Autora: Herta Müller
Narrar una historia apoyándose exclusivamente en imágenes poéticas es una genialidad, y por supuesto requiere de trabajo serio, mucho talento y fina sensibilidad. La obra de Herta Müller, conocida en los países de habla hispana gracias a que se le concedió el Premio Nobel de Literatura en el 2009, es esto y mucho más: las palabras son para ella armas punzantes, cuchillos que se transforman en pinceles, pinceles que se convierten en instrumentos musicales. Elegirlas y combinarlas es su arte, y el medio para recrear un mundo de una miseria material y espiritual devastadora. Sólo la belleza formal que crea Müller nos aleja del dolor que impregna sus páginas.
Herta Müller (1953) nació en Rumanía, en una comunidad germano hablante, hija de padres suabos. Su historia familiar es el germen de su obra: su padre sirvió en la Waffen SS, cuerpo de combate de élite de los nazis bajo las órdenes de Himmler; y su madre, acabada la guerra, fue llevada como prisionera a los campos de trabajo forzado en Ucrania. Recordemos que los rumanos fueron miembros del Eje, aliados de los alemanes en la II Guerra Mundial. Al final de la contienda, cayeron bajo el dominio soviético. En estas circunstancias, los rusos obligaron a los rumanos de origen alemán a “pagar la factura” de la guerra y los llevaron a los campos de trabajo forzado. La madre de Müller fue una de estas víctimas durante cinco largos años. Herta habla de lo que conoce. Se acaba de traducir al español una novela suya publicada en el 2009 que trata sobre este tema: Todo lo que tengo lo llevo conmigo.
El hombre es un gran faisán en el mundo está formada por capítulos muy cortos, relatos breves que se relacionan entre sí y constituyen el cuerpo de la novela. Las partes -los capítulos-, funcionan con cierta independencia, pero adquieren fuerza y sentido cuando se materializan como un conjunto narrativo que presenta una historia dramática con inicio (deseo por partir), desarrollo (medios para lograrlo) y final (el cambio). Los títulos de los capítulos parecen títulos de un poemario: intentan sugerir, a través de una imagen del mundo cotidiano, el contenido -o quizá el lado oscuro a través de una metáfora- de ese capítulo. Algunos ejemplos: EL BACHE (cada vez que cae en la hendidura, Windisch mide el paso del tiempo, cada golpe es un día que transcurre desde que entregaron los papeles), LA MÁQUINA DE COSER (el ritmo de la respiración de la mujer de Windisch: mecánica, apática, indeseable), ENTRE LAS TUMBAS (Windisch y Katharina han enterrado a sus amados, se juntan de espaldas a los muertos porque ellos han sobrevivido), EL REY DUERME (¡y tanto que perdió su reino!), EL JARRÓN (símbolo del objeto inalcanzable deseado por Amelie, frágil pero ostentoso), EL MORETÓN (marca que queda en el cuerpo de Amelie cuando se vende, una cicatriz de la infamia), LA MOSCA (imagen de la muerte en el funeral de la sra. Kroner), etc.
Windisch es el cabeza de familia y el eje de la historia, el que lidera el proyecto de inmigración a Alemania, quien expresa el deseo por una vida mejor. Todo lo que le sucede a él y a su familia se reduce a la obsesiva tarea de conseguir el pasaporte para partir. Y todo ello queda registrado por la voz que narra como un rosario de experiencias inevitables, determinados por las circunstancias, hechos que tienen el peso brutal de los acontecimientos propios de seres que son víctimas de una sociedad injusta y un poder abusivo. Los tres miembros de la familia de Windsch están atrapados por el sistema y sometidos a la autoridad. No hay otra salida: para obtener el pasaporte tendrán que humillarse.
Resultan desesperanzadoras las repeticiones de las injusticias históricas. Si Katharina tuvo que vender su cuerpo en Rusia para comer durante la guerra, en el campo de refugiados, ¿no es una ironía que su hija, Amelie, tenga que hacer lo mismo para obtener los pasaportes? ¿Es que no cambia nada y las mujeres tendrán que cargar siempre con la cruz de un sexo que es la única moneda válida para comprar pan o libertad? Estremece la constatación de la indignidad. Hay dos escenas magistrales que recogen este sentir: la de Windisch frente al espejo imaginando al policía con su hija, y la otra, cuando Amelie está empacando y recuerda los abusos del policía y el cura entremezclados, como si todos los actos fueran uno solo, sintetizados en la imagen de la cruz de plata que se bambolea entre sus pechos.
