El Gatopardo

Giuseppi Tomasi de Lampedusa

Autor: Giuseppi Tomasi de Lampedusa

¿NOVELA HISTORICA?

Cuando apareció El Gatopardo, en 1958, la pregunta que planteó la crítica fue la siguiente: ¿estamos ante una novela histórica?

La respuesta, positiva o negativa, no tendría nada que añadir ni restar al valor literario de la novela. Tampoco debería influir en el placer que su lectura produce; sería insensato que ésta gustara más, o menos, según la catalogamos de novela histórica o no.

Reconozco, sin embargo, que la pregunta es inevitable porque nos encontramos con hechos históricos concretos: el resurgimiento italiano con la llegada de Garibaldi al poder y la caída de los Borbones, batallas que se lucharon en la vida real y nombres propios de personajes que existieron.

Lo histórico no aparece sólo como telón de fondo o como parte del escenario: lo histórico es un elemento narrativo en la novela. Y el autor se ciñe a los hechos con el rigor del historiador, no hay cambios ficcionales o licencias literarias para alterar los hechos históricos según convenga al relato de Lampedusa.

Sin embargo lo histórico no es el eje narrativo, el interés del autor está centrado en el personaje protagonista, en una clase social decadente. El núcleo de la novela es la reflexión que hace el personaje sobre el momento histórico y las distintas actitudes de los personajes que atraviesan ese momento.

Recordemos que la mirada está focalizada en el Príncipe de Salina, el punto de vista sobre lo que sucede le pertenece a él como personaje, no al narrador, y es él quien se convierte en la conciencia de lo narrado. Por lo tanto, la subjetividad es una consecuencia natural desde el momento en que Lampedusa elige cederle la voz del relato a su protagonista.

Cuando la novela apareció, (había sido rechazada por las editoriales italianas más importantes) la crítica no fue capaz de distanciarse del rigor académico, y subrayó los defectos que encontraba en El Gatopardo como si ésta fuera una novela histórica. Señalaron dos aspectos:

1.LA INTROMISIÓN DEL PRESENTE EN EL PASADO: detalle que alteraría el tiempo histórico del relato y lo sacaría de su propio contexto. Veamos algunos casos:

“Se mostró a Don Fabrizio una carta de las autoridades de Girgenti que anunciaba a los laboriosos ciudadanos de Donnafugata la concesión de una donación de dos mil liras para el servicio de cloacas, obra que sería terminada en 1961, como aseguró el alcalde, incurriendo en uno de esos lapsus cuyo mecanismo explicaría Freud muchos decenios después”. (pág. 159).

Si la acción que se cuenta transcurre en el siglo XIX, ¿cómo es posible –se preguntaron- que se haga un salto imprevisto al siglo XX, y que intervengan elementos culturales que no se manejaban en la época de la narración?

Yo no veo que esto sea un problema. Se trata de una historia del XIX, pero que se evidencie que quien narra está situado en el XX, no es una falla. En efecto hubiera sido mejor emitir esa información en virtud del ritmo interior, pero no es una falta que atente contra la estructura de la novela.

Otro ejemplo:

“Como clínicos habilísimos en las curas, pero que se basaran en análisis de sangre o de orina completamente equivocados y que para corregirlos fueran demasiado perezosos, los sicilianos (de entonces) acababan por matar al enfermo, es decir a sí mismos, precisamente a consecuencia de la refinadísima astucia que casi nunca se apoyaba en un real conocimiento de los problemas, o por lo menos, de los interlocutores”. (pág. 154-5).

El paréntesis, (de entonces), con la especificación del tiempo pasado, señala una comparación con el presente en donde se han producido cambios, por lo tanto aquello que se afirma ya no es aplicable a los sicilianos contemporáneos del autor. De nuevo se evidencia el cambio de siglo, pero aquí tampoco parece una falta. Quizás resta armonía al relato, ya que nos obliga a saltar en el tiempo, e impide conservar la ilusión de que tanto personajes, como autor y lector, estén sumergidos en el pasado.

“La primera lectura de este extraordinario selecto fragmento de prosa aturdió un poco a Don Fabrizio; advirtió de nuevo la excelente aceleración de la historia; para expresarnos en términos modernos diremos que vino a encontrarse en el estado de ánimo de quien creyendo, hoy, haber subido a bordo de uno de los aéreos cansinos que hacen el cabotaje entre Palermo y Nápoles, se da cuenta, en cambio, de que se haya encerrado en un super sónico y comprende que habrá que llegar a la meta antes de haber tenido tiempo de santiguarse”. (pág. 145).

Sucede lo mismo: el presente irrumpe de pronto y altera el ritmo. La comparación no resulta necesaria, pero es una elección de Lampedusa en su afán de traducir a categorías modernas lo que vivió su personaje.

“En el techo los dioses, reclinados sobre dorados escaños, miraban hacia abajo sonrientes e inexorables como el cielo de verano. Creíanse eternos: una bomba fabricada en Pittsburg, Pensilvania, demostraría en 1943 lo contrario”. (pág. 295).

El recurso es equivalente. Se narra el pasado con el conocimiento del presente que en este caso, lo anula. Lo que pensaban en aquella época será considerado falso años después. Las limitaciones humanas quedan expuestas con ironía, porque quien narra conoce hechos que antes se ignoraban. Yo creo que esta reflexión está en la línea de todas las reflexiones que hace Don Fabrizio sobre el ser humano que se siente más poderoso de lo que realmente es.

2.- ES UNA VISIÓN REACCIONARIA DE LA HISTORIA: porque hace concesiones a una clase poderosa con espíritu feudal, que no merece ningún respeto, por ser una clase decadente.

