no había otro colegio, la realidad las obligó a compartir aula y carpeta. En este micro mundo, Mabel se comporta como la niña rica y mimada, Nené no poseía medios pero sí atractivo físico, Celina adolece de encantos pero tiene instinto para situarse bien, y la Raba viene de un ambiente social muy bajo..
La promesa de democracia se desbarata cuando salen del colegio: Mabel estudia en Buenos Aires y se convierte en maestra; Nené, sin formación, trabaja en un consultorio médico y luego en un almacén, Celina vegeta y cuida a su hermano, y la Raba se dedica a tareas domésticas para terceros. La vida las ha vuelto a situar en la escala social en donde nacieron. Dada la situación la única posibilidad de romper el molde es encontrar un hombre que las lleve lejos y les ofrezca una vida más atractiva.
El machismo impera en el mundo de Boquitas pintadas, el poder del varón es la gran injusticia. Las mujeres estarán a merced de sus caprichos, ellas sólo cuentan con su sexo para controlarlos, único capital que poseen y dependerá, por lo tanto, de lo bien o de lo mal que lo administren para obtener éxito. Raba dilapida su capital: se entrega pronto y sin exigir nada a cambio, queda con un hijo a cuestas y la vida como madre soltera complicará su existencia. El colmo de la humillación será para ella enterarse de que el padre de su hijo se acuesta con su compañera de colegio y actual patrona: Mabel. Habiendo perdido todo, sale a defender su honor matando.
Nené es un personaje más complejo. Estuvo a punto de estropear su vida al convertirse en amante del Doctor Aschero, pero pudo librarse a tiempo y tuvo la suerte de no quedar embarazada. En una sociedad como aquella, los niños fuera del matrimonio son el signo de la deshonra. Cuando aparece Juan Carlos, la joven se transforma, le encanta ser la novia del guapo, la enardece su chulería, siente cómo su cuerpo disfruta y aprende. Cuando descubre la enfermedad y se ve obligada a dejarlo, su vida se detiene. Sabe que no puede seguir con él, pero quedará fatalmente atrapada.
Es determinante la muerte de Juan Carlos para Nené, la pérdida funcionará como una fuerza liberadora. Mientras la memoria de su ex le daba vueltas en su interior, cualquier otra relación era insoportable, cualquiera otro hombre perdía en la comparación. Una vez enterrado, sin ninguna posibilidad de recuperarlo, Nené podrá asumir su matrimonio. Siguiendo las pautas del género rosa, será ella la protagonista a quien le toca el final feliz, el triunfo del amor sobre la pasión, amor que le dará aquello que más ambicionaban desde jóvenes: una familia estable, hijos con estudios universitarios, situación económica acomodada, respeto, y un marido que la perdona y la quiere tal cual es, los valores burgueses por excelencia. Nené es la heroína indiscutible en Boquitas pintadas. El dolor por la pérdida la redime y la vida le otorga una nueva oportunidad.
Sin embargo no es la única triunfadora, la vida de la Raba también tiene un cierre feliz. A pesar de los avatares que tuvo que atravesar, incluyendo un asesinato por venganza, consigue librarse de la culpa gracias a las artimañas de Mabel y más adelante encontrará a otro hombre de quien recibe lo mismo que recibió Nené: una familia unida, tranquilidad económica, afecto, la importancia de saberse querida. La muerte de Pancho también tiene un elemento liberador para ella: una vez expulsado de su vida -aunque sea por sus propias manos- la Raba accede a un mundo mejor, sin pasión, sin fuego, pero con mucho afecto y apoyo.
Mabel, la niña bien, es la que mejor maneja la hipocresía social. Ella fue la primera novia de Juan Carlos pero huyó cuando comenzaban la tos y la sangre. Consciente del peligro, renuncia a su amor y busca consuelo en el inglés, una relación más segura. Y más prometedora. Todo esto elegido de cara a la platea. Sin embargo, tenemos algunos datos que nos llevan a pensar cuán lejos llevó su relación con Juan Carlos, incluso en la época que Nené era ya la novia oficial de él:
«… Mabel sentía todos los nervios de su cuerpo adormecidos, entibiados, protegidos por vainas de miel o jalea, los roces y los sonidos le llegaban amortiguados, el cráneo agradablemente hueco, lleno sólo de aire tibio. El olfato estaba aguzado, junto a la almohada de hilo blanco su nariz se estremeció en primer término, el olor a esencia de almendra, a rastro de brillantina en la almohada, el olor pasó a estremecerle el pecho y se propagó hasta las extremidades.» (pág. 70).
