Después de un verano de lectura infructuosa, al punto que no recuerdo ni autores ni títulos, cayó en mis manos La mujer de papel. Su autor, Rabih Alameddine, (Jordania 1959, libanés que escribe en inglés) tiene talento como narrador de historias, pero su mayor acierto en esta novela es la creación de la protagonista, Aaliya y su pelo azul, una mujer de 74 años, mezcla explosiva de cabeza y corazón. Me gustaría dedicar la primera parte de este análisis a ella:
PERSONAJE
Entrañable, inteligente, irónica, esta señora de avanzada edad, despierta en los lectores la pasión por vivir sin concesiones, sin antagonismos, en el silencio de su modesto hogar, dueña y señora absoluta de sus placeres y su tiempo. Usando la primera persona, Aaliya nos introduce en su mundo, nos invita a compartir su cotidianidad, con delicadeza y sabiduría. Me gusta porque no hay ideología en este texto, ella no pretende dar ejemplo de nada, solo la mueve el deseo de asumir su libertad individual sin molestar a nadie. Aaliya se mueve en un mundo libanés conservador, con muchos prejuicios de clase y religión, y con una inestabilidad política que causa estragos en la ciudad y en el espíritu de las gentes.
Hija única del primer matrimonio de su madre, con varios hermanastros varones menores que ella, su insignificante lugar en el núcleo familiar no le concede ningún derecho. La obligan a casarse a los 16 años, como resultado tendrá que dejar la escuela por su nuevo estado, pero muy pronto –suerte para ella- su matrimonio sin amor resulta un desastre. Su marido, un tipo gris sin muchas luces, le anuncia un buen día que ha obtenido el divorcio, un regalo inesperado para Aaliya: queda libre para administrar su soledad. En una familia musulmana, el marido pudo haberse casada con otras y sumar mujeres al grupo familiar, pero al partir él, ella gana un tesoro: encuentra el espacio soñado para dedicarse a su gran pasión, la literatura. Devora libros, trabaja en un librería y se dedica a traducir al árabe obras del francés y/o inglés. El manejo de los idiomas parece ser parte de su educación escolar, pero en lo demás, esta infatigable mujer es una autodidacta. Su sed de conocimiento la lleva a descubrir autores importantes y difíciles y aprende intuitivamente a saborearlos. Se introduce también en la música clásica; la deslumbran creadores y ejecutores, valora los detalles y sus aportes, disfruta con la belleza y la calidad de las obras:
“Siempre he sido autodidacta, y utilicé esa tienda para aprender. Y cuando aquel hombre abrió su negocio, yo sabía muy poco de música. Me guiaba por las referencia que aparecían en las novelas que leía… …Cuando tenía treinta años, al único que entendía era Chopin, el glorioso Frédéric. Para agradecerme que le hubiera ayudado a encontrar un libro raro, un estudiante universitario me hizo un regalo de un valor incalculable: un álbum doble de Arthur Rubistein interpretando a Chopin. Por aquel entonces yo no tenía tocadiscos, así que tuve que ahorrar para poder escucharlo. En cuanto lo escuché, el espíritu de Arthur entró en mi casa. Puse el disco una y otra vez. Me compré utensilios de limpieza para discos. Una vez por semana pasaba con mucho cuidado la gamuza húmeda para asegurarme que podía seguir escuchándose toda una eternidad. Durante años fue el único disco que tuve, y la única música que escuchaba. Seguramente todavía puedo silbar la melodía de la balada No. 1 en sol menor sin necesidad de pensar en ella. Me volví adicta a Chopin.
Incluso hoy día pienso que, aunque nunca hubiera escuchado nada más, seguiría considerándome una persona afortunada…” (pág. 105).
