Con fuerza y autenticidad, Emilia Pardo Bazán (La Coruña 1851- Madrid 1921) escribe esta magnífica novela situada en la Galicia rural, en la segunda mitad del siglo XIX. Son muchos los logros de una mujer valiente que logró conquistar un espacio en el medio literario español, a pesar de la fuerte oposición que tuvo que enfrentar. El mundo de aquella época no aceptaba la dedicación profesional de una señora cuyo lugar, pensaban, estaba entre las cuatro paredes de su casa. La Pardo Bazán se puso el mundo por montera y nada ni nadie consiguió pararla. Su vida es un ejemplo de esa lucha, y al mismo tiempo del disfrute de su imparable actividad. Era culta, dominaba idiomas, se mostraba inquieta y curiosa por todo: la ciencia, la moda, la cocina, y la vida cultural más allá de sus propias fronteras. Viajera, amiga de los escritores franceses de su época, creó una revista con el dinero que heredó de su padre, fundó la Biblioteca de la Mujer para editar libros dirigidos a ellas, se convierte en la primera mujer que tuvo una plaza como profesora en la Universidad Complutense de Madrid y la primera que dirigió la sección de literatura del Ateneo de Madrid, centro neurálgico de la vida intelectual española en el siglo XIX. Detractores tuvo varios, escritores como Alas Clarín, Menéndez Pelayo o Valera, pero también admiradores como Pérez Galdós y Lázaro Galdiano. Alentada por su enorme curiosidad, su entrega al trabajo y su pasión por la vida, Emilia Pardo Bazán publica Los pazos de Ulloa en 1886, tenía 36 años: hoy su novela es considerada un clásico, lectura obligada para cualquier amante de la literatura en español. Escribió también poesía, artículos periodísticos, cuentos y otras novelas.
Son varios los temas hábilmente entrelazados:
EL ELEMENTO HISTÓRICO
La narradora recrea la decadencia de la aristocracia provinciana, el esquema cultural clasista y conservador que la aúpa como clase dominante a pesar de su pobreza: el machismo que otorga a los hombres privilegios exclusivos, la falta de educación para liderar el desarrollo económico, social y cultural que debería ser su responsabilidad y la ausencia de estímulos para dedicarse a cualquier actividad que no sea la caza, el ocio o la religión. La visita a la casa de los señores Limioso, es una muestra del colapso social y económico de los antiguos señores locales. Negándose a adaptar sus costumbres a los nuevos tiempos, terminan por ser caricaturas de sí mismos. Algo similar le sucede al Marqués de Ulloa: incapaz de asumir su hacienda y sus responsabilidades, se entrega voluntariamente a Primitivo. Le resulta más sencillo depender de él que tomar las riendas de su vida, la falta de perspectiva define a este personaje, cuando Nucha le da una hija y no un heredero, tiene la misma actitud: abandona, se frustra, rompe lazos.
Pardo Bazán describe también la situación política de los turbulentos años del reinado de Isabel II en la provincia, los caciques mandan en las zonas apartadas de las ciudades, la violencia que ejercen y la manera abusiva e injusta con que resuelven los problemas locales: se falsean los datos electorales, el poder se compra y se vende al mejor postor, se asesina a los traidores incómodos.
Insiste en el poder de los miembros de la Iglesia local, señala a los clérigos que ostentan privilegios y que descuidan sus labores espirituales para servir a los amos. Emilia Pardo Bazán era católica, a pesar de que tiene una mirada crítica en este sentido -es abusivo y poco cristiano que la Iglesia funcione así- no va más allá, ella sabía, y yo intuyo que estaba de acuerdo en que la religión era parte importante de la cultura española. Julián, joven iluso alejado de la vida real, es el único de este gremio que tiene claro que existe el bien y el mal, pero no es capaz de liderar un cambio. Es un hombre apático, falto de mundo, sin recursos para hacer ninguna transformación a su alrededor. Julián se convierte en un elemento trágico en esta historia: por ayudar a Nucha a escapar produce el desenlace fatal.
