Escrita por Minh Tran Huy (1979), francesa de origen vietnamita, La doble vida de Anna Song es una muestra insuperable del poder de la ficción: una envolvente novela que arrastra al lector por caminos insospechados sin permitir que aflore la sospecha del fraude que la origina, la fantasía se impone a la realidad y la transforma. Anna Song, pianista exitosa, es una mujer inventada, producto de un sueño o una pesadilla. Construida por una necesidad -que luego analizaremos- el personaje es convincente en su lucha, compartimos su drama conmovidos por el dolor que la paraliza y la enfermedad que la mata. A pesar de ello, y debido al juego narrativo, el personaje protagonista no será Anna, la víctima, sino su enamorado Paul Desroches, su inventor; que también se inventará a sí mismo. Veremos cómo se define él citando supuestas palabras de Anna:
“…Paul. Nos conocíamos desde hacía bastante tiempo y nos habíamos perdido de vista (es toda una historia, no muy interesante sin duda para usted), pero puedo decirle que tengo más confianza en él que en mí misma –tiene un gusto muy seguro, una gran cultura musical y un oído excepcional.” (pág. 35).
Paul, un niño huérfano que vivía con su abuela, conoció a Anna, miembro de una familia vietnamita, compañera de juegos y de estudio, quien lo introduce al mundo de la música. La niña toca el piano con destreza y despierta en él emociones fuertes, vínculo que alimentará la relación. Un buen día la familia de Anna emigra a California, y los chicos se dejan de ver. Anna mantendrá correspondencia con Paul, de esa manera él se entera de la angustia que padece por una enfermedad paralizante que la fuerza a abandonar el piano, y luego, poco a poco, la candidata a pianista frustrada va distanciándose. Paul relata la lucha que sostuvo la joven, el deseo de sanar y retomar su carrera, el doloroso desgaste; hasta el día del entierro de su abuela, cuando se produce el milagro: Anna regresa a su lado para quedarse. Se casarán, cuenta Paul, pero ella contrae un cáncer que la consume. Protegida por su marido, graba unos discos que crean auténtico furor; material producido por Paul quien se encarga de hacerlo circular. La recepción de la obra es positiva, la crítica se entusiasma y ella se convierte en una pianista celebrada. Pero un admirador de Anna detecta el plagio: Paul se había apoderado de la ejecución de otros pianistas. Sólo al final nos enteramos que Anna, deprimida y expulsada de la música por incapacidad, se había suicidado; y que fue Paul quien, incapaz de aceptar la realidad, inventó un personaje que no era otro que la mujer que él hubiera querido tener a su lado.
En este resumen del argumento -basado en un hecho real- la historia está simplificada y pierde interés, porque hemos silenciado los logros narrativos de su autora. Por eso insisto en el poder de la ficción que nos atrapa y nos introduce en un juego concebido con astucia y rigor. La trama, rocambolesca, mantiene la tensión dramática y el interés: la narradora francesa cuida los detalles, nos invita a sentir compasión por una Anna enferma e incapacitada, y por el marido amante que sufre por su mujer; aunque esa mujer nunca fue suya.
Es tan potente el atractivo creado alrededor de los personajes de La doble vida de Anna Song, que confieso haber deseado -una vez enterada de la falsedad de las grabaciones- una salida airosa para Paul. ¿El amor redime del engaño? No, lo sé, pero lo dulcifica, lo presenta como una excusa que debiera aceptarse. No es correcto, pero el efecto funciona. Y es aquí en donde apunto los logros literarios de Minh Tran Huy, su enorme capacidad para conseguir la entrega incondicional del lector.
