El Revés de la Trama

Graham Greene

Autor: Graham Greene

En esta novela con tintes autobiográficos, Graham Greene refleja su experiencia como funcionario británico en el Africa. Uno tiene la sensación de que nadie, o casi nadie, se siente cómodo en esa aldea calurosa y empapada por las lluvias torrenciales. Ni siquiera los nativos, porque ellos hubieran preferido vivir con libertad, sin la presencia extranjera.

No queda claro cuál es la ciudad concreta elegida por Greene como referencia, pero tampoco importa identificarla. Basta con la atmósfera creada por su pluma para hacerla real, tangible, presente. El lector termina por incomodarse también, deseando partir hacia un lugar más luminoso y acogedor tan pronto como sea posible. Pero antes deberá terminarla.

Wilson se encarga de evidenciar la falta de encantos de la colonia en su primera aparición:

“Odio este lugar. Odio a esta gente. Odio a los asquerosos negros.” (pág. 32)

Y Scobie, que es el único que parece a gusto, no deja de percibir los inconvenientes del lugar en donde trabaja:

“… Scobie siempre solía percibir el olor de la injusticia y la ruindad humanas; era un olor a zoológico, aserrín, a excremento, a amoníaco y a falta de libertad. Todos los días limpiaban el lugar, pero nunca podían eliminar el olor. Los presos y los gendarmes lo llevaban sobre la ropa, como el olor a tabaco.” (pág. 34).

Desde luego estamos lejos del paraíso, pero no sólo por las características físicas del lugar, sino por el ambiente humano corrupto e indiferente. Aquí conviven los ingleses, que son funcionarios de bajo nivel; con los nativos, los sirios, y otros más. Cada cual persigue su propio interés. Los valores morales son escasos, y dados las dificultades de la vida cotidiana, no parece incorrecto que así sea. Estamos en una suerte de infierno indolente.

El único aparentemente correcto es el mayor Scobie. Tan correcto que no consigue ascender a comisario cuando le corresponde. Este hombre es una rareza, y como tal, una persona non grata para los demás porque se sienten juzgados por él. Su esposa tampoco encaja: la pobre Luisa es un poco más sofisticada que el promedio, pero el promedio es tan pobre que nadie la entiende, “Luisa la literata”, la llaman con desprecio:

“… pero Scobie podía adivinar la malicia y el esnobismo del mundo, que se agazapaban como lobos en torno de ella. Ni siquiera le permiten gozar de sus libros, pensó; su mano empezó a temblar nuevamente… ¿Qué derecho tienen -a veces deseaba exclamar- para criticarla? Esta es mi obra, esto es lo que yo he hecho de ella. No siempre fue así.” (pág. 54).

EL ATORMENTADO MUNDO INTERIOR DE SCOBIE:

Scobie piensa que las circunstancias hacen a las personas. Por lo tanto se siente culpable respecto a Luisa, porque él sería el gran responsable del patetismo de su mujer. Si Luisa hubiera llevado otra vida, en Inglaterra, con un hombre distinto, o en un ambiente más estimulante y próspero, en estos momentos sería otra.

Al mismo tiempo, porque Scobie piensa que Luisa es una mujer que carece de atractivos, merece su compasión. Y ese sentimiento es para él sinónimo de amor conyugal: la mujer debe parecer débil o poquita cosa, para despertar su afecto. De esa manera Scobie se convierte en el salvador y ella en la víctima que necesita de un protector para recuperar su identidad:

“Su mujer estaba sentada debajo del mosquitero; por un momento le hizo la impresión de un jamón envuelto en tul, como en las carnicerías. Pero la compasión pisó los talones de esa cruel imagen, y la ahuyentó.” (pág. 43).

“El alzó la mano húmeda de Luisa, y la besó en la palma; se sentía casi obligado ante esa patética falta de encantos.” (pág.49).

