La larga vida de Marianna Ucrìa

Dacia Maraini

En 1990, Dacia Mariani (Italia, 1936) publica La larga vida de Marianna Ucrìa, versión femenina de El gatopardo, obra imprescindible escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en 1957. Si bien es cierto que la ambientación histórica no coincide -hay un siglo de diferencia entre ambos relatos- en esencia el tema central es el mismo: la decadencia de la aristocracia siciliana producto de un mundo brutal que terminará siendo arrasado por una cultura emergente. Habrá muchas diferencias entre las dos obras, pero el ejercicio de introspección de ambos protagonistas para comprender su rol en el mundo, es el eje narrativo. A pesar de los ritmos distintos, de la época, y sobre todo de los personajes, el escenario será el mismo: la tierra seca de la isla, el calor, la presencia del mar, el catolicismo y las casonas feudales que los aíslan de la pobreza, el dolor y las injusticias de sus contemporáneos. La sensación de gravitar por encima del resto, protegidos por su clase como si fuera ésta una armadura, es una constante. No se trata de un estatus por el que han luchado, se trata de una herencia: el poder que les otorga es adictivo, sin embargo las conciencias de los protagonistas se mantienen alertas y perciben la necesidad del cambio, renovación inevitable.

Lo histórico

Maraini no se detiene demasiado en este aspecto, lo dibuja someramente, sin mucho detalle. Debido a la inestabilidad del poder político en Sicilia en la primera parte del siglo XVIII, la autora prefiere el esbozo: algunos datos para ubicarnos, pero poco más, como si no fuera determinante si la Corona pertenecía a los Borbones, a los Austrias o a la Casa de Saboya. En realidad, daba igual, a pesar de los cambios dinásticos producto de las guerras por el dominio de la isla, los aristócratas eran los que mandaban en sus feudos. Eso queda claro, eran parte de una élite que ostentaba un ilimitado poder local manteniendo cierta independencia de la autoridad central, un vasallaje bastante particular para la época. Así lo vivió el marido de Marianna, como lo expresa el narrador en este párrafo, uno de los pocos en los que figuran fechas:

“Y si en 1713 izó, como todos, la bandera de los Saboya sobre la torre de Scannatura y en 1720 hizo flamear la austríaca de Carlos VII de Habsburgo, con igual tranquilidad ha izado en 1735 la de Carlos III, rey de las Dos Sicilias, sin desprenderse jamás de las anteriores. Dispuesto a sacarlas como nuevas en caso de un retorno; como, por otra parte ocurrió con los españoles: expulsados de la isla, volvieron treinta y cinco años después tras una guerra terrible que ha costado más muertes que una epidemia de viruela negra.

Más que oportunismo, el del señor marido tío era desprecio por “esos bárbaros que vienen a comer sobre nuestra cabeza”. Ponerse de acuerdo con otros disconformes, imponer condiciones, resistir a la prepotencia de los extranjeros, nunca se le pasaría por la cabeza. Sus pasos de lobo lo llevaban hacia donde hubiera alguna oveja solitaria que agredir. La política le resultaba incomprensible, los problemas había que resolverlos a solas, cara a cara con Dios, en ese lugar desolado y heroico que era para él la conciencia de un aristócrata siciliano.” (pág. 166).

Habría que mencionar otro dato histórico que aparece en la novela, uno de los pocos que se mencionan: la vida de María Luisa de Saboya Orléans, que el padre de Marianna redacta cuidadosamente para informar a su hija de la existencia de este inolvidable personaje. Una Reina que rompió todos los moldes, dueña de un espíritu valiente, mujer que tuvo una vida fructífera a pesar de que muere con veinticuatro años.

