Nueve Lunas

Gabriela Wiener

Gabriela Wiener, periodista peruana que reside en Madrid, nos sorprende con este texto inclasificable, una suerte de «diario» aunque como tal incumpliría la premisa más elemental del género porque no está escrito día a día; se trata de un registro mensual en donde la autora expone con detalle las experiencias que vive una mujer de treinta años embarazada. Sin embargo el texto mantiene el tono confesional de los diarios, un intento de escribir para comprender, más que escribir para contar.

Nueve lunas se estructura en nueve secciones que responden a los nueve meses reglamentarios entre la concepción y el acto de parir. A lo largo de este período, la evolución de la protagonista se hace evidente conforme va interiorizando el hecho trascendental de convertirse en madre. Diferentes sensaciones la sacuden y atraviesan: desconcierto, rabia, ilusión, miedo, inseguridad, euforia, y un sentimiento nuevo, hasta ahora desconocido, nace dentro de ella mientras su cuerpo crece y se transforma.

La chispeante actitud de la narradora y su cuota de humor algo ácido, hace que la lectura de Nueve lunas sea una experiencia interesante y risueña. Gabriela Wiener sabe combinar las dos caras de la vida -tristeza y alegría, placer y dolor- en un texto en la donde la fusión de los extremos es la norma. La protagonista queda embarazada -una vida nueva que comienza- justo cuando experimenta una serie de pérdidas -fin del trabajo, muerte de la amiga, glándulas que le extraen, cáncer del padre-. Las primeras líneas anuncian esta postura, como si fuera una tesis a desarrollar:

«En estos últimos meses, nueve, para ser exactos, he llegado a pensar que el placer y el dolor siempre tienen que ver con cosas que entran y salen del cuerpo.» (pág. 11).

Este equilibrio en la búsqueda formal tiene relación directa con el equilibrio personal que la narradora aspira a encontrar convirtiéndose en madre. Cuenta, sin rezagos de pudor, que ha pasado por tres abortos voluntarios, que es consciente de los conflictos que se generan entre madres e hijos, que son muchas las dificultades laborales para una madre sin familia viviendo cerca, que es difícil asumir los cambios físicos de la mujer, etc., pero nada de eso será motivo, en esta ocasión, para dar marcha atrás: asume su embarazo porque lo desea y lo asume con entusiasmo y curiosidad.

La mirada de Gabriela Wiener sobre sí misma es cruda, de una franqueza cercana al exhibicionismo. Ella no se esconde en un yo ficcional, se presenta directamente como autora y sujeto de la narración. Pero contar las cosas que ella elige contar responde a un deseo de exponer para provocar. Al mismo tiempo encuentra, y esta razón tiene el mismo peso que la anterior, que estas revelaciones tienen un sentido final dentro de su proceso gestacional. Es así que los detalles de su vida sexual, que sabiamente relaciona con su quehacer periodístico, terminan siendo importantes en el texto debido a las reflexiones que generan:

«Bajo el seudónimo de Ada Franela he firmado los reportajes más sensacionalistas de cada número. Para uno de ellos me dejé flagelar por una dominatriz sanguinaria delante de un auditorio lleno, antes de convertirme en su aprendiz. Por notas como esa me entrevistaron en programas de radio y televisión. Un par de reportajes de PL podía pagar lo mismo que Lateral me pagaba por un mes de trabajo. Escribir sobre sexo se había vuelto rentable. Sin ir muy lejos, por los días que descubrí que esperaba un bebé, estaba poniendo punto final a un libro….
… ¿Era lícito que esa pequeña célula algún día aprendiera a leer? ¿Acaso cuando me preguntara de dónde vienen los bebés lo instaría a buscar en las estanterías las confesiones eróticas de su mamá? ¿Cómo debía criarse a un ser humano para que sea capaz de atajar las burlas de sus amiguitos a propósito de las descripciones técnicas que hacía su madre del sexo grupal? ¿En qué colegio alternativo debía matricularlo?
Junto a la pila de libros de perversiones sexuales se fue situando espontáneamente una torre compuesta por manuales de maternidad, guías del embarazo mes a mes y textos de psicología para madres primerizas.» (pág. 22, 23).

