Cuánto talento para expresar tanto con tan poco. En realidad no es exacto el uso del adjetivo poco para calificar la novela de Jean Echenoz (Francia, 1947), ya que podría confundirse con pobre; lo justo es señalar cuán breve es 14, relato que encierra una gran riqueza. ¿Cuál es el secreto del narrador francés, que nos invita a reflexionar, y al mismo tiempo reconstruir un mundo injusto -¿hay algo más injusto que una guerra?-, con un mínimo de recorrido?
Todo lo incluido en 14 es imprescindible. La historia comienza narrando el bienestar que experimenta Anthime en época de paz: paseo en bicicleta por el campo, un buen libro para disfrutar (precisamente Noventa y tres, de Víctor Hugo, cuyo título se refiere al año 1793, uno de los más violentos después de la Revolución Francesa, obviamente un guiño a 14), hasta que las campanas rompen el silencio y anuncian la movilización.
La elección de cada escena resulta determinante, debe aportar un alto nivel de sugerencia y, de esa manera, multiplicar el alcance de lo expresado, como si los párrafos fueran disparos o ecos que se prolongan, por la inercia de su fuerza, al infinito. Basta una imagen de la guerra para que captemos la crueldad de la situación, y el absurdo que ésta entraña. La imagen debe ser contundente, para que resuma ella misma cuatro años de dolor y lucha, y aporte la síntesis de una forma brutal y concluyente, sin darle más vueltas, porque ya no hace falta añadir palabras:
“Los soldados se aferran a su fusil y a su machete, cuyo metal oxidado, empañado, oscurecido por los gases, apenas reluce ya bajo el fulgor helado de las bengalas, en un ambiente corrompido por los caballos descompuestos, la putrefacción de los hombres caídos y, en la zona donde están los que se mantienen más o menos derechos en medio del lodo, el olor de sus orines, de su mierda y de su sudor, de su mugre y de sus vómitos, por no hablar de esos pegajosos efluvios a rancio, a moho, a viejo, cuando en principio están en el frente y se hallan al aire libre. Pues no: huele a cerrado, el olor se extiende sobre las personas y en su interior, tras las alambradas de púas de las que cuelgan cadáveres putrefactos y desarticulados que a veces sirven a los zapadores para fijar los cables telefónicos, que no es empresa fácil, los zapadores sudan de cansancio y de miedo, se quitan el capote para trabajar con más comodidad y lo cuelgan de un brazo que, al salir del suelo, vuelto, les sirve de percha.” (pág. 62).
Soberbia imagen. El absurdo de la situación se refleja con sutil ironía, el infierno de la guerra queda expuesto y la brutalidad, evidente. Destrucción es el resultado de la violencia del hombre contra el mundo, sean estos soldados o caballos. Nadie se salva.
Otro buen ejemplo en este sentido, es la escena de los músicos que participan en la batalla tocando sus instrumentos para ¿suavizar? el momento, o ¿distraer? del horror. O quizá, para ¿añadir dignidad? a la masacre. ¿Será posible que alguien pueda producir música en medio de un tiroteo? Sólo si estos pobres músicos están amenazados por un jefe militar que no perdona. Sin embargo, no por ser músicos, son indemnes a las balas. Mueren indefensos, expuestos sin piedad frente a un enemigo armado, una auténtica carnicería.
Técnica narrativa
Los elementos se acumulan, van sumando, multiplicando, y al final es el conjunto lo que sorprende. La prosa intenta simular un artículo periodístico en donde se exponen los hechos; aunque no detectamos en 14 la esencia del periodismo, que es informar. Echenoz presenta los hechos para provocar una reflexión. Con este fin, utiliza con maestría una herramienta formal: la enumeración. Selecciona cada elemento con rigor para que connote como una parte de un todo, provocando un efecto determinado, la mayoría de veces, irónico. El conjunto, casi siempre, resulta demencial. Veamos algunos ejemplos del uso de este recurso:
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Las mochilas que llevaban los soldados, estaban preparadas para ir a la guerra, ¿o para un fin de semana de excursión en el campo? La cantidad de cosas inútiles que son parte del equipaje -inútiles en estas circunstancias- reflejan el desconocimiento de la realidad, o su completa negación:
“…no tardaría en llenarse con una primera entrega de accesorios reglamentarios, cuidadosamente repartidos y consistentes en material alimentario -botellas de aguardiente de menta y sucedáneo de café, cajas y bolsitas de azúcar y de chocolate, cantimploras y cubiertos de hierro estañado, taza de hierro forjado, abrelatas y navaja-, ropa –calzoncillos cortos y largos, pañuelos de algodón, camisas de franela, tirantes y polainas de paño-, productos de mantenimiento y de limpieza –cepillos de ropa, de calzado y para las armas, latas de grasa, de betún, botones y cordones de recambio, estuche de costura y tijeras de punta redonda- artículos de aseo y de sanidad –apósitos individuales y algodón hidrófilo, toallitas, espejo, jabón, navaja de afeitar con su afilador, brocha, cepillo de dientes, peine-, así como objetos personales –tabaco y papel de fumar, cerillas y mechero, linterna, pulsera identificativa con placas de alpaca y aluminio, pequeño misal del soldado, cartilla individual.” (pág. 40).
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Otras veces la enumeración acentúa el ridículo:
“…a Anthime lo destinaron a la 11ª. Escuadra de la 10ª. Compañía, perteneciente en orden creciente al 93º. Regimiento de infantería, 42ª. Brigada, 21ª. División de infantería y 11º. Cuerpo del 5º. Ejército.” (pág. 15).
