El mundo de afuera

Jorge Franco

El mundo de afuera es la obra del narrador colombiano Jorge Franco (Medellín 1962) quien obtuvo, con este título, el Premio Alfaguara de Novela 2014. Franco se basa en una historia real, un secuestro que sucedió en Medellín en el año 71 y que tuvo un desenlace fatal. Su mayor logro es el lenguaje, uno tiene la tentación de leer ciertos párrafos en voz alta para saborear los vocablos propios del mundo de Medellín: plantas autóctonas, frutas exóticas, pájaros cuyo canto sorprende y atrae; y esa lluvia que empapa y transforma la selva en lodo como anticipo del sol abrasador que la silencia.

La alternancia de voces

El relato comienza con un parte policial, es una nota escueta sobre un secuestro: aporta datos concretos y un punto de partida: estamos ante una situación policial que debe ser resuelta. El parte está escrito con el lenguaje propio del medio policial, su función, como texto, es informativa. Pero en realidad lo que consigue este inicio es crear una atmósfera de suspenso: ¿cómo se va a resolver este secuestro?

Una característica en esta novela es la alternancia de voces narrativas, cada una de las cuales nos ofrece un punto de vista distinto:

  1. Introduce la historia un narrador en primera persona, es la voz de un chico que es vecino del castillo y que comparte el mundo social de sus habitantes; su lenguaje es armonioso y contenido, propio de un niño sensible. Este muchacho es un voyeur que espía desde fuera, atraído por la princesa inasible. Su postura es de admiración – por la belleza y el atractivo de Isolda- pero no se siente ajeno a la riqueza que la rodea, incluso reconoce la importancia del dueño del castillo en el mundo social de Medellín: hay ricos, pero siempre hay uno que es el más rico:

    “En el vecindario del castillo hay dos colegios para señoritas, una iglesia, un convento donde las monjas venden recortes de hostias y nuestras casas: amplias y modernas, entre solares y cañadas. A los árboles llegan tucanes de montaña, barranqueros, azulejos, turpiales, tórtolas y colibríes, a los que la princesa también llama picaflores. En las noches nos dormimos con el ruido de las ranas y las chicharras, y en las mañanas nos despierta el jolgorio de los pájaros. Estos sonidos que oímos son los mismos que arrullan y levantan a la princesa.” (pág. 12).

  2. Tenemos otro narrador en primera persona que es la voz del Mono, el secuestrador. En realidad esta primera persona aparece en los diálogos que introduce el narrador omnisciente. El Mono también observaba a la niña desde fuera, trepado en un árbol, pero su actitud es la de alguien que se sabe inferior en la escala social; el lenguaje, en este caso, es más sencillo. Para él la princesa era una fantasía inalcanzable, un sueño que luego se convierte en una maldita obsesión:

    “Lo peor eran los aguaceros y el viento -continuó el Mono, enranuado, con las manos en los bolsillos y todavía de pie-. Pero valía la pena la espera. Cuando su hija salía era como si… -el Mono notó que con Diego apretó los ojos y se quedó callado hasta que vio que volvió a aflojarlos-. El jardín resplandecía -siguió el Mono-, soplaba una brisa tibia y cuando se reía era como si, como si… -la emoción lo dejó sin palabras hasta que dijo:-: Incluso paraba de llover cuando ella salía y ya no me importaba que las ramas fueran duras, lo único que de verdad me preocupaba era que alguno de ustedes me fuera a descubrir -el Mono acercó un butaco de madera y medio chueco-. Con su permiso, me siento.” (pág. 18).

    El chico vecino menciona un silbido que detectaba entre los árboles: ese silbido es el del Mono quien se queda más tiempo que el otro espiando, quizá porque es mayor y por lo tanto más libre, o porque tenía menos vigilancia en su casa. Este dato, que aparece otras veces, es interesante, porque sitúa a los dos espías, cada uno en su puesto:

    “Y está ese silbido lento que suena por la noche, entre los árboles. Yo siempre me devuelvo apenas comienza a oscurecerse.” (pág. 56).

