Limpia

Alia Trabucco Zerán

Creo que esta vez lo que me atrapó fue el título: Limpia. Algo tan aséptico, tan pulcro, aquello no tocado por la suciedad, resulta poco prometedor: excluye la erosión de volcanes emocionales, abismos, oscuridad o la lista infinita de problemas que nutren la narrativa. Estos quiebres suelen ser el germen de las historias: la truculencia de la vida, los trastornos, los dolores, la contaminación de los sentimientos. Y de pronto me encuentro con una carátula que luce una foto muy bella de una joven tendiendo una sábana recién lavada, y un título que parece una trampa: Limpia. ¿Limpia de qué?, pensé. ¿De culpa, de mugre, de contactos? Y luego otra duda: ¿limpia como adjetivo, o limpia como imperativo del verbo limpiar? Pero ya, para ese entonces, había apretado la tecla para hacerme de un volumen y sumergirme en él lo más pronto posible. Confieso que obtuve grandes beneficios: la inquietante novela de Alia Trabucco (Santiago de Chile 1983) me introdujo en un atmósfera excitante, con olas de suspenso, con mucha tristeza derramada aquí y allá, lidiando conla dificultad de los vínculos, la falta de comunicación y la ausencia de sintonía, la debilidad y, al mismo tiempo, la fortaleza del ser humano. Y todo ello en un país convulso, sufriente, duro y dividido.

TEMAS

Varios temas forman parte del tejido narrativo de esta novela: las diferencias sociales, raciales, económicas y culturales en un país al sur, una franja angosta de territorio, un pueblo que manifiesta su descontento, mucha gente sin oportunidades, una clase media que se agarra a sus privilegios. Cuadro reconocible en cualquier país de América Latina. Y Trabucco señala la enorme distancia del Sur, región rural con industrias poco productivas, en este caso Ancud; y Santiago, la capital, ciudad moderna que vive un conflicto inmanejable por su injusto crecimiento. Y por supuesto los personajes con sus extraños comportamientos, sus miedos, sus traumas, su rebeldía. Interesa, también, la difícil inserción de una empleada que vive en la casa de sus jefes, la dificultad de combinar dos mundos en un solo escenario, la rabia controlada y el sentimiento de protección al personaje más débil, la antipática y enfermiza niña que es siempre una molestia. Y sumamos, además, muchos otros elementos: la vibrante naturaleza y el mundo animal, la situación política que exige cambio y renovación, la delincuencia en la ciudad, el descontento de un país. Dicho esto, comencemos por  detenernos en algunos aspectos:

LOS CONTRASTES

Estela emigra a la capital en busca de una oportunidad para salir de la pobreza. En realidad, no sólo busca una nueva perspectiva para sí misma, sino una esperanza para aliviar los problemas de su madre y ofrecerle alivio económico, una mejora en la casa, una posibilidad de jubilación para una mujer sometida a trabajos muy exigentes. A pesar de que pasan siete años desde su partida a la capital, nada de esto consigue: por un lado se debe a su incapacidad para manejar la situación, la dependencia de la familia en donde trabaja, las circunstancias desfavorables como el accidente de su madre que supone el envío de dinero todos los meses sin poder ahorrar lo esperado, y la manera como el tiempo, la rutina, la inseguridad frente a cierta seguridad, se van colando en la vida de Estela.

Sin embargo, el señor y la señora de la casa, consiguen seguir prosperando en sus trabajos, por su esfuerzo personal, qué duda cabe, pero también gracias a la presencia de Estela, quien se ocupa de las labores domésticas y del cuidado y compañía de Julia, la hija. Ellos pueden manejar con mayor comodidad sus recursos, por su economía, por un lado y porque tienen, además, una preparación superior, elementos que les proporcionan herramientas para organizarse mejor. Sin embargo, los padres no son capaces de resolver problemas emocionales como es el caso de Julia. Estela, que no tiene lazos de sangre con la niña, parece comprenderla mejor, se mantiene más cerca, más atenta o más solidaria, si cabe la palabra. Todos estos datos contribuyen a crear una atmósfera tóxica en la casa: te aceptamos porque te necesitamos, en el caso se los patrones respecto a la empleada, y viceversa; la empleada no puede sobrevivir sin una casa/familia de acogida.

