Nieve

Orhan Pamuk

Autor: Orhan Pamuk

Para un lector occidental, grupo en el que me incluyo, la obra del premio Nobel Orhan Pamuk, es una lectura obligada. Publicada en el año 2002, la novela Nieve resulta atractiva y reveladora. El desconocimiento del mundo islámico, característica común a la mayoría de occidentales, se convierte en un estímulo para acercarse a ciertos temas. Y como además, el punto de vista pertenece a un turco exiliado en Europa, detectamos una cercanía, postura clave para sintonizar e identificarse.

Pamuk refleja el momento histórico que vive su país y el gran dilema de su incorporación a la CEE. El protagonista, Ka, representa la dualidad de un turco contemporáneo que vive en una gran ciudad: por un lado desea ser parte de Europa, por el otro, su corazón reivindica una cultura propia, ajena e incompatible con el desarrollo de Occidente. Esto le impide integrarse.

Este es el contexto de la historia que se narra en la novela. Y es también el marco ideológico y religioso. Hay muchos diálogos entre el protagonista y los representantes de los diferentes grupos políticos. Gracias a este intercambio dinámico, punzante a veces, fanático otras, el lector recibe información sobre las diversas posturas.

Ka regresa a Turquía después de 12 años exiliado en Alemania. El pretexto para la vuelta es la muerte de su madre. Va a Estambul y la encuentra muy cambiada, queda muy poco de la ciudad de su niñez que los recuerdos han perfilado con nostalgia. Entonces decide ir a una ciudad pequeña, de nombre Kars, en donde podrá rescatar esa Turquía que, según él señala, no ha sobrevivido en Estambul. Acepta un encargo periodístico: averiguar por qué se suicidan tantas mujeres y de paso cubrir las elecciones municipales en donde el partido islamista parece ganador. Se produce un reencuentro con una antigua compañera, y como la nieve sepulta a Kars, los caminos de entrada y salida quedan clausurados unos días. Las maniobras políticas que se producen, golpe de estado local incluido, dibujan el panorama inestable y antagónico que existe en el pueblo y, por lo tanto, en el país.

La nevada es un recurso que funciona: todo aquello que sucede en la novela es posible debido a la situación de encierro. Se cortan todos los lazos con el mundo exterior y Kars se convierte en un infierno similar al de Huis Clos (A puerta cerrada) de Sartre.

La nieve es también símbolo de pureza: cuando caen los copos la ciudad se lava, el frío purifica y renueva. Desde el lado estético también aporta imágenes bellas, y en el caso de Ka, la nieve será un tema literario y un impulso creador:

«Con la mirada clavada en el cielo, que se veía más luminoso que la tierra según caía la noche, no consideraba los copos cada vez más grande que esparcía el viento como signos de un desastre que se aproximaba si no como señales de que por fin habían la felicidad y la pureza de sus días de infancia». (pág. 12).

A pesar de la nieve, la ciudad de Kars resulta fea y pobre. No hay nada rescatable en ese lugar, sólo unos antiguos edificios de la época rusa que se están viejos y decadentes. El abandono es la nota común.

Cuando el foco de la novela se desplaza a Alemania, lugar de residencia de Ka y otros exiliados, el mundo es igual de pobre y feo. Esto es demoledor, porque ni en el extranjero los turcos logran superar las incomodidades y carencias materiales. La miseria y el abandono parece ser algo inherente a ellos, una lacra de la cual no consiguen escapar:

«… nos encontramos en un espacio horrible del tamaño de un hangar, que por lo visto, en tiempos se había usado como depósito… Como los pasajes subterráneos de Estambul, estaba rodeado de tiendas sucias y lóbregas: vi una joyería que ni siquiera iluminaba el escaparate, una frutería prácticamente enana, justo al lado de un asador muy atareado y un colmado que vendía tripas y más tripas de embutido cuyo dependiente estaba viendo la televisión del café». (pág. 299).