El rastro de brillantina, ¿de quién otro puede ser?
Cuando Raba mata a Pancho, enfurecida por los celos causados por Mabel, ella consigue cambiar la versión de los hechos para protegerse públicamente: que nadie se entere que la niña se acuesta con el albañil devenido a policía. Mabel es consciente de lo que es socialmente correcto y lo que no, y se maneja dentro de esos parámetros para no exponerse. Encuentro muy acertada la confesión con el cura en donde ella se culpa por haber tenido relaciones con Pancho y haber enfurecido así a la Raba, la escena la presenta tal cual es, la desnuda. La falta de sensibilidad que demuestra en todo momento, la define como una mujer fría y egoísta. Terminará trabajando horas extras para sacar adelante a un nieto enfermo: dentro de la novela, que simula un melodrama, este dato es como un castigo por su mal comportamiento.
Celina, llena de rabia, roída por la amargura, no puede ver más allá de su dolor y malgasta su vida. Desde joven quedó herida por no haber sido elegida reina de belleza, a pesar de ser socia del club social y haber sido ella quien presentaba a su amiga Nené, quien se lleva el título y la llena de vergüenza. Desde ese día la consume el odio, y cuando su hermano enamora a Nené, la culpa por haberlo hecho pasar frío en el portal, causa, según sostiene, de su enfermedad. Se vengará falseando las cartas como si fuera su madre quien escribe y luego causa la crisis en el matrimonio de Nené. Celina es «la mala» de la película, la bruja mal intencionada, por lo tanto se le castiga y no consigue lo que busca. Ella no contaba con que el marido de Nené fuera mejor persona que ella, ignoraba que quien quiere de verdad no se somete a chismes y enredos porque tiene mucho que perder:
«Pensó que Nené había dejado un vacó en la casa que nadie llenaría. Recordó los dos meses que habían estado separados a raíz de un incidente penoso, años atrás. No se arrepentía de haber superado todo orgullo para ir a buscarla a Córdoba, donde ella se refugió con los dos hijos.» (pág. 257).
El último personaje femenino que nos queda por mencionar, es mi preferido: la viuda. Amante de Juan Carlos, la viuda fue siempre una buena mujer. Termina vendiendo todo para ir a acompañarlo en su última etapa, sosteniéndolo, cuidándolo, y asumiendo el papel de enfermera y amiga, a pesar de la humillación que le impone Celinda. Desprendida, generosa, la viuda ama sin recibir nada a cambio. Y cuando aparece Nené en busca de las huellas de su gran amor, tiene la generosidad de confesarle, o inventarle una mentira piadosa:
«Mientras que de Ud. hablaba siempre bien, que fue con la única que pensó en casarse…» (pág. 244).
Esa frase la hace feliz a Nené, hubiera pagado con su vida por escucharla. Si fue dicha por Juan Carlos o la viuda se la inventó para hacerla feliz, no importa. Lo que importa es su generosidad. Esas palabras, breves pero contundentes, fueron el detonante para que Nené pudiera conectarse otra vez con la realidad.
Los machos en la novela rosa
Dentro de los estereotipos que presenta Puig, los dos guapos y seductores son unos desalmados: egoístas, pretensiosos, cobardes, incapaces de salir de sí mismos. Juan Carlos es abusivo con su madre, su hermana, sus novias, la niña a quien seduce, la viuda de quien vive, poco honesto con el dinero ajeno, y adolece de muchas flaquezas más. Sin embargo, en vez de ser considerado por los otros como un paria social, resulta ser el imán que a todas atrae. Dentro del esquema social imperante, el macho seductor es el hombre que se lleva la mejor parte.
