Preparando un viaje a Vietnam, me puse a buscar novelas escritas por vietnamitas que estuvieran traducidas al español. Encontré tres: un best seller, ganador del Premio Pulitzer del 2016, que incluso tiene una serie en Netflix, sobre un espía en la guerra entre el Norte y el Sur, titulado El simpatizante, de Viet Thanh Nguyen. Mi segundo descubrimiento: En la tierra somos fugazmente grandiosos, un texto conmovedor de un joven inmigrante vietnamita que vive en USA: Ocean Vuong; y Vi, de Kim Thúy. Elijo analizar esta última, porque me pareció una joya. Breve, de una rara belleza, llena de sugerencias tanto en la forma, como en el fondo. De entre las tres novelas, Vi era, según mi opinión, la más original, la más exquisita, y si se puede afirmar -desde mi mirada extranjera- la más vietnamita; quiero decir, la que más contribuyó a perfilar para mí, lectora que ignoraba todo sobre Vietnam, un apasionante país: sufrido, maltratado desde el punto de vista geopolitico, arrasado por muchas guerras a lo largo de su historia, pero con una energía muy particular y un paisaje exuberante lleno de aromas y sabores.
Tenemos temas interesantes que merecen un análisis: la protagonista y su lucha por salir adelante en un país occidental, la familia de Vi, los extraños vínculos entre sus padres, la presencia de los hermanos y los amigos, la guerra, la inmigración, el peso de la cultura en gente que carga con ella como un enorme peso, el vibrante escenario, y su truncada historia de amor con cierta dosis de misterio.
Vi:
Su nombre, como ella nos aclara, significa “una mujer minúscula”. Sin embargo, esta mujer es un portento, se revuelve contra los modelos impuestos por su madre y decide convertirse en la joven que ella quiere ser, alejada de patrones culturales o costumbres milenarias trasmitidas de generación en generación. Concluida la guerra, la vida en Saigón resulta imposible para la familia, la madre decide inmigrar con sus cuatro hijos, un viaje incierto, peligroso y sin destino seguro. Integran el grupo de aquellos seres osados que fueron denominados por la prensa los “Boat people”, gente que se embarcó con lo puesto, en plena oscuridad, pagando mucho dinero a los traficantes y sin tener ninguna garantía de llegar a buen puerto. Kim Thúy nos recuerda el calvario vivido por sus compatriotas, ella incluída, que decidieron partir y apostar por lo desconocido. En el caso de Vi, es su madre quien la embarca, deseando ofrecerle un futuro mejor. Salir de esa manera, huyendo, es una buena imagen del horror que vivían los perdedores, ganó el Norte comunista, y el Sur pro americano, tuvo que asimilar, y pagar, su pérdida.
Con suerte, gracias al manejo del francés que tenía su madre, Canadá los acoge y la familia se instala en Quebec. La historia no sigue un desarrollo lineal, de pronto nos encontramos con una muchacha que termina su etapa escolar y necesita elegir estudios posteriores, nada parece excitarla, se mantiene alerta al mundo que la rodea esperando que surja alguna pista. Es aquí cuando nace la nueva Vi. La única mujer entre tres hermanos, no parece estar muy segura de su orientación, va descubriendo el mundo que la rodea, las posibilidades que pueden aparecer. Aquello que resulta evidente en la comunidad vietnamita de Canadá: apostar de manera mayoritaria por el mundo científico, no le atrae. Elije la traducción, sin mucho ánimo y poco éxito, pero consigue su título. Luego se formará como abogada, la traducción fue un primer paso, la ambición surge después. Lo importante no es aquello que estudia, lo que resulta dramático es cómo se relaciona con el mundo: desdeña la tradición vietnamita, asume una mirada occidental que implica libertad en la elección de su pareja, libertad para incumplir normas de conducta que no significan nada para ella, libertad de movimiento: ver caer el muro de Berlín es más importante que la festividad familiar de fin de año. Este devenir, la construcción de una mujer vietnamita que renace en Canadá, está muy bien tratada por Kim Thúy, el cambio surge con naturalidad, sin debate ideológico, sin una reflexión intelectual; simplemente sucede, como un proceso libre de desarrollo personal. La joven fluye sin mucho brillo, sin gran derroche de energía, sin una voluntad férrea de cambio. Todo esto añade frescura al personaje, cercanía. Ella no pretende destacar, quiere estar cómoda consigo misma. Y vaya que lo consigue.