    El mismo chico señala, más adelante, la presencia del Mono cuando traen a Isolda muerta:

    “Detrás de mí, en algún lado, alguien se suelta a llorar. Miro y no veo a nadie. Tal vez no quiere que lo vean, y llora escondido entre los árboles.
    Ya no llora, pero me parece que reza.” (pág. 256).

  3. Y por último tenemos al narrador omnisciente que organiza la historia utilizando la tercera persona del singular. Su punto de vista está fuera también, ubicado encima de todos como un ojo que lo ve todo; gracias a esta ubicación privilegiada se redondea la narración, se llenan los huecos. Sobre él recae el peso narrativo porque amplía el punto de vista.

Dentro/fuera. Los contrastes

El escritor colombiano dibuja un mundo cuya esencia son los contrastes. Este elemento disonante es característico de América Latina, en donde realidades opuestas conviven cara a cara; la mayoría de las veces enfrentadas por falta de armonía. Si prestamos atención al comienzo de la novela, el primer párrafo y el segundo se oponen como el día y la noche, son las dos caras de Medellín que conviven una al lado de la otra, de manera complementaria.

“Apenas se oye el viento que opaca desde lo alto, como un manto protector, el rumor encajado de las textileras, de la siderúrgica, de buses, carros, y hasta del tren que cruza Medellín en sus últimos viajes. La loma del castillo es empinada y se aleja con arrogancia del bullicio diario. Solo tiene dos carriles pavimentados, un poco más anchos que los neumáticos de los carros. Se llama loma de los Balsos porque alguna vez estuvo sembrada de balsos desde abajo hasta la cima. Los aviones sacuden la tranquilidad de la montaña cuando vuelan pegados a la cordillera. Si alguien va en el lado derecho del avión, puede ver desde el aire el castillo y sus jardines. Y si tiene suerte, puede ver a la princesa saludando con la mano a los que vuelan sobre ella.
Abajo, al fondo, el valle se parte en dos por un río que suelta olores y sobre el que revolotean los gallinazos atentos a lo que salga de las alcantarillas. La corriente lenta arrastra basura, excrementos y espumas, y a lado y lado vivimos un poco más de setecientas mil personas en barrios simples y tranquilos. También hay fábricas que ensucian el aire con humo.” (pág. 11).

Daremos algunos ejemplos, muy distintos entre sí, para evidenciar la presencia de los contrastes como un leitmotiv:

