Tiempos Difíciles

Charles Dickens

Autor: Charles Dickens

Leer a Dickens en el siglo XXI requiere un esfuerzo previo para sumergirse en la atmósfera victoriana. Sin una revolución industrial y las consecuencias económicas, políticas y sociales que produciría en Inglaterra, Dickens no sería el escritor moralista que fue. Habrá que recordar los movimientos profundos que se vivieron en un país que pasó de ser eminentemente agrícola y rural, para convertirse en el centro del progreso científico y tecnológico. Las fábricas hicieron de las ciudades sus centros económicos, surgió una nueva clase que era el proletariado urbano: pobre, sin educación, descontenta. Ante el caos por la situación emergente, el intelectual del siglo XIX desarrolla una actitud didáctica, cuestiona los valores impuestos por la sociedad utilitaria, intentando, a su vez, ordenar el desarrollo explosivo.

Estamos en la época de Stuart Mill y el capitalismo desenfrenado, el utilitarismo era la corriente de moda, y en el aspecto científico continuaba la influencia de Newton. Luego Darwin revolucionará al mundo con su obra El origen de las especies, publicada en 1859. La religión también tuvo que hacer un esfuerzo para integrar la fe a los cambios producidos por los avances científicos.

Dickens utiliza la ficción para trasmitir a la nueva clase media, ideas y principios correctores. Amante del género dramático, sus novelas son cercanas al escenario en donde lo gestual es importante y el diálogo imprescindible para que fluya el contenido ideológico. A veces incluso caricaturiza para llamar la atención sobre ciertos aspectos que encuentra vergonzosos, y utiliza el humor como una herramienta.

Dickens fue un hombre de teatro. Le gustaba el contacto con el público, leía sus obras, impostaba las voces, daba conferencias. Él también venía de la clase media y disfrutaba del contacto directo con la gente. No era un intelectual que viviera apartado, ni refugiado en una torre de márfil.

En la Inglaterra del siglo XIX, la clase media comienza a leer. Son muchas las razones para este cambio: mejora la iluminación dentro de las casas, la distribución de los libros resulta más sencilla en la ciudad que en el campo, la clase media se alfabetiza, los libros se editan por partes. Dickens concretamente, publica sus novelas en serie, a través de periódicos y revistas. La expectativa que se crea por la próxima entrega es un elemento nuevo que llega algunas veces a modificar los planes originales del escritor. La evolución de la propia historia dependerá, en algunas ocasiones, de cómo recibe el público a los personajes. Esto explica también la necesidad de ser efectista: intenta atrapar al lector y llevarlo a su terreno, cautivarlo.

Al mismo tiempo, crecen en importancia las bibliotecas, se lee en el ferrocarril, se abren bibliotecas en las estaciones. El panorama literario se modifica, la literatura se acerca a todos lo que quieran disfrutar de ella. Es obvio que, en estas circunstancias, las novelas buscaran entretener, además de educar. Y entretener significa hacer reír y hacer llorar: por eso, encontramos sentimentalismo en Dickens, una cualidad que hoy está reñida con nuestra cultura, pero que fue un producto de su época.

Tiempos difíciles es un intento de replantear la educación victoriana: rígida, confiada únicamente en la ciencia, en lo empírico y en lo demostrable. Los números y el conocimiento científico eran prioritarios en la formación de un niño, todo aquello que significara cultivar el espíritu resultaba peligroso y había que eliminarlo de los programas. La fantasía no formaba, deformaba:

«Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades. No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto, no les servirá jamás de nada. De acuerdo a esta norma educo yo a mis hijos y de acuerdo a esta norma hago yo educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!» (pág. 85).

Este es el primer párrafo de la novela. La forma machacona e insistente rebela la actitud arrogante de quien habla, poseedor de la verdad absoluta. Las frases son grandilocuentes, la intención del autor no se esconde, se muestra tal cual, se implica.

A mi juicio, lo mejor de la novela es este elemento reivindicativo, hay una clara voluntad de cambiar las estructuras y las pautas de la enseñanza. Dickens es conciente de que los niños son el futuro, no se les puede sacrificar ni posponer, reclama que se invierta en ellos. En la época victoriana todos sabían que los niños eran abusados en el mercado del trabajo, un secreto a voces. Los huérfanos de los hospicios eran mano de obra gratis, les exigían largos horarios de trabajo y sólo les daban a cambio comida y un lugar para dormir. El mismo Dickens trabajó en una fábrica de betunes desde los 12 años, conocía perfectamente la tragedia de estos niños. La regulación del trabajo infantil en Gran Bretaña es del año1833, aunque se hará efectiva en la década de los ´80. «Oliver Twist» fue publicada en 1837, el tema se ventilaba como algo acusiante.

