Últimas tardes con Teresa

Juan Marsé

Autor: Juan Marsé

La apariencia de novelita romántica con tintes sociales que retrata el ambiente de una época, no debe engañarnos respecto al valor literario de esta novela. Últimas tardes con Teresa se lee fácilmente. La recreación de la atmósfera típica de un verano en Barcelona con las características propias de una vacación mediterránea -sol, ropa ligera, playa, turistas, copas y bailes con verbena incluída- configuran el escenario de un relato sensual, desenfadado, sin grandes complejidades de fondo ni de forma.

Sin embargo, debido al uso y al abuso voluntario del estereotipo conseguido por el particular manejo del lenguaje en los tres niveles que abarca la narración -novela rosa, novela de aprendizaje político, novela social- hacen de Marsé un excelente retratista de su época. Narrador agudo, consigue que las imágenes se acerquen a la caricatura cuando inciden en la rigidez de las poses, en la necesidad de afirmarse a través de las formas exteriores, en los discursos huecos pero altisonantes que acompañan a los personajes, todo ello contrastado con la falta de perspectiva para quien nace en la pobreza.

Novela social

Manolo es un habitante de Monte Carmelo, barrio pobre, decadente y marginal. En realidad es un xarnego, un murciano emigrado a Barcelona con la ilusión de conseguir alguna alternativa a una vida mísera y solitaria: la madre viuda, se lía con otro hombre y él recurre a su hermanastro.

El chico sueña desde pequeño con ser otro personaje, alguien distinto con una vida mejor, y le gusta fantasear con la idea de ser hijo de un Duque, origen que cultiva en secreto. Pero también, sosteniendo estas fantasías, hay en Manolo un auténtico gusto por las cosas buenas de la vida. El niño desarrolla cierta sensualidad y aprecio por lo bello, por lo agradable y estético, derivando este deseo en una actitud vital de búsqueda, una cierta ambición:

«El contacto con la fina tela del pijama fue para él una sensación imprevista y una de las más maravillosas que habría de experimentar en su vida, una sensación acoplada perfectamente a esta ternura del primer beso, o tal vés incluso estableciéndola, precisándola, como si el sentimiento afectivo le entrara por las puntas de los dedos igual que una corriente comunicada por la seda.» (pág. 98).

De todos los personajes de Monte Carmelo, Manolo es el único disconforme con lo que le ha tocado, no quiere ser como Bernardo Sans, amigo que sirve de contrapunto: tosco, vulgar, sin ambiciones.

El robo de motocicletas es un medio de vida para los jóvenes marginales, una manera de conseguir dinero rápido si no se dejan pillar por la policía. La otra alternativa es trabajar en empleos mal remunerados y casarse con mujeres como Hortensia o Rosa, carentes de atractivo y glamour.

La primera escena de la novela, acertada introducción llena de movimiento, nos presenta al protagonista colándose en una verbena de ricos, falseando su propia identidad. Seduce a una chica, pero no sabe que ella también tiene otra identidad que no es la supuesta. El despertar a la realidad lo violenta:

«…Entró en la muchacha como quien entra en sociedad: extasiado, fulgurante y esplendorosamente investido de una ceremonial fantasía del gesto, maravilla perdida de la adolescencia miserable…
… Y hasta que no empezó a despuntar el día en la ventana, hasta que la gris claridad que precede al alba no empezó a perfilar los objetos de la habitación, hasta que no cantó la alondra, no pudo él darse cuenta de su increíble, tremendo error. Sólo entonces, tendido junto a la muchacha que dormía, mientras aún soñaba despierto y una vaga sonrisa de felicidad flotaba en sus labios, la claridad del amanecer fue revelando en toda su grotesca desnudez los uniformes de satén negro colgados de la percha, los delantales y las cofias, sólo entonces comprendió la realidad y asumió el desencanto.
Estaba en el cuarto de una criada.» (pág. 63-4)

Lo que no dice la novela pero se deduce fácilmente, es que Manolo sedujo precisamente a Maruja porque, en esa verbena, ella era la única pobre y desposeída como él:

«… la envolvía un curioso aire de timidez y abandono, como si ella también acabara de llegar y no conociera a nadie.» (pág. 22).