No intento decir que huele a moralina, porque no es así, huele a realidad, a todas aquellas veces que uno se pregunta por las consecuencias de sus actos cuando hay hijos detrás. Es una reflexión interesante y válida porque afecta a nuestro derecho a la libertad. Los hijos son una presencia incómoda muchas veces y los tenemos entre ceja y ceja cuando nos excedemos, o transgredimos, o simplemente no sabemos qué hacer ante una situación peligrosa. La responsabilidad está ahí, siempre presente, tirándonos de la manga, cuestionándonos, y muchas veces culpabilizándonos, desde el día que nacen.

Es cierto que Wiener tiende a generalizar, lo que ella siente lo traslada a todas las mujeres. O quizá, lo que hace, es buscar la camaradería de las otras mujeres para saberse acompañada y parte de un grupo. Su pluma tiene autoridad y contundencia, dotes de buena periodista, y su trabajo se centra en observar su propio proceso, literalmente vivido en carne y hueso, para comprenderlo y disfrutarlo. A veces me veo retratada de pies a cabeza con mayor precisión que si yo hubiera intentado hacerlo; otras no coincido y me sorprendo. Son esos momentos los más ricos, los que me hacen plantearme las cosas desde otro ángulo, los que me abren ventanas a otros sentires y vivires:

«Ningún polvo cualquiera completo puede superar a uno perfectamente incompleto.» (pág. 13).

Tendrá que explicarme bien las ventajas, lo siento, ¡me perdí algo!
Sin embargo, en esta escena que describe el «síndrome del nido» me veo retratada:

«… no importa lo voluminosas que estén, un día las verás subidas a una escalera sacudiendo las telarañas de la lámpara con un plumero, lustrando el parqué a las tres de la mañana o tejiendo horribles ropones verde agua para un bebé que nacerá en pleno verano.» (pág. 122).

Una cultura contemporánea

Nueve lunas me ha hecho consciente de la variedad de información que tiene un ser humano a disposición para cualquier situación que quiera conocer a fondo. Gabriela, nuestra gestante, que además es periodista, no sólo lee libros, revistas y folletos; si no que navega por internet y se mete a webs, blogs, portales, etc. reuniendo todos los puntos de vista imaginables: las posiciones más extremas, los datos más interesantes y los detalles más divertidos o los más escalofriantes que se puedan publicar. Esto es nuevo para mí. Yo parí cuatro veces en la década de los 70´s y el mundo en aquella época era distinto y distante. Las comunicaciones vivían la pre historia, los usuarios no contábamos con la vorágine de datos que pululan hoy en los medios de todo tipo. Éramos más ignorantes, pero, por necesidad, más intuitivos, confiábamos en lo que creímos que sería la mejor. No quiero decir que por eso fuimos mejores, nada más lejos de mi sentir, simplemente señalo la diferencia. Pero creo que la invasión de información puede ser también peligrosa porque reduce el espacio para la improvisación. Y el riesgo. Respecto a los hijos, pienso que las madres debemos aprender a oírnos a nosotros mismas, una voz interior puede echarnos una mano, a veces con mejor criterio que una publicación hecha para cobrar. Yo huyo de las teorías que suponen que todos los hijos y todas las madres son iguales. También es cierto que hoy las mujeres comienzan a ser madres con treinta años, lo cual implica que llegan a esta etapa con una buena formación y experiencia laboral y por lo tanto saben que existe la posibilidad de buscar información sobre aquello que desconocen. Esta actitud y la invasión de las nuevas tecnologías, nos sitúa en un mundo muy dinámico y cambiante. Bienvenidos, de la mano de Gabriela Wiener, al siglo XXI:

«Leído en un artículo de divulgación: un niño puede nacer con la aportación genética de una tercera persona cuya identidad jamás conocerá. Dos gemelos pueden llegar al mundo con dos varios de intervalo. Una mujer puede dar a luz a un hijo que no ha concebido o que ha concebido con el esperma de un hombre muerto. Un niño puede tener hasta cinco progenitores (madre ovular, gestante, social, padre genético y padre social). Una abuela puede gestar a un niño concebido por su hija y su yerno. Y aún más escalofriante es que haya empresas que vendan servicios de reproducción y partes del cuerpo de las mujeres, como ovocitos y úteros. Y otras dedicadas a la predeterminación del sexo del feto, como en la India, en donde abortan 29 de cada 30 fetos femeninos.» (pág. 25-6).