PERSONAJES
Pero eso no es todo: Pardo Bazán nos presenta también la vida emocional de sus personajes, sus necesidades y los vacíos que experimentan, los fracasos de sus planes, la maternidad vivida de diferente manera por las dos mujeres -Nucha y Sabel- la confusión de Julián que intenta proteger a Nucha sin darse cuenta de cuánto se involucra afectivamente en esta relación.
La mayoría de críticos coinciden en señalar a Julián como el protagonista. Yo no estoy de acuerdo con esa postura: creo que Don Pedro Moscoso es el personaje principal y ésta es su historia. Ya hemos señalado varias características suyas, si nos remontamos a su pasado (y aquí el supuesto naturalismo de Pardo Bazán insiste en tomar en cuenta estos datos) el chico fue educado para no hacer nada. Su madre escondió su oro y su tío le enseñó a vivir de las rentas de la tierra, pero no a crear riqueza. La falta de valores en su vida lo pierden, no sólo que no aprovecha su buena situación en el mundo: se arruina. Nada de lo que dice este personaje es interesante. Su relación con Sabel tiene un componente animal dominante: satisface sus deseos y la maltrata, igual que a su hijo Perucho. Tampoco sabe querer a Nucha, a quien elige no porque le gusta sino por seguir el consejo de Julián y la promesa de la herencia de la tía, sólo necesitaba de ella un heredero. Claramente, Pedro Moscoso representa la decadencia de una clase social. Su tío, en la ciudad, parece mejor persona, sin ser una estrella es un hombre más cultivado, ha creado un ambiente familiar alrededor suyo, cosa que lo sitúa en otro nivel.
Julián es el personaje que permite que el relato suceda. Si él no hubiera llegado a los Pazos, otra novela tendríamos. El hecho de venir de la ciudad, de ser un iluso, un desadaptado, temeroso y cobarde, lo convierten en el hazmerreír de todos. Pero son sus decisiones las que desencadenan la crisis. Es él quien recomienda al Marqués buscar esposa entre las mujeres de su familia, y señala a Nucha como la mejor opción, con gran falta de criterio. Y luego, su deseo de protección a Nucha/víctima, despierta absurdos celos en su marido, celos que conducen a su expulsión de los Pazos.
Don Julián es, a veces, patético: por su inocencia, su candor, termina haciendo el ridículo. Su bondad no aporta luz, no conduce a nada bueno. Me parece interesante que aparezcan sus sueños y pesadillas, es el único personaje de quien conocemos algo de su inconsciente: sus miedos, sus carencias afectivas, su falta de acción. Una excepción en este sentido sería cuando, al final de la novela, Nucha expresa su angustia y vulnerabilidad e imagina que pasan cosas alrededor suyo, una suerte de paranoia que la consume.
Nucha es la víctima. No aspiraba a casarse con su primo, fue un acto de obediencia al padre. Jamás encontró reposo, ni cariño, ni un lugar en los Pazos. Es una pobre chica desorientada. Llama la atención que no recurra a su familia, no pide ver a su padre y/o hermanas, no se siente con derecho a nada. Al no parir un varón, se convierte en un despojo, y cuando recurre a Julián para escapar, vuelve a fracasar. Sin embargo, y a pesar de todo, no es un personaje que despierte ternura. Pardo Bazán la deja ser, y eso es un logro, no la protege ni la explica. Esto me recuerda a Madame Bovary: Emma toma las riendas de su vida y se entrega al amor adúltero porque así lo desea, pero Flaubert no la excusa, ni intenta perdonarla, ni busca argumentos a su favor, en ambos casos las dos mujeres “bailan solas” sin el apoyo de la mano del narrador.
