Después del invierno

Guadalupe Nettel

Después del invierno es una novela difícil de entrar, sobre todo por la falta de empatía de sus personajes. Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) inicia el relato con Claudio, personaje que puede producir incomodidad, incluso algo de rechazo por introducirnos en un mundo en donde el machismo, la rigidez y la arrogancia -de los que Claudio hace gala- agreden y descolocan. Señalo esto, porque me parece muy valiente iniciar un relato con tan poco atractivo, la narradora no incluye nada que invite a seguir leyendo, ella avanza sin concesiones a la galería, el personaje de Claudio no sólo no seduce, puede crear hasta cierto rechazo. 

Sin embargo Guadalupe Nextel, insiste y sigue con la presentación de Cecilia: aquí por lo menos el abandono de la madre puede provocar alguna reacción favorable por la chica, pero tampoco conmueve, ni produce curiosidad su historia algo tétrica, su pasión por los cementerios, su desapego al mundo en general. Sin embargo, el lector comprobará como poco a poco el desarrollo del mundo emocional y afectivo de ambos termina por despertar un interés real y, al mismo tiempo, nace una suerte de sintonía con los personajes marcados por su pasado, encapsulados como gladiadores que llevan máscaras y escudos para evitar que los golpes los destrocen y terminen heridos de muerte. Página a página, las defensas de Claudio y Cecilia se van perdiendo, la percepción de los protagonistas adquiere una dimensión nueva, en realidad, lo que sucede es que finalmente resultan comprensibles, y ese entendimiento, provoca en el lector una reacción más cercana. Nunca será la pena lo que nos mueva, Tom es una excepción en este sentido, pero el devenir de sus mundos emocionales termina por atraparnos. Lo que plantea Nettel es un proceso de aprendizaje, conocimiento interior y saber aprovechar las cosas buenas que nos da la vida. Se vislumbra un resplandor al final del túnel. Con eso no quiero decir que sea un final feliz, nada es feliz en esta ficción, pero hay movimiento hacia la luz, aceptación de las limitaciones personales, y deseo de hacer las cosas con armonía. 

La valiente narradora mexicana consigue crear personajes fuera de lo común, seres que caminan con un peso sobre sus espaldas, marginados de sus contextos, exiliados de sus tierras, pero con inteligencia para reconocer aquellas cosas que les pueden dar una razón para vivir. Al final se insinúa una redención, en sentido figurado, pero sobretodo crecimiento. El trabajo de los personajes está llevado con fina intuición, la narradora se introduce dentro de ellos para captar lo más íntimo, poco a poco se entierran las poses que eran impostura, y brota lo auténtico. 

La estructura de la novela se apoya en un simétrico intercambio de puntos de vista, el ritmo se mantiene como un paso de baile de dos tiempos: ahora ella, ahora él, ahora ella, ahora él; recurso que ayuda a agilizar el relato y permite que entre una brizna de aire en el espacio narrativo con cada cambio de escenario. La variedad geográfica en donde se desarrollan las historias es muy actual: Nueva York, México, Cuba, París, ciudades que van moldeando los caracteres y dándoles consistencia. Son almas en pena que se mueven casi por inercia, pero se mueven. Y por eso evolucionan. 

En la contraportada de la edición de Anagrama, se señala la relación entre Claudio y Cecilia como el asunto central. Yo discrepo de esta interpretación: el encuentro entre ellos fue una prueba, sólo después de haberlo intentado, serán capaces de encontrar sus caminos. Para mí el gran amor es entre Cecilia y Tom, un sentimiento muy potente los une. Claudio termina en los brazos de Ruth porque es para él la seguridad y el confort que le resultan necesarios como el aire que respira. Pero eso es también la aceptación de su realidad y el deseo de vivir protegido y amado. Notable transformación con el Claudio que inicia la novela.