El narrador es un amigo de Ka. Se anuncia desde el principio como un narrador omnisciente que conoce la historia desde el inicio hasta el final. Su punto de vista corresponde con el de Ka: ambos son poetas, gente educada con manejo de la cultura occidental, viejos amigos. Al lector le resulta misterioso que alguien (el narrador) anticipe datos de la tragedia, y que este alguien se encuentre ubicado muy cerca de Ka. Parece una mosca en la oreja del protagonista, no se aparta jamás de Ka cuando narra, como un testigo involuntario.

Sin embargo no estuvo con Ka en Kars. Lo que sabe lo ha reconstruido en un viaje que realizó a propósito para informarse. El recurso literario acerca la historia al lector y produce suspense. Anunciar cosas que van a pasar crea expectativas. Y si pasan, otorga credibilidad a la fuente.

Es interesante la identificación del narrador con el autor: ambos se llaman Orhan. Este es un detalle importante: el autor se implica de esa manera, es un juego de identidades que produce una mayor riqueza.

Pero Orhan escritor se desmarca de Ka con una reflexión sobre la imposibilidad de comunicar el sentimiento que cada uno asume como propio:

«Quizá hayamos llegado al corazón de nuestra historia. ¿Hasta qué punto es posible comprender el dolor y el amor de otra persona? ¿Cuánto podemos comprender de los que sufren penas, ausencias y opresiones más profundas que las nuestras? Si comprender consiste en poder ponernos en el lugar de alguien distinto, ¿han podido alguna vez comprender los poderosos y los ricos del mundo a los miles de millones de pobres que viven al margen? ¿Hasta qué punto puede ver Orhan el novelista la oscuridad de la vida difícil y dolorosa de su amigo el poeta?». (pág. 306).

Este párrafo implica también una cuestión literaria: la credibilidad de un personaje depende de la lealtad de su autor al concebirlo como un ser autónomo e independiente. Pero en lo esencial, a pesar de la autonomía, ambos deben compartir una gran complicidad. Sobre todo de afectos.

DUALIDAD DEL PROTAGONISTA

Ka ha sido criado en la capital, es un poeta culto y sensible, un intelectual. Su manera de ver el mundo es cercana a Occidente. Sin embargo, reconoce en él la presencia de una cultura local islámica de la cual se ha alimentado por el hecho de haber crecido en su país.

No es casual que en el exilio tuviese dos amantes: una turca y otra alemana, elecciones amorosas que reflejan su ambivalencia:

«-¿Y qué hacemos con nuestro poeta de mente confusa con la razón en Europa y el corazón con los militantes de Imanes y Predicadores? –preguntó Sunay». (pág. 244).

Por eso KA regresa a Turquía: la insatisfacción, que se traduce en infelicidad, lo fuerza a buscar sus raíces para que éstas actúen como un salvavidas. Al encontrar Estambul, su ciudad natal, moderna y europeizada, se interna en un lugar lejano, fronterizo, en donde intentará rescatar un pasado no contaminado.

El exilio produce marginación. Es difícil integrarse en un país extranjero. La lucha por armonizar dos mundos puede ser agotadora y muchas veces estéril. Pero si el extranjero es un exiliado político, la situación es aún más difícil. No es lo mismo emigrar por un acto libre y voluntario, que emigrar a la fuerza. Tampoco es fácil rehacer la vida y encontrar una fuente de ingresos en tales circunstancias. Esto complica el día a día del extranjero y lo desgarra afectivamente. La tendencia a idealizar el paraíso perdido es común, la nostalgia es un narcótico.