Primitivo, Sabel, los señores de la vecindad del Pazo, los caciques locales, Perucho, todos ellos ayudan a recrear la vida en el medio rural. Un mundo oscuro, muy primario, sin valores ni ley moral. El retrato que hace la escritora gallega es contundente, señala la ruina de una sociedad cerrada al mundo, atrapada en sus propias normas caducas. Una buena muestra de esta percepción es el clasismo declarado de Julián: que Sabel sea una una persona de origen humilde la convierte en mujer indigna para el marqués. O su reacción ante el abuso de forzar al ama a alimentar a la hija de Nucha abandonando a su propio bebé:
“Mire usted qué más querrá la hija de Felipe que servir de ama de cría en esta casa. Bien mantenida, bien regalada, sin trabajar… Figúrese. (pág. 281).
EN LO FORMAL
Trasladar el foco narrativo del Pazo a Santiago, capital de la provincia, enriquece la perspectiva: son dos realidades distintas que parecen mundos extranjeros, nada es igual en la casona y en el campo, ni siquiera el comportamiento de las mujeres. En el Pazo, Nucha es una servidora de su marido, sin voz ni voto. En la ciudad, las hermanas se divierten con el primo, coquetean, le toman el pelo, se dejan seducir y seducen sin remordimiento. En el campo, Pedro Moscoso recibe a sus amigos en la cocina descuidada y caótica, lo único que importa es el puchero caliente y que no falte vino. En Santiago, Don Pedro va al Casino si quiere ver gente, se lava y se viste bien pero se aburre porque le falta la amplitud del horizonte, los perros, las liebres, el aire del campo.
Celebro la capacidad de la autora para crear atmósfera: la fiesta local con comilonas y bailes en Naya, las visitas a los aristócratas locales en sus mansiones desvencijadas, la alegría de los cazadores en la cocina del Pazo en donde dan rienda suelta al compañerismo y la pasión compartida, el recato de Nucha en su habitación sin soltar a su niña rodeada de fantasmas, el delirio de Julián por proteger a Nucha y sus miedos que le impiden reaccionar, las conversaciones de los señorones en las mesas del bar del Casino… En cada lugar tenemos sensaciones distintas y muy reales.
A pesar de haber sido autodidacta, Pardo Bazán es una narradora con recursos, está cómoda en varios registros, entregada siempre, llegando al fondo de las cosas. Transmite brutalidad cuando el Marqués emborracha a su hijo pequeño con el beneplácito de su abuelo y la complicidad del abad, se sumerge después dentro del mundo interior de Julián quien no termina de creer lo que está pasando; luego nos llevará a la plácida contemplación de la campiña gallega.
No quisiera entrar a la discusión de si era naturalista al estilo de Zola, a pesar de su catolicismo que estaría reñido con esta postura en donde el determinismo es la clave; o realista como Pérez Galdós, por huir de las etiquetas que ella no se merece. Emilia intentó recrear un mundo que conocía, y para hacerlo se sintió libre, sin ataduras de ninguna clase. Por esa misma razón ella interviene en la narración aportando su punto de vista, algo que los realistas, siguiendo a Flaubert, evitaban rigurosamente buscando la mayor objetividad posible. Veamos un ejemplo:
“Pasados los dos o tres primeros meses de lactancia, el genio de los niños se agria, y sus llantos y rabietas son frecuentes, porque empiezan los fenómenos precursores de la dentición a molestarles.” (pág.336).
Es una opinión de la narradora, no es la expresión de ninguno de los personajes. Esta actitud, que se repite a lo largo del relato, estaría reñida con el realismo del XIX que exigía imparcialidad absoluta de parte del autor.
Su prosa es vital, rica en su variedad. A veces encontramos chispazos de humor, la presentación de la jueza de Cebre, es realmente cómica:
“… acababa de embutir su respetable humanidad en el corsé y, sin embargo, no había logrado abrochar los últimos botones del corpiño de seda: el moño postizo, colocado a escape, se torcía inclinándose hacia la oreja izquierda: traía un pendiente desabrochado, y no habiéndole llegado el tiempo para calzarse, escondía con mil trabajos, entre los volantes pomposos de la falda de seda, las babuchas de orillo.” (pág. 266).
En algunos párrafos en donde la dulzura de la maternidad es desbordante, la hija de Nucha vuelve locos de amor a Julián y a Perucho. El lenguaje, en estos casos, tiene un matiz diferente:
“Ya le apoyaba un dedo en el carrillo, para provocarla a risa; ya remedaba a un lagarto arrastrando la mano por el cuerpo de la nené arriba, e imitando los culebreos del rabo; ya se fingía encolerizado, espantaba los ojos, hinchaba los carrillos, cerraba los puños y resoplaba fieramente; ya, tomando a la nena en peso, la subía en alto y figuraba dejarla caer de golpe sobre las espigas.” (pág. 400).
La observación de la naturaleza imprime un fino lirismo, como en esta escena de caza:
“No, no se pararán. Acaso el instinto de cobardía propio de su raza les moverá a agazaparse breves minutos detrás de un arbusto o una peña; pero al primer imperceptible efluvio amoroso que les traiga la cortante; al primer hálito de la hembra que se destaque del olor de la resina exhalado por los pinares, los fogosos perseguidores se lanzarán de nuevo y con más brío, ciegos de amor, convulsos de deseo, y el cazador que los acecha los irá tendiendo uno a uno a sus pies, sobre la hierba en que soñaron tener lecho nupcial.” (pág. 334).
En otros momentos, la prosa recupera una gran energía, el tiempo narrativo de pronto se acelera, el mundo se convierte en movimiento y acción, de esa manera se sugiere la ansiedad del personaje, Perucho en este caso:
“Rebotó como una pelota por entre las nudosas cepas; brincó por cima de los muros de piedra que las sostenían; salvó como una flecha sembrados de maíz, metióse de pata en los regatos, mojándose hasta la cintura, por no detenerse a seguir las posaderas de piedra; salvó vallados tres veces más altos que su cuerpo; cruzó setos, saltó hondonadas y zanjas…” (pág. 396).
Sus descripciones son minuciosas y pasan del aspecto físco a lo que hay dentro:
“Viéndolos juntos, se observaba extraordinario parecido entre el señor de la Lage y su sobrino carnal. La misma estatura prócer, las mismas proporciones amplias, la misma abundancia de huesos y fibra, la misma barba fuerte y copiosa; pero lo que en el sobrino era armonía de complexión titánica, fortalecida por el aire libre y los ejercicios corporales, en el tío era exuberancia plétora; condenado a una vida sedentaria, se advertía que le sobraba sangre y carne, de la cual no sabía qué hacer; sin ser lo que se llama obeso, su humanidad se desbordaba por todos lados; cada pie suyo parecía una lancha, cada mano un mazo de carpintero. Se ahogaba con los trajes de paseo; no cabía en las habitaciones reducidas; ; resoplaba en las butacas del teatro, y en misa repartía codazos para disponer de más sitio. Magnífico ejemplar de una raza apta para la vida guerrera y montés de las épocas feudales, se consumía miserablemente en el vil ocio de los pueblos, donde el que nada produce, nada enseña, ni nada aprende, de nada sirve y nada hace.” (pág. 207).
“Lo que más cautivaba a su primo, en Rita, no era tanto la belleza del rostro, como la cumplida proporción del tronco y miembros, la amplitud y redondez de la cadera, el desarrollo del seno ,todo cuanto en las valientes y armónicas curvas de su briosa persona prometía la madre fecunda y la nodriza inexhausta”. (pág. 211).
Por todas estas razones, Emilia Pardo Bazán es una escritora de culto. Yo diría que junto con La Regenta de Alas Clarín, y Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós, pertenece al trío de las mejores novelas españolas del siglo XIX.
Los textos han sido tomados de la Edición de Marina mayoral, Editorial Castalia.