El PADRE Y LA MADRE:
Ambos personajes son exóticos, la madre porque apuesta por el juez para tener una vida interesante. A su lado destacará por su eficiencia, cualidad que él no posee, su capacidad de trabajo, su don de mando:
“Mi madre no había heredado el cutis terso y fino de mi abuela. Más bien llevaba los genes de su padre, jemeres, tal y como revelaba su rudo rostro, que además mostraba los estragos del acné de la adolescencia. Con el fin de desviar las miradas y cerrarles la boca a las lenguas amargas, había optado por convertirse en una mujer feroz, armada de una voluntad de hierro y de una vocabulario duro, masculino Fue la mejor de la clase desde el primer año de guardería hasta el último año de estudios…” (pág. 17).
Lê Van An es un joven simpático y muy mimado, el único varón en un grupo de seis hermanas mayores, una familia rica, en donde el chico es adorado por su entorno:
“Mi padre halló cobijo en las manos con dedos de hada de mi abuela. Y también en las de sus seis hermanas mayores. Y en las de las veintiséis niñeras, cocineras, criadas. Sin contar las de las seiscientas mujeres que, llenas de adoración, recibieron con los brazos abiertos su rostro bien perfilado, sus anchos hombros, sus piernas de atleta y su sonrisa seductora.
Habría podido estudiar Ciencias o Derecho como sus hermanas. Pero el afecto de unas y el amor de otras lo apartaban de los libros y le amputaban de ese modo el órgano de su deseo.” (pág. 14).
Lo que no tenía previsto, era el giro político que transformaría su vida. La guerra destruye todo. La madre emigra con sus hijos en busca de horizontes, el padre, incapaz de asumir, decide quedarse. La historias de ambos son seductoras, quizá las mejores pinceladas de Vi, la recreación de los padres no deja indiferente a nadie.
Hay otros personajes que ocupan menos espacio: los abuelos, los hermanos, Hà, el primer novio Tân, los amigos, y su gran amor Vincent. Pero ninguno de ellos, salvo Vincent y la espléndida Há, quedan bien perfilados. Todos están ahí, como extras en una película, para acompañar a Vi en su larga travesía.
LA GUERRA
La guerra es el origen de todo: la división del país, el triunfo del Norte, la partida obligada en condiciones duras y peligrosas, el aterrizaje en occidente y el cambio brutal de las reglas de juego. La guerra es la causa principal del drama y será el eje de la novela: Vi tiene que encontrar un lugar propio en un mundo ajeno.
Esta guerra es el eco de otras guerras. Desde el principio de la novela, aparecen los conflictos bélicos. Un ejemplo: en el primer capítulo, Vi, refiriéndose al futuro de sus hermanos dice lo siguiente:
“… los dos mayores tendrían que marcharse al campo de batalla el día que cumplieran dieciocho años. Podían mandarlos a Camboya a combatir contra Pol Pot o a la frontera con China: los dos destinos les reservaban la misma muerte”. (pág. 7-8).
El desgarro de las guerras está presente a lo largo de toda la novela. La historia violenta de un país pequeño, acosado por muchos, es el hilo que recorre todo el relato. Siendo Indochina Francesa, Vietnam peleó en dos guerras: La guerra franco-japonesa en 1940 y la guerra franco-tailandesa en 1941, luego contra los franceses para independizarse, desde 1945 a 1954. Después estallará la guerra entre Estados Unidos y Vietnam que dura muchos años, desde 1956 hasta 1975. En aquellos tiempos también se enfrentaron a Laos y Camboya. Debido al ataque vietnamita en Camboya, China invadió Vietnam, el conflicto fronterizo entre estos dos vecinos duró desde 1981 hasta 1991. Tremendo recorrido de un país que difícilmente sabía lo que era vivir en paz.
Las referencias al dominio francés, señalan los abusos de los colonizadores en el trato a los locales, en las exigencias educativas, en las diferencias culturales que tuvo que experimentar la familia de Lê Van An. La sombra de los colonizadores, aquí y en cualquier parte, produce humillación y sensación de injusticia. Territorio ocupado, por cualquier país extranjero, genera rechazo. Basta unas líneas como ejemplo:
“Mi abuelo paterno se había licenciado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Hanói en calidad de “Indígena”. Francia se ocupaba de la educación de sus súbditos, pero no otorgaba el mismo valor a los títulos obtenidos en las colonias.” (pág. 9).