Creo que es un error de la editorial, permitir que en la contraportada se desvele el secreto tan bien guardado: “… ella no ha registrado ni una sola nota de su discografía, pirateada y manipulada por su enamorado marido.” Leer estas frases antes de leer la novela, anula el posible atractivo. Destroza la trama, es un atentado contra la obra. Enterados de esto ya no hay seducción, la impostura se impondrá como una mentira o un delito, que lo es, pero también se puede interpretar como una desviación o patología de un huérfano en el sentido más amplio del término. ¿No es precisamente el día que entierra a su abuela, único ser humano que lo protege, cuando Anna reaparece? Lo interesante es constatar cómo él mismo, huérfano que se inventa viudo, alega amor para exculparse.
Uno de los logros de la autora es su manejo del tempo narrativo. Para construir la historia, intercala, por un lado, los comentarios de la prensa sobre el fenómeno Anna Song, y, por el otro, la narración de Paul que intenta dar un sentido estético al engaño, disfrazarlo. Unas y otras son complementarias, y van añadiendo información pautada, en dosis controladas para que no precipite el desenlace. Primero aparece el tema de la falsificación de las grabaciones, sólo al final nos enteramos que la vida de Anna también era una mentira.
¿Qué elementos utiliza Minh Tran Huy para darle consistencia a los personajes?
Creo que las infancias de ambos son los datos más importantes en este sentido:
Paul es huérfano de padre y madre quienes mueren juntos en un accidente de coche. Tenemos a un niño solitario y dependiente de la abuela, personaje que se encargará de revivir a los ausentes contando historias para que su nieto crezca protegido:
“Todavía hoy ignoro en qué proporción mezcló mi abuela lo imaginario y lo auténtico para componer la leyenda de mis padres. Pero algo es seguro, nada contaba ya para ella salvo hacerme sentir que los vínculos entre ellos y yo seguían subsistiendo a pesar de su desaparición. No podíamos ya tocarnos ni hablarnos, pero seguían siendo en mí: yo era la prolongación de su historia.” (pág. 22-3).
Anna pertenece a una familia de inmigrantes, una niña criada en América, heredera privilegiada de una cultura que rinde culto a los muertos para retenerlos en el mundo de los vivos. Estos ritos que marcaron su infancia, intentan negar la muerte. Otro dato clave en la vida de Anna es la anécdota de cuando la abuela viaja a Vietnam para enterrar los huesos del abuelo y se vale de una médium para localizar los restos. Paul pregunta si ella creyó en la información recibida, la respuesta que nos da (Paul) es ésta:
“Para Anna, mejor era una mentira que te proporciona la paz que una verdad que te destruye. Sólo deseaba una muerte serena para aquella que la había criado –fuera cual fuese su precio- y, puesto que así había sido, todo estaba bien.” (pág. 164).
Comprobamos que en las historias personales de los dos personajes surge la sospecha de no poder verificar las fuentes en donde se apoyan los pilares emocionales de sus biografías (los padres como pareja modélica en el caso de Paul, el abuelo campesino que termina construyendo un palacio y luego destruyéndolo para no cederlo a los franceses, en el caso de Anna). El hecho de falsear la realidad para crear un mito que beneficie a las víctimas que sobreviven, podría tener su origen, o mejor dicho su inspiración, en estos hechos, observados y procesados por Paul a su manera. No es una justificación, pero interesa el dato.
Aunque es cierto que luego nos enteramos que no es el primer caso de piratería realizado por Paul. Habían antecedentes. Por lo tanto la tendencia a cometer este delito aparece en su vida independientemente del deseo de crear una Anna exitosa como venganza a la enfermedad, o a la Julliard (símbolo de la élite musical en el mundo académico) que la obligó a retirarse, y al mundo entero por darle la espalda y “obligarla” a partir. Aunque la respuesta de Paul es demencial, excesiva.