La novela de costumbres

Podría considerarse dentro del apartado histórico la pericia con la que la escritora italiana recrea las costumbres de la época, deteniendo su mirada en la vida cotidiana de los personajes. Los ojos de la narradora se detienen en hechos sin importancia aparente, acontecimientos del día a día, detalles que pueden parecer incluso superfluos, pero la suma de ellos nos permite comprender cómo era la vida en aquel lugar, en aquella época. A Maraini no le interesan las batallas ni las grandes gestas, le atrae la serena rutina, lo que sucedía dentro de las casas, lo que guardan las paredes de los palacios y las chozas. Como lectora, disfruto descubriendo los hábitos y los usos en aquella isla remota, algunas costumbres parecen bárbaras, otras, sabias o eficaces. Culturalmente, estamos ante un mundo extraño. Desde el inicio del relato nos encontramos con reglas desconocidas: el hecho de llevar a la pequeña a la Vicaría para que presencie el ajusticiamiento de un niño, hecho brutal que pretende devolver el habla y el oído a Marianna, resulta curioso. No hay diálogo entre el padre y la hija, su postura es cariñosa pero no le explica nada, sólo la expone a una experiencia de choque para resolver un trauma aún mayor, sin sospechar que en su estado, el evento podría causarle un problema nuevo.

Por otro lado, somos testigos de los arreglos matrimoniales en donde el amor ni se menciona, sólo cuenta lo que la pareja aporta a la unión. Marianna es entregada al tío, precisamente quien la violó de niña, el origen de su mudez, ¡una monstruosidad del tamaño de una catedral!, pero la madre –que no sabía de la violación, sólo la conocen los varones de la familia- expone sus argumentos consciente de estar buscando para su hija, y para la familia, la mejor solución:

“Nadie te quiere para sí, Mariannina mía. Y para el convento ya sabes que ace falta la dote. Ya estamos preparando el dinero para Fiammetta, eso es caro. El tío Pietro te acepta sin nada porque te quiere bien y todas sus tierras serán las tuyas. ¿Intendisti?

Y luego remata:

“Al contado y en seguida quince mil escudos.” (pág. 31).

Nos enteramos también de cómo eran los partos, qué recursos tenían para hacerles frente y cómo la naturaleza aportaba los remedios para aliviar el sufrimiento:

“… Entre tanto, Innocenza pasaba pañuelos mojados en esencia de bergamoto sobre los labios y el vientre tenso de la parturienta…

… ponía sal en el ombligo de la recién nacida, azúcar sobre su pequeño vientre todavía sucio de sangre y aceite en sus labios…

… Ahora la mammana cortaba, con su uña larga y puntiaguda, esa película que frena la lengua del recién nacido, de lo contrario al crecer se vuelve tartamudo. Como lo quiere la tradición; y para consolar a la niña que lloraba, le había metido en la boca una dedada de miel.” (pág. 40).

Vemos a Marianna Ucrìa comiendo un limón para defender sus dientes de las caries y el mal olor, el dentífrico es un producto que se comercializó por primera vez a finales en 1896, por eso las dentaduras duraban poco y en mal estado. Somos testigos de la dificultad de peinar esa melena rebelde que tenía la duquesa, no había instrumentos sofisticados, ni shampoo, menos aún acondicionador. El shampoo, invento de un peluquero alemán de finales del XIX, reemplazó el uso de las cenizas de la chimenea para lavar el cabello. Quizá por eso Marianna se desalienta y sufre con el peinado:

“A cada nudo un tirón, a cada tropiezo un enganche. Hay algo cruel y rabioso en esos pulpejos que se meten en sus cabellos como si quisieran destrozar nidos, desarraigar herbajos.” (pág. 98).

Es en este aspecto en donde la novela aporta información muy valiosa. El dinero no compraba en el siglo XVIII las mismas cosas que compra hoy. Las posibilidades eran totalmente distintas y el ser humano se adapta a la realidad que conoce. Tener una carreta tirada por caballos ya era, en la Sicilia de Mariannna Ucría, un lujo. Quien no la tenía cubría el trayecto a pie. Y de esa manera el mundo estaba divido en dos: los que tenían y mandaban, y el resto: que no poseía nada y obedecía. La clase media que se moviliza hoy en transporte público, no había nacido. Las divisiones eran crueles, nada entre medio.