La guerra entre el Norte (comunismo) y el Sur (capitalismo) termina en el año ´75, la familia de Vi pertenecía al bando perdedor. La salida es una escapada incierta, un barco sin rumbo ni final asegurado. Por más que la travesía fue dura, la familia tuvo suerte. Vi compara su experiencia con la de Há, quien cayó en mano de los piratas cuatro veces: sufrió vejaciones, robo, violación. Sin embargo, ya en el campo de refugiados, la protagonista rescata el espíritu de compañerismo de los inmigrantes:
“El malestar de la proximidad física y mental se atenuaba al ritmo de las risas espontáneas y de los reencuentros inesperados. En aquel universo aislado, bastaba el menor vínculo para entablar amistad. Dos compañeros de clase se convertían en hermanas, dos oriundos de la misma ciudad se prestaban ayuda como primos, dos huérfanos formaban una familia.” (pág. 48).
Es una elección elegante que Vi no hable directamente de la guerra y sus atrocidades, no es necesario entrar en detalles para entender el dolor que causa. La capacidad de insinuación de la elegante prosa de Thúy -un conjunto de imágenes bien construidas- resulta más potente que el desarrollo narrativo. Además, ella era una niña, poco podía comentar del conflicto bélico porque su familia la protegía. La inmigración, consecuencia directa de la guerra, no sólo significa el cambio brusco de hábitat, también implica la separación con el padre. Su vida echa pedazos.
LA IDENTIDAD CULTURAL
Vi resume con pocas palabras lo que significa ser vietnamita:
“Me pregunto si la falta de pudor en cuanto a los detalles personales proviene de la temperatura tropical, que impide cerrar las puertas, las ventanas y las paredes, de la falta de espacio entre las dos o tres generaciones que viven bajo el mismo techo, de la dependencia de los vínculos familiares, o, incluso, del peso de la historia familiar, que debe acarrearse como una recompensa y, en ocasiones, como un fardo. El éxito de un niño pertenece a sus padres o a sus ancestros. Cada uno de los miembros de la familia es solidariamente responsable de todos los demás. Los más fuertes llevan a los más débiles. De otro modo, sus éxitos se verían se verían empañados por su falta de sentido del deber y de reconocimiento a su clan. Así mismo, cada uno se siente y se muestra culpable de los errores de los demás.” (pág. 62).
Canadá significa un cambio brusco de perspectiva. La familia de Vi espera de ella una conducta en concordancia con un patrón tradicional, pero Vi comienza a independizarse y cambiar de rumbo, renuncia a hacer lo que de ella espera su madre. Vi se revela: sin gritos, sin portazos, sin llanto: simplemente decide optar por una manera distinta de asumir la vida. Más bien sufre cuando su madre la increpa, cuando le dice que la desilusiona y la humilla por su comportamiento errático. La libertad para equivocarse es lo que mueve a Vi, actitud que se interpreta como un insulto a la cultura de su pueblo. El individualismo no es bueno, es peligroso, es vergonzoso en un entorno tradicional. La sociedad vietnamita tiene límites muy claros, pero Vi no acepta compartirlos. Ni Tân, su novio vietnamita, la apoya, él está de acuerdo con sus compatriotas, acepta las reglas culturales sin rechistar:
“La madre de Tân concluyó que la causa del drama había sido mi desobediencia. Habría debido seguir sus consejos y mantener relaciones amistosas sólo con los amigos de Tân. Este último cerró la puerta murmurando que había seguido desde el principio, desde que había cedido a su primer beso en el coche, que yo era demasiado occidental.” (pág. 100).
Contra todo pronóstico, Vi hace las cosas bien. Suma Derecho a su formación de traductora, se integra en el mundo laboral, viaja, y vive con independencia. Canadá se entremezcla con su mundo oriental, ella disfruta con los hallazgos. Luego regresará a Vietnam por trabajo, curiosamente la única de los hermanos que regresa, pero vuelve a lo que ellos consideran el Vietnam de los ganadores, territorio enemigo. En Hanói se enamora de Vincent, un francés bohemio y trotamundos. Nada más lejano del novio que su madre hubiera elegido para Vi. Es una historia de amor muy bonita hasta que un día, Vincent desaparece. Nunca sabremos qué pasó, porque nuestra narradora tampoco lo supo.