Otro contraste llamativo es la cultura urbana que tienen los señores, insertados en un mundo moderno, la aspiración de triunfar en un ambiente elitista resulta ser un elemento de mucha tensión y ambición excesiva para una niña difícil. El padre quiere que su hija arrase en todo: un buen colegio, clases de piano, natación, la súper fiesta de cumpleaños, las perlas en las orejas, en fin, todo lo mejor a cualquier precio. La disconformidad de Julia no es motivo de reflexión, ni siquiera saben acercarse a ella, menos aún comprender su desgano para comer, la chica desarrolla una suerte de anorexia infantil pero no la tratan para superarla, tampoco les sorprende la violencia para con la compañera el día del examen de ingreso, ni la violencia contra sí misma para romperse un dedo y así evitar la clase de piano, o el destrozo continuo de sus uñas, sus dedos sangrando. Mara, la madre, se refugia en su trabajo y, desilusionada, le pide a la nana que se encargue. El padre interviene para enseñarle cosas, pero no le concede un espacio para respirar: es autoritario, cabezota, impositivo. Las clases de natación que le impone a Julia, funcionan porque ella aprende a nadar, pero la expone en el agua y la lanza para que así, fruto de la desesperación por sobrevivir, aprenda a flotar. Ejerce una enseñanza bastante cruel, el padre también demuestra poca empatía. Elijo este párrafo como ejemplo:

“Cuando empezó a rechazar la comida, la señora no sabía qué hacer. Miraba el plato intacto, a su Julia, otra vez el plato. Pero si yo le servía un poco de helado o le compraba una golosina con el vuelto, la perorata era imposible.
¿Qué te he dicho, Estela? Azúcar no, por ningún motivo. Es adictiva, ¿sabías? La Julia se llena de dulces y después no quiere comer. 
Otras veces la niña le impedía trabajar. Se metía debajo de su escritorio, se cruzaba de brazos y piernas y no había quien la moviera. La señora se desesperaba. 
Estela, encárgate, me decía en la cocina.” (pág. 76).

Y frente a este modelo de familia tenemos a la familia monoparental de Estela. No hay padre, nunca lo hubo, pero su madre estuvo muy atenta. Estela la tiene presente todo el tiempo, recuerda sus palabras, sus enseñanzas, sus gestos para con ella, su sabiduría intuitiva. Sin embargo, forzada por la precaria situación económica y la falta de posibilidades en el Sur, durante un tiempo la internó en un colegio, para que ella pueda trabajar como interna en una casa, modelo que Estela, por las mismas razones, repite. En esta familia hay cariño, hay sentido común, la convivencia es pacífica. Pero el entorno los asfixia y aporta infelicidad. Estela se comporta con las mismas deficiencias que Julia cuando está en el internado, no quiere comer, deja de hablar, es violenta con las monjas. Ella sólo quiere regresar a vivir con su madre, recuperar la atmósfera familiar, aunque las horas que pasaban juntas eran muy pocas, el vínculo era profundo. Recuerdos de Estela:

“¿Y el gorro, pajarona?”. Ahí yo corría a la casa y me ponía el gorro y al salir mi mamá me daba unas palmaditas en la cabeza. Pero si me olvidaba preguntar, si no me miraba antes de irse al paradero, yo pensaba, aterrorizada: hoy es un día terrible, seguramente moriré. Y me quedaba a la espera de que la luz delineara las copas de los mañíos, mientras veía las letras de alguna canción evaporarse al salir de mi boca. 
A la niña jamás le salía vapor de la boca. Se sentaba en la mesa de su cocina tibia o de su pieza siempre tibia o de su living también tibio y aprendía con un vaso de leche blanca y tibia frente a ella. Nadie le preguntaría jamás si llevaba puesto el gorro de lana. Yo amaba esa pregunta. Cómo amaba esa pregunta. Esa sí es una pregunta importante.” (pág. 71).