El otro seductor es Pancho, quien una vez que asciende de albañil a policía, no sólo aspira a las chicas que antes no lo hubieran mirado, si no que se complace en los brillos de su nueva situación: las botas, las charreteras, el uniforme, en suma: la buena imagen que con su ascenso social ha podido comprar. Pero esto no queda así, en el melodrama los malos no quedan impunes, Puig utiliza la moraleja, el arma propia del género: ambos serán castigados con la muerte prematura.
Como ejemplo de la pequeñez de miras de estos personajes, veamos cómo Juan Carlos registra el mundo que lo rodea, cuán superior se siente al resto sólo por ser joven y guapo, sólo le falta salud:
«A las 18:00 entró solo al bar La Unión. Notó que ningún parroquiano tosía. En una mesa junto a la ventana estaban el agrónomo Peretti, el comerciante Juárez y el veterinario Rolla: respectivamente un cornudo, un infeliz y un amarrete, pensó Juan Carlos. En una mesa vecina había tres empleados: el doctor Aschero y el joyero-relojero Roig: un hijo de puta con aliento a perro y una comadreja chupamedias, pensó Juan Carlos. Se dirigió a una mesa del fondo donde se lo esperaba para jugar al póker, sentados lo rodeaban tres hacendados: un cornudo más, otro cornudo y un borrachín con suerte, pensó Juan Carlos…» (pág. 66-7)
En cambio el doctor Massa, quien carece de atributos físicos, resulta el marido capaz de hacer feliz a su mujer, colmándola de bienestar y placeres domésticos, el mayor de los premios. Desde luego es inevitable ver el sentido del final en la novela romántica popular con su carga moralista: más vale lo auténtico, aunque sea gris, que lo superficial, aunque brille y atraiga, porque se evapora.
El collage formal
Para narrar las vidas de sus personajes, Puig se vale de una serie de textos que va colocando uno junto al otro, como piezas de un puzzle. Cada uno de ellos responde a una fórmula verbal aceptada y reconocida por la sociedad que las utiliza, y las palabras en unas y otras varían de acuerdo a su naturaleza de ellas. Veamos un ejemplo: «el extinto» es el muerto en una nota publicada en una revista local, «el occiso» en el acta policial, «el difunto» en el expediente de la comisaría, «el muchacho muerto» en la confesión al cura, «Juan Caros J. E. Etchepare Q.E.P.D» en la placa recordatoria, y así sucesivamente. El narrador elige la palabra correcta para crear la atmósfera determinada y producir el efecto deseado, en un juego de ironías y excesos que acentúan el humor y la mascarada. Las historias fluyen contadas por los mismos personajes en sus diálogos telefónicos, rezos, confesiones, cartas, anotaciones de agenda, informes escritos, monólogos, recuerdos, pesadillas, etc. a manera de entregas, con letras de tango sabiamente escogidas anunciando cada fase, insistiendo en lo cursi como un recurso válido para transmitir una determinada manera de sentir y expresarse. El conjunto es una novela que imita al melodrama, literatura popular que funciona como una evasión de la realidad.
La versatilidad de Puig no tiene límites: encontramos momentos soberbios, en donde el manejo de la prosa alcanza niveles poéticos, como el monólogo de Juan Carlos camino a casa, una cuidada enumeración de los detalles de su vida cotidiana que va recuperando poco a poco:
«… el colectivo, el barquinazo, la polvareda, la ventanilla, el campo, l alambrado, las vacas, el pasto, el chofer, la gorra, la ventanilla, el caballo, un rancho, el poste del telégrafo, el poste de la Unión Telefónica, el respaldo del asiento de adelante, las piernas, la raya del pantalón, el barquinazo, las sentaderas, prohibido fumar en este vehículo, el chicle, la ventanilla, las vacas, el pasto, los choclos, la alfalfa, un sulky, una chacra…»
… el sudor, los sobacos, los pies, la ingle, el picor, los vecinos, la vereda, la puerta de calle abierta, mi madre, la pañoleta negra, el abrazo, las lágrimas, el zaguán, el vestíbulo, la valija, la tierra, el poncho, la tos, la piel bronceada, cinco kilos más de peso…» (pág. 129).