Las novelas de Dickens consiguen, sutilmente, promover ciertas reformas al poner en evidencia los defectos de una sociedad que era parte del Imperio más poderoso del siglo. Lo que él intenta señalar es que en la Inglaterra gloriosa, dueña de buena parte del mundo, existían también dolor y miseria. Y los poderosos estaban de espaldas a estos problemas, o equivocaban el camino teorizando:

«… La secta número uno afirmaba que debían aceptarlo todo como un artículo de fe. La secta número dos aseguraba que debían confiarlo todo a la economía política. La secta número tres escribía para ellos unos libritos como el plomo, demostrando que los niños bien educados llevaba infaliblemente su dinero a las Cajas de Ahorro, y que los niños que habían sido educados torcidamente acababan deportados a las colonias penitenciarias. La secta número cuatro, con lamentables pretensiones de graciosa –aunque resultaba lamentablemente triste- , simulaba, con poca fortuna, ocultar pozos de sabiduría, en los que quería zambullir, por el engaño o por el cebo, a los pobres niños. Pero todas esas sectas convenían en que los interesados no debían asombrarse jamás.» (pág. 144).

Los espacios en donde se mueven los niños de Tiempos difíciles son los siguientes: el Palacio de Piedra que es la casa del Parlamentario, padre de Luisa y Tom. Como su nombre lo indica, aquí la frialdad y la rudeza son normas de vida, los niños se aburren, almacenan datos pero están prohibidos de sorprenderse. El espacio opuesto al Palacio de Piedra es el circo: lugar en donde se crió Cecy Jupe: aquí la imaginación reemplaza a la ciencia: los afectos y los vínculos son más importantes que los conocimientos adquiridos:

«Vosotros sabéis tan bien como yo que a ningún muchacho ni muchacha se le ponen profesores de circo, ni se les pone salas con lecciones de circo, ni se le dan lecciones de circo. ¿Para qué, pues, queréis enteraros de lo que es un circo?» (pág. 105).

Al final el circo será el espacio de la salvación. Tom se esconde ahí y es arropado y protegido por la gente del espectáculo. Son generosos, les falta educación pero les sobra corazón. Son personajes buenos y puros, incontaminados por la sociedad dominante y culta.

La manera cómo Dickens nombra las cosas, parece propia del mundo de los cuentos de hadas: el castillo de ladrillo rojo del gigante (casa de Boundeby), el Basurero Nacional (el Parlamento), el Pozo de Infierno (lugar de muerte), etc. Sin embargo, esta forma de acentuar lo ridículo resulta, a un lector actual, poco interesante: el mundo narrativo está demasiado definido y catalogado. Obedece al fin moralista que lo anima, pero carece de sutileza.

Las consecuencias de la revolución despiadada, quedan expuestas en los párrafos dedicados a las fábricas. Realmente estos lugares parecen cárceles, insalubres, asfixiantes, malolientes. Y lo que es peor, los obreros importan igual o menos que las máquinas:

«Tantos o cuantos centenares de brazos en esta fábrica de tejidos; y tantos y cuantos centenares de caballos de vapor. Se sabe, a la libra de fuerza, lo que rendirá el motor, pero ni todos los calculistas juntos de la Casa de la Deuda Nacional pueden decir qué capacidad tienen en un momento dado, para el bien o para el mal, para el amor o el odio, para el patriotismo o el descontento, para convertir la virtud en vicio, o viceversa, el alma de cada uno de estos hombres que sirven a la máquina con caras apacibles y ademanes acompasados. En la máquina no hay misterio alguno; hay un misterio que es y será insondable para siempre en el más insignificante de estos hombres… ¿Por qué pues, no hemos de reservar nuestra aritmética para los objetos materiales, recurriendo a otra clase de medios para gobernar estas asombrosas cualidades desconocidas?» (pág. 167).

Los fenómenos que acompañan a la revolución industrial, como el sindicalismo, las protestas, los mítines, son dibujados con humor: ridiculiza la situación para insistir en el patetismo. Al mismo tiempo, se nota un deseo de conmover, buscando que el lector se implique y no se quede cruzado de brazos.

