Imparable la energía narrativa que despliega Rachel Cusk (1967), escritora de origen canadiense que vive en Inglaterra, en esta original novela publicada en 2014. Celebro la capacidad que tiene para convertir en literatura las conversaciones en las cuales participa la protagonista, siendo ella presencia silenciosa, por momentos casi ausente. Hubiera dicho que es una novela coral, pero sería cometer un grave error, las historias pertenecen a otros pero es una sola voz la que narra en tercera persona, haciéndonos partícipes de vidas ajenas y creando personajes interesantes, no sólo por lo que dicen haber experimentado, sino por las reflexiones que sus vidas suscitan en ellos mismos. ¿Serán estas reflexiones aportes de la narradora para redondear a sus personajes? No podemos detectar los límites entre lo inventado por ella y lo que en concreto el personaje “escucha” en la ficción creada por Cusk: esa es, quizá, la magia de A contraluz. La protagonista (¿o la autora?)nos entrega el paquete completo y nosotros lo aceptamos tal cual: el ritmo atrae, los sucesos atrapan, divierten los personajes impudorosos que dicen más de lo que hubieran deseado compartir, no con ella, sino con nosotros, receptores finales de sus historias.
Hablo de impudicia, pero creo que eso es consecuencia del pudor que la protagonista-narradora tiene para hacerse cargo de su propia historia, calla, para que los otros hablen, ella calla para apropiarse de sus vidas y suplantar la suya que, en este momento, no le satisface. Esa es la dinámica de este relato original: escuchar pero no para marearse y olvidarse de su propio dolor, sino para poder crear. La intuición literaria del personaje aparece claramente cuando su vecino de vuelo le cuenta los avatares de su segundo matrimonio: ella lo procesa como material literario:
“La historia de su segundo matrimonio seguía sin satisfacerme. Le faltaba objetividad; se basaba demasiado en extremos, y a menudo, las propiedades morales que asignaba a esos extremos eran incorrectas… Desconfiaba de algunos hechos clave, como, por ejemplo, del encierro del hijo en el sótano a manos de su mujer, y tampoco acababa de creerme del todo lo de su belleza, que volvía a utilizar con fines indebidos.” (pag. 29).
LA NARRADORA
La narradora es escritora. Sabemos que es profesora de talleres de escritura, pero no conocemos ninguna de sus obras ni tampoco otros detalles de su faceta creativa anterior. Lo que podemos confirmar es la ansiedad por contar y convertir cualquier suceso en un relato, el interés en el otro, la facilidad para trasmitir diferentes registros y completar un conjunto sólido, sin fracturas ni cortes de ningún tipo.
Los diferentes capítulos buscan un balance entre lo que ella recoge de las conversaciones con quienes comparte ese mes en Grecia; sus clases y su amigo Ryan que también enseña en el mismo lugar, y otros amigos que circulan alrededor de ella en Atenas. Termina con una magistral presentación de la nueva profesora que la va a reemplazar, cerrando así el círculo de su viaje-escapada. La estructura está bien articulada, los temas se cierran en cada capítulo para reabrirse más adelante, la narración avanza en un tiempo concreto, lineal, y finito: un mes, y la ciudad de Atenas es el escenario perfecto: para la protagonista, que viene de un país frío y lluvioso, el calor y el mar serán un atractivo añadido a la huida.
Desde el primer capítulo, justo antes de tomar el avión, tiene una reunión con un multimillonario. Nos presenta al personaje como alguien que quiere venderle la idea de una revista literaria, pero que termina por hablar de muchos otros proyectos sin concretar. A mí me interesa la pregunta que ella plantea sobre este joven, en la primera página de la novela, como una solapada tarjeta de presentación:
“Me pregunté, sin en realidad, lo que ahora querría sería convertirse en escritor y si la revista no sería una excusa para ello. Muchísima gente quiere dedicarse a escribir…” (pág.7).
¿Una proyección de la protagonista- narradora?: Su participación en el taller literario es un buen pretexto (como la revista literaria para el ricachón) para empaparse de ideas y organizar las historias en forma de un relato.
Si bien es cierto que cada uno de los otros personajes están descritos al detalle, al punto que los podemos “ver” ante nosotros, la narradora ni siquiera está insinuada. No sabemos nada de su aspecto físico, se mantiene en la oscuridad, no podemos ni imaginarla. Hay unas cuantas pinceladas que nos permiten intuir que está pasando por un momento muy malo, ha vivido una ruptura matrimonial hace tres años, y no es feliz. Tiene dos hijos que se llevan muy mal entre ellos. Sobre su estado de ánimo, tenemos algunas precisiones pero todas insisten en un solo hecho: el personaje ha tocado fondo. Intentaré puntualizar de las veces que habla de sí misma en realidad son muy pocas:
“Le dije que vivía en Londres; hacía muy poco que me había mudado de la casa del campo en la que había vivido sola con mis hijos durante los últimos tres años, y donde, en el transcurso de los siete años anteriores, habíamos vivido todos con su padre. Había sido, en otras palabras, la casa familiar, y ahí me había quedado yo, viendo cómo se convertía en la tumba de algo que ya no podía llamar categóricamente ni realidad ni ilusión… Era imposible, dije yo respondiendo a su pregunta, explicar por qué el matrimonio se había roto: el matrimonio es, entre otras cosas, un sistema de creencias, un relato, y aunque se manifiesta en cosas muy reales, sigue un impulso que, en última instancia, es un misterio., suponía yo, la esperanza de que un día esas cosas pudieran regresar.” (pág. 14 y 15).