Pero lo más importante a destacar en esta faceta costumbrista, es la manera de entender el mundo que tenían los sicilianos de mediados del siglo XVIII, el aspecto cultural teñido por los prejuicios y las creencias locales, ese mundo racista, clasista, y machista cuya visón recortaba las posibilidades del individuo para encontrar su propio camino. El modelo social era una camisa de fuerza. Sólo Mariana consigue apartarse de los dictados impuestos y se labra un destino que le pertenece.

Los personajes

El aspecto más valioso en esta novela es la creación de personajes. Son muchos los que desfilan: miembros de la familia, o gente de la zona que se relacionaba con ellos por servicios prestados o por amistad. Entre abuelos, padres, tíos, hermanos, e hijos de Marianna, vemos a una gran variedad de seres que pululan alrededor de la protagonista, sin relacionarse muy estrechamente con ella por la dificultad de comunicación que la caracteriza. Destacaría al padre, hombre afectuoso, que derrocha encanto y se convierte en el mejor amigo de su hija, avergonzado por el secreto familiar aprende a compartir el silencio que Marianna le impone; hombre tierno, divertido, un irresponsable que se deja querer. La tía Manina, mujer extravagante con gran sentido del humor; el marido tío, un señor desubicado, con problemas personales irresueltos, que encarna al aristócrata siciliano en estilo puro, a punto de desaparecer:

”La grandeza de los nobles consiste precisamente en despreciar las cuentas, las que sean. Un gentilhombre no hace cálculos jamás, ni siquiera conoce la aritmética. Para eso están los administradores, los mayordomos, los secretarios, los siervos. Un gentilhombre no compra ni vende. A lo sumo ofrece lo mejor que hay en el mercado a quien juzga digno de su generosidad. Puede tratarse de un hijo, de un sobrino o nieto; pero también de un mangante, un embrollón, un adversario en el juego, una cantante o una lavandera, según el capricho del momento. Dado que todo cuanto crece y se multiplica en la bellísima tierra de Sicilia le pertenece por nacimiento, por sangre, por gracia divina, ¿qué sentido tiene calcular provechos y pérdidas. Asuntos de comerciantes y burguesillos.” (`pág. 126).

También están Innocenza, Filo, Saro, que viven en la casa y son parte de la familia, obviamente con otro estatus: gente sencilla, dependiente, bastante primitivos pero fieles hasta la muerte. Saro representa al chico sin recursos que, gracias al apoyo de los Ucría, puede acceder a un mundo mejor. Es el eslabón que introduce el cambio.

La mudez y la sordera son definitivas en el desarrollo de Marianna. El silencio provocado, o buscado, aunque sea de manera inconsciente, la defienden y protegen de su mundo y le permiten moverse en un espacio que ella construye; ahí, en su territorio, sólo deja entrar a quien ella elige. Esa es la clave, la violación la encierra en sí misma y luego ella se desplaza a su antojo, valiéndose de la pluma y el papel. A pesar de casarse con el tío, imposición que acepta, encuentra su lugar en un mundo diseñado por ella. Su cambio comienza con la reconstrucción de la casa de campo que Marianna convierte en Villa: la vitalidad y energía que tenía acumulada desde niña la utilizó en embellecer la casa familiar, se instala en el lugar en plena obra, se encarga de todo mientras el marido prefiere quedarse en Palermo y evitar las molestias de la obra. Asume un rol activo, alejado del ejemplo materno ya que su madre se convirtió en una mujer apática, incapaz de lidiar con sus responsabilidades.

La mudez le da el privilegio de comunicarse a su manera, la aparta, y esa condición de marginada la aprovecha para cultivarse y crecer. Desarrolla una vida interior intensa, lee a Hume y a Voltaire, se cultiva, disfruta con las cosas del espíritu y de esa manera se libera de las ataduras que la sociedad le hubiera impuesto.