La fuerza de Herta Müller radica en su autenticidad. La escritora no hace concesiones de ningún tipo, no se compadece, ni justifica a sus personajes, se limita a contar las miserias humanas con transparencia, de manera objetiva, sin restos de misericordia ni pudor. ¡Cuán lejos está Müller de los narradores costumbristas, indigenistas o románticos! Los campesinos, en el mundo narrativo de El hombre es un gran faisán en el mundo, no son unos pobres hombres dignos de compasión, todo lo contrario: son seres patéticos, deformados por la estrechez de una cultura que los oprime, disminuidos por su ignorancia, limitados por los prejuicios y la religión, por la tiranía política, por el machismo imperante, por el abuso de la fuerza, por el poder del sexo como mercancía, etc. Tenemos datos concretos en la novela que subrayan esta mediocridad: la visión que tienen los hombres de la virginidad de las mujeres y cómo la someten a juicio (si caminan de una u otra manera), el racismo contra los rumanos a quienes desprecian y llaman gitanos, la ceguera y fanatismo de la iglesia (en el capítulo del manzano, por ejemplo) las críticas que hace el guardián nocturno a los baptistas, la extorsión del policía, la corrupción del cura, etc. La crudeza de la narración tiene un elemento crítico. Me gusta la ausencia de piedad en Müller, a ella la mediocridad humana la subleva. Su prosa señala lo nefasta que puede ser una cultura primitiva y, en consecuencia, lo miserable que puede ser el hombre que se protege bajo su halo y disfraza su ignorancia con la tradición que lo anula (recordar el capítulo de Amelie en la escuela). Y todo ello relacionado con la dictadura, asociación inevitable: son dos caras de la misma moneda. Sin libertad no hay aire fresco, sin tolerancia no hay espacio para crecer.
Leer El hombre es un gran faisán en el mundo produce incomodidad. El lector se enfrenta con aquello que prefiere ignorar, la prosa de esta narradora duele en algún lugar difícil de precisar. Nadie puede quedar fuera del sufrimiento de Windisch cuando ni él mismo es capaz de expresarlo. Voy a copiar el párrafo en donde Windisch contempla con envidia (por el presente ajeno) y temor (por su futuro) la casa del peletero quien, con su pasaporte en mano, se prepara para partir. A quien observa Windisch es al hijo del peletero, al ingeniero medio loco, al productor de vidrio, enamorado de Amelie. Pero lo que realmente se narra son las sensaciones que la escena suscita en el personaje, ya que el punto de vista del narrador es el de Windisch, arrasado por emociones que lo superan, en un estado próximo al delirio:
“Rudi sostiene una cuchara de vidrio azul ante uno de sus ojos. El blanco del ojo aumenta. Su pupila es una esfera húmeda y brillante en la cuchara. El cielo aniega de colores los bordes de la habitación. El tiempo hace olas desde la habitación contigua. Las manchas negras flotan a la deriva. La bombilla parpadea. La luz se ha desgarrado. Las dos ventanas se aproximan nadando hasta fundirse, Los dos pisos empujan las paredes ante ellos. Windisch se sostiene la cabeza con la mano. En su cabeza late el pulso. En su muñeca late la sien. Los pisos se levantan. Se aproximan. Se tocan. Vuelven a caer a lo largo de su fina hendidura. Se volverán pesados y la tierra se abrirá. El vidrio arderá, será una úlcera temblorosa en la maleta.
Windisch abre la boca. Las siente crecer por su cara, esas manchas negras.” (pág. 28).
Tratándose de un medio rural, los animales tiene en el relato un papel importante, como compañeros del hombre (el perro, el gallo, el gato, la mosca, la paloma, la oropéndola, la rana de tierra) como presagio o vehículos del destino (la lechuza anuncia la muerte; la araña y la mariposa de la col: la enfermedad) o como símbolos (la gaviota representa el lujo, el erizo el hambre). Es natural que el campesino se exprese en estos términos, ya que el mundo animal es un referente importante en su vida, se percibe hasta en el título de la novela: El hombre es un gran faisán en el mundo: la analogía del hombre se establece con el pájaro que es la presa más fácil porque vuela más bajo.
El aspecto formal
El lenguaje es clave en este relato. Se agradece la notable traducción al español de Juan José del Solar. La poesía que impregna la obra de principio a fin, distancia la voz del narrador del objeto narrado, porque quien elabora las imágenes es alguien que ya no pertenece a ese mundo, alguien más sofisticado, con una elegancia personal y una visión del mundo que le permite la re elaboración de la realidad con una estética particular. Ni Windisch, ni su mujer, ni el peletero, ni nadie en ese pueblo, podrían producir la belleza que produce la voz que narra: Herta Müller.