La doble vida de Anna Song se podría considerar, simplificando, como una historia de amor. Anna transforma a Paul, gracias a ella el chico huérfano y marginal encuentra su lugar en el mundo y lo induce a cultivar su afición a la música, la gran pasión que compartirán: ella como intérprete, él como editor. Pero limitarse al romance sería empobrecer el texto: La doble vida de Anna Song es mucho más que una historia de amor, también es una historia de pérdidas: mueren los padres jóvenes, muere la abuela, la casa-palacio construida con el esfuerzo del abuelo se quema, la abuela se lanza al mar con su hijo para escapar de la guerra, Anna sufre un mal que la incapacita, pierde su identidad cuando regresa a Vietnam, el suicidio como escape…. En fin, una suma de dramas. Sin embargo el lector no la procesa como tal, la impostura transforma la esencia de la historia. Quizá porque nteresan otros temas más allá del amor entre ellos: el trasfondo histórico de Vietnam, por ejemplo; la información de cómo funciona el mundo digital: cómo se puede edificar una reputación gracias a la red y también cómo las modas surgen como la espuma obedeciendo a cierto esnobismo; señala la irresponsabilidad de las críticas sin ningún sustento, los comentarios fáciles e irresponsables. Que iTunes permita detectar el plagio, me parece sorprendente. No, me quedo corta: me parece maravilloso.
Señalamos algunos párrafos que sintetizan esta mirada crítica sobre una cultura contemporánea que circula por internet, ojo: no se cuestiona su difusión por internet, sino la frivolidad que la inspira:
“Nada es más chic, ahora, que sacar de una caja o de un anaquel una funda en blanco y negro adornada con una fotografía de Anna Song y preguntar con despreocupación: “la conocen?” En caso de respuesta negativa, tenemos el gozo de contar la increíble historia de la dama. En caso de respuesta positiva, nos deshacemos en alabanzas y comentarios. Y luego pasamos a las cosas serias: intentar completar la colección gracias a un intercambio de informaciones. Pues cada apasionado sueña sólo en una cosa, en obtener a toda costa la totalidad de las obras de Anna Song en el sello “Piano solo”. (pág. 72).
“El éxito, parcial al menos, de los manejos de Desroches –engañó a los periodistas y al público durante varios meses- pone de relieve, en todo caso, hasta qué punto la recepción de una obra de arte, ya se trate de música, de pintura o de literatura por lo demás, está siempre vinculada a su contexto. ¿Habrían prestado los críticos una atención tan continuada a las actuaciones de Anna Song si la intérprete de todas esas grabaciones hubiera sido presentada como un hombre de edad media, de buena salud, sin señas particulares, más que una mujer magnífica, condenada por una enfermedad incurable y con un destino tanto más trágico cuanto que el reconocimiento que comenzaba a concedérsele llegaba demasiado tarde para compensar, nunca, los años de olvido que había sufrido?” (pág. 168).
Lo que realmente sostiene el relato en esta intrigante novela, es la postura inquebrantable –y patológica, porque desconoce los límites entre lo objetivo y lo subjetivo- de Paul Desroches: ¿Acaso esa Anna creada por mí, inspirada en ella, no es tan real como cualquiera otra mujer que vive para lo que hace? ¿Quién es capaz de tachar de falso mi relato concebido con amor para perpetuar su historia?:
“Retocar la realidad no es un crimen –sin ello, todos somos criminales pues nuestro espíritu vagabundea, pues nuestras noches se pueblan de sueño, pues nuestra imaginación florece, permitiendo que la fantasía se deslice en nuestros pensamientos. ¿Quién puede distinguir lo que es cierto, justo, exacto, de lo que no es? A veces la verdad está tejida con imposturas, lo hueco tiene la importancia de lo lleno, las cosas calladas cuentan tanto como las que se han dicho, si no más..
Somos todos seres de ficción, y nuestras quimeras nos definen mucho más que el nombre, la nacionalidad, la fecha y el lugar de nacimiento que figuran en nuestros documentos de identidad…” (pág. 185).
Minh Tran Huy escribe un relato elegante, bien estructurado, y mantiene el suspenso hasta las últimas líneas con destreza y mucho tacto.
Los textos han sido tomados de la edición de Navona, 2014. Traducción de Manuel Serrat Crespo.