Cuando Maruja entra en coma, la cercanía entre Teresa y Manolo -cercanía que se produce por circunstancias especiales: la clínica, las tardes compartidas, etc.- propicia el romance. Pero hay un detalle importante: Luis Trías, el novio pijo de Teresa, la había dejado insatisfecha y frustrada. Y Manolo irradia el atractivo del macho sureño, es una promesa de placer real. Eso, y la fantasía que ella alimenta sobre la actividad política de Manolo, -que es nula pero que Teresa considera real y auténtica, porque lo cree obrero- harán el resto. Sin identificación política, Teresa no habría dado un paso adelante, se escuda en un ideal compartido, en una lucha en común. Las diferencias sociales se mistifican, se trastocan. En realidad no se buscan o desean como personas sino como símbolos sociales:

«Hace muchas preguntas, pero son puramente sensitivas, buscan no la verdad, sino más bien un clima ideal para la verdad; no obedecen a un deseo de saber, sino a un cordial deseo de confirmación: porque Teresa Serrat ya sabe, ya tiene su idea y su dulce veredicto sobre la vida de un joven como éste en un suburbio. Así, ciertas opiniones expresadas de entusiásticamente por ella («La vida de pecé, de todos modos, ha de ser estupenda e incluso divertida en tu barrio, ls noches del verano, con los compañeros, las discusiones en el café…»), merecían, por confusas, una inmediata y rotunda negativa del murciano («¡Qué peces de colores ni qué noches de verano, si en mi barrio sólo hay aburrimiento y miseria!»), pero esta negativa no hacía sino resbalar sobre su sonrisa feliz, no la inducía a ningún cambio de criterio, a la más leve alteración en su escala de valores; su límpida y risueña mirada seguía afirmando: «Sí, qué maravilla tu barrio».» (pág. 225).

Y para Teresa, el mundo «bajo» del Pijoaparte ejerce un fuerte atractivo: la tosca bufanda de lana es en ella un equivalente del pijama de seda de la infancia de él. Buscan los extremos desconocidos por diferentes razones: él porque desea verse rodeado de cosas buenas que le son inaccesibles, ella por el exotismo de tocar lo que no tendrá jamás de forma natural. Y porque eso la acerca al pueblo, entendido como paraíso de lo real.

Manolo no aspira a poseer a Teresa como mujer, no llega tan lejos su osadía. Él aspira a conseguir un trabajo a través de los contactos que pueda suministrarle Teresa, un trabajo que cambie su vida. Luego quizá… Sin méritos no habrá premio.

Sin embargo el final de la novela es una caída en picada ya que la realidad constata lo separadas que están las clases sociales y como funciona el sistema: ella terminará «superando» la experiencia del verano con ligereza y un aire frívolo, refugiada en su mundo de niña rica, al cual pertenece por cuna y por voluntad. Él, a su vez, paga con la cárcel el delito cometido: robar la moto para correr a donde su amada:

«… se lo contó todo al propio Luis, en el bar de la facultad, riéndose y sin dar con las palabras, igual que si se tratara de un chiste viejo y casi olvidado pero sumamente gracioso…» (pág. 470).

Otro elemento interesante que introduce Marsé es la comparación entre Teresa y La Hortensia: una Teresa sin brillo, una muchacha gris en comparación con una muchacha dorada, opaca en vez de luminosa. Las diferencias están dadas por pertenecer a dos clases sociales distintas, las oportunidades de una y otra las han hecho diferentes; pero para Manolo, el glamour de Teresa es un afrodisíaco, la vulgaridad de La Jeringa un revulsivo, un recuerdo de la miseria de la cual quiere escapar a cualquier precio:

«Esas piernas que se agitan en el aire, que parecen fustigar el sol desesperadamente, sólo necesitan un dorado de playa para ser las de Teresa. Entornando los párpados, Manolo observó detenidamente a la muchacha. Estaba graciosa y era muy bonita, y él sintió la oscura necesidad de preguntarse de nuevo por qué, antes de conocer a Teresa, no podía haberse enamorado de ella. El amor es irracional y ciego, dicen, pero sospechaba que eso era otro cochino embuste inventado para engañar a las almas simples; porque si hubiese conocido a Hortensia al volante de un coche sport, por ejemplo, como en el caso de Teresa, enamorarse de ella hubiera sido lo más fácil y natural del mundo. ¿Qué eso ya no habría sido amor? Amor y del grande.» (pág. 303).

Novela política

En Últimas tardes con Teresa hay una crítica, en tono burlesco, a los chicos de buenas familias que van de «progres», intentando demostrar un compromiso político que están lejos de entender y que no va más allá del uso de un lenguaje particular y una pose de moda.

Los momentos más irónicos los logra Marsé cuando describe sus actividades y sus posturas políticas. Realmente es una parodia, la frivolidad de sus discursos resuma patetismo, son unos niñatos que pretenden conocer mundo y no han salido de sus barrios. Es el caso de Teresa: va de revolucionaria pero conduce un coche deportivo descapotable digno de una princesa:

«Crucificados entre el maravilloso devenir histórico y la abominable fábrica de papá, abnegados, indefensos y resignados llevan su mala conciencia de señoritos como los cardenales su púrpura, a párpado caído humildemente; irradian un heroico resistencialismo familiar, una amarga malquerencia de padres acaudalados, un desprecio por cuñados y primos emprendedores y tías devotas en tanto que, paradójicamente, les envuelve un perfume salesiano de mimos de madre rica y de desayuno con natillas: esto les hace sufrir mucho, sobre todo cuando beben vino tinto en compañía de ciertos cojos y jorobados del barrio chino, sombras tabernarias presumiblemente puteadas por el Régimen a causa de un pasado republicano y progresista. Entre dos fuegos, condenados a verse criticados por arriba y por abajo, permanecen distantes en las aulas, inabordables e impenetrables, sólo hablan entre sí y no mucho porque tienen urgentes y especiales misiones que cumplir, incuban dolorosamente expresivas miradas, acarician interminables silencios que dejan crecer ante ellos como árboles, como finísimos perros de caza olfatean peligros que sólo ellos captan, preparan reuniones y manisfestaciones de protesta, se citan por teléfono como amantes malditos y se prestan libros prohibidos.» (pág. 324-5).

En la España de Franco, bastaría sólo con asumir una pose de protesta para pasar por un revolucionario en un ambiente conservador. La novela sitúa la acción en la segunda parte de la década de los 50s, cuando los estudiantes comenzaron a cuestionar muchas cosas. El lenguaje de Marsé consige caricaturizar a estos chicos, con Luis Trías de Giralt como su líder. En realidad, son pura teoría, viven como miembros de la alta burguesía, están alejados del pueblo e ignoran su sentir.

Precisamente por eso, tanto Teresa como Luis, observan fascinados a Maruja y Manolo. Para ellos, este par de chicos pobres encarnan todas las virtudes de la gente corriente. Además, Maruja y Manolo viven libremente como a ellos le gustaría vivir. Aunque en realidad, lo que ellos no saben, es que sus ídolos viven así porque no tienen otra alternativa.

En el aspecto sexual Maruja y Manolo son mucho más sabios, más naturales y espontáneos. Los que nacen en una Villa crecen con prejuicios respecto al sexo, los que crecen en el Monte Carmelo están expuesto a un desarrollo precoz. Así como el Pijoaparte sueña con la dueña de la Villa cuando visita a Maruja, Teresa sueña también con el novio de Maruja cuando le falla Luis. Los opuestos atraen por exóticos, por cierto morbo, pero sobre todo por lo que significan: aquello que no pueden tener e imaginan como un ideal inalcanzable.