Lo mismo sucede con el lugar en donde está destinado, Scobie encuentra algo conmovedor en la fealdad:

“¿Por qué, pensaba mientras desviaba el coche para evitar un perro muerto, me gusta tanto este lugar? ¿Será porque aquí la naturaleza humana no ha tenido tiempo d disfrazarse? Aquí nadie podría jamás hablar de paraíso terrenal. El paraíso conservaba rígidamente su lugar, del otro lado de la muerte; de este lado florecían las injusticias, las crueldades, las mezquindades, que en otras partes la gente ocultaba tan ingeniosamente. Aquí uno podía amar a los seres humanos como los amaba Dios: conociendo lo peor; uno no amaba una pose, un vestido bonito, un sentimiento artificiosamente investido…” (pág. 58).

A pesar de que necesita dinero para enviar a Luisa a Sudáfrica, Scobie no se vende. Ni siquiera lo hace cuando le niegan injustamente el préstamo que pide. Sin embargo, este hombre honesto es capaz de faltar a su deber, por primera vez, quemando una carta que debió reportar a su jefe, cuando la víctima saca a relucir el tema de su hija. A Scobie se le había muerto la suya y ésta pérdida srá su talón de Aquiles:

“… El dinero los había corrompido, a él lo habían corrompido los sentimientos. Los sentimientos eran más peligrosos porque no tenían precio.” (pág. 83).

Lo único que ambiciona Scobie en esta vida, es tener paz. No le preocupa ascender, ni lo que digan de él, menos aún el dinero. Que lo dejen en paz es suficiente. En ese sentido, Luisa se convierte en un estorbo, porque a ella no le gusta el lugar y se queja de todo. Por eso, cuando ella le pide un viaje a Sudáfrica de vacaciones, él se lo concede. Por un lado se siente responsable de la felicidad de su mujer, por el otro, si ella parte, él recupera su tranquilidad:

“La tristeza se descascaraba de su mente, dejando paso a la satisfacción. Había cumplido con su deber; Luisa era feliz. Cerró los ojos.” (pág. 135).

Graham Greene consigue hacernos partícipes de los conflictos y tormentos de su protagonista, consige introducirnos en su atormentado mundo interior. Este hombre, que necesita sentirse redentor de los más débiles para movilizar su afecto, ama sólo cuando detecta en el otro una necesidad, cualquiera que ésta sea. Es él quien debe dar, no pide nada a cambio, sólo que lo dejen en paz.

Cuando Luisa se va, conoce a Helen, una náufraga que acaba de perder al marido, una criatura muy joven que llega exhausta, medio muerta, destruida. Curiosamente, él se enamora de ella en esas tristes condiciones:

“La cara estaba afeada por el agotamiento; la piel parecía a punto de estallar sobre los huesos de las mejillas; sólo la ausencia de arrugas demostraba que era un rostro joven.” (pág. 155).

“Scobie recordó siempre cómo la habían introducido en su vida, en una camilla, aferrada a un álbum de estampillas y con los ojos profundamente cerrados.” (pág. 156).

“Ahora la veía mejor: la cara joven y ajada, el pelo muerto… El pijama que tenía puesto le quedaba demasiado grande; el cuerpo se perdía en él, formaba feos pliegues…” (pág. 174).

Hay una asociación inconsciente que relaciona a Helen con su hija muerta. La muerte de su hija produce un dolor muy fuerte y también mucha culpa; Scobie no se perdona el no haber estado con ella en Inglaterra cuando murió. La llegada de Helen, de 19 años, le da la posibilidad de reparar esa falta: cuidando de ella se sentirá mejor. ¿Será por eso que el adulterio le resulta menos malo? En lugar de un hombre infiel, se verá a sí mismo convertido en un ángel de la guarda.

Al atender a otra naufraga, una pequeña, Scobie exclama:

-Padre –rogó- concédele la paz. Despójame de mi paz para siempre, pero dásela a ella”. (pág. 160).

Esa frase encierra una renuncia importante tratándose de quien se trata, es la entrega más generosa que él puede articular en ese momento. Ofrecer su anhelada paz a cambio del bienestar de la niña moribunda no es sólo una muestra de afecto, implica un desgarro interior por una situación límite, rasgo que añade densidad al personaje.