Si comparamos ambos ejemplos, tenemos un abismo en la manera en que se expresan los afectos. La rigidez de Mara, demasiado pendiente de la norma nutritiva para una niña que no se nutre, resulta casi ridícula, mejor que coma dulce a que no como nada, diría yo. Pero el rigor y la disciplina marcan la pauta. La madre de Estela también cuida su salud, evita que se enfríe, pero la relación es cariñosa, hay un elemento lúdico que suaviza, un acercamiento menos racional. 

Otro contraste es el de los contextos en donde se encuentran las dos familias. Santiago, la capital, ciudad grande y moderna, aparece desdibujada. Estela no se atreve a conquistarla, se mueve poco, y el foco narrativo está siempre de su lado: va al supermercado, a la bencinera, temerosa de abandonar el barrio en donde trabaja. Esta señorita provinciana se encierra, se encapsula por temor a un medio desconocido. Sólo al final de la historia aparece la ciudad el día que Estela huye y se cruza con los manifestantes. En ese momento el ambiente es caótico, violento, la multitud destroza el espacio urbano. Estela se mantiene al margen de la situación, pero al final se contagia y tira una piedra. Hasta ese día, la ciudad era para ella un espacio neutro, sin atractivo:

“Yo, por ejemplo, recuerdo muy bien la primera vez que viajé desde Chiloé a Santiago. Me pareció que el aire olía a polvo, que hacía muchísimo calor y que la ciudad tenía solo dos colores: amarillo y café. Árboles amarillos, cerros cafés; edificios amarillos, plazas cafés.” (pág. 61).

Los recuerdos del Sur al lado de su madre, siempre surgen rodeados de naturaleza: árboles, animales, lluvia. La soledad es el estado natural de ellas pero, al mismo tiempo se saben arropadas por el universo que las rodea. El texto elegido no es una descripción, pero destila la comunicación entrañable con el entorno, algo que en la ciudad no existe:

“… Había habido un temporal, un árbol se había caído en el camino y el colectivo que me llevaba a la casa no pudo avanzar más.
-Se me bajan, dijo el conductor y nos dejó ahí, tirados.
Yo tenía ocho o nueve años, no más que eso. Y tuve que partir a campo traviesa, bajo la lluvia, sin paraguas. Los zapatos se me hundían en el barro, el viento me silbaba en las orejas, las ramas, arriba, se doblaban hasta el suelo. En mi recuerdo caminé horas, pero no estoy segura. Llegué hambrienta y empapada. Mi mamá me hizo sacarme la ropa, me envolvió con un poncho de lana mientras me secaba el pelo con una toalla me hizo esa única pregunta.
-¿Qué árbol era Lita?
Me encogí de hombros. Para mí era un árbol, nada más, un tronco enorme atravesado en el medio de la ruta, un árbol con sus ramas y sus hojas, como todos los otros árboles. Mi mamá insistió.
¿Cómo era el tronco? ¿De qué color? ¿De qué grosor, Lita?
Al día siguiente me despertó al alba y me llevó con ella a caminar. Me mostró el arce, el raulí, el ciprés, el pehuén, el arrayán, el ulmo. Tocaba cada tronco con la palma, como si se tratara de un bautizo. Yo debía repetir el nombre y tocar el tronco también. Luego me enseñó a distinguir el maqui del boqui, la murta, la frambuesa. Cuando terminó, me miró fijo, sus ojos clavados en los míos.
Son importantes los nombres, dijo. ¿Acaso tus amigas no tienen nombres, Lita? ¿Les dices niña, niño? ¿A la vaca le dices animal?” (pág. 44-5).