LA MUJER ÁNGEL

La mujer en la literatura victoriana es un ángel: incorruptible, fuerte, sólida. Pero toda su energía está al servicio del hombre. ¿Qué sentido tiene, nos preguntamos, educar a una Luisa con exquisitez si luego se le sacrifica por el futuro de su hermano, que además es un «mequetrefe»? La subordinación del sexo débil queda claramente expuesta, es una mercancía de cambio aceptada como tal hasta por el padre que puso tanto empeño en educarla.

Sin embargo Luisa supera todas las expectativas: no cae en la tentación, se mantiene «limpia», se protege del pecado y se refugia en la casa de sus padres. Ella y Raquel son las heroínas de Tiempos difíciles, los modelos a emular.

La madre de Luisa representa el fracaso, la negación de la vida, el matrimonio es el principio del fin: siempre doliente, siempre quejosa, sin tomar decisiones ni dar cariño. Un cero a la izquierda, un personaje ridículo. Es tan deplorable, que no funciona ni como modelo para su hija. Otro despropósito es la señora Sparsit : una figura arrogante que se protege bajo la mano que le da de comer; no cree en nadie, sólo en sí misma: hipócrita, servil e interesada. Disfruta imaginando la caída de Luisa. Junto con la esposa de Esteban, serán los prototipos de mujer- diablo.

La moral victoriana fue muy conservadora. Había que aparentar corrección a cualquier precio. La imagen que uno reflejaba lo era todo, era importante tener buenas costumbres y era aún más importante que todos vieran cómo y cuánto se practicaban esas buenas costumbres. El esquema era rígido e inamovible: la familia el centro, la mujer el pilar sobre el cual se sustentaba el edificio. No es gratuito que Bounderby se confeccione un pasado en el arroyo para acumular méritos propios, ni que la señora Sparsit recuerde, cada vez que pueda, su pasado y su linaje. Éstos eran «los» temas, la reputación valía su precio en oro.

LA IRONÍA

El humor de Dickens es un humor teatral. Sus personajes son descritos haciendo el tonto de una manera visual, con esmerado lujo de detalles gestuales, como si ellos estuvieran actuando sobre un escenario. Un ejemplo:

«Lo primero que hizo el señor Bounderby fue quitarse de encima a la señora Sparsit, dejándola que pasase como pudiese en el suelo por las distintas etapas de su dolor. Leugo recurrió a poderosos reactivos, tales como el retorcerles los pulgares, darle fuertes golpes en las manos, rociarle la cara con abundancia y meterle sal en la boca. Una vez que estas atenciones la hicieron volver en sí –lo que tuvo lugar rápidamente- , la metió a prisa y corriendo en un tren rápido, sin ofrecerle ningún refrigerio, y se la llevó a Coketown más muerta que viva.» (pág. 374).

Otro ejemplo:

«Tom había embutido un dedo, mientras hablaba, en uno de los ojales de la chaqueta de Esteban y daba vueltas con él como si fuese un tornillo, de un modo rarísimo.» (pág. 282).

Otras veces, la ironía señala de manera implacable los defectos del sistema político:

«…Y en seguida regresó al vertedero nacional y reanudó su criba en busca de los datos y retazos que necesitaba, cuidando de levantar polvareda para cegar a otras personas que andaban también a la búsqueda de sus datos o retazos… En una palabra: reanudó sus obligaciones parlamentarias.» (pág. 335).

«…miembro del Parlamento por Coketown: uno de sus respetables miembros que todo lo medían y pesaban, uno de los representantes de la tabla de multiplicar, uno de los ilustres caballeros sordos, de los ilustres caballeros mudos, de los ilustres caballeros ciegos, de los ilustres caballeros inválidos, de los ilustres caballeros muertos a cualquier otra consideración.» (pág. 196).

Dickens pretendía entretener, finalidad de su prosa que hoy puede pasar desapercibida. Obviamente, los gustos del lector contemporáneo son muy distintos. Pero nadie duda del valor social de su obra: retrató su mundo de manera despiadada, a pesar del sentimentalismo que utilizó para acercarse al público y conmoverlo, haciendo un intento loable para que la literatura estuviera al alcance de todos.

Los textos han sido tomados de la edición de bolsillo de Cátedra. Traducción de Lázaro Ros.