Sin embargo, el hecho de haber tomado distancia con su propio país, produce un quiebre difícil de reparar. El que parte desarrolla una postura crítica respecto a las costumbres de la cultura lejana, la nueva perspectiva produce lucidez en el análisis, lo libera de ciertos compromisos. La sensación que queda es la de no pertenecer enteramente al país de origen, ni al país de acogida. El extranjero suele ser un personaje marginal. Eso produce descontento, incomodidad, desubicación. Y en el caso de Ka, hay un bloqueo afectivo que se traduce en una falta de creatividad:

«… La verdad es que con los alemanes no hablaba. Y ya no me llevaba demasiado bien con los turcos, que me encontraban sabelotodo, intelectual y medio loco. No veía a nadie, no hablaba con nadie, y tampoco escribía poesía.» (pág. 47).

Los locales se convierten en espejos de los recién llegados. Las diferencias se aprecian en la comparación. Si uno no las ve, se siente seguro. Al percibir la diferencia, se mira a sí mismo, por primera vez, con otros ojos. En el caso de alguien más pobre, la mirada del otro produce dolor. Dice Azul:

«… siempre había un alemán que se diferenciaba de los otros que había visto por el trayecto y yo me concentraba en él. Lo importante no era lo que yo pensara de él, si no que, imaginando lo que él pensaría de mí, intentaba ver a través de sus ojos mi aspecto, mi ropa, mis gestos, mi manera de andar, mi historia, de dónde venía y a donde iba, quién era. Una sensación horrible, pero me acostumbré: no me despreciaba. Pero me permitía comprender cómo se despreciaban a sí mismos mis hermanos… La mayor parte de las veces los europeos no nos desprecian. Somos nosotros quienes los miramos y nos despreciamos. La emigración no sólo se hace para huir de la opresión en casa, si no también para llegar a lo más hondo de nuestra alma.» (pág. 91).

LOS CONFLICTOS POLÍTICOS- RELIGIOSOS

Si enumeramos los partidos políticos que operan en Kars, nos daremos cuenta de lo fragmentado que está el espectro político: Partido de Dios, Partido de la Prosperidad, Partido del Pueblo, Partido de la Madre Patria, Partido País Libre y Partido de la Igualdad de los Pueblos. Los odios entre unos y otros son antiguos, la lucha por el poder no admite pactos ni alianzas. Todos contra todos para imponer las reglas del juego que cada uno persigue. La situación es caótica, reina la insensatez. Sin embargo, en las discusiones, siempre surge la comparación con Occidente. Las posturas se definen en funcionan al «enemigo» europeo.

Cuando Ka dialoga con Muhtar, descubre la superficialidad del vínculo religioso en el discurso de éste, a pesar de ser el candidato del partido de Dios. Muhtar no habla de fe, habla de la necesidad de pertenecer a una comunidad en donde el líder acoge y arropa a sus fieles. Como éstos son pobres y no tienen nada, la religión debe darles consuelo. Una manera de concebir la religión muy cercana a la de Marx: la religión sería el opio (narcótico) del pueblo. Ka se revela ante esta postura:

«Tú sólo puedes abrazarte a tu religión y a tu comunidad, si infieles laicos como yo nos echamos sobre los hombros las tareas del Estado y el comercio. En este país nadie puede rezar con tranquilidad de corazón sin confiar en la eficiencia de un ateo que lleve como es debido los asuntos ajenos a la religión, como la política y el comercio con Occidente.» (pág. 77).

En su diálogo con el jeque, Ka plantea una búsqueda personal, interior:

«.. Quería ser como los europeos. Pasé mi vida lejos de la religión porque comprendía que no podía compaginar el ser europeo con un Dios que hace que las mujeres se cubran la cara y las embute en un charshaf. Cuando fui a Europa sentí que podía haber un Dios distinto a ese del que hablan los tipos barbudos, reaccionarios, paletos.» (pág. 118).

Pero luego Ka admite el conflicto que genera en él esa búsqueda al tener que renunciar a la religión de los suyos y desmarcarse, por lo tanto, de esa comunidad:

«… Me sentía culpable por haberme pasado la vida sin haber podido creer en el Dios de los pobres, en el que creen los que no tienen educación, las abuelas que se cubren la cabeza, y los abuelos que llevan el rosario en la mano. Mi incredulidad tiene una gran parte de orgullo.» (pág. 119).