LA NIÑA Y LA NANA

Entre ellas se desarrolla una complicidad mutua. La niña es agresiva cuando quiere, pero cuenta con Estela como un apoyo seguro. Esta mujer es una suerte de refugio para ella, una mirada que acompaña y sosiega. Sin embargo, Julia no puede escapar a la consciencia de superioridad social que ha heredado. Para esa niña, Estela es un ser inferior, de otro nivel. A veces es cruel con ella: cuando le embute el barro en la boca, por ejemplo, o cuando se disfraza de nana y embarra la cocina a propósito, como si fuera un juego provocador. Se intuye cierta perversidad en sus demandas, en su trato. Algo que circula en esa casa, un algo que ofende a Estela. 

La niña se siente la dueña de su nana, como si ésta fuera un objeto de su propiedad. Por eso abusa a veces, es brusca con ella, pero también sufre cuando no le habla, cuando la siente triste, cuando se aleja y la ignora. Después de la muerte de la madre de Estela, la niña tiene un bajón, pierde el norte, sabe que su apoyo ha dejado de ser fuerte. La atmósfera en la casa se ha enrarecido: la nana está muda y triste, entran ladrones a robar, los padres están preocupados y destilan miedo. Así se expresa Estela refiriéndose a Julia, una niña de siete años que parece una mujer vieja:

“Le preparé un batido de leche con plátano y una tostada con mermelada, pero no los tocó. Dijo que no tenía hambre, que no quería comer nunca más. La vi demacrada y ojerosa, la mirada opaca, sin ilusión. Quise recordar en qué momento su cara se había transformado. Se veía cansada o rendida. Como si ya hubiese vivido lo suficiente.” (pág. 194).

 Estela comprende mejor que nadie a Julia porque puede identificarse con esa niña mala. Identifica ciertos paralelismos: ambas dejan de comer en alguna etapa de sus vidas, ambas utilizaron la fuerza física para vengarse cuando no encuentran salida- recordemos la expulsión de Estela en el internado al golpear a la monja- ambas son solitarias y vulnerables. 

Julia tiene una madre que la quiere pero que no encuentra el camino para llegar a su hija, Estela tiene una madre que la nutre, una madre que es su ancla en el mundo, pero las circunstancias las obligan a distanciarse. La diferencia entre ambas mujeres no es un tema de educación, es un tema de sensibilidad. Esa es la diferencia en los dos modelos de madre que presenta Trabucco. 

PERSONAJES

Cristóbal y Mara, los señores de la casa, son personajes más bien chatos. Sospecho que Alia Trabucco los ha presentado así para acentuar su falta de hondura, sus vidas planas al servicio de un programa de vida impuesto como una norma. Es poco lo que sabemos de ellos, más allá de lo que Estela nos cuenta. Parecen complacientes con la empleada, tienen ciertos detalles con ella, la arropan cuando muere su madre; pero al mismo tiempo mantienen una lejanía irreconciliable y una relación jerárquica que se expresa de muchas maneras: encárgate de la perra muerta, encárgate de las ratas, encárgate de Julia cuando resulta inmanejable. Hay un párrafo soberbio en donde Estela resume esta tremenda distancia y una dosis velada de desprecio que ella percibe cuando traen el piano nuevo a la casa:

“… estuvo más de una hora pasando sus dedos por las teclas blancas y negras. Cuando se dio por satisfecho preguntó si alguien lo quería probar. Dijo “alguien” pero esa palabra no me incluía.
El jueves, mientras yo aspiraba las alfombras y limpiaba las persianas, sonó el teléfono. Era la enfermera del colegio. Llamaba para hablar con el apoderado o la apoderada de la niña. 
No se encuentran, dije, ¿ desea dejar algún recado?
Me advirtió que era urgente, ya había intentado con los celulares, alguien debía ir cuanto antes al colegio y llevar a la niña a la clínica. “Alguien”, dijo, y esta vez sí era yo.” (pág. 108).