«Ya en Rotten, me dejé llevar por un link irresistible. Decía: «El último tabú», Internet puede trasladarte de una sensación a otra abismalmente diferente en un clic. Estás revisando el correo después de pelar una mandarina y te das de bruces con una estampa imposible:
Un hombre está comiéndose a un bebé.
Un bebé frito.» (pág. 28).

«En Perfect Madness, traducido como Una auténtica locura, la blogger del New York Times Judith Warner critica el modelo de «maternidad total», una maternidad intensiva que empieza con la «crianza con apego» y termina con la madre horneando galletitas frenéticamente a media noche, acudiendo a reuniones de padres cada día y planeando una agenda de actividades extraescolares como si el niño fuera un primer ministro. En esta maternidad de «inmersión» y autoexigencia que describe Warner tras realizar cientos de entrevistas a mujeres norteamericanas en los treinta, la mujer casi no tiene sexo ni puede dormir y tiene la sensación de estar haciendo siempre algo mal. Son mujeres que fueron criadas por sus madres feministas que les enseñaron a hacerlo todo, pero que ahora viven en una constante angustia vital intentando compaginar sus tareas de mujer profesional, esposa y madre solas. Para Warner esto no sólo representa un doble y hasta tripe turno de trabajo sino un auténtico desbarajuste que lleva a muchas a hacerse adictas a los tranquilizantes.» (pág. 116).

«Desde que me apunté a las clases de preparación para el parto, además, mi nombre había ido a parar a la base de datos de todas las marcas de productos para bebés y mi buzón se llenaba cada día de publicidad y de revistas en las que aparecían embarazadas fashion victims que usaban muchas cremas y bebés de calendario con todas sus necesidades satisfechas. La idea era convencerme de que mi cría necesitaba un «biberón fisiológico» cuya textura «era lo más parecido al seno materno». Su mágica forma, por supuesto, «evitaba el hipo y los cólicos». Era «el biberón que te pediría si supiera hacerlo».» (pág. 129).

Y luego encontramos que hay blogs de nonatos que escriben los padres, y que los bebés aterrizan en Facebook antes incluso de nacer. Esta avalancha de recursos irrumpe en el texto y habrá quien quiera ver en esto una llamada de atención a los excesos: a veces parece más importante la herramienta que el sujeto para la cual está al servicio. Creo que esta inmersión en la realidad contemporánea es, combinada con la experiencia del embarazo, la riqueza de Nueve lunas. No se trata sólo de aprender a ser mamá, se trata de hacerlo toreando la invasión mediática, la presión del marketing, la información teórica, etc. ¿Dónde metemos al miedo, al dolor, a la sorpresa, a la euforia y tantas cosas más que nos inundan y limitan en esta tarea?

Y para cerrar mi comentario, la descripción del parto, que cierra el texto, es soberbia: lo ataca por todos los ángulos, ningún aspecto queda sin registrar: emocional, afectivo, psíquico, físico, ambiental. Gabriela Wiener consigue trasmitir su propia experiencia con desenfado, humor e inteligencia, gracias a su buen manejo del lenguaje. No sería justo terminar sin señalar que el discurso narrativo fluye con una naturalidad sorprendente. La narradora sabe intercalar con agudeza notas periodísticas, confesiones íntimas, diálogos, descripciones detalladas de sensaciones, recuerdos, poesías, etc. siempre con una dosis de humor y buen ritmo. Reírse de la vida y reírse de sí misma, esto último más difícil de conseguir, parece ser la bandera que despliega, por eso el lector celebra con entusiasmo su propuesta original y descarnada.

Los textos han sido tomados de la edición de Mondadori, 2009.