  1. El castillo y lo que supone (clases de música, bordado, geografía, horarios) es el opuesto de la selva en donde se refugia la niña, un mundo de fantasía y libertad.
  2. La vida de Dita en Colombia y la vida que Dita dejó en Herscheid son dos realidades que no coinciden ni en el tiempo real, pero sí en su corazón: “Mira el reloj en su muñeca. Lo mira con tanta frecuencia que da la impresión de estar siempre a punto de salir para algún lado. Dice que es para saber qué horas son en Herscheid, porque ella vive seis o siete horas más temprano.” (pág. 13).
  3. La actitud opuesta del Mono y don Diego expresada en sus miradas: “Don Diego apenas parpadeó… /el Mono miró su taza con fastidio” (pág. 16). “Don Diego seguía con los ojos cerrados…/ El Mono… le echaba miradas a don Diego” (pág. 17). Son detalles sutiles pero van perfilando la situación, se establecen los vínculos de dos seres enfrentados.
  4. ”Dita se cepilla el pelo antes de irse a la cama, tal como le enseñó su madre, como a las dos les enseñó la abuela. Lo cepilla antes de acostarse y en la mañana se lo recoge atrás con una moña que le da un aire de alcurnia.” (pág. 24). Mientras a su hija las despeinan en el bosque y luego la peinan de una manera ridícula, rompiendo con la tradición familiar.
  5. Los cambios bruscos no sólo de narrador, como ya hemos señalado, sino también de tiempo: “Caranga hablaba de la guitarra de Jimi Hendrix y cantaba Purple haze all in my brain, y seguía cantando sin saber inglés./ ¿Qué significa Purple haze, Caranga? -le preguntó el Cejón.” (pág 26). Aquí la narración salta del tiempo real, que es el tiempo del secuestro, al tiempo anterior cuando los secuestradores eran jóvenes, se nota el contraste entre dos momentos vitales de uno de los protagonistas.
  6. Los gustos literarios del verdugo y su víctima se sitúan en los polos opuestos: la poesía popular de Julio Flórez que arrebata al Mono, y los gustos exquisitos de don Diego y su hija: Verlaine, Hugo, Darío: dos mundos, dos sensibilidades.
  7. Cuando Twiggy da la vuelta a la cabaña esperando que su moto arranque, ve dos imágenes distintas de dos hombres sobre una cama: “el Mono se masturbaba…/ Arrodillado sobre el colchón roto, don Diego rezaba con las manos cruzadas en el pecho.” (págs. 86-7). La oposición en este ejemplo es muy clara respecto a la manera de enfrentar los momentos que ambos viven: la falta de virilidad atormenta al Mono, y la falta de libertad angustia a don Diego.
  8. En el capítulo 14 tenemos la escena del Mono y sus amigos delincuentes que se enfrentan a los chicos ricos que alardean de tener un buen coche. Ellos tienen lo que el Mono quisiera tener, un juguete magnífico; y el Mono ejerce la violencia que los otros no soportan porque huyen acobardados.
  9. En lo auditivo también tenemos un juego de contrastes interesante: “Hola, hola, dice de nuevo, y el monte se llena de ruidos”. Hay una pausa y lo que sigue es: “-Shhhh -dijo el Mono y señaló el techo con un dedo. Don Diego, sin entender, lo siguió con la mirada-. ¿Qué suena? -preguntó el Mono.” (pág- 95). Detectamos un guiño, en esta secuencia de dos situaciones alejadas en el tiempo y en el espacio pero que podrían responder al mismo estímulo auditivo.
  10. Luego de la visión de la mujer ensangrentada en la calle, Isolda termina en una clínica. Su madre “enreda la mano en el pelo de su hija y vuelve a tararearle la canción de cuna.” (pág. 120). La siguiente escena recoge la visita de Twiggy a la peluquería: “Solo se decoloraba el pelo, lo hacía desbastar un poco atrás y, todavía mojado, se lo peinaba hacia un lado…” (pág. 121). La imagen del cariño y la protección que se sintetizan en un gesto maternal (Dita despeinando su hija), se opone a la imagen de Twiggy quien se peina sola (a pesar de estar en una peluquería) buscando una imagen transgresora y rebelde que la defina.
  11. En el bar, el Mono espera a Twiggy, bebiendo. Sin embargo, en el párrafo siguiente, el narrador dice: “En el castillo, Twiggy habría dado la vida por un trago.” (pág. 129).
  12. En el lugar del secuestro, don Diego no tiene suficiente luz: “El Mono regresó a la silla. Alumbró la pared y la luz de la linterna titiló y se puso más débil.” Hay una pausa y el párrafo siguiente es en el castillo “Dita bajó a encender las luces. Prendió las del vestíbulo principal y las del jardín de atrás. El salón colonial ya estaba iluminado porque ahí se mantenía el detective del DAS, junto al teléfono. Fue al salón de música y prendió la lámpara del techo.” (pág. 212). Se oponen dos espacios físicos, en uno reina la oscuridad, en el otro hay derroche de luces.
  13. Mientras Dita da cuerda a su reloj Meissen: “insertó la llave en el agujero para darle cuerda. La giró varias veces, delicadamente, mientras miraba las agujas del reloj a punto de dar las siete.” (pág 215). En el siguiente capítulo, el muchacho del cual se enamora el Mono, se encapricha por un reloj de cuarzo que lo impresiona porque “No es necesario darle cuerda.” (pág. 217). Aquí tenemos dos generaciones, dos culturas, dos sensibilidades distintas que valoran cosas opuestas.

