HHhH

Laurent Binet

Sorprende una primera novela tan bien articulada como HHhH, del escritor francés Laurent Binet (París 1972), un auténtico hallazgo del género histórico. En realidad, lo destacable no es que el texto funcione y fluya, lo sorprendente es que Binet aproveche la elección de un hecho histórico concreto como un excelente pretexto para plantear las dudas e incertidumbres que el género implica. Y de esa manera nos sumerge en el enmarañado mundo de la creación exponiendo la complejidad que exige cada etapa de la reconstrucción, el punto de vista que se adopta y cómo funciona eso que se llama licencia literaria si se quiere respetar la fidelidad respecto a los acontecimientos; porque habrá que recrear con palabras los silencios o vacíos que las fuentes no han dejado para la posteridad. En esencia, HHhH es el planteamiento de estas cuestiones, más que el relato de un atentado. O, mejor dicho, es el relato de un atentado sazonado con las ideas que surgen en la mente del narrador en aras de un trabajo literario exhaustivo y veraz. Y también un retrato feroz del nazismo.
Resumiría todas estas inquietudes en algunos temas que aborda el escritor francés con soltura:

El género histórico

La objetividad no es un requisito para que una novela histórica funcione como tal, ya que nos movemos en el mundo de la ficción. Recordemos que la novela no es un documento histórico, es el relato de un acontecimiento, sujeto a la subjetividad de quien narra, de quien elabora y concluye. Desde la elección del tema, Binet aclara sus vínculos emocionales al respecto: elige un atentado perpetrado por la resistencia checa desde Londres contra el nazi Heydrich, cabeza del gobierno alemán en el país ocupado. Un checo, Gabčik, y un eslavo, Kubiš, se lanzarán en paracaídas para asesinar al jefe de los invasores, un personaje violento e indeseable. Surgen complicaciones, pero finalmente Heydrich muere por las heridas causadas, y los alemanes, gracias al soborno de un delator, consiguen cercar a los autores del atentado: no sobrevive ninguno y también asesinan los nazis a los miembros de la resistencia involucrados. Ese es el hecho, pero dado que durante 5 años de guerra hubieron muchos hechos dignos de ser relatados, ¿por qué Laurent Binet selecciona éste? Primero porque, según confiesa, ama Checoslovaquia de manera especial, ha vivido ahí y ha tenido amores importantes que nacieron en esas tierras; y siendo francés, siente vergüenza por la traición de los aliados cuando Hitler invadió Praga:

“Sain-John Perse pertenece a esa familia de escritores-diplomáticos , como Claudel o Giraudoux, que me asquea como la sarna. En su caso, esta repugnancia instintiva me parece particularmente justificada, si se tiene en cuenta su comportamiento durante setiembre de 1938…
…Será, por tanto, un poeta francés quien pronuncie casi oficialmente la sentencia de muerte de Checoslovaquia, el país que yo más amo en el mundo.” (pág. 94 y 95).

Con estas palabras, sugiere que su novela -entre otras cosas- es una suerte de mea culpa, para lavar la deshonra de su Francia natal, expresada por un hombre de letras, como él, contra un pueblo, que él ama tanto y que, como todos, merecía ser libre.

El hecho histórico, en literatura, dependerá siempre de un filtro, que no es otro que el narrador que elige lo que quiere contar, aportando una buena dosis de subjetividad, es imposible no mojarse en situaciones de tensión y conflicto. Me parece interesante cómo, el narrador argumenta a favor y en contra de otros libros escritos sobre el nazismo y el atentado, sobre Heydrich y Hitler, y también algunas películas que puedan darle otra perspectiva, nueva información. Analiza y opina sobre los puntos positivos y negativos en uno y otro caso, tomándose en serio la reflexión sobre las posibilidades y limitaciones que tiene quien trabaja recreando la realidad histórica.