Otra constante en el mundo narrativo de  Después del invierno es la fijación con los interiores: las casas de cada uno son espejos de quienes las habitan, por eso entran y salen de ellas como una manera de conocerse y reconocerse, una dinámica muy particular solo interrumpida por los cementerios y el hospital. Además la narradora dedica tiempo y espacio a describir estas casas, me da la impresión que siendo seres desposeídos, la elección de su hábitat resulta esclarecedor y definitorio. Son espacios importantes porque los cobijan y los definen. Un buen ejemplo es cuando Cecilia va a Nueva York a visitar a Claudio, no esperaba encontrarlo en ese lugar tan inhóspito, ella no conocía al Claudio neurótico, su departamento se lo reveló. Y salió corriendo. Cuando describe esa casa, lo describe a él:

“La casa de Claudio no era precisamente cómoda. Apenas más grande que la mía, estaba llena de cajas y papeles con correspondencia. Montones de periódicos se apilaban en las esquinas y junto a los libreros. Los muros de piedra eran bonitos pero no muy acogedores en un clima frío como el de Nueva York. La mayoría de sus libros eran tratados filosóficos, para mí del todo impenetrables. Ni siquiera podía distraerme mirando hacia la calle pues, por insólito que parezca, las ventanas no daban a ningún lugar.” (pág. 176).

Sin embargo, antes, cuando Claudio llega a París, creyó reconocer el espíritu –que él le atribuía a ella- entre esas cuatro paredes. También queda claro el atractivo que produce en Claudio la elegancia y sofisticación del departamento de Ruth: incluidos los libros recubiertos en piel, el cuadro de Rotko, o su butaca favorita; todos ellos elementos seductores para un hombre amante de lo estético, el departamento sofisticado revela la elegancia de Ruth. Tom deja las llaves de su casa cuando se va a Sicilia, es una manera de dejar un pedazo de su vida con Cecilia, al punto que ella acude a la casa del vecino para respirar el olor que tanta falta le hace. El pequeño departamento de Haydé, la casa de los amigos de Tom la noche de la fiesta, todos los interiores cobran vida en este relato. Las casas dibujadas con más cariño serán la de La Habana, de la familia de Claudio, que fue “violada” por la revolución, y la casa de la abuela de Cecilia en donde la niña hizo el duelo por su madre.

PERSONAJES

CLAUDIO: se puede hacer un recuento de su historia una vez terminada la novela. Claudio es un neurótico. Se trata de un hombre que ha construido un mundo para protegerse, la rigidez que se autoimpone lo conduce por un camino trazado con fuerza de voluntad, con muchas renuncias, una suerte de huida. 

Tres elementos lo marcan en su infancia y juventud: la invasión de la casa familiar por mandato del gobierno que fuerza a su familia a reducirse y aceptar en la propiedad a gente desconocida, el fin de su bienestar doméstico.  La iniciación sexual con su nuevo vecino, una experiencia transgresora que le genera mucha culpa, la consciencia de haber actuado mal: será el fin de su infancia. Y lo más dramático, de lo cual no habla jamás: el suicidio de su primera novia después de que él rompiera con ella, trauma difícil de superar. Amante de las letras, gran lector, se refugia entonces en su carrera y gracias al esfuerzo de su madre consigue estudiar en París y, más adelante, un trabajo en una editorial en Nueva York. Claudio diseña su nueva vida con reglas muy fijas para que todo funcione como él lo desea. No deja nada a la improvisación, ni al azar, todo bien atado y controlado por él. Ruth aparece en su vida porque le gusta su quietud, su silencio. Es una relación ventajosa: ella lo mima, pero no lo cuestiona. Él no sabe que Ruth está medicada y por eso es tan pasiva y ausente. Cuando conoce a Cecilia se vuelve loco por ella, la idealiza, pero la distancia será un problema y Ruth hace lo posible para alejarlos. Lo consigue.

Dedicado a correr como terapia, sufre un accidente en una maratón y pierde la mitad de una pierna. La recuperación de Claudio es lenta pero consigue estabilizar su vida y regresa a los brazos de Ruth, quien lo cuida sin pedir nada a cambio. Ruth representa la paz que tanto anhela.

CECILIA: abandonada por una madre que huye con un amante, Cecilia tendrá una infancia complicada. Vive en casa de su abuela con su padre, pero sin la madre pierde el norte. Es una chica muy callada, desadaptada, pero estudiosa y seria: se gana una beca en Francia. Ahí conoce a su vecino Tom, un chico enfermo. Cecilia vuelve a vivir cuando tiene a alguien a quien cuidar, siente un amor muy grande por esta criatura vulnerable, frágil, que necesitada ayuda. Cuando Tom parte unos meses, conoce a Claudio. El cubano siente una gran pasión por ella y la seduce, pero Cecilia se da cuenta que no es a Claudio a quien quiere. Tom vuelve a París para morir. Cecilia lo acompaña en su agonía, son los capítulos más desgarradores: percibimos la explosión de los sentimientos, dolor y mucha ternura. Cuando Tom muere, la soledad de Cecilia es destructiva, abandona hasta sus estudios, pero finalmente la presencia de la hija de Haydé, su amiga,  le devolverá las ganas de vivir. En esa niña descubre la esperanza. Cecilia no se entierra con Tom.