“… a las balas y a los proyectiles se sumaron los gases, toda suerte de gases cegadores, vesificantes, asfixiantes, estornutatorios, o lacrimógenos…” (pág. 59).
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En ocasiones, la enumeración también sirve para expresar la dimensión del dolor y el desconcierto, como quien hace una lista de las penurias o atrocidades, con sólo mencionarlas se resume la situación:
“Retumbar de los cañones en bajo continuo, lluvia de proyectiles barométricos, y de contacto de todos los calibres, balas que silban, restallan, suspiran o gimen según la trayectoria, ametralladoras, granadas y lanzallamas, la amenaza viene de todas partes: de arriba de los aviones y de los disparos de los obuses, de enfrente de la artillería enemiga, y aun de abajo cuando, creyendo disfrutar de un momento de calma en el fondo de la trinchera donde intenta uno dormir, oye al enemigo cavar…” (pág. 61).
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Se enumera para describir, los datos se presentan como pinceladas:
“… ceñido uniforme azul claro, torso erguido, mirada severa, bigote de cepillo…” (pág. 80).
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Y finalmente, enumerando, de manera lacónica, se resumen actuaciones que se ridiculizan, banalizándolas, como la del médico de la familia:
“Palpación, dos preguntas, diagnóstico:…” (pág 33).
“-respiración, temperatura, exploración-… (pág. 55).
¿Cuál es la clave en el universo narrativo de 14? Yo creo que la clave es la ausencia de emociones. No hace falta contar cómo sienten los personajes involucrados, para que sepamos cuánto sufren, la rabia que los habita, la estupidez de sus vidas, la total sin razón de sus existencias. El lenguaje de Jean Echenoz es el lenguaje de una parodia, recuerda el guión de una tragedia, pero un guión muy especial: se señalan los ejes que darán significación a la acción, pero la acción misma es silenciada. Resultaría superflua. Usando ese recurso, se acentúa la ironía, el hombre no puede escapar al absurdo de su vida.
Como telón de fondo, se percibe una suerte de fatalismo, la idiotez de los actos humanos parece regida por un orden político superior que se apodera de sus almas.
En esta línea entendemos el fin de la historia, el escritor francés lo resuelve según las características que hemos señalado: enumera, como quien hace una lista del supermercado, y resta emociones como si Blanche y Anthyme, fueran dos robots, o quizá, simplemente sus propias caricaturas:
“Se levantó, atravesó el pasillo, abrió la puerta de enfrente y se dirigió en la oscuridad hacia la cama de Blanche, que tampoco dormía. Se acostó junto a ella, la abrazó, la penetró y la inseminó…” (pág. 98).
El tono de la novela es irónico. El humor corrosivo está presente de principio a fin, como un elemento imprescindible del absurdo. La ausencia total de dignidad convierte a los soldados en unos títeres. La arenga del capitán, es un ejemplo de esta suerte de locura que trastoca todo:
“Si mueren los hombres en la guerra, será por falta de higiene. Lo que mata no son las balas, sino la falta de aseo, que es nefasta y que es lo primero que deben ustedes combatir. De modo que lávense, aféitense, péinense, y nada tienen que temer.” (pág. 26).
Anthime; ¿cuál era su guerra?
Otro tema interesante es la doble lectura de la realidad. Ciertamente Anthime es un mutilado de guerra, o sea una víctima que, si bien sobrevivió, queda manco y perjudicado. Su hermano Charles, el exitoso, muere en un accidente causado por el enemigo. Ambos aspiraban al amor de Blanche; en tiempos de paz, Charles era el favorito, sin duda se hubiera casado con ella. Blanche intentó protegerlo y consigue, gracias a sus contactos, sacarlo de la infantería, y ubicarlo en las fuerzas aéreas, aspiración de todos los soldados en aquella época por la novedad de la aviación. Sin embargo la protección se convirtió en una trampa que lo conduce a la muerte, dejando el camino abierto a su hermano- contrincante. Otra ironía. Hay una frase que resume este hecho con mordacidad:
Charles “desapareció mucho antes en el cielo de lo que lo habría hecho en el barro.” (pág. 54).
El enfrentamiento entre los hermanos por el amor de una mujer, los convierte en enemigos atrás de un botín, como los franceses y los alemanes en el campo de batalla. Tenemos poca información, pero Charles y Anthime tenían vidas muy distintas: Charles no sólo era el más valorado socialmente y el arrogante, si no que también tenía mejor casa, mejor cara, mejor trabajo. El apellido de Charles era uno de los apellidos de los dueños de la fábrica, junto con el apellido de Blanche, y participaba en el manejo de la empresa. Anthime -¿hermano o medio hermano?, no conocemos su apellido- era el contable, un joven humilde que tenía una categoría inferior y menos poder. Sin embargo, es él quien al final se queda con todo: la mujer y el puesto en el directorio. Botín que lo convierte en el ganador absoluto.
Desde el inicio de la historia, Charles, ignorante del alcance de la contienda, sostenía que la guerra sería muy corta, vencerían rápido y seguro. Anthime, por el contrario, dudaba de la eficacia de las armas y sospechaba que tomaría su tiempo: ¿de qué guerra hablaba Anthime? ¿Se refería, entonces, al conflicto con los alemanes o a la batalla personal contra su hermano? El guiño está ahí, entre líneas, como otro elemento de la ironía en esta interesante novela de un escritor que apuesta, con éxito, por la brevedad.
Los textos han sido tomados de la edición de Anagrama, 2013, Traducción de José Albiñana.