Vi elabora un juego interesante de imágenes. Cuando viaja a China, conversando con el esposo de una amiga, un funcionario que trabaja de traductor para el gobierno de la China Popular, hace una comparación entre la suerte de él y la suya, un comentario que me parece concluyente:
“No hacía falta que reflexionasen ni eligiesen su oficio ni su porvenir, pues el gobierno ya había decidido por ellos. Si el marido de A Yi hubiese podido, habría optado por el ámbito de la agricultura, que siempre lo había apasionado. Pero entraba en razón al recordar que, en ese caso, no habría formado parte de los privilegiados con autorización para viajar. No habría dormido por encima de las nubes, olido las coníferas de la taiga, comprobado la fe de los fieles que vienen a barrer la pagoda Shwedagon en Rangún el día de su cumpleaños. “El Estado te conoce mejor que tú mismo”, contribuyó cantando”Je ne regrette rien”.
En mi caso, eran mis hermanos, mi madre y Hà quienes me conocían mejor que yo misma.” (pág. 77).
EL AMOR:
Vincent aparece en la vida de Vi y se produce el milagro. Todo lo que conocemos de él está narrado por ella: un francés seductor, con un lado aventurero y bohemio muy fuerte, ecologista-ornitólogo de profesión: observador del mundo animal y vegetal; un hombre dulce, con sentido del humor, que se mueve libremente por el mundo.
Ella describe su casa en comparación con la suya, como si ésta fuera su reflejo: detecta en este señor un mundo afectivo que a ella le falta, la búsqueda consciente de pertenencia en gente que ha transitado mucho y que consigue construir un espacio personal reuniendo todos los retazos de su travesía. El conjunto armónico que resulta, lo define a él:
“A diferencia de mí, que vivía en un espacio tan vacío como el eco que circulaba por él en respuesta a los espacios ruidos, en cas de Vincent cada objeto hablaba y contaba su historia. Procedían de diferentes lugares, de diferentes épocas, de diferentes culturas, pero se fusionaban, se entretejían como un nido. El largo cjín que reposaba sobre un banco de madera cuyo respaldo exhibían unos finos grabados estaba relleno de ceiba recogida, trabajada y vendida por una familia indonesia en cuya casa se había alojado; la tetera oculta en un coco cuyo interior se había tallado siguiéndola curva del recipiente de cerámica para conservar el calor del agua pertenecía al monje que había habitado aquella “cabaña” antes que él: la tabla de cortar procedía de un tronco de un árbol centenario, caído durante un combate, que Vincent había ayudado a trasladar…” (pág. 117).
Se complementan muy bien, cada uno vive dedicado a sus labores y sus tareas, circulan con libertad, se reencuentran con alegría. Ambos aprenden del otro, sacian su hambre de exotismo en el intercambio de culturas, geografías, comidas, gente que los rodea. Pero un día inesperado, Vincent no regresa. Su desaparición es un misterio, simplemente se evapora, si le sucedió algo no queda registro, si optó por otra vida, tampoco. Vi no tenía muchas referencias para averiguar sobre su destino, sólo le queda resignarse a seguir sin él. Ella revive el abandono de su madre, como si fuera un karma. Es un final triste, después de una larga búsqueda, nuestra protagonista se merecía el cielo.
Vincent no sólo le daba afecto y era un magnífico interlocutor, también la protegía. Sola, desorientada, aprovecha de sus enseñanzas: se reconcilia con su madre, reconciliación que vislumbró en el hueco de su hombro, e insinúa una posible visita a su padre enfermo que reside en la misma ciudad. Pierde pero gana al mismo tiempo. O eso parece. O eso quiero yo ver entre líneas.
EN LO FORMAL
VI es una novela de una extraña belleza, el lenguaje: impecable, elegante, sugerente. Kim Thúy organiza su relato de una manera muy original, divide el texto en capítulos muy cortos en donde crea una imagen muy elocuente, elocuente a pesar de la falta de desarrollo narrativo que ya habíamos mencionado. Su prosa se acerca a la pintura, los capítulos son como cuadros, pinceladas contundentes expresadas en pocas frases con una carga significativa potente. Con muy poco, dice mucho. En realidad no dice, sugiere. No hay explicaciones de ningún tipo, no son necesarias, ese es su arte: que el lector interprete, la acompañe y comparta el gozo.