Podríamos seguir señalando ejemplos de estas oposiciones que abundan en El mundo de afuera, pero creo que con las ya reunidas, queda expuesta la intención del autor: marcar los contrastes que conviven en el mundo elegido. Sin embargo, creo necesario señalar que la oposición mayor en esta novela es la de adentro/ afuera. Por eso es significativo el título: por un lado: el castillo/ el bosque, y por el otro: la casa en Santa Elena donde el Mono tiene al secuestrado/ las calles por donde pasea con el muchacho. Cuando Isolda sale de casa (adentro) y presencia la escena sangrienta (afuera) la transportan a la clínica que es un espacio de protección, un espacio de adentro. Isolda se enferma y muere cuando está fuera de casa, en el extranjero; don Diego es secuestrado en la calle (afuera) y lo encierran dentro, como él tenía “prisionera” a Isolda para protegerla del mundo de afuera, que es donde finalmente mueren ella y su padre. Dita sobrevive a los dos, pero busca refugio en el bosque, como hacía su hija, en un intento por recuperarla en el mundo de afuera. “Dentro” es sinónimo de asfixia, “afuera” sugiere libertad y la libertad supone peligro y muerte.

Elementos formales

En El mundo de afuera destacaría dos:

Los diálogos porque fluyen con naturalidad y trasmiten frescura, hacen que los personajes sean creíbles y sin grandes pretensiones. Yo diría, que en esta novela los diálogos son el eje, Franco construye su historia apoyado en las conversaciones entre los personajes y cuida muy bien el lenguaje que conviene a cada uno de ellos.
Sorprende que, a veces, aparecen señalados con guión de diálogo. Otras, los intercala en los párrafos de la narración y los integra en la prosa sin un guión que los anuncie.

El humor es un elemento dosificado que contribuye a relajar la tensión, casi siempre presente en los diálogos. Curiosamente, este humor no es exclusivo de un personaje, es un elemento compartido, como si fuera parte de una cultura local que maneja la ironía con gusto:

El Mono dialogando con don Diego:

“- El negocio soy yo.
-Sí, pero no el negociador.” (pág 30).

Twiggy:

“Este sí hace menos ruido que yo, pensó Twiggy, y dio la vuelta para seguirlo.
-Está ni mandado hacer para ladrón, Mono. No se siente.” (pág. 128).

Arcuri, el arquitecto, en las conversaciones previas al diseño del castillo:

-Pues aquí ya tenemos algo -dijo-. ¿Lo quiere con río, o sin río?” (pág. 134).

Rudesindo:

“¿Ya oliste al belga, preguntó Rudesindo. El otro negó. Se está pudriendo, dijo Rudesindo, y el pariente se cubrió la boca para reír.” (pag. 246).

Ritmo

Hasta la página 204, habiendo transcurrido dos terceras partes de la novela, no pasa gran cosa. Es verdad que ha habido un secuestro, pero luego del secuestro el ritmo de los hechos está controlado, las situaciones se desarrollan sin sobresaltos, se espera y se espera… y se espera. Finalmente, desde la toma de las fotos -cuando el Mono se da cuenta de que su negociación no prospera, que el Cejón se ha convertido en un peligro, y que como consecuencia de estos contratiempos el beneficio del secuestro puede frustrarse- irrumpe la violencia: el cabecilla maltrata a don Diego, lo patea, lo humilla, don Diego llora, situaciones ambas que no se habían presentado hasta ahora, al contrario: el Mono lo trataba con guante de seda. El líder del secuestro pierde la compostura:

“El Mono se agarró la cabeza y se revolcó el pelo. Levantó el brazo en el que tenía la piedra y se la arrojó a don Diego, pero falló y la piedra rebotó en el pasto. Iracundo, soltó un bramido, corrió hasta don Diego y le mandó una patada en las costillas. Don Diego quedó sin aire, doblado y con la boca abierta. El Mono abrió los brazos y le gritó al viento, vida hijueputa la mía.” (pág. 205).