O el diálogo en la higuera entre Mabel y Pancho, una escena de seducción en donde las metáforas de la fruta (jugos, piel, aroma, sabor) y los animales (gallinas y zorro) insinúan otros niveles de realidad, al mismo tiempo que se intercala lo dicho y lo no dicho, pero observado y sentido con gran intensidad:
«-Esos… sí, ya están bien maduritos para comer, y sírvase usted también. los dientes marrón y amarillo
-Son difíciles de pelar. te pelo, cáscara verde, pulpa dulce colorada.
-Me da miedo que se caiga.
-No me voy a caer, se los alcanzo de a uno, abaraje…Ahí va… muy bien… ¿se reventó? las gallinas se espantan, cacarean, aletean contra el tejido de alambre y se machucan las alas, los zorros se escapan por cualquier agujero del tapial
-Espere que me coma uno… Cuénteme de dónde se hizo amigo de Juan Carlos. un criollo negro, él era blanco, los brazos no tan morrudos, la espalda no tan ancha
-Un día cuando éramos pibes lo desafié a pelear. las zorras tienen la cueva que nunca se sabe dónde, la cueva de la zorra
-¿Y hace mucho que está en la policía, usted?
-Entre que fui a la escuela en La Plata y que llegué acá como un año y medio.
-¿Y a las chicas les debe gustar el uniforme, no? La Raba vuelve de Buenos Aires, ¿el negro salta el tapial para forzarla otra vez?
-No, es macana eso. ¿A usted quién se lo dijo? las blancas sí, que las criollas son negras y peludas
-Yo sé que algunas chicas tienen debilidad por los uniformes. Cuando yo estaba pupila en Buenos Aires mis compañeras se enamoraban siempre de los cadetes. un cadete, no un negro suboficial cualquiera
-¿Y usted no? sí, sí, sí, sí
-sí, yo también, No, yo me portaba bien, yo era una santa…» (pág. 165).
Boquitas pintadas está llena de paralelismos muy bien planteados, en donde con descripciones concretas de las circunstancias de cada personaje en un mismo día, conocemos sus contextos particulares y al mismo tiempo tenemos una actualización de sus historias personales.
«El día jueves 23 de abril de 1937 el sol salió a las 5:50. Soplaban vientos leves de norte a sur, el cielo estaba parcialmente nublado y la temperatura era de 14 grados centígrados. Nélida Enriqueta Fernández durmió hasta las 7:45, hora en que su madre la despertó. Nélida tenía el pelo dividido en mechones atados con tiras de papel, mantenidos en su lugar por una redecilla negra que ceñía el cráneo entero. Una enagua negra hacía las veces de camisón…» (pág. 53).
«El ya mencionado jueves 23 de abril de 1937, Juan Carlos Jacinto Eusebio Etchepare se despertó a las 9:30 cuando su madre golpeó a la puerta y entró al cuarto. Juan Carlos no contestó a las palabras cariñosas de su madre. La taza de té quedó sobre la mesa de luz. Juan Carlos se abrigó con una bata y fue a cepillarse los dientes. El mal gusto de la boca desapareció. Volvió a la habitación, el té estaba tibio, llamó a su madre y pidió que se lo calentara.» (pág. 61).
«El ya mencionado jueves 23 de abril de 1937, María Mabel Sáenz, conocida por todos como Mabel, abrió los ojos a las 7:00 de la mañana cuando su reloj despertador de marca suiza sonó la alarma. No pudo mantenerlos abiertos y volvió a quedarse dormida. A las 7:15 la cocinera golpeó a su puerta y le dijo que el desayuno estaba servido.» (pág. 70).
«El ya mencionado día jueves 23 de abril de 1937, Francisco Catalino Páez, conocido también como Pancho, se despertó a las 5:30 de la mañana como era su costumbre aunque todavía no hubiese aclarado el día. No poseía reloj despertador. Había luna nueva y el cielo estaba negro, al fondo del terreno en donde se levantaba el rancho estaba la bomba hidráulica. Se mojó la cara y el pelo y se enjuagó la boca.» (pág. 76).
«El ya mencionado jueves 23 de abril de 1937 Antonia Josefa Ramírez, también llamada por algunos la Rabadilla y por otros Raba, se despertó con el pair de los pájaros anidados en el algarrobo del patio. Lo primero que vio fue el cúmulo de objetos arrumbados en su cuarto…» (pág. 83).