Habiendo aclarado que el punto de vista pertenece al narrador y que él se apodera de la historia y la transforma, porque la hace suya, comprenderemos la implicación y el compromiso que implica esta postura. En esta línea, muchas veces utiliza la primera persona: se introduce como un personaje más. Y llegando al final de la novela, cuando Binet sabe que no puede postergar más el momento clave -el atentado, acto que viene anunciando desde la primera página- el mismo se convierte en testigo presencial y se transporta a Praga. Simula que estuvo en el escenario real de los hechos aquel fatídico día de mayo de 1942, y en algunos momentos, parece que intenta usurpar las identidades de los dos paracaidistas Kubiš y Gabčik, o se mimetiza con ellos:

“El momento se acerca, lo presiento. El Mercedes está en camino. Llega. Flota en el aire de Praga algo que me traspasa hasta los huesos. Las revueltas de la carretera trazan el destino de un hombre, y de otro, y de otro, y de otro. Veo unas palomas que echan a volar de la cabeza de bronce de Jan Hus y, de fondo, el decorado más hermoso del mundo, Nuestra Señora de Týn, la negra catedral con sus torres afiladas, ante la que me dan ganas de caer de rodillas cada vez que puedo admirar la gris majestad de su maléfica fachada. El corazón de Praga late en mi pecho. Oigo la campanilla de los tranvías. Veo a unos hombres de uniforme verdegris cuyas botas resuenan por el pavimento. Estoy casi allí. Debo ir. Es preciso que vaya a Praga. Debo estar ahí en el preciso momento en que todo se va a producir.
Debo escribirlo ahí.
Oigo el motor del Mercedes negro que enfila…” (pág. 290).

En ese momento, el ritmo de la prosa se acelera. Llegado el clímax largamente anunciado, la narración se precipita y se desliza por una pendiente sin pausa. Binet controla los tiempos con maestría, maneja la narración a su antojo, como un director de orquesta que ha puesto a bailar a todo su público, y a sí mismo, y decide cada paso, cada vuelta, cada gesto.

A estas alturas la identificación con los héroes es total, hubiera empuñado el arma por ellos, asegura que es imprescindible que tengan éxito, que maten al carnicero de Praga, que huyan. Hay pues un componente ideológico importante. El sufrimiento de un pueblo exige un compromiso, tomar partido, disparar. Por eso no se resigna con el trágico final de sus héroes:

“Kubiš ha muerto. Me apena tener que escribir esto. Me habría gustado mucho conocerlo. Habría deseado poder salvarlo. Parece ser que al final de la galería había, según los testimonios, una puerta condenada que comunicaba con los edificios vecinos y que habría podido permitir escapar a los tres hombres. ¡Por qué no la utilizaron! La Historia es la única verdadera fatalidad: se la puede releer en todos los sentidos pero no se la puede reescribir. Por mucho que yo haga, por mucho que yo diga, no resucitaré al bravo Jan Kubiš, al heroico Jan. El sufrimiento de un pueblo exige un compromiso, , al hombre que mató a Heydrich…” (pág. 372).

En el aspecto formal, el género histórico también plantea algunos cuestionamientos. Si hay que reconstruir y nos encontramos con un vacío, ¿cómo hacer para que aquello “inventado” resulte verosímil? Hay que inventar lo mínimo, y cuando sea necesario usar la imaginación para reparar la falta de información, sopesar los elementos con mucha cautela para que no desentonen del conjunto y que no desvíen al relato del sentido final.

Las reflexiones sobre la historia y la política

Encontramos algunas ideas interesantes que surgen de la lectura de HHhH:

  • Las torpezas humanas son inevitables y por más que la planificación de un acto sea casi perfecta, los imprevistos aparecen y complican cualquier ejecución. Los planes son indicaciones que se articulan en un despacho, la acción pertenece al mundo de la improvisación, tiene otra dinámica y requiere inteligencia e instinto para asumir los cambios necesarios.
  • La política es igual ahora y en el pasado: los intereses mediocres de algunos líderes o grupos, terminan por corromper cualquier ideal. Parece que nunca aprendemos de estas lecciones.
  • La historia la escriben hombres valientes que se atreven a arriesgar sus vidas en misiones peligrosas, pero sobre todo muchos seres anónimos que ayudan en la sombra y que corren el mismo riesgo sin obtener medallas por ello.
  • ¿Cuál es la diferencia entre un acto heroico y un acto de terrorismo? ¿La hay? Si son actos que se cometen contra un poder injusto, serán valorados positivamente por la HISTORIA? ¿Quién decide entonces qué define a un poder injusto?, y es ¿injusto para quién? Esta reflexión está entre líneas en HHhH, por ello surge la duda en el lector -compartida por los mismos paracaidistas- de si asesinar a Heydrich justifica arriesgar la vida de tantos miembros de la resistencia checa. Es verdad que son actos de guerra, no estamos hablando de una época de paz, la presencia de los invasores, que además son crueles y oprimen, exige una respuesta. ¿Cuál es la respuesta correcta? ¿Consiguieron algo con matar a Heydrich?

El nazismo, una auténtica perversión

Por momentos, he tenido la sensación de que Binet estaba haciendo una caricatura de Heydrich, o de Hitler, por lo patéticos y ridículos que resultan ambos, personajes sádicos como todo el séquito de los líderes alemanes. La crueldad de sus decisiones y la estupidez de sus ambiciones, no sólo hablan de un comportamiento político censurable sino también de una ideología y por lo tanto cultura nazi que resulta difícil de procesar. ¿Cómo pudo todo un pueblo apoyar tamaña desmesura? Pero es cierto que fue tal cual. A pesar de que cuesta aceptar que el narrador no está exagerando, casi resulta inverosímil un comportamiento tan delirante. Tan cruel. Y entonces se me vienen a la cabeza los documentales de Hitler arengando a su pueblo, y pienso en lo difícil que es aceptar que las imágenes filmadas corresponden a la realidad y no a una caricatura manipulada. No veo diferencia entre el personaje creado por Charles Chaplin y el que dio origen a la ficción cinematográfica, ambos igualmente absurdos y despreciables.
Bastan algunas escenas en HHhH para dibujar el horror del nazismo: las escenas de los asesinatos de los judíos, la lista de personas que deben ser capturadas y fusiladas en donde se incluyen a personajes como Freud (ya muerto) o Baden Powell, el horror y espanto de Lídice. Binet nos deja en una frase una respuesta contundente a estas interrogantes cuando defiende un pasaje de su historia y sentencia:

“No, no es inventado. Por otra parte ¿qué interés habría en “inventar” el nazismo?” (pág. 61).

Resulta demoledor lo que leemos de ese “proyecto” nefasto que finalmente fracasó. Pero en el camino Hitler y sus esbirros causaron millones de víctimas y sufrimiento. Es tan fuerte el tema que yo diría que Heydrich se roba el protagonismo de la novela, los paracaidistas y la resistencia quedan en un segundo plano convertidos en mártires por intentar derrocar al régimen de Hitler.

Aciertos narrativos

Me gusta la manera de narrar de Laurent Binet. Es una prosa atractiva por la cercanía del yo que cuenta y opina, ese yo que se desliza, nos coge de la mano y consigue la complicidad del lector de manera natural. Por otro lado, celebro el humor que suaviza el horror. A pesar de la guerra y la violencia, ciertas pinceladas de ironía consiguen que el lector pueda digerir lo que lee. Pondré un ejemplo de este rasgo del escritor francés, fino y elegante, que se puede apreciar en la última frase con el juego de imágenes:

“Aparte de eso, se ocupa de sus tres hijos y se congratula por el afecto que les profesa Reinhard. Él adora sobre todo a la pequeña, Silke. Y trata de preñar a su mujer para tener un cuarto. Se ha acabado la época en que ella se acostaba con Schellenberg, su brazo derecho. Se ha acabado la época en que él nunca estaba en casa. En Praga, vuelve al hogar casi todas las noches. A ella le hace el amor y juega con los niños al caballito.” (pág. 207).