El mérito de Alameddine, es que Aaliya es una mujer cercana y creíble, no hay nada falso en ella. Tampoco parece una creación arbitraria del autor que idealiza a su personaje, al contrario: nos convence de su búsqueda, nos seduce con su encanto, subraya la lucidez de sus comentarios y su buen humor. Y a pesar de ser un personaje potente, no veo arrogancia en esta mujer, ni intención de apabullar a nadie con la cultura adquirida, sólo la anima el deseo de compartir sus hallazgos. Elegir estas cualidades para crear un personaje sin caer en el sentimentalismo, o la impostura, no es tarea fácil. Quizá porque Aaliya tiene zonas oscuras también, defender su libertad implica renunciar a la solidaridad, no acoger a su madre vieja; no, en este aspecto no es generosa, se centra en sí misma, su actitud es defensiva: cree que es la única forma posible de ser feliz.
Esta mujer tan dueña de sus decisiones, sólo se culpa por el suicidio de su amiga Hannah, reconoce que no fue capaz de prevenirlo. Sumida en sus traducciones, lecturas y su trabajo en la librería, no captó el malestar existencial de su única amiga. Esta será su gran pena y su pecado. Hannah no sólo fue su gran amiga, era su espejo:
“Hannah fue la primera persona que quiso tenerme en su vida, la primera que me eligió.” (pág. 228).
Aaliya intenta dibujar su propia identidad. Rechaza aquello que le hubiera tocado vivir como una mujer divorciada en Beirut entre guerras. Se empeña, de manera consciente, en labrar su propio camino. Ahí radica la fuerza que la lanza a disfrutar de la literatura y a levitar con la buena música, pero para que esto sea posible, necesita alejarse de la gente que la rodea: familia y vecinas; ellos la apartarían de su camino. Justamente, por eso nace su amistad con Hannah: tampoco estaba casada, se prometió al teniente por decisión propia escuchando a su corazón, no al del teniente, asume a la familia del muerto como si fuera la suya, etc. Hannah es otra mujer que se mueve en un mundo paralelo, diseñado por ella. Desde este ángulo, me parece acertada la evolución de la relación que tiene con sus vecinas, las brujas, como ella las llama. Estas mujeres que son amigas y compañeras le recuerdan lo que debió ser, o mejor dicho, aquello de lo que huye. El aislamiento le resulta obligatorio, no puede contaminarse.
Me gusta, por auténtica, su negativa a acoger a su madre, nunca se han llevado bien, no quiere tenerla cerca. Pero es una postura osada, socialmente podrían juzgarla por mala hija, sin embargo sus vecinas, aquellas brujas, la apoyan y la protegen de la posible invasión. En realidad, la defienden. Como la defendió Fadia cuando disparó a los tipos que pretendieron entrar en su casa. Por eso el final me parece interesante, no es un final feliz hollywoodense, eso estaría reñido con Aaliya, pero hay una nueva mirada. Gracias a la inundación, Aaliya se desnuda ante las brujas, y se maravilla al mismo tiempo, de lo bien que esa extraña comunidad funciona. Es cuando se produce “la epifanía” tan criticada: acepta la ayuda, las mira con otros ojos, y al hablar de sus traducciones con ellas se libera, abandona los límites que se había trazado, se plantea nuevas metas. Es final feliz, pero no edulcorado. Se trata de un paso adelante, comienza una nueva etapa y es consciente del cambio:
“Consideraba que mi singularidad era una virtud, que me protegía de sucumbir a las locuras y de los estados de ánimo colectivos, que me ayudaba a flotar sobre las aguas turbulentas de la familia y la sociedad. Ese era, y es, mi mecanismo de supervivencia. Pero ahora me está fallando. Y no solo ahora. Últimamente no consigo mantener la farsa, no consigo proteger adecuadamente mi corazón. (pág. 207).