Al comparar a los personajes, acentúa la ironía que llega a bordear lo patético, exponiendo las limitaciones de cada uno de ellos, estancados en sus problemas afectivos que los abruman y se convierten en la única razón de sus vidas:
Día 27 de enero de 1938:
Nené:
«¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era que Juan Carlos recuperase su empleo en la Intendencia.
¿Cuál era en ese momento su temor más grande?
En ese momento su temor más grande era que alguien se enterase de enterar al joven martillero público llegado poco antes a Vallejos -con quien tanto había bailado en la kermese navideña- de su pasada relación equívoca con el Dr. Aschero.» (pág. 137).
Juan Carlos:
«¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era conseguir de algún modo el dinero para poder dejar el pueblo y poder continuar la cura en el sanatorio más caro de Cosquín.
¿Cuál era en ese momento su temor más grande?
En ese momento su temor más grande era morirse.» (pág. 138-9).
Mabel:
«¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era ver entrar sigilosamente por la puerta a Robert Taylor, o en su defecto a Tyrone Power, con un ramo de rosas rojas en la mano y en los ojos un designio voluptuoso.
¿Cuál era en ese momento su mayor temor?
En ese momento su mayor temor era que su padre perdiera el proceso iniciado por su detestado ex prometido Cecil, lo cual acarrearía daños importantes para la situación económica y social de la familia Sáenz.» (pág. 140-1).
Pancho:
«¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era dar una vuelta por las calles principales de Vallejos, con su flamante uniforme.
¿Cuál era en ese momento su temor más grande?
En ese momento su temor más grande era que Raba lo denunciase a la Comisaría de Coronel Vallejos como padre de la criatura por nacer.» (pág. 142).
Raba:
¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era que la criatura naciera sana.
¿Cuál era en ese momento su temor más grande?
En ese momento su temor más grande era que Pancho volviera y repudiara a ella y a la criatura.» (pág. 144).
En ocasiones, Puig utiliza una voz en off, una tercera persona, que de manera fría, objetiva y distante, nos da un punto de vista nuevo, ubicado fuera del mundo de los personajes y que sirve para redondear las situaciones, situando al lector con una perspectiva que le permite conocer aspectos que los personajes hubieran querido dejar en la oscuridad. A veces funciona como una máquina que registra los gestos, y de esa manera, sólo con esos actos, expone el conflicto que genera una determinada acción:
«Dobla carta y recorte en tres partes y
los coloca en el sobre. Los saca con un
movimiento brusco, despliega la carta y
la relee. Toma el recorte y lo besa va-
rias veces. Vuelve a plegar carta y re-
corte, los pone en el sobre , al que cierra
y aprieta contra el pecho. Abre un ca-
jón del aparador de la cocina y esconde
el sobre entre servilletas. Se lleva una
mano a la cabeza y hunde los dedos en
el pelo, se rasca el cuero cabelludo con
las uñas cortas pintadas de rojo oscuro.
Enciende el calefón a gas para lavar
los platos con agua caliente.» (pág. 23).
Pienso que hay una escena que no podemos dejar de recordar porque funciona como una excelente síntesis en Boquitas pintadas, en cuanto al tono y a la intención. Me refiero al día en que Mabel y Nené se reencuentran en Buenos Aires, para tomar un mate y conversar. Lo hacen mientras escuchan una radionovela que las transporta a la guerra en Francia, sin darse cuenta que sus vidas no distan mucho de aquel drama inventado ya que ellas han sido protagonistas de otro drama al amar al mismo hombre. El lenguaje de la radionovela, los anuncios comerciales, la música de fondo, las pausas, son elementos añadidos a la impostura y al juego sugerido; ¿cuál es la realidad y cuál la ficción creada específicamente para atrapar al oyente y hacerlo llorar con el dolor ajeno, evadiéndose del propio?
Con apariencia de literatura fácil, de puro entretenimiento, Manuel Puig articula una atrevida novela que rastrea las mezquindades del alma humana, plantea las dificultades que surgen en las relaciones amorosas, señala las limitaciones que impone la sociedad, y cuestiona la posibilidad de compaginar la pasión y el amor sin hacer concesiones.
Los textos han sido tomados de la edición de Seix Barral, colección Literatura Contemporánea, año 1984.