La prosa es impecable en su elegancia, cadenciosa en su ritmo, sensual y pulcra al mismo tiempo. Veamos ejemplos de la plasticidad del lenguaje, algunos párrafos son tan visuales que parecen cuadros:
“Sobre el estanque vuela un pájaro. Lentamente y sin desviarse, como siguiendo un cordel. Casi rozando el agua, como si fuera tierra.” (pág. 18).
“Las piernas de su mujer yacían sobre la sábana como los batientes de una ventana abierta.” (pág. 25).
“Con los dedos estruja el ala. El sombrero se arruga. El sombrero se enrolla como una rosa negra.” (pág. 65)
“Windisch echa andar a su lado el paraguas negro. El paraguas es un gran sombrero negro. La mujer de Windisch lleva el sombrero atado a un asta.” (pág. 66).
Müller consigue trasmitir las sensaciones auditivas como si las aislara del resto para dejarlas en un primer plano:
“Del jardín de la iglesia alzan el vuelo unas palomas silvestres. Son grises como la luz. Sólo el ruido permite diferenciarlas.” (pág. 14).
“En el marco del portón está el timbre. Tiene una yema de dedo blanca. Windisch la aprieta. El timbre resuena en su dedo. Resuena en el patio. Resuena muy lejos dentro de la casa. Detrás de las paredes el timbre resuena sordo, como enterrado.” (pág. 80).
En otros momentos, la prosa poética sugiere paisajes interiores:
“Windisch siente el estirón sobre las piedras. Ante él hay una mesa vacía. Sobre la mesa, el terror. El terror está entre las costillas de Windisch. Lo siente colgar como una piedra en el bolsillo de su chaqueta.” (pág. 46)..
“El agua del estanque y el bisbiseo del guardián nocturno producen en la nariz de Windisch un romadizo acre y salado. El asombro y el silencio le abren un agujero en la lengua.” (pág. 84).
“Windisch abre la boca. La cabeza del casco amarillo emerge del suelo. Windisch tiene frío. Se ha quedado sin voz.” (pág. 79).
El ritmo de la narración va dibujando una línea ascendente, in crescendo. En estos casos, el tiempo lineal contribuye a completar el significado de todo el párrafo:
“Dos veces se quedó en pura espina el matorral de rosas, y la mala hierba, debajo, parecía aherrumbrada. Dos veces se quedó el álamo tan pelado que su madera estuvo a punto de resquebrajarse. Dos veces hubo nieve en los caminos.” (pág. 13).
“La mujer de Windisch volvió la cara a la pared y rompió a llorar ruidosamente. Lloró largo rato con la voz de sus años mozos. Lloró breve y suavemente con la voz de la edad. Gimió tres veces con la voz de otra mujer. Luego enmudeció”. (pág 26).
“Cuando Amalie tenía siete años, Rudi se la llevó por el maizal. Se la llevó hasta el final del huerto. “El maizal es el bosque”, le dijo. Y entró con Amalie en el granero. “El granero es el castillo”, le dijo.
En el granero había un tonel de vino vacío. Rudie y Amalie se metieron dentro. “El tonel es tu cama”, dijo Rudi.Y le puso a Amalie cadillos secos en el pelo. “Tienes una corona de espinas”, le dijo, “Estás hechizada. Te amo. Tienes que sufrir”. (pág. 47).
Müller enumera, acumula frases cortas que producen imágenes, y es en la suma de esta enumeración, en donde se aglutina el contenido de lo narrado. El estilo es novedoso, las frases son golpes secos, breves pero acertados, rítmicos, sin nexo aparente entre ellas. El vínculo -entre las frases- será subjetivo, lo vemos entre líneas, provocado por la fuerza de las imágenes acumuladas que señalan por fuerza un sentido final, siempre estremecedor.
Müller narra enumerando. No hay ni un párrafo explicativo, sólo tenemos un vómito de sensaciones que experimenta el narrador cuando se acerca al mundo narrado. Si bien es cierto que a veces adopta el punto de vista de sus personajes, no les cede su voz, que es la voz de la poetiza, la belleza la aporta ella. Sólo ella. La poesía es el medio que utiliza para transformar la miseria humana en un producto nuevo, francamente perturbador.
Los textos han sido tomados de la edición de Siruela, traducción de Juan José del Solar.