Como vemos, los dos protagonistas son expatriados, viven sin la protección de una familia, buscan abrirse camino en un mundo elegido por ellos, elección que implica una negación del pasado, un corte desgastador. Recomenzar no es fácil, pero lo intentan, cada uno a su manera. Para mí, el logro de Guadalupe Nettel es transmitir tantos y tan diversos sentimientos. Los discursos están en primera persona, monólogos interiores en donde los protagonistas se desnudan. Por eso somos cómplices de su desarrollo interior, palpamos como las experiencias vividas les permiten avanzar y retroceder. Claudio y Cecilia crecen, se alejan del hermetismo inicial en el cual estaban atrincherados. Al comprenderlos, el lector termina aceptándolos como dos sobrevivientes. El chico neurótico del primer capítulo no parece el mismo que se expresa así:

“¿Cuál es la alternativa? Quizás aceptar nuestros límites, nuestras contradicciones, nuestras muchas necesidades, tratar de ser más fuertes que el peso de toda culpa. Concentrar nuestra habilidad en lo que mejor podamos hacer y nuestra lucidez en lo que mejor podamos entender: one thing at a time. One life at a time. Vivir sin perder, en la medida de nuestras posibilidades, la capacidad para volver a un centro desde donde se puede confiar, esperar, ser-feliz-ahora-mismo-a-pesar-de-todo, a pesar del dolor y de la certeza de que la vida es, básicamente, imposibilidad y dolor.” (pág. 265).

Tom y Ruth no están trabajados, aparecen sólo en función de las necesidades de los protagonistas, pero ignoramos casi todo de ellos. Por ejemplo: ¿cómo así termina Tom solo en París, siendo un enfermo desahuciado? ¿Por qué se aleja de su familia, de su gente, de su historia? ¿Cuál es la causa de los ataques de Ruth, por qué se medica, qué cosas ha vivido antes de conocer a Claudio? No sabemos nada de ellos, eso ayuda a intensificar los problemas de Cecilia y Claudio, la mirada de la narradora se centra exclusivamente en ellos, que nada les reste protagonismo, una elección acertada.

EL LENGUAJE

La prosa de Guadalupe Nettel es impecable. Siendo el tema elegido poco atractivo, como ya hemos comentado, el lenguaje equilibra el resultado, aporta belleza e inteligencia. Veamos por ejemplo los mensajes de Claudio a Cecilia: auténtica declaraciones de amor sin caer jamás en excesos, un discurso elegante, detalle que aporta otra faceta  al personaje: su ternura aparece cuando escribe, aspecto que desconocíamos de su personalidad. El discurso interior de Claudio era más bien escueto y frío, su postura arrogante y elitista. De pronto aparece el seductor:

“… Siento que me falta una parte de mi última naturaleza, de mi último yo , del que tú eres carne y espejo: extraño –y extrañar aquí es un acto visceralmente fisiológico- tus ojos, tu boca, tu lengua, tus dedos entrelazados con los míos, tu respiración, tu aliento, tu sabor, tu cuello, tus hombros, tu espalda, tu voz. Extraño mucho tus ojos. Tu voz y tus ojos. Lo que sentimos y a veces no nos atrevemos a decir, lo que me haces sentir que no me atrevo a decir, lo que tu sonrisa y tu aliento me dicen auqneu tú misma no te atrevas a decirlo.” (pág. 168-9).

La música es otro elemento que suaviza y ennoblece la atmósfera de este relato: un bello telón de fondo que dice mucho de las sensibilidad de los protagonistas. Así como entran y salen de sus casas, habría que señalar que en cada casa se escucha música distinta.

Por todas estas apreciaciones, Después del invierno es un Premio Herralde valiente, inteligente y provocador.

Los textos han sido tomados de la edición de Anagrama.