Cuando discute con Sunay el golpe de estado, Sunay justifica su actuación y aporta su propio punto de vista:

«¿Te da miedo la vergüenza que pasarías si os europeos vieran lo que estamos haciendo aquí? ¿Sabes cuánta gente han ahorcado ellos para poder levantar ese mundo moderno que tanto admiras?» (pág. 240).

La grabación del asesino del profesor recogía el discurso fanático de un integrista sin preparación. El suyo parecía el discurso de un niño, carente de criterio o ideas interesantes. Ante esa postura del típico fiel del rebaño, que luego, cegado por el odio, ejecuta y mata, Azul presenta un discurso que pretende ser más elaborado, pero pierde agudeza obsesionado por Occidente. Ka percibe la ambigüedad de la propuesta de Azul respecto a la espiritualidad que dice defender:

«-La razón de que aquí estemos tan comprometidos con nuestro Dios no es que seamos pobres, como piensan lo occidentales, sino que tenemos más curiosidad que nadie por saber qué es lo que hacemos en este mundo y por lo que ocurrirá más allá.

Pero en sus frases finales, en lugar de descender a las raíces de dicha curiosidad y explicar qué es lo que hacemos en este mundo, Azul interpeló a Occidente:

-El Occidente, que al parecer cree más en la democracia, su gran descubrimiento, que en la palabra de Dios, ¿se opondrá a este golpe militar antidemocrático en Kars? –preguntó con un gesto ampuloso-. O lo importante no son la democracia, la libertad o los derechos humanos si no que el resto del mundo imite a Occidente como monos?» (pág. 269).

Cuando le tocó el turno a un joven kurdo también aprovecha la ocasión para enjuiciar a Occidente con dureza. La rabia puede ser lúcida:

«… en cuanto una nación es pobre, lo primero que piensa el mundo entero, es que es una nación de tontos, de cabezas de chorlitos, de vagos, de sucios y de inútiles. En lugar de tenerlas pena se ríen de ellos. Encuentran cómicas su cultura, sus tradiciones y sus costumbres. A veces luego se avergüenzan de lo que han pensado, dejan de reírse y si los emigrantes de ese país les barren los suelos y trabajan en los peores empleos, se comportan como si encontraran interesante su cultura e incluso les tratan como si fueran iguales para que no se les rebelen.» (pág. 325).

El diálogo entre unos y otros es lo más destacable en Nieve. Hay observaciones interesantes, al punto que el lector no puede dejar de replantearse muchas cosas. La constante mirada desde, y hacia, Occidente, resulta crucial. El mundo está dividido entre los islamistas, que son los religiosos; y los occidentales, que son los ateos. El progreso y el desarrollo parecen reñidos con la religión. Pobres y religiosos, por un lado, ricos y ateos por el otro. Hay mucho de cierto en esto, el mundo contemporáneo queda plasmado con sus injusticias, sus iras, sus frustraciones, su falta de generosidad.

Pero Pamuk también hace una crítica a los islamistas que parecen llenarse la boca con el amor a Dios, incapaces de resolver los problemas económicos y sociales de su pueblo. Y aquel que está en contra de los mandatos del Dios del Corán, no sólo está equivocado, si no que es nefasto y debe morir. Como el profesor de la escuela, o el animador de la televisión.

Hay muchos temas paralelos, todos interesantes, como el suicidio de las mujeres, la situación de ellas en la sociedad, la miseria material que produce pobreza espiritual y resta energía, el abuso del poder, la centralización del gobierno, etc.