Pondré un ejemplo de esta forma narrativa que implica no “contar” sino “provocar” un contenido no explícito:
“Expertos extranjeros en camisa y corbata presentaban sus análisis obviando las huellas de balas de las paredes exteriores y a veces interiores, como la que se veía en la parte baja de la pizarra. Mientras nosotros hacíamos hincapié en la importancia de la independencia de los jueces, un niño de nueve años que caminaba todos los días desde su pueblo, situado a una hora de Nom Pen, hasta un colegio junto a nuestra sala de reunión, copiaba todas las páginas del diccionario inglés-jemer/ jemer-inglés en su cuaderno, porque en su pueblo no había libros, y menos juez.” (pág. 102).
No insiste en señalar el sin sentido, ni el absurdo de la tarea, menos aún lo ridícula que resulta la teoría o las buenas intenciones de la burocracia internacional frente a la dura realidad del país. Pero estarán de acuerdo conmigo: no era necesario. El imagen da un golpe certero.
Otro ejemplo de la imagen produciendo por sí misma la connotación deseada:
“Así que me fue fácil eclipsarme tras la escultura de las dos cigüeñas de bronce que había al fondo del jardín para escapar de la conversación sobre la criada que había planchado una falda plisada con la etiqueta aún puesta, “una pieza de colección de Issey Miyake”; o sobre la salvación de una mesa de caoba con el centro engarzado de nácar abandonada al sol y a la lluvia; o sobre la lista de las primeras empresas públicas seleccionadas para la próxima llegada de la Bolsa a Vietnam”. (pág. 112).
La escena nos pone al tanto de la superficialidad del funcionariado que está para solucionar problemas urgentes y concretos y que, en cambio, se regodea con la frivolidad y la vanidad que vienen adheridas a la posición de sus cargos. Otra vez , la mirada crítica queda reflejada sin necesidad de argumentos .
Cada capítulo tiene por título un espacio físico: una ciudad (Hanoi, Quebec) , un país (Camboya, Vietnam) , un lago (Nha Trang,), un río (Mekong, Río Rojo), una calle (Catinat), un barrio (Cái Bè). Sólo hay tres excepciones: “ONU” y “ACNUR” como títulos de capítulo, pero en estos dos casos hay una lógica: son instituciones que representan a un concierto de países; la tercera excepción es “hueco de la clavícula” título que se refiere a un territorio afectivo, el lugar físico en donde se encuentra con Vincent. Estos detalles contribuyen a la artesanía del relato, son un toque personal de buen gusto, señales que connotan, sitúan la historia, la enriquecen y cincelan.
Cuando el texto habla de amor, Thúy consigue trasmitir el sentimiento con elegancia y sensibilidad. En todos los ejemplos que recojo, siempre aparece lo físico rebelando el interior del ser amado, la dinámica es la misma: lo de fuera anuncia lo que hay dentro:
“Algunos creían que se había enamorado de aquellos ojos almendrados de largas pestañas; y otros, de aquellos labios carnosos; y muchos estaban convencidos que eran aquellas rotundas caderas las que lo habían seducido. Nadie se fijó en los afilados dedos que sujetaban un cuaderno de notas contra el pecho, salvo mi abuelo, que los describió durante decenios. Siguió evocándolos mucho tiempo después de que el envejecimiento de la piel hubiese transformado aquellos dedos finos y lisos en un mito fabuloso o en cuento de enamorados.” (pág. 13).
“A mi madre le bastaba con contemplar cómo mi padre dejaba su huella en los caminos terrosos del rosal y con oír el eco de su voz por la noche, entre los pinos”. (pág. 21).
“Louis habría sido capaz de distinguir a Hà en medio de una multitud solo por el contorno de sus pantorrillas”. (pág. 78).
“… le pregunté por qué. ¿Por qué yo? Entonces me enteré que me había visto trenzarle el cabello a la niñita que vendía huevos de hormigas hacía tres años, en Camboya”. (pág.120).
Kim Thúy crea una atmósfera que destila sensualidad: los aromas de las plantas, los olores de las comidas, el colorido del paisaje, el sabor de las frutas, el ruido de la ciudad o el sonido de la lluvia. Esta característica está presente cuando el escenario es el mundo oriental. Sin embargo, cuando el relato transcurre n Canadá, Londres o Manhattan, aquellas sensaciones se apagan, salvo cuando se reúnen en esas ciudades los inmigrantes vietnamitas para celebrar: su comida y su música contribuyen a llenar la atmósfera con sabores, aromas, texturas y sonidos de su tierra.
Los textos han sido tomados de la edición de Periférica, excelente traducción de Laura Salas Rodríguez.