LA CIUDAD
Beirut es el escenario, la mirada del narrador destila amor por la ciudad y dolor por el deterioro causado por las guerras y la ineficiencia de los gobiernos locales. Las descripciones son magníficas, Aaliya pasea por sus barrios y el lector la acompaña; ese deambular permite que podamos intuir el caos del tráfico, el abandono de sus calles, la belleza de algún lugar, incluso la pobreza de los barrios de los refugiados. Los ruidos, la luz, el sol apabullante, todas esas particularidades queridas –porque son parte de su historia- y detestadas al mismo tiempo, por la decadencia y abandono en que Beirut se ha sumido:
“Beirut es la Elizabeth Taylor de las ciudades: loca, hermosa, hortera, ruinosa, envejecida y siempre cargada de dramatismo. También se casará con cualquier pretendiente enamorado que le prometa hacerle la vida más cómoda, por muy inadecuado que sea.” (pág. 102).
Por momentos la ciudad emana poesía, la mirada de la narradora se vuelve personal, elementos interiores transforman el aspecto físico, la imagen que describe es subjetiva:
“Si bien la mayoría de la gente os dirá que prefieren la ciudad en las tardes de primavera, cuando llena sus pulmones de un aire salobre, cuando empiezan a florecer las buganvilias, moradas y carmesíes, las glicinas, blancas y azul lavanda; o en los atardeceres de verano, cuando el agua se engalana con atavíos dorados y violetas tan vibrantes que la ciudad se mece prácticamente sobre su promontorio, yo la prefiero, con esta luz tenue, bajo nubes grises y turbias cargadas de lluvia que aún no la descargan, cuando el aire neutro da contraste a los auténticos colores de la ciudad. Esas nubes me impiden vislumbrar el destellante blanco de las cimas de las montañas, pero a cambio me ofrecen unas vistas espectaculares de la ciudad.” (pág. 259).
El desplazamiento de Aaliya es un acto de posesión. Ella se apodera de su ciudad, la hace suya. Un gran acierto del escritor libanés que convierte el texto en algo dinámico, el aire y la vida circulan, se mueven, las calles están llenas de gente, los beirutíes se ventilan. La protagonista y la ciudad se observan, se abrazan, se dan la espalda, se distancian pero nunca se ignoran. Son dos caras de la misma moneda. Incluso la visita al barrio mísero de Ahmad está descrito con cariño, ahí se apiñan los inmigrantes que no tienen otro lugar.
La observación de lo que sucede a su alrededor puede provocar en Aaliya un análisis social de la vida que muda, porque la historia se escribe día a día, y de cualquier incidente uno aprende algo. Por ejemplo cuando es testigo de un accidente: un coche moderno con un chófer agresivo embiste con desprecio a una carreta tirada por una mula:
“Incluso entonces comprendí que estaba viendo algo extraordinario; la nueva Beirut chocando contra la vieja, el conductor joven y el viejo vendedor ambulante, la embestida de la modernidad, rojo y verde sobre un coche naranja, acero alemán mezclado contra pino libanés, y todo el mundo conmocionado. Estaba embelesada, queridos, embelesada.” (pág. 261).
EN LO FORMAL
El tono es muy variado. Aladdine despliega gran versatilidad a la hora de elegir sus registros, salta de la introspección al lirismo que brota del mundo interior, combinado todo ello con una mirada poética, y, lo más importante, aquello que es su característica: oportunos toques de humor. La protagonista es una mujer cascarrabias, a veces, tremendamente divertida, otras. El tono se transforma sin brusquedad, y esa dinámica tan vital impregna al texto de naturalidad y encanto.
Las descripciones son magníficas, cuando el ojo de Aaliya se detiene en algo, percibimos la riqueza de los matices, todo detalle cuenta y significa algo, todo puede ser bello o feo según el ánimo o las circunstancias. La subjetividad del personaje lo impregna todo. Sin embargo sus descripciones son más realistas que caricaturas. Es muy directa, pero su prosa está llena de sentimientos. Veamos algunos ejemplos:
“Se presenta negro de rabia en el umbral, con dos maletas anticuadas, viejas pero bien conservadas. Su arrugada cara está desfigurada por la gordura y la emoción desatada, el cuerpo deformado por el peso de las maletas. Resopla y jadea, mostrando la ira de Aquiles y el rostro del cerdito. Su cuadrada cabeza, su cara y su cuello se cubre de manchas rojas, parece una figura cubista, abotagada y saturada de calor. Entra como un vendaval y suelta las maletas, que golpean mi suelo con fuerza.” (pág. 77).