“Podían escribir en el idioma que quisieran: a mí me daba igual.” (pág. 20).
“Yo ya no quería convencer a nadie de nada.” (pág 21).
“Se me ocurrió entonces que habría quien me encontrara estúpida por salir sola en barco con un desconocido. Pero lo que los demás pensaran ya no me servía de nada. Esos pensamientos existían solamente en el seno de ciertas estructuras, y esas estructuras yo las había abandonado del todo.” (pág. 66).
“Pero ese impulso, ese deseo de libertad, seguía siendo irresistible: aún creía en él, a saber por qué, a pesar de haber demostrado que no era más que una ilusión.” (pág. 69-70).
“Como existía una diferencia enorme entre las cosas que yo deseaba, y las que, por lo visto, podía obtener, continué, hasta que me reconciliara definitivamente con este hecho, me había propuesto no desear nada.” (pág. 152).
Otra faceta suya es su maternidad frustrada: sólo una vez, con su vecino de vuelo, habla sobre sus hijos. Dice que fueron muy cercanos de pequeños, hasta el día que cada uno buscó su propia identidad y la manera de ver las cosas. La unidad se rompió -se dieron cuenta que no eran 1, eran 2- y esto desata una animosidad irreconciliable y la competencia por obtener cada cual el favor de sus padres. Lo que plantea es un poco patológico, señala un conflicto muy grave irresuelto, porque problemas de este tipo abundan en las familias pero luego los niños suelen ubicarse y aceptar su realidad dentro de sus circunstancias. Es a raíz de esta confesión, que la narradora se esconde: espués de esa conversación con su vecino de vuelo, serán muy pocas las veces que se exprese como personaje:
Cuando ve una familia en otra embarcación, se permite esta reflexión:
“Observando a la familia del barco, yo veía una visión de lo que ya no tenía: veía algo en otras palabras, que no estaba allí. Esa gente habitaba su propio momento, y aunque yo podía verlo, era tan incapaz de regresar a ese momento como de caminar sobre las aguas que nos separaban. Y de esas dos maneras de vivir –habitar el momento y vivir fuera de él- ¿cuál era la más real?”. (pág. 71).
Sin embargo en los capítulos que siguen casi no se manifiesta: la noche con Paniotis y Angelikis, en donde solo hace un comentario cuando él quiere enseñarle una foto que le tomó en Londres con su marido e hijos, y otra más. Y luego en su clase, en donde, salvo la interrupción por la llamada de su hijo, no dice nada: cede el escenario a sus alumnos, de la misma manera que lo cedió a Paniotis y Angelikis. Esta dinámica se repetirá en el capítulo con Melete y Elena y en el de la otra clase en donde ella también está casi muda. Es curioso, porque siendo la profesora, podría haber participado guiando a los alumnos, opinando, sugiriendo. Ojo, no digo que desaparezca, porque su presencia se siente, es quien provoca las conversaciones del resto y quien las registra, pero se mantiene hermética.
Se pone furiosa cuando su vecino de vuelo le cuenta la reacción de su mujer por su infidelidad, detalle que él banaliza, y termina rechazando cualquier avance del griego. Es el único momento de crispación, incluso miedo, el tema del adulterio le hace daño. Adivinamos que ha sufrido por una infidelidad, y le rebela la simpleza del otro cuando confiesa la suya, como si no tuviera ninguna importancia. En este aspecto, es una mujer herida que va a la defensiva.
Habíamos dicho que era un personaje que se mantenía en la oscuridad, pero al final la falta de luz también puede ser muy elocuente. El personaje está finamente insinuado, podemos captarlo aunque tengamos dudas sobre ella, y como siempre, el misterio añade atractivo.
LA NARRACIÓN
La prosa de Cusk es trepidante. Admirable su versatilidad y la facilidad con que salta de una historia a otra, a pesar de las “trampas” argumentales (clase, café, restaurante, yate, avión; siempre lugares con límites muy claros, nunca al aire libre sin límites marcados) que le permiten estos bailes narrativos y, al mismo tiempo, transmite la frescura y naturalidad que implica la comunicación oral entre gente afín.