En oposición a Scobie, Wilson, el recién llegado, percibe lo que sucede a su alrededor de un manera plana, natural, sin matices: me gusta tu mujer, le dice a Scobie, y a ti te gusta Helen, lo más sencillo es que cada uno se quede con la suya. Lo ve así de claro antes incluso de que Scobie se haya dado cuenta del peligro que representa Helen para él, ya que Scobie prefería ver a Helen como otra víctima a quien atender. Wilson intenta ponerlo en contacto con la realidad, pero lo único que consigue es una respuesta evasiva impregnada del humor flemático inglés:

-“Esto es una insolación, Wilson, nada más que una insolación. Mañana habremos olvidado todo”. (pág. 170).

Dos fuerzas mueven a Scobie: ser útil, y evitar cualquier conflicto. Lo cual significa, en términos prácticos, ayudar a los otros -que son necesariamente más débiles que él- y obtener la paz como recompensa. Es un orden casi místico el que persigue: oficia como sacerdote y el gozo que percibe ha de ser pacífico y aséptico: apagar el fuego.

El concepto que tiene del amor es curioso: es un amor hecho a su medida, en donde cada cual tiene un rol específico, y los roles son fijos, no se mezclan ni se alternan:

“… Supongo que a todos les ocurre lo mismo. Cuando decimos a alguien: “no puedo vivir sin ti” lo que realmente significamos es: “no puedo vivir sabiendo que sufres, que eres desdichado, que pasas necesidades”. Nada más. Cuando se mueren nuestra responsabilidad ha terminado. Ya no podemos hacer más nada por ellos. Podemos descansar en paz”. (pág. 197).

Esta declaración es reveladora porque define la vida afectiva de Scobie: a él lo mueve la piedad, la compasión, el dolor ajeno. Y cuando ama se ve a sí mismo convertido en un misionero que reparte agua bendita sin pedir nada a cambio. Lo gratifica el trabajo bien hecho, la entrega reparadora, la consciencia de haber realizado un acto bondadoso que puede aliviar:

“El no sentía responsabilidad hacia lo hermoso, lo gracioso, lo inteligente. Ya sabrían arreglárselas. Era el rostro por quien nadie se molestaría, el rostro que nunca descubriría la mirada disimulada, el rostro que pronto debería acostumbrarse al rechazo y la indiferencia, el que solicitaba su protección. La palabra “compasión” es tan libremente empleada como la palabra “amor”, terrible y promiscua pasión, sin embargo, que tan pocos experimentan.” (pág. 202).

Este hombre que busca la paz termina declarando la guerra en todos los frentes, porque no hay actos inocentes. Las facturas se pagan siempre, nada es gratis en este mundo.

Él, que nunca había recibido una coima por su trabajo, acepta primero un préstamo de Yussef, luego escribirá una carta de amor a Helen cuando ella le exige que no sea tan cauto. Tanto la carta, como el préstamo, serán pruebas de su deshonra. En ambos casos él actúa en contra de sus principios, con la única intención de hacerlas felices. ¿De dónde le viene esa absurda responsabilidad?, ¿por qué se la asume como una bandera de guerra?:

“¿Por qué me eligen, pensaba; por qué me necesitan?, a mí, un monótono oficial de policía, ya maduro, que no ha conseguido que lo asciendan. No tengo nada que darles que no puedan obtener en otra parte; ¿Por qué no me dejan en paz? En otra parte encontrarán amores más jóvenes y mejores, mayores seguridades. A veces le parecía que lo único que podrían compartir con él era la desesperación.

… no era un pan cotidiano lo que él necesitaba, sino muchas otras cosas. Deseaba la felicidad para los demás, y la soledad y la paz para sí mismo”. (pág. 238).

El policía incorrupto, termina corrompiéndose también. En El revés de la trama nadie se salva. Unos por dinero, otros por ambición social, Scobie para que las mujeres “a quienes protege” no sufran.