Generalmente, la descripción minuciosa da pie a una reflexión, en realidad concluye con un análisis respecto a lo que observa, el foco salta de fuera hacia adentro -del otro o lo otro- hacia el interior de la protagonista:
“El aire invernal tiene un color metálico, a bronce. Bajo la luz rojiza del atardecerla ciudad centellea débilmente, excepto un gran edificio cuadrado de color cemento, que absorbe y se traga todo el color circundante Tiene un nombre, y lo proclama con letras de tamaño de una persona: The Garden Center; sin embargo, cerca de él no hay ni una brizna de hierba.” (pág. 115-6).
“Mi madre, vestida de negro de pies a cabeza, alarmantemente frágil, está encorvada, como si hubiera salido de una pintura negra de Goya (¿Peregrinación a la fuente de San Isidro?). La cara muestra esa palidez típica de la piel no expuesta al sol desde hace largo tiempo. Todavía lleva el pelo teñido de negro, descolorido, con un dedo de raíces blancas. Apenas puede alzar la cabeza, respirar le supone un esfuerzo, como vivir. Las líneas de su cuerpo, de su contorno, parecen haberse diluido; durante un instante, por incongruente que resulte mientras la luz entra por la puerta le da en la espalda, tengo la impresión de que puedo ver su parte delantera y su parte trasera a la vez. Se me abre la boca, se me hunden los hombros. La mente se me congestiona, abarrotada de sentimientos y pensamientos que no puedo formular claramente ni con suficiente habilidad. Hacía mucho tiempo que no la veía. Había olvidado cómo se me embarulla el cerebro cuando estoy con ella.” (pág. 84).
Celebro la buena dosis de humor, Alameddine es un escritor risueño. O Aaliya lo ha convertido en un hombre risueño. Es un humor sin acidez, más que ironía, se detecta disfrute y gusto por la diversión, no en su aspecto banal o frívolo, sino más bien es un humor natural, que fluye como el aire. Más lúdico que filosófico, más femenino que masculino. El texto es juguetón, las guerras ni los problemas existenciales pueden tapar esta faceta liberadora. Y ese es el sello de La mujer de papel. Un derroche de gracia en estado puro. Más mucha cabeza, por supuesto, hay mucho contenido en esta maravillosa novela.
Algunos ejemplos del humor:
“Me distrae el graffiti de una tapia que hay en el callejón de la izquierda. Describe con claridad lo que al veloz ensayista le gustaría hacerle a Condoleezza Rice y en qué posición (pista: estilo canino). (pág. 218).
“… esta ruinosa casa de estilo otomano con su arcada triple y su cubierta de tejas rojas destaca tanto como una mujer en el Parlamento.” (pág. 260).
“Debía de sentirse culpable por la muerte de mi padre. Si hubiera sido mejor esposa, más competente, no se lo habían arrebatado. Si hubiéramos practicado el sati, se habría arrojado a la pira de cabeza con un doble salto mortal.” (pág. 278).
En la única escena erótica, cuando Aaliya vende su cuerpo a Ahmed para conseguir un arma, el revolcón termina con el fornido amante sacándole espinillas de la espalda. Una ducha de agua fría a la sensualidad, una carcajada a la violenta situación. Totalmente inesperada esta salida de tono, pero dulcifica su entrega.