EL AMOR ES EL UNICO MOTOR

A pesar de los planteamientos políticos y religiosos, Pamuk da el golpe de gracia: finalmente el ser humano no actúa guiado por la religión ni para defender sus ideales. El hombre es un romántico perdido, débil sentimentalmente ya que lo único que lo impulsa es el amor. O, mejor dicho, la búsqueda del amor. Azul va a Kars principalmente para ver a Kadife, no para armar una revolución. Ka visita Kars con un pretexto periodístico, pero en realidad busca a Ípek. Orhan se obsesiona cuando conoce a Ípek y no puede pensar en otra cosa, la novela que escribe es producto, según él mismo confiesa, de esa pasión:

«Probablemente fue en ese momento de agitación cuando decidí escribir el libro que ahora tienen en las manos.» (pág. 401).

Ka traiciona a Azul por celos, su amor por Ípek lo obsesiona.

Fazil se confiesa:

«… ahora yo mismo quiero colaborar con los islamistas contra este golpe militar. Pero noto que voy a hacerlo sólo para llamar la atención de Kadife. Me da miedo no tener otra cosa en la cabeza que ella.» (pág. 337).

Esta manera de proceder es lo que Ka llama «el doble sentido» característico de las personas que viven en Kars. Ípek le dice a su padre que no vaya al teatro, pero en realidad lo está provocando para que vaya y la deje libre para acostarse con Ka. Su hermana menor hacía lo mismo:

«… hablando del comunicado y de la devoción por su padre, Kadife en realidad expresaba su devoción por Azul.» (287).

Pamuk humaniza la novela con este giro final. Muchas teorías, muchas ideas, grandes ambiciones políticas y planes para usurpar el poder, pero en realidad lo que cuenta en la vida de la gente es la promesa del amor.

Hay en Nieve una tendencia a concebir los personajes de manera dual: Ka se identifica con Necip, que sería la otra versión de Ka si se hubiera quedado en Turquía. Necip y Fazil son también dos estudiantes que se identifican y sienten como uno. Ka y Orhan son las dos caras de la literatura: el poeta y el novelista. Kadife y su hermana Ípek, dos versiones de la mujer turca: la moderna y la tradicional, sin embargo ambas están enamoradas del mismo hombre. Melinda se parece a Ípek: Melinda es la Ípek que consuela a Ka a través de sus vídeos. Hay una sensación de eco, de repetición, como si los personajes se proyectaran en otro como en un espejo.

LAS FORMAS ARTISTICAS Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

La poesía tiene un rol especial en Nieve. Desde el título.

Ka recupera la capacidad para escribir en Kars. En Alemania perdió los vínculos interiores necesarios para escribir. Cuando recupera el poder de la pluma, recupera su identidad. La tensión vital se la da Turquía.

El teatro es el medio artístico que cumple una función más importante en esta novela. La revolución se da en el teatro, la contrarrevolución también. Las escenas en estos casos son esperpénticas, la confusión entre realidad y ficción crea un clima delirante. Lo que no se consigue ejecutar en la realidad, se logra en el teatro. El arte es una vía de escape real y eficiente. Modula la realidad, la transforma. O intenta hacerlo

La telenovela Mariana, aunque sea un producto poco artístico y exageradamente sentimental, tiene una función catártica. La identificación con la pobreza de esa mujercita mexicana, conmueve a los habitantes de Kars. Mariana los hermana en el dolor. La ficción de la telenovela es un remedio poderoso para sobrellevar el día a día.

El periodismo, como una forma de narrar, también es un recurso poderoso. Puede convocar el futuro: si se escribe lo que va a pasar, pasa. La pluma puede ser un arma.

También hay que decir que lo menos interesante en Nieve es el análisis de la estructura del copo y la relación de éste con la obra poética de Ka. A mi juicio, resulta forzado. Y creo que es un pretexto, o trampa literaria, para llegar al desenlace: gracias a la ubicación de un poema en la estructura del copo, Orhan descubre que Ka delató a Azul. El juego que plantea me parece innecesario.

Los textos se han tomado de la edición de Alfaguara, traducción de Rafael Carpintero.