La protagonista es la empleada de la familia: Estela. Una mujer inteligente que despliega una sabiduría natural, su manejo del lenguaje está muy por encima de su medio, su madre le ha transmitido valores y conocimiento del mundo sin sofisticación, pero con una mirada justa, certera, rigurosa pero cálida. Su posición en el mundo está muy lejos de los privilegios: recibe golpes como los ataques de la niña; humillaciones, incluso del ladrón que le introduce un escupitajo dentro de su boca y la acusa de ser una esclava; de Mara que la despide sin miramientos como si fuera la culpable de la muerte de la perra electrocutada después del manguerazo que ella misma lanza a la perra. Estela está sola, su prima Sonia también ha abusado de su generosidad, en fin, el mundo es inhóspito para ella, poco recibe a cambio de lo que da. Sin embargo Estela es un personaje interesante, complejo, con mundo interior. Ese desdoblamiento que ella describe en algunas circunstancias, su huida hacia fuera cuando la realidad la machaca, su refugio en la naturaleza, son claras muestras de su riqueza. Ingredientes todos de una persona con matices, con recursos, con cabeza. Es franca, me gusta la excusa que da cuando decide quedarse en la casa y no partir después del accidente de su madre, valora las cosas buenas que tiene su vida nueva, lo atractivo que puede ser tener ciertas comodidades:

“Decirle a la Sonia: voy para allá, llego mañana.
Y a la señora: renuncio. 
Pero en lugar de eso alcé la vista y pasé mis ojos por las paredes, por el frutero colmado de higos, por el vapor que brotaba suavemente de la boca de la tetera, por la taza lista para recibir el agua recién hervida. Y pude ver a mi mamá. Mi mamá llenando un tazón con agua hirviendo y sumergiendo su índice y su pulgar para sacar cuanto antes la bolsita y usarla en otra taza de té. “ (pág. 59-60).

Estela no es una persona fácil. Nadie lo es. Recordemos las piedras en el pisco sour: ¿venganza, rabia? Esto sucede al día siguiente de presenciar a los jefes en plena faena, la imagen la moviliza: ella se toca estimulada por lo visto. Y al día siguiente, explota y agrede a su jefa. También se queda muda después de la muerte de su madre y recupera l< voz con la muerte de la niña. Pero ella es consciente del proceso, su mudez es voluntaria. 

Cristóbal es un neurótico. Exigente con su hija y consigo mismo, rígido, lleno de normas, ambicioso. Cuando le cuenta su secreto a la mujer que le roba y luego a Estela, resulta sorprendente: se trata de un shock emocional que él ha reprimido, un trauma que quizá explica el deseo de fortalecer a su hija, cueste lo que cueste.

Mara es una mujer distante, correcta, fría. Pero no podría decir mucho de ella, su reserva desconcierta, es una mujer lejana, inalcanzable. No hay alegría en esa casa, todo lo que ahí sucede pesa. 

Julia necesita ayuda de un especialista. Su anorexia, los ataques de violencia, su eterno descontento, sus automutilaciones, parecen síntomas de una patología a tratar, un comportamiento auto destructivo. Quiere a Estela porque la necesita, parece un amor útil, descafeinado. Dentro de ese perfil, no es extraño pensar que se suicidó. O por lo menos que lo haya intentado, sin contar con el lazo del vestido que se engancha en el filtro de la piscina. Nunca sabremos qué pasó, Estela presenta el caso como si no hubieran habido testigos presentes, por lo tanto, las lecturas posibles, son pura especulación. 

EL CONTEXTO POLÍTICO

La novela recoge los acontecimientos que se vivieron en Chile a finales del año 2019, hasta entrado el 2020. Las protestas por el aumento de los pasajes, el cuestionado sistema de educación y salud pública, las dificultades de vida de un porcentaje muy alto de la población, y otras causas dieron origen a una explosión de violencia que paralizó el país. Este es el momento que elige la narradora chilena para situar su historia. Cada vez que ponen la televisión o escuchan la radio en la casa de la familia, tenemos presente este descontento, esta ira, estas quejas amargas. El ambiente de tensión es una amenaza constante, un ruido de fondo potente.