Y para terminar, hay momentos muy conseguidos en el nivel formal. Los recursos narrativos de Laurent Binet son variados, pero creo que mencionando dos podemos apreciar estos logros:

Cuando visita la cripta en donde murieron los jóvenes checos, el narrador realiza una descripción que no es más que una enumeración soberbia, en donde la combinación de los elementos produce una suerte de danza por el ritmo trepidante y preciso, un párrafo, digno de leerse en voz alta, que además resume magistralmente toda la novela:

“Y en la cripta estaba todo.

Estaban las huellas, aún terriblemente frescas, del drama que se había consumado en aquella sala apenas sesenta años antes: el reverso de la claraboya que se ve desde el exterior, el túnel excavado unos pocos metros, los impactos de las balas en las paredes y en el techo abovedado, dos pequeñas puertas de madera. También había unas fotos con los rostros de los paracaidistas, estaba el nombre de un traidor en un texto redactado en checo y en inglés, había un impermeable vacío, un morral, una bici, todo ello reunido dentro de una vitrina, por supuesto había una metralleta Sten, de esas que se encasquillan en el peor momento, había mujeres evocadas, había imprudencias mencionadas, estaba Londres, estaba Francia, había legionarios, había un gobierno en el exilio, había un pueblo con el nombre de Lídice, había un joven centinela que se llamaba Valčik, había un tranvía que pasa, también éste, en el peor momento, había una máscara mortuoria, había una recompensa de diez millones de coronas para el hombre o la mujer que delatase, había cápsulas de cianuro, había granadas y gente para lanzarlas, había emisoras de radio y mensajes codificados, había un esguince en el tobillo, estaba la penicilina que sólo se podía conseguir en Inglaterra, había una ciudad entera bajo el poder de aquel a quien apodaban “El Verdugo”, había banderas con la cruz gamada e insignias con calaveras, había espías alemanes que trabajaban para Inglaterra, había un Mercedes negro con un neumático reventado, había un chófer, había un carnicero, había dignatarios alrededor de un ataúd, había policías inclinados sobre unos cadáveres, había represalias terribles, estaba la grandeza y la locura, la debilidad y la traición, el valor y el miedo, la esperanza y la pena, todas las pasiones humanas estaban reunidas en unos pocos metros cuadrados, estaba la guerra y estaba la muerte, había judíos deportados, familias masacradas, soldados sacrificados, había venganza y cálculo político, había un hombre que, entre otros, tocaba violín y practicaba esgrima, había un cerrajero que nunca pudo ejercer su oficio, estaba el espíritu de la Resistencia que se quedó grabado para siempre en sus muros, estaban los rastros de la lucha entre las fuerzas de la vida y las de la muerte, estaban Bohemia, Moravia, Eslovaquia, estaba toda la historia del mundo contenida dentro de unas pocas piedras.
Fuera había setecientos SS.” (pág. 15-6).

Otro ejemplo de buen manejo narrativo: la descripción en paralelo de la entrada de Speer a Praga, y la llegada planeada a la misma ciudad de los dos paracaidistas. El enfoque de Speer desde su Mercedes negro y acompañado por Heydrich, como el arquitecto de Hitler que sueña con convertir a Praga en un centro importante del poder alemán, contrasta con la sencillez de los dos checos de a pie que repasan un mapa de Praga para ubicarse y realizar su misión en una ciudad desconocida, pero amada. La visión grandiosa del poderoso y la visión emocional de los hombres de la Resistencia, expuestas una tras otra, contrastando, en el mismo escenario, funciona muy bien. Son imágenes contundentes.

Podríamos seguir citando otros aciertos. Los hay. La soltura narrativa de Laurent Binet no parece la de un escritor que se estrena con esta obra. Esperamos que las siguientes sean igual de interesantes y atractivas. Excelente Premio Goncourt de una primera novela.

Los textos han sido tomados de la edición de Seix Barral, traducida por Adolfo García Ortega.