LA RELIGIÓN:

Luisa quiere saber si efectivamente su marido ha cometido adulterio, y en vez de hablar con él y exponerle sus dudas, le pide que comulgue con ella. Comulgando demostraría que su vida está en orden, y ella no tendría nada que temer. La maniobra de Luisa es temeraria y simplona y tendrá consecuencias funestas. Scobie no es capaz de hablar con ella, y decide confesarse para satisfacerla. Pero como no está arrepentido y sabe que volverá irremediablemente a caer en los brazos de Helen, rechaza la absolución intentando ser honesto en este aspecto.

Las dudas lo torturan, porque no quiere herir a ninguna: si se confiesa y comulga le da gusto a Luisa pero abandona a Helen. Si sigue con Helen, Luisa sufrirá al darse cuenta de la situación. ¿No es más honesto aceptar las limitaciones personales y confesar las faltas que seguir encubriendo las mentiras para no ofender? Scobie se sumerge en una vorágine destructiva que él mismo alimenta y que terminará por devorarlo:

“Ya no había nadie a quien pudiera decir la verdad. Había cosas que el comisario no debía saber, que Luisa no debía saber; hasta había límites para lo que podía dcir a Helen, ¿por qué, para qué después de tanto sacrificio para evitarle sufrimientos, debe infringírselos inútilmente?” (pág. 294).

Incapaz de asumir sus desvaríos, se sumerge en la mentira, pretende maquillar sus actos “para que duelan menos”. De esa manera prepara su muerte simulando una enfermedad, cuando realmente lo que hace es suicidarse. Será Wilson quien lo desenmascare ante Luisa: otro acto inútil de Scobie, tanto esfuerzo y tantas mentiras para disfrazar su suicidio, “para que Luisa no sufra”, y cuando Luisa se entera de que se ha suicidado termina despreciándolo. Para ella, él comete el peor de los pecados y ante la evidencia, sufre una gran desilusión: su marido no era el hombre a quien amaba. Todas las acciones de Scobie están condenadas al fracaso porque en su afán de transformarlas, las convierte en una farsa y se manifiesta como un cobarde digno de lástima.

Cuando finalmente le ofrecen el puesto de comisario, él no aceptará. La idea de una Luisa contenta con el éxito de su marido, le resulta insoportable:

“El sería nombrado comisario. Ella había obtenido lo que deseaba; el éxito que le interesaba; ahora no tenía nada más que pedir. Era a esa mujer histérica, que sentía que todo el mundo se reía a espaldas suyas, a quien yo amaba, pensó él. Amo el fracaso; no puedo amar el triunfo. Y cuan triunfante parece, allí sentada, es una de las que se salvaron; y a través de ese ancho rostro, como una pantalla de cinematógrafo, le pareció ver el cadáver de Ali entre los tambores negros, los ojos exhaustos de Helen, y todas las caras de los perdidos, sus compañeros de exilio, el ladrón que no se arrepintió, el soldado con la esponja. Al imaginar lo que había hecho, y lo que iba a hacer con el amor, pensó que hasta Dios era un fracasado

-¿Qué pasa, Tiki? ¿Estás todavía preocupado?…

Pero él no podía comunicarle la súplica que estaba al borde de sus labios: Déjame compadecerte nuevamente; quiero verte decepcionada, fea, fracasada, así podré amarte como antes, sin este amargo abismo que nos separa…” (pág. 317).

Scobie prepara su muerte, piensa que de esa manera protegerá a su mujer y a Helen: vivo no les sirve de nada, ha estropeado las dos relaciones. También será mejor para Dios que él no viva, ya no tendrá Él que ocuparse de amarlo y salvarlo: se acabó todo, nadie tendrá que cargar con su peso a cuestas:

“… la gente decía que uno no puede querer a dos mujeres, pero ¿qué era esa emoción, si no era amor; esa ávida absorción de lo que ya no volvería a ver? Ese pelo grisáceo, la línea de los tendones sobre la cara, el cuerpo un poco obeso, lo retenían como nunca lo había retenido su belleza. Ella no tenía puestas las botas, y sus pantuflas reclamaban urgentemente un remiendo. No es la belleza lo que amamos, pensó él, es el fracaso; el fracaso de no conservarse siempre joven, el fracaso de los nervios, el fracaso del cuerpo. La belleza es como el éxito, no podemos amarla mucho tiempo. Sintió un deseo terrible de protegerla, pero es lo que voy a hacer, pensó, voy a protegerla de mí para siempre”. (pág. 330- 331).