Un texto literario no debe ser juzgado por lo que uno quisiera encontrar en la lectura, si no por lo que el autor ofrece al lector. No pienso que Lampedusa pretendiera disculpar a la aristocracia. En El Gatopardo se exponen las virtudes y los defectos del príncipe, no se idealiza. Hay, evidentemente, un tono de ternura al acercarse al protagonista, pero eso no significa que no se existe una postura crítica. En la novela se percibe un análisis lúcido al Príncipe y a su clase, y se señalan lacras, abusos, valores y tradiciones de un lado del espectro social, y del otro:

“…no es justo culpar de “desprecio” sólo a los señores puesto que éste es un vicio universal. Quien enseña en la Universidad desprecia a los maestrillos de las escuelas parroquiales, aunque no lo demuestre, y aunque está usted durmiendo puedo decirle sin reticencia que nosotros los eclesiásticos nos consideramos superiores a los laicos, y nosotros los jesuitas superiores al resto del clero, como ustedes los herbolarios desprecian a los sacamuelas quienes a su vez se ríen de ustedes. Los médicos, por su parte, se toman a guasa a los sacamuelas y a los herbolarios, y ellos son tratados por su parte de asnos por los enfermos que pretenden continuar viviendo con el corazón o el hígado hecho puré”. (pág. 264-5).

La visión crítica no tiene límites, abarca al género humano en general. Si prevaleciera una actitud reaccionaria, la decadencia de la clase dominante no quedaría en evidencia.

La novela apunta a un hecho más general: el poder SIEMPRE corrompe. Si están arriba los aristócratas, terminarán corrompiéndose, pero lo mismo pasaría con cualquier otro grupo que los reemplazara, o que los hubiera precedido. Cambian las caras, los nombres, los uniformes, pero el abuso del poder prevalece. La historia es circular, y todo regresa: aquellos que están arriba luego estarán abajo, pero algún día volverán a reclamar su parte:

“…si como tantas veces ha sucedido, tuviera que desaparecer esta clase, se constituiría en seguida otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos. Acaso no se basara ya en la sangre, si no que, ¡qué sé yo!, en la antigüedad en cuanto a la presencia en un lugar, o su pretendido mejor conocimiento de cualquier presunto texto sagrado”. (pág. 266).

Sostener que la aristocracia se excede en sus prerrogativas y no cumple con sus deberes, pero que si fueran otros los poderosos harían lo mismo, no los exonera de culpa. Son tan culpables como serían los otros, si lo hacen mal. La falta no está en la clase social como tal, si no en el ejercicio del poder.

En la década de los 50s y 60s, la crítica tenía una marcada tendencia marxista, por lo tanto hubiera privilegiado otra dinámica: que la falta estuviera en la aristocracia como una clase social decadente y enferma. Lo hicieron mal, no sólo por tener el poder, sino porque además había algo inherente a esa clase (sus valores, su ideología, su visión del mundo) que la convirtió en una clase nefasta. Y eso no sostiene Lampedusa: él ve lo bueno y lo malo, y a pesar de lo malo, prevalece una mirada tierna hacia el Príncipe.

La novela fue escrita en el año 1954 y abarca un período histórico que tuvo lugar 100 años antes. El autor elige la ubicación temporal de su historia con una mirada nostálgica.

La primera fecha que aparece está fuera del discurso narrativo, a manera de diario, impuesta desde fuera por el narrador omnisciente que nos sitúa:

“Mayo 1860”. (pág. 29)

En el primer capítulo se narra las 24 horas de la vida del Príncipe, y este hecho es un homenaje al “Ulíses” de Joyce; el mismo que le rindió Virginia Wolf en “Mrs. Dalloway” (1925), en donde narraba 24 horas de la vida de Clarisa Dalloway.

Este primer capítulo es muy importante, porque se establecen los ejes de la vida doméstica: la estructura familiar por un lado, y la personalidad del protagonista, por el otro.

ESTRUCTURA FAMILIAR Y ESTRUCTURA SOCIAL:

1.- LA ESTRUCTURA FAMILIAR: responde a una clase tradicional en donde la relación es vertical, el padre es jefe indiscutible a quien se debe obediencia y respeto incondicional. La madre es una sombra, ella asume y calla ante la autoridad del padre. Los hijos no cuentan, no son autónomos, forman parte de las propiedades familiares, piezas del inventario:

“La ansiosa arrogancia de la princesa hizo caer secamente el rosario en la bolsa bordada de jais, mientras sus ojos bellos y maniacos miraban de soslayo a los hijos siervos y al marido tirano hacia quien el minúsculo cuerpo tendía en un vano afán de dominio amoroso.

Mientras tanto él, el príncipe, se levantaba: el impacto de su peso de gigante hacía temblar el pavimento, y en sus ojos clarísimos se reflejó, por un instante, el orgullo de esta efímera confirmación del señorío sobre hombres y edificios”. (pág. 33).

En este párrafo se define el sistema familiar, que será al mismo tiempo, el reflejo del sistema político. No hay libertad de palabra, obra o acción. El poder ejercido por la cabeza (de familia, feudo, o país) es irrebatible.

2.-LA ESTRUCTURA SOCIAL: es una sociedad feudal, en donde el príncipe es el amo y luego están los súbditos. Predomina una cultura tradicional en donde el sentimiento de clase está muy arraigado.

Dentro de esa escala, las autoridades locales: el alcalde, el notario, el arcipreste y el médico están por encima del pueblo que son los campesinos, pero muy lejos del amo.

Esta estructura aristocrática, que se protege bajo el manto de los Borbones, va a ser destruida por la llegada de Garibaldi. El alcalde, Don Calogero, y su sobrina Angélica, serán los nuevos símbolos del poder. El dinero reemplaza a la buena educación y las costumbres señoriales antiguas y decadentes son desplazadas por el dinero y el mal gusto de los advenedