Middlesex

Jeffrey Eugenides

Autor: Jeffrey Eugenides

Tres son los temas que intercala con maestría el escritor norteamericano Jeffrey Eugenides en esta extensa novela, ganadora del Premio Pulitzer del año 2002: la problemática sexual de Calíope/Cal -su protagonista hermafrodita-, la inmigración -y posterior integración- de los griegos de Esmirna a los Estados Unidos después de la guerra con Ataturk en 1922, y el desarrollo de un país joven y pujante como fue Estados Unidos en el siglo XX.

Si Middlesex se hubiera centrado solamente en el llamado tercer sexo, creo que a parte de despertar cierta curiosidad -por lo diferente y raro que suele ser- no hubiera llegado a recrear el mundo norteamericano con su complejidad social, política, étnica, lingüística y religiosa. El fenómeno del llamado “melting pot” -una nación que dio acogida a muchos inmigrantes que luego se transformaron en fervorosos ciudadanos locales al asumir el sueño americano- convirtió a Estados Unidos en un país poderoso.

Pastoral Americana de Philip Roth, es otro ejemplo en este sentido, aunque en la novela de Roth los inmigrantes son judíos de Europa oriental. Pero la similitud del planteamiento de ambos escritores es notoria, y sus trabajos por lo tanto resultan complementarios.

TRAGEDIA GRIEGA

La narración de Eugenides coquetea con el modelo de la tragedia griega, recreando, de cierta manera, un mito clásico en un contexto moderno: un pueblo obligado a emigrar pero orgulloso de sus raíces y su historia.

Calíope/ Cal recuerda a Tirasias, el viaje de Lefty y Desdémona es un eco del viaje de Ulises deseando llegar a casa ( a pesar de que “casa”, en Middlesex es un país extranjero); Desdémona con su cuchara es la versión moderna de una profetiza y su oráculo, etc.

Si observamos el comportamiento de los personajes griegos en la novela, éstos son radicales y extremos, como personajes de una tragedia clásica. Sus gestos son grandilocuentes, teatrales, simbólicos. El abuelo Lefty perdió el habla cuando nació su nieta, como si hubiera podido ver el futuro que le esperaba a la chica-chico. Más tarde, desbordado por su angustia ante la evidencia de que algo andaba mal (y por consiguiente atormentado por su culpa), pierde la memoria en el momento que presencia el baño de Calíope con su amiga Clementine, indicio de la “desviación” que intuye.

Desdémona también parece una diosa henchida de dignidad y al enviudar se mete en cama para siempre, como si su cama fuera una mortaja que es lo que ella desea: enterrarse y desaparecer. Los gestos de esta mujer -que posee una fuerza interior descomunal- son propios de una Electra desesperada, exagerados por Eugenides con humor y ternura por el personaje. La abuela podría parecer una diosa, por eso le concede atributos divinos, pero luego la humaniza y la coloca en la tierra, muy cerca de su familia, porque la sabe entrañable y cercana:

“-¡CÓMO VAMOS A COMER -aullaba Desdémona tambaleándose por la cocina-. DÓNDE VAMOS A VIVIR! -abrió los brazos apelando a Dios, luego se golpeó el pecho y, cogiéndose de la manga izquierda y desgarrándosela, prosiguió-: ¡QUÉ CLASE DE MARIDO ERES PARA HACERLE ESTO A TU MUJER, QUE TE HA HECHO LA COMIDA Y TE HA LAVADO LA ROPA Y TE HA DADO HIJOS SIN NUNCA PRONUNCIAR UNA QUEJA! -entonces se arrancó la manga derecha-. ¿ES QUE NO TE DIJE QUE NO JUGARAS? ¿NO TE LO DIJE? -A continuación empezó con el vestido propiamente dicho. Mientras cogía el borde con ambas manos, de la garganta empezó a brotarle un ululato ancestral -:¡ULUULUULUULULULU! ¡ULUULUULULUULUULUU
-LU!

Mi abuelo se quedó pasmado al ver a su recatada esposa rasgarse las vestiduras en su presencia, la falda, la cintura, la pechera, el cuello. Con un desgarrón final el vestido se dividió en dos y Desdémona cayó tendida en el linóleo, mostrando al mundo las miserias de su ropa interior, el sujetador reforzado y sujetado con alambre por la parte de abajo, las fúneberes bragas y la desesperada faja cuyas ballenas empezaba a arrancarse en el apogeo de su desmelenamiento. Pero al fin se contuvo. Antes de quedarse completamente desnuda, Desdémona, agotada, se relajó. Se quitó la redecilla de la cabeza y el pelo le cubrió la cara mientras cerraba los ojos. Al cabo de un instante, observó con aire práctico:

-Ahora tendremos que ir a vivir con Milton.” (pág. 269).

Caracteriza a Desdémona una vitalidad casi sobrenatural, sus gestos mueven montañas. Ella podría separar las aguas como lo hizo Moisés, porque tiene poderes que no parecen de este mundo. Desdémona encarna la fuerza femenina que emana de la intuición y que no se detiene hasta comprobar que su mensaje ha llegado tan lejos como tenía que llegar. Así como Penélope teje, ella se abanica. Desdémona sólo busca el bien de los suyos, sus arranques son para enmendar rumbos que podrían ser peligrosos, y causar problemas a sus seres queridos. También se rebela cuando siente que las decisiones familiares se alejan de la tradición griega, porque teme que una pérdida de raíces signifique también una pérdida de identidad:

“Y como mi padre seguía negándose, Desdémona utilizó su arma secreta. Se empezó a abanicar…

Cuando Desdémona se abanicaba, no era una simple cuestión de mover la muñeca de un lado a otro; la agitación arrancaba de lo más profundo de su ser. Se originaba en el espacio entre el estómago y el hígado donde, según me aseguro una vez, residía el Espíritu Santo. Salía de un lugar aún más hondo de donde estaba enterrado su delito. Milton intentó refugiarse detrás del periódico, pero el aire removido por el abanico hacía temblar las hojas. Por toda la casa se sentía la fuerza con que Desdémona se abanicaba; arremolinaba motas de polvo en la escalera, agitaba los visillos y, por supuesto, como era invierno, hacía tiritar a todo el mundo. Al cabo de un rato, parecía que a toda la casa le iba a dar un soponcio. Los movimientos del abanico incluso persiguieron a Milton al interior de su Oldsmobile, cuyo radiador empezó a emitir un ruidito, como un murmullo sibilante.” (pág. 282-3).

Este maravilloso personaje es uno de los ejes de la novela. El narrador concede a su abuela más importancia que a sus propios padres: es la guía, la sabia griega trágica. Desdémona -mujer sencilla, sin educación- posee aquello que el nieto valora: intuición, sabiduría popular, capacidad para sostener a los suyos ante cualquier adversidad. Pero también, por haber vivido plenamente, arriesgándose al límite, tiene un sentido trágico de la vida que trasmite a su nieto: ha sufrido una guerra, ha elegido el exilio, se ha entregado a un amor incestuoso, y teme por sus descendientes porque reconoce su culpa:

“No estoy seguro de que, con una abuela como la mía, pueda llegarse alguna vez a ser un verdadero norteamericano en el sentido de creer que la vida es una búsqueda de la felicidad. La enseñanza que podría extraerse del sufrimiento y el rechazo de la vida de Desdémona era que la vejez no proseguía los múltiples placeres de la juventud sino que era una larga prueba que poco a poco iba robando intensidad a las más pequeñas y sencillas alegrías. Todo el mundo lucha contra la desesperación, pero lo que siempre triunfa al final es eso. Tiene que triunfar. Es lo que nos permite decir adiós.” (pág. 666).

HERMAFRODITISMO COMO FENÓMENO HISTÓRICO

El nombre original que se usa como un adjetivo -hermafrodita- procede de la mitológía griega y es producto de un mestizaje lingüistico: Hermafrodito fue hijo de Afrodita y Hermes y tenía características de ambos sexos.

Calíope nace con esta condición física como consecuencia de un matrimonio endogámico: sus abuelos eran hermanos, sus padres primos. Por eso en Middlesex la Historia es muy importante, en el pasado se encuentran los orígenes de lo bueno y de lo malo, cada ser humano es el resultado de combinaciones anteriores y no se puede sustraer a ellas bajo ningún concepto. Es el punto de partida que sostiene Eugenides como pretexto para su relato:

“Es una historia genética. Yo soy la última cláusula de una oración periódica cuya primera frase se escribió hace mucho tiempo, en otra lengua, y hay que leerla desde el principio para llegar al final, que es mi nacimiento.” (pág. 32).

Las cosas no suceden por azar. Y gracias a este postulado, tenemos una puesta en escena que nos permite conocer hechos históricos como la guerra en Esmirna, las atrocidades cometidas por ambos bandos que no hacen más que recordarnos las atrocidades que se repiten en cada guerra; la partida en barco a los Estados Unidos en condiciones precarias de los inmigrantes, la dificultad de la llegada y las leyes de inmigración, los primeros trabajos que les permitirán sobrevivir, la ayuda de los familiares que los precedieron, etc.

El tratamiento de estos temas es exhaustivo. Eugenides no se limita a una rápida enumeración de las circunstancias por las que pasaron sus personajes; por el contrario: se detiene en la lucha por sobrevivir y encontrar un lugar en el mundo, en el posterior mestizaje cultural -el Salón Cebra convertido en Hércules Hot Dogs, por ejemplo-, en las dificultades encontradas y las facilidades adquiridas, en los tropiezos y los logros, en la alegría de haber encontrado un país para vivir y en la añoranza de haber dejado atrás una tierra convulsa.

Para lograr este efecto realista, el escritor se apoya en descripciones detalladas de lugares, ambientes, hechos, situaciones y personajes. La casa de Middlesex, por ejemplo, resulta un ambiente familiar para el lector, quien siente haberla recorrido de la mano de Milton y el agente inmobiliario. Y al mismo tiempo, obtiene información sobre los prejuicios sociales que determinan la adquisición de la propiedad, ya que en la práctica era casi imposible que una familia de origen griego pudiera comprar una vivienda en un barrio de clase alta. Esto explica la originalidad de la casa, considerada invendible- para los otros- y la única comprable -para ellos-.

El desarrollo de todos estos temas en profundidad, enriquece el alcance de Middlesex. Hemos mencionado que si se hubiera centrado la narración solamente en el hermafroditismo, el resultado hubiera sido distinto. Temo que, de haber sido así, el aspecto morboso y la rareza de la situación, hubieran desviado la atención a otros terrenos.

Con el contexto histórico desplegado en perspectiva, nos encontramos ante un mundo que invita a reflexionar: se cuestiona al capitalismo (los empleados de la Ford exigen a Lefty conducta y modales determinados para mantener su trabajo); recuerda los movimientos políticos contra las leyes raciales y las conquistas logradas; plantea las dificultades de las minorías y su integración posterior en un sistema que exige pero que otorga; dibuja el sistema americano de vida con sus barrios, sus casas, sus coches, sus comidas rápidas; señala la diversidad étnica, religiosa, lingüística, cultural del país; menciona la violencia en las calles, la depresión económica del 29, la revolución estudiantil de los años 70s, etc. Con esta visión de conjunto, Eugenides nos ofrece un repaso de los Estados Unidos en el siglo XX. Y por esta razón, la novela es considerada por la mayoría de los críticos, como un intento de convertirse en “la novela norteamericana” que sintetice una época.

Respecto al hermafroditismo, lo más interesante es el tema de la diferencia. ¿Cómo manejar una situación que excluye a la persona de la norma y la convierte -contra su voluntad- en alguien fuera de lo común, en una rareza, un estorbo? ¿Cómo lo aceptan o lo rechazan los otros que se sienten ofendidos por la diferencia, como si fuera un atentado a las buenas costumbres? Estas son las grandes preguntas, el alcance del problema que no se limita a lo sexual.

Pero la belleza de Middlesex está en la ausencia de bronca interior, de rabia. Calíope/Cal es un personaje que no destila amargura, como sucede con Meredith Zuckerman, la hija terrorista del Sueco Levov en Pastoral Americana. Cal se sabe querido por su familia, y eso lo rescata del dolor y la angustia existencial. Con el tiempo supera su ambigüedad, la acepta como un hecho ineludible, complicado pero manejable. Integrar lo femenino y lo masculino resulta complicado, pero posible, él es capaz de juntar las partes:

“He sido varón más de la mitad de mi vida, con lo que ya todo lo hago con la mayor naturalidad. Cuando Calíope emerge a la superficie, es como un defecto del habla adquirido en la infancia. De pronto ahí está otra vez, dándose un tironcito del pelo o mirándose las uñas. Es un poco como estar poseído. Callie surge en mi interior llevando mi piel como un vestido amplio. Mete las manitas en las anchas mangas de mis brazos. Introduce los pies de chimpancé por los pantalones de mis piernas. Por la acera noto que sus andares de niña toman el relevo, y el movimiento me devuelve una especie de emoción , una simpatía desolada y efusiva por las niñas que veo volver a casa del colegio. Eso continúa durante unos cuantos pasos. El pelo de Calíope me hace cosquillas en la nuca. Noto la vacilante presión de su mano en el pecho -aquel viejo hábito nervioso suyo- , para ver si hay alguna novedad por ese lado. El enfermizo fluido de la desesperación adolescente que corre por sus venas inunda las mías una vez más. Pero entonces , tan bruscamente como ha aparecido, desaparece, encogiéndose y fundiéndose en mi interior, y cuando me vuelvo a mirar en un escaparate esto es lo que veo: un hombre de cuarenta y un años de pelo ondulado, más bien largo, fino bigote y perilla. Una especie de mosquetero moderno.” (pág. 60).

Sorprende este desenlace positivo porque la experiencia con el médico resultó nefasta, y al huir se expuso a muchos peligros. Pero el informe que el doctor le ocultó fue el detonante ya que el médico anotaba:

“Si bien es posible que la cirugía pueda tener como secuela una pérdida total o parcial de sensación erotosexual, el placer sexual sólo es un factor entre los muchos que constituyen una vida feliz.” (pág. 559-560).

El médico se equivoca: Calíope/Cal no ha nacido para vivir sin placer. Él no está dispuesto a renunciar a las cosas buenas de la vida. Creo que esto es clave y determinante porque a pesar de las dificultades de su condición, Cal busca un espacio propio para desarrollar su verdadera sexualidad, reivindicando así sus derechos a ser quien es, quien quiere ser:

“Si había tenido dudas sobre mi decisión, si a veces pensaba en dar marcha atrás, en volver corriendo a mis padres y a la clínica y rendirme, lo que lo impedía era el éxtasis íntimo que me afloraba entre las piernas. Era consciente de que me quitarían eso. No quiero exagerar la importancia de lo sexual. Pero para mí era una energía poderosa, especialmente a los catorce años, con los nervios siempre crispados, dispuesto a lanzarme a una sinfonía a la menor provocación. Así fue como Cal se descubrió a sí mismo, en una culminación voluptuosa, líquida, estéril, couchant sobre dos o tres almohadas aplastadas, con las cortinas corridas frente a la piscina seca y a los coches que pasaban, interminablemente, durante toda la noche.” (pág. 577).

De ahí el deambular por la carretera, sus andanzas y golpes en el parque, el trabajo en el show como sirena, el conocimiento de Zora y otros seres semejantes a él, etc. en una auténtica búsqueda de su propia identidad. Eugenides no suaviza sus dificultades, pero rescata el lado afectivo, el humor, y una actitud vital positiva que lo liberan y le permiten momentos de felicidad. Esto no es gratuito:

LA FAMILIA MEDITERRÁNEA

Enfrentar la vida con el cariño de abuelos, padres, hermanos, tíos, etc. es lo mejor que le puede pasar a Cal. El personaje maneja su soledad, y su diferencia, de manera loable, porque ha aprendido a quererse a sí mismo, aún con un cuerpo extraño. El gusto por la vida, y el valor de los vínculos familiares son un capital superior a cualquier otro: ni dinero, ni belleza, ni educación. Eugenides despliega la bandera de la cultura mediterránea, en la que se nutre su protagonista para convertirse en el personaje inolvidable que recordaremos siempre: apostando por la vida, no por el camino más fácil.