Hemos intentado analizar la historia personal de Scobie, su caída, la culpa, y la incapacidad para hacerle frente y enmendar o romper con su mujer.

Pero quizá el tema más importante que envuelve la historia, es el tema de la religión. Greene fue un converso, él se convirtió al catolicismo por amor a una mujer quien le exigió abrazar su religión para casarse con ella. Esto explica, quizá, la obsesión del autor con el tema que se repite en otras de sus novelas: qué es la fe, cómo se puede armonizar la moral católica con los deseos humanos, la culpa, la dificultad de pedir perdón cuando uno sabe que caerá mil veces más, la bronca contra un Dios que lo sabe todo.

Scobie quisiera querer como quiere Dios a los hombres, de manera total. No soporta su humanidad, su imperfección, tampoco quiere renunciar a una de las dos mujeres, porque renunciando haría sufrir a una de ellas.

Sin embargo para Luisa la religión católica es una seguridad contra el mundo. Ella piensa que un católico no puede cometer adulterio por el simple hecho de serlo, que un católico no puede suicidarse por el simple hecho de estar bautizado. La vida y muerte de su marido le mostrarán que no es así, que los hombres cometen faltas, son débiles, huyen de la verdad y mienten. El padre Rank, quien manifiesta una gran comprensión del ser humano, cierre la novela con esa reflexión:

“Ya sé lo que dice la Iglesia. La iglesia conoce todas las reglas. Pero no conoce lo que ocurre en el corazón de una persona…

Podrá parecer extraño lo que diré –dijo el padre Rank- cuando un hombre ha cometido todos los errores que él cometió , pero yo creo, por lo que pude comprobar, que él realmente amaba a Dios”. (pág, 341).

EL ESCENARIO:

La descripción del lugar de los hechos es siempre impecable. La aldea africana es un personaje con características y comportamiento propios: el clima, los ruidos, la lluvia, marcan a los hombres que viven en ella.

En ciertas escenas, las descripciones de Greene son muy sensuales. En esos casos, la sensualidad del momento pone en evidencia la falta de sensualidad del resto del relato:

“El camión policial ocupó un lugar en la larga fila de camiones del ejército que esperaban la balsa; los faros creaban un pueblito en la noche; de cada lado descendían las ramas de los árboles , oliendo a calor y lluvia; en alguna parte, cerca del extremo de la fila, un chofer cantaba; la voz gemebunda, desentonada, ondulaba como el viento a través de una cerradura.” (pág. 111).

Cuando llegan los náufragos, el escenario vibra, como si la emoción que sentirá Scobie en estos momentos se contagiara del ambiente y viceversa;

“Repentinamente, como una invasión de insectos, las voces de la orilla opuesta comenzaron a zumbar. Aquí y allá, como luciérnagas, se movían las linternas. Alzando sus binoculares, Scobie consiguió ver una cara negra, momentáneamente iluminada; el palo de una hamaca, un brazo blanco, las espaldas de un oficial…

Los moquitos zumbaban homogéneamente en torno de ellos, como máquinas de coser; Druce lanzó una exclamación, y se pegó una palmada en la mano.” (pág. 144).

Es notable, en el párrafo que sigue, la precisión para calificar los sonidos que difieren, a pesar de producirse por el mismo fenómeno:

“Justamente arriba de la ventana había una canaleta rota, que chorreaba como un grifo; constantemente se oían los dos ruidos de la lluvia: el murmullo y el chorro.” (pág. 189).

Los textos están tomados de la edición de bolsillo de Espasa Calpe, 1993.