Pongamos un ejemplo para ver cómo va armando su relato. Recordemos el capítulo 5o.: el encuentro en un restaurante con Paniotis y Angelikis. Primero viene la descripción detallada que hace la narradora de Paniotis y la reflexión que la imagen de Paniotis suscita en ella; aparece Angelikis en una versión de Paniotis, el fin de la editorial de éste en Londres y su matrimonio roto; irrumpe Angelikis en el restaurante y cuenta su vida, su trabajo, su matrimonio, su viaje a Polonia y su vida en Berlín; Paniotis se anima y comparte su primer viaje de separado con sus hijos, lo que fue su matrimonio y luego ambos, Angelikis y Paniotis, opinan sobre las dificultades de convivir en pareja. En todo este intercambio, hay solo dos intervenciones de la narradora: una sobre la foto y otra sobre el matrimonio y la falsa percepción que cada uno se hace de la independencia, unas cuantas líneas en 35 páginas.
Esa es la técnica, dejar hablar a los otros, escuchar y elaborar. Habíamos dicho que la protagonista se borra, sí, pero en realidad no es así. Ella es quien narra, el punto de vista es el suyo, y la voz también. Las descripciones, que son magníficas, también son elaboraciones suyas: es su ojo que deambula y procesa, mientras su oído registra. Pondremos algunos ejemplos en donde percibimos una pluma ágil, aguda y mordaz. Hay mucha subjetividad en estas descripciones:
“Desde el asiento contiguo, me costaba estudiar el rostro de mi vecino, que la oscuridad modulada por la luz había convertido en un paisaje de picos y grietas en cuyo centro, abriendo unos profundos barrancos de sombra a los lados que casi no me dejaban verle los ojos, se elevaba el extraordinario gancho de su nariz. Tenía los labios finos y la boca grande, con una ligera tendencia a quedar entreabierta; el espacio que mediaba entre la nariz y el labio superior era largo y carnoso, y se lo tocaba a menudo para que, incluso al sonreír, los dientes permanecieran ocultos.” (pág. 15).
“El rostro de Paniotis tiene algo caricaturesco: todo en él es exagerado, las mejillas descarnadas, la frente altísima, las cejas estrujadas como signos de exclamación, el pelo volando en todas las direcciones; uno tiene la impresión de estar viendo una ilustración de Paniotis en vez de a Paniotis mismo. Hasta cuando está relajado, la expresión de su cara es la de alguien a quien acaban de contarle algo extraordinario o que ha abierto una puerta y, al ver qué ocultaba, se ha llevado una sorpresa. Sus ojos, enmarcados por ese rictus, son extraordinariamente móviles y cambiantes, y a menudo dan la impresión de estar a punto de salírsele de las órbitas, como si un buen día, asombradísimos por lo que han visto, pudieran saltar disparados de la cara.” (pág. 85-6).
“La mujer que acababa de decir aquello, de aspecto esplendoroso pero excéntrico, rondaba la cincuentena y llevaba su belleza, ya maltrecha, con porte majestuoso. La estructura de los huesos de su cara era tan imponente que rayaba en lo grotesco, impresión que ella había decidido acentuar –de un modo que me pareció neta e intencionadamente humorístico- rodeando sus ya de por sí enormes ojos azules con océanos de sombra azul y verde, y aplicando alrededor de los párpados un descuidado trazo de azul todavía más chillón…” (pág.127).
Y por supuesto el capítulo 3, que es una deliciosa descripción del apartamento de Clelia en donde vive temporalmente. La narración avanza como cámara filmadora que se desplaza por el espacio, intercalando algunos comentarios que añaden sentimientos y humanidad. El apartamento se convierte en personaje.
Otro rasgo que describe a la narradora es el humor, siempre presente. Y también señalaría la habilidad para crear atmósfera, se trata de una mujer observadora, detallista, sensible al mundo que la rodea. Las escenas en el avión, por ejemplo: por centrada que esté ella en la conversación con su vecino de vuelo, capta lo que pasa a su alrededor como si fuera una esponja:
“En la temblorosa cabina, las luces parpadeaban a intervalos irregulares; se oían puertas que se abrían y se cerraban de golpe y un ruido tremendo de cosas que entrechocaban, y la gente se revolvía en su asiento, charlaba, se levantaba. Una voz masculina hablaba por el intercomunicador; olía a comida y a café; las azafatas correteaban muy resueltas por el estrecho pasillo enmoquetado, arriba y abajo, y al pasar, sus medias de nailon hacían un ruido áspero.” (pág. 10).
Con estos datos, finalmente tenemos la faceta exitosa de la protagonista: la de una escritora: A contraluz es su obra. Autora y protagonista tienen mucho en común, a veces la línea que las separa se diluye. Un juego atractivo que hace de esta novela un conjunto interesante, atractivo y complejo.
Los textos han sido tomados de la edición de Libros del Asteroide, excelente traducción de Marta Alcaraz.