Cuando muere Milton, casi al final de la novela, este concepto se recoge en una frase que parece su testamento:

“No apareció ninguno de los gerentes de los puestos de salchichas, ninguna de las personas con las que Milton había tenido trato durante años y años; y así comprendimos que, pese a su cordialidad, Milton nunca había tenido amigos, sino sólo socios en los negocios. En cambio, asistieron todos los miembros de la familia.” (pág. 671).

PUNTO DE VISTA

El narrador es una primera persona, y esa persona es Cal. La ficción se sustenta en la percepción que él tiene de la historia familiar. Sus seres queridos son en todo momento un producto de su pluma, una visión subjetiva y muy personal. Y ese es precisamente el punto más delicado porque la veracidad de todo ese mundo se sustenta en un sólo testimonio, es Cal quien reconstruye el mundo interior de sus antepasados:

“¿Qué más debió de ver mi abuela en las calles de Detroit en 1932? Debió de ver hombres con gorras de paño vendiendo manzanas en las esquinas. Debió de ver a las cigarreras saliendo de las fábricas sin ventanas a respirar aire fresco, la cara permanentemente salpicada de manchas marrones por el polvo de tabaco. Debió de ver a obreros repartiendo…»

E inmediatamente el narrador se cuestiona, incorporando entre paréntesis el “supuesto” punto de vista de su madre, como si quisiera ampliar la narración recogiendo una voz distinta a la suya que le exige atención a otra faceta de la realidad, completando y diversificando:

(“Pero vamos Cal”, oigo la voz de mi madre, “¿es que no se te ocurre nada bueno qué decir?”) Vale, muy bien. En 1932 se conocía a Detroit como la “Ciudad de los árboles”…”. (pág. 184).

La primera persona en Middlesex tiene poderes equivalentes al narrador omnisciente que sabe todo, sabe más que los otros personajes, y está por encima de ellos dominando el relato como un dios todopoderoso; en otras palabras el gran analista que escarba en las intimidades e interpreta con una mirada personal:

“… Y ahora mucho me temo que debo entrar en la cabeza del padre Mike. Estoy fascinado, no puedo resistirme. En la superficie de su mente, hay un remolino de miedo, avaricia y desesperadas ansias de fuga. Todo lo que cabe esperar. Pero más adentro, descubro cosas que nunca he imaginado sobre él. No hay paz, por ejemplo, nada en absoluto, ninguna intimidad con Dios. La dulzura del padre Mike, su silencio sonriente en las comidas familiares, la forma en que se agachaba para mirar a la cara a los niños (no muy abajo de la suya, pero aún así), todos esos atributos no se debían a ningún contacto con un reino trascendente. Constituían simplemente un método de supervivencia pasivo-agresivo, la respuesta a la atronadora voz de su mujer…

…nada de lo cual, podía leer Milton en los ojos de su cuñado.” (pág. 647).

A veces aparece una tercera persona que se combina con la primera sin fisuras, con naturalidad, porque el punto de vista siempre le pertenece a Cal.

Para terminar, me gustaría añadir que en las novelas -sobre todo en las novelas largas- encontramos algunas veces, capítulos que no aportan nada o que restan interés al conjunto. En Middlesex, los hechos referentes a la mezquita de Fard o a Jimmy Zismo, el accidente rocambolesco de Milton en la persecución al padre Mike, y otros capítulos menores, resultan innecesarios. Felizmente la calidad del conjunto permanece. Middlesex es una novela que se lee con interés y entusiasmo.

Los textos han sido tomados de la edición de bolsillo (Quinteto) de Anagrama, año 2005. Traducción de Benito Gómez Ibáñez.