A partir de este párrafo, se produce un quiebre en el ritmo, la historia adquiere un desarrollo trepidante, se precipitan situaciones dramáticas sin tregua: Isolda se pone su faldita roja rompiendo con el modelo de niña exigido por sus padres, Hedda pierde las formas y aparece desgreñada, la niña hace un show provocador en frente de los vecinos contorneándose, Caranga muere tiroteado, el Mono introduce el trago en la cabaña y bebe sin control, don Diego toma la decisión de mandar a Isolda al extranjero, Hedda y Guzmán son sorprendidos in fraganti y ambos son expulsados, Isolda aparece sucia y con el pelo cortado con violencia, don Diego libera al Cejón, las fotos que llevaron a revelar caen en manos de la policía, el muchacho descubre que el Mono guarda dinero en su casa y despierta su codicia, la policía reconoce a Twiggy como la mujer que se presentó ante Dita, allanan la casa de el Mono, la falda queda decomisada, Twiggy se enrolla con el muchacho (quien, teóricamente era su rival), Lida los pilla en la cama de su hijo, aparece el Cejón y lo entrevista la policía, detienen a Twiggy, y finalmente el Mono termina con la vida de don Diego. En estas 100 páginas la novela se convierte en un thriller. Y el fin de la novela sugiere otro posible thriller: Dita se interna en el bosque y se oye un silbido: ¿recomenzará otra historia similar ya que el Mono estaría de regreso en su posición de voyeur, al lado del chico vecino que es quien narra este momento? Porque el escenario es el mismo, surge una pregunta: ¿se obsesionarán con Dita esta vez?

La fantasía

Las incursiones en la selva y la amistad de Isolda con los almirajes es lo que menos me gusta. Lo veo como un añadido que no aporta la magia que pretende aportar, resulta poco creíble y un tanto acaramelado el recurso: pobre niña prisionera por el amor de sus padres que necesita de animales míticos para ser feliz… No sé, no era necesario ese giro a lo fantástico, ¿un eco forzado de Alicia en el País de las Maravillas? Tengo la sensación de que no se integra, el salto es muy obvio y no termina de convencer. ¿Quien la peinaba de manera rara, y quién la despeinó y cortó el pelo antes de partir? ¿Era ella misma quien lo hacía en arranques de locura (los mismos que tendría su madre después), y que fueron la causa de su muerte? Si fuera así, me parece interesante, pero la historia de los conejitos no encaja, más aun cuando se aportan testimonios de la existencia de estos animales, un elemento fantástico que confunde. ¿Los pelos rubios que Dita persigue en el bosque no es un exceso?

Los personajes, sin embargo, están muy bien sugeridos. Dita es una mujer que atrae desde el primer momento (las dos escenas de amor son fantásticas, la del guante y la del barco) con sus aires liberales de persona auténtica que sabe lo que quiere; y al mismo tiempo se comprende su evolución en Colombia, al lado de un hombre conservador y mayor que ella que impone en la casa una manera de vivir retrógrada y un cuidado obsesivo por la seguridad de la niña. La madre pierde su brío, la vida le resta energía.

Don Diego es un hombre honesto y valiente. A pesar de que no hay desarrollo de los personajes, intuimos cierta sensibilidad en don Diego, incluso el deseo de que lo maten ya que el dolor por la muerte de su hija lo ha derrotado. Todo eso está ahí, entre líneas, aunque no se exponga ni se elabore. Esas pinceladas le dan a la novela un contenido importante, un barniz de humanidad.

Twiggy, el Mono, el Cejón, Caranga, el muchacho, etc. son seres de carne y hueso. Delincuentes, marginales, incultos, pero con un fondo humano que se adivina. Como se adivinan sus miedos.

Los textos han sido tomados de la edición de Alfaguara, 2014.