La sordera también es una protección; al aislarla, le da alas para volar. Su falta de oído es una metáfora de su postura interior: no quiero escuchar tonterías, lo que necesito saber podré encontrarlo yo misma a través de mis diálogos escritos. Lo demás, no me interesa y como tiene el pretexto de la sordera, no da la imagen de una mujer altiva, al contrario, produce compasión. Sin embargo, y eso es lo rescatable, ella no se compadece de sí misma, su mutilación la convierte en un privilegio. Por eso quizá, me gusta tanto el personaje. Es voluntariosa, creativa, Marianna se adapta a todo.

Viuda, recupera la relación con sus hijas casadas, se lanza a los brazos de Saro a quien luego aparta consciente de la imposibilidad de la relación, valora la amistad con el abogado Giacomo Camalèo que la enamora, y finalmente se va de viaje, lejos de los suyos para descubrir otros mundos. Esta mujer atípica es un personaje literario interesante porque siempre su cabeza está en movimiento, se cuestiona y busca salidas y las encuentra dentro de ella:

“Qué hará consigo misma? A su edad, muchas de sus conocidas han sido ya enterradas o bien se han vuelto jibosas y encogidas y se hacen llevar en carrozas cerradas, entre innumerables precauciones, entre cojines y colchas bordadas, medias ciegas por un velo que repentinamente les ha cubierto los ojos, dementes por los excesivos sufrimientos, crueles y atropelladas por haber esperado demasiado tiempo…

… Con ellas había comido las mismas pastas y había bebido las mismas tisanas sedantes. Y ahora que sus manos han tocado un cuerpo amoroso, lo han recorrido a lo largo y a lo ancho hasta el punto de haber pensado que se había convertido en su amiga, ahora debe cortárselas y arrojarlas a la basura, piensa Marianna inmóvil y rígida junto a la ventana cerrada.” (pág. 251-2).

Estilo

Hay un recurso que utiliza Dacia Maraini con frecuencia y acierto: me refiero a las enumeraciones. En ellas se apoya para describir, utiliza la acumulación de elementos para producir un efecto concreto sin necesidad de un desarrollo paralelo:

“Marianna lo mira masticar y se dice para sus adentros que el cerebro del señor tío se asemeja, de cierta manera, a su boca: tritura, descompone, aplasta, enrolla, empasta, traga.” (pág. 55).

“Se lee una voluntad casi heroica en el pliegue de esos labios de joven madre, la frente dividida por un surco, el mentón rígido, la sonrisa fatigosa, los dientes privados de su esmalte, precozmente amarillentos y mellados.” (pág. 74).

Un largo pasillo, un trastero oscuro, la habitación de las conservas, la cocina, el secadero, otro pasillo, la sala de caza con las escopetas colgadas en la percha, ropas tiradas por el suelo, dos patos de madera sobre una silla. Un olor penetrante a cueros mal curtidos, a pólvora y grasa de carnero.” (`ág. 165).

Es una narración en tercera persona en donde priman los sentidos, el relato es muy colorido, pero sobre todo destacan los olores que percibe la Duquesa sordo muda. El punto de vista casi siempre le pertenece a ella.

Tenemos escenas muy logradas, con mucha sensualidad, la mejor de todas, para mí, el viaje en litera (comienza en la página 153) para contactar a los aldeanos cuando Marianna queda viuda: atmósfera, olores, sensaciones y miedo, columpiándose al ritmo de los caballos que avanzan por las pendientes con sus cargas. En cambio, los primeros capítulos, los dedicados a la Vicaría, tienen demasiado detalle, son repetitivos e imprimen un ritmo poco alentador para el lector que se adentra en la ficción intentando descubrir un mundo. No es un buen comienzo, la novela gana y crece conforme se desarrolla. Y tanto, que uno desearía que no termine jamás.

Los textos han sido tomados de la edición de Seix Barral para la Biblioteca de Bolsillo. Traducción de Atilio Pentimalli Melacrino.