LA IMPORTANCIA DE LA LITERATURA
Este tema es el eje de esta novela, y por eso el Título: La mujer de papel. Aaliya es una mujer que ha hecho de la literatura su alimento, de ella se nutre, a ella dedica su pasión por las traducciones, y es, también, su más sagrado refugio. Los diferentes autores que menciona constantemente, son compañeros de vida: de ellos recibe las ideas, de ellos graba sus palabras, sus historias son inspiradoras, su corazón está lleno porque cuenta con ellos. Esto es algo único, un personaje literario tan literario; la literatura para Aaliya es una adicción. A pesar de que ha dedicado sus días a traducirlos, ella no ha intentado ganar dinero con esta actividad, la mueve el placer de volcarse en sus obras y recibir toda la energía que mana de sus textos.
Esta mención constante a los literatos puede parecer inapropiada, quizá, para ciertos lectores. A mí me ha encantado. Es una característica original y brota de manera espontánea del personaje. Aaliya ha cultivado ese gusto por la literatura, lo ha elegido, le ha dedicado todo su amor y ha sido su salvavidas. Me parece una elección creativa, muy personal, tanto que la define a ella: una mujer de papel, esa es su esencia.
EL CONTENIDO
Pero ni la historia del personaje ni el escenario libanés, serían tan potentes sin la cantidad de valiosas reflexiones que abundan en este texto. Rabih Alameddine, ha creado no sólo a un personaje atractivo, sino que ha creado un mundo que se sostiene, en donde las reflexiones de Aaliya forman el cuerpo de la novela. Elijo unas cuantas de manera arbitraria, hay muchas:
“De todos los placeres deliciosos que mi cuerpo ha empezado a negarme, el sueño es el más valioso, el don sagrado que más añoro. Del sueño profundo solo conservo el hollín. Duermo a trompicones, si es que duermo. Cuando hacía planes para mis últimos años, no contaba con pasarme las noches en mi dormitorio a oscuras, con los párpados entreabiertos, recostada en almohadas que no se pueden mullir, asistiendo al desfile de mis recuerdos…
…Dormía en un sofá, en una cama, en una silla. Se me borraban las arrugas de la cara, cada débil tic tac del reloj me rejuvenecía.. ¿Por qué será que a la edad que más necesitamos los poderes curativos del sueño es cuando menos acceso tenemos a él?”. (pág. 32-3).
“Cuando los trenes circulan con puntualidad (cuando los trenes circulan, punto), cuando suena el tono de marcar nada más que descolgar el auricular, ¿se vuelve la vida más predecible? ¿Se aburren los alemanes con tanta fiabilidad? Explica eso La montaña mágica?
Es menos emocionante la vida si tus vecinos son razonables, si no bombardean tus centrales eléctricas cada vez que consideran que necesitas una advertencia? ¿Es menos apasionante la vida si no hacen temblar tus ventanas y tus nervios con ataques indiscriminados solo porque pueden hacerlo?”. (pág. 65-6).
“Los hijos de Fadia deben ser las personas mejor educadas de Oriente Próximo (lo que no es decir mucho), pero también son los seres humanos más absolutamente aburridos del planeta. Fadia implantó la buena educación en sus células, insistió en los buenos modales a lo largo de toda su infancia. Les soltaba tantos sermones que una vez Joumana la llamó la profesora de homilética. Los niños crecieron avergonzados de su madre, por no decir horrorizados. Fadia los crió con la obsesión de que todos tuvieran una vida mejor y lo que consiguió fue dejar de tener un lugar en sus vidas.” (pág. 126).
“Esto lo he leído esta noche en Microcosmos:¿Por qué tanta lástima por los asesinos que llegaron después y ninguna por los de antes, que se ahogaron como ratas? Noé debía de saber que con cada criatura, humana o no, el mal entraba en el arca.” (Pág. 283).
Hay novelas que nos seducen y ni siquiera podemos estar seguros por qué producen ese efecto en nosotros, he intentado demostrarlo con este análisis. La mujer de papel quedará grabada en mi memoria por sus muchos aciertos y por el placer que me ha producido leerla.
Los textos han sido tomados de la edición Debolsillo, mayo, 2003. Traducción de Gemma Rovira Ortega.