También aparece la delincuencia, fenómeno presente en Santiago desde hace algunos años. La gente vive con miedo, protegiéndose como puede de posibles robos en las viviendas, me refiero a cierta paranoia motivada por casos conocidos. En Limpia la delincuencia tiene dos facetas: la mujer que le quita el dinero y las tarjetas a Cristóbal y como consecuencia de ese hecho, los encapuchados que aparecen en la casa para robar. El veneno del resentimiento social se palpa claramente con el escupitajo del ladrón en boca de Estela. Todos estos elementos contribuyen al realismo del texto.

LA VOZ NARRATIVA

Quien narra la historia es Estela, la empleada que emigra desde el Sur para trabajar en la capital y ayudar económicamente a su madre. Es una narración en primera persona: Estela cuenta su experiencia, la sorpresa y dificultad de los cambios, la ausencia de su madre, las relaciones familiares en su nuevo hogar, los recuerdos que la habitan, su desadaptación a un medio extraño, el afecto por esa niña extraña, las tareas rutinarias y poco atractivas que debe realizar, su soledad. El foco narrativo está en la casa donde trabaja, y concretamente en la niña a quien atiende y cuida. El desenlace debido a la muerte de Julia significa el final de su sueño, el fracaso de su misión. Es una narración subjetiva, teñida de su mirada, no conocemos otro punto de vista ajeno a Estela. Ella es el filtro.

La protagonista nos habla desde un lugar en donde está encerrada. Ella piensa que la creen sospechosa de la muerte de la niña, por lo tanto ofrece su versión de los hechos. Y con ese fin, nos suelta toda la historia para situarnos. Su defensa, es el cuerpo de la novela. Yo sospecho que ella está encerrada por otra razón: cuando huye con Carlos, se mezcla sin ser consciente, con los manifestantes que se han rebelado contra el orden. Es en ese contexto en donde ella coge una piedra, como hacen todos, y la lanza. Presumo que es por esa razón que Estela está en prisión, por alteración del orden público, y que ella no es consciente de eso, porque ella sólo tiene en mente la muerte de Julia, el fin terrible de sus siete años en la ciudad. El malentendido queda flotando en el aire. 

Todo le sale mal a esta pobre mujer: pierde a su madre y no la pudo enterrar, pierde a la niña y no la pudo rescatar. Dos imágenes que la retratan: Estela nunca está en el lugar en donde debe estar, tampoco en el momento oportuno.

Sorprende su lenguaje, ella se expresa con gran corrección, es consciente de la situación y se ufana de esa característica suya que en principio no coincide con su propia historia. Cuando la niña usa una palabra incorrecta, el padre corrige a Estela, como si fuera ella la fuente de la incorrección. Esta actitud la humilla. La rebela porque es injusta, ella jamás diría algo similar:

“Pues bien, la niña sentada a la mesa, frente a su padre y su madre, había dicho “hubieron” y de inmediato el señor me llamó al comedor.
Estela, eso dijo.
Se dice hubo, la palabra correcta es hubo.” (pág. 66).
“Les incomoda mi voz, ¿me equivoco? Hablemos de eso, de mi voz. Esperaban otra, ¿no es verdad? Una más mansa y agradecida. ¿Están registrando mis palabras? ¿Están grabando mis digresiones? ¿Qué les pasa ahora? ¿La empleada tampoco puede usar la palabra digresión? ¿Me prestarían el listado de palabras suyas y mías? (pág. 65).

Insiste que su madre le enseñó a expresarse bien, enriqueciendo su vocabulario. Hay quien pueda decir que son un poco forzadas estas formas para una persona criada en el campo, pero yo creo que el mundo está lleno de excepciones. O eso quiero creer. En este caso, es una singularidad del personaje, no lo encuentro falso. Estela es un ser único, si no la vemos así no hay novela que valga la pena, Limpia sería un producto fallido. Y no lo es. 

Los textos han sido tomados de la Edición de Penguin Ramdon House  para Lumen.