Los retratos que hace Marsé de los estudiantes responden a la imagen que ellos quieren reflejar. No describe a la persona, describe lo que el personaje representa como miembro de una determinada clase social. Ya sea en el aspecto físico:

«Apareció corriendo y envuelta en ese desorden personal que revela la existencia del sólido ya auténtico confort -el cinturón de la gabardina a punto de desprenderse y rozando el suelo con la hebilla, un rojo pañuelo de seda colgando de un bolsillo, los rubios cabellos caídos sobre el rostro y ajustando el pie, con moviemientos nerviosos, un zapato que se le había desprendido al correr- esa encantadora negligencia en el detalle que es claro signo de despreocupación por el dinero, de confianza en la propia belleza y de una intensa, apasionada y prometedora vida interior: en los seres mimados por la naturaleza y la fortuna, un encanto más.» (pág. 109-10).

O en la personalidad que esconden:

«… a Luis Trías se le suponía «políticamente conectado». Estudiante aventajado de económicas, nieto de piratas mediterráneos, hijo de un listísimo comerciante que hizo millones con la importación de trapos durante los primeros años cincuenta, era alto, guapo, pero de facciones fláccidas, deshonestas, fundamentalmente políticas, carnes rosadas, el pelo rizoso y débil, la mirada luminosa pero infirme: parecía un Capeto idiotizado y con paperas… y tenía ese aire un poco perplejo de manso seminarista en vacaciones, con un leve balanceo de la cabeza a causa del vértigo teológico, del peso trascendental de las ideas o de una simple flojera del cuello, casi como si anduviera graciosamente desnucado.» (pág. 150).

Novela rosa

Es lo que parece al principio: una historia de amor entre dos chicos jóvenes durante los meses de verano, una relación muy osada entre la rubia rica y el guapo pobre. Sin embargo, más que amor entre ellos lo que hay es una experiencia vital entre los dos protagonistas que, debido al accidente de Maruja, comparten sus días durante un corto período de tiempo. Las circunstancias propician la relación: ella se siente atraida por el macho ibérico, a quien le atribuye un rol político que no tiene. Él desea encontrar un trabajo que lo saque de su pobreza y Teresa le ofrece la posibilidad de conseguirlo.

Las novelas de la posguerra española eran novelas con un fuerte contenido social: las injusticias, la pobreza, el dolor eran los grandes temas. Al mismo tiempo surgió la novela rosa que intentó una evasión de la dura realidad buscando el mundo frívolo y un tanto hollywoodense de las clases altas. La revista «Hola» comienza a circular por esa época originando la mal llamada prensa del corazón, un género periodístico cuyo único interés es la vida de ricos y famosos.

Corín Tellado fue el máximo exponente del género de la novela rosa, y es considerada la escritora española más leída después de Cervantes. Se trataban de novelitas cortas, superficiales, con hombres guapos y mujeres bellas, cuya única función era entretener al público y hacerles olvidar las dificultades de la vida cotidiana. Marsé utiliza el lenguaje de estas novelas como estereotipo. Pienso que lo hace con una intención de ironizar y trastocar el género: no hay final feliz (como en las novelas rosas), y no hay entrega de los amantes (Teresa y Manolo no llegan a consumar). Entonces, podemos preguntarnos, ¿hay romance en Últimas tardes con Teresa o se trata sólo de un malentendido?

De novela de amor no queda nada, excepto la traición de Hortensia por celos y el lenguaje excesivamente dulce, plagado de adjetivos, que intenta retratar una situación particular, propia de un romanticismo edulcorado. Situación que es barrida por el viento del otoño y el cambio de estación. Era impensable una relación seria entre el Pijoaparte y la chica de los Serrat, la muerte de Maruja los ancla en la realidad: ya no hay un pretexto para seguir viéndose. Cada uno regresa a lo que tenía antes del verano, en escenarios diametralmente opuestos, como si jamás se hubieran cruzado en el camino de la vida.

Los textos corresponden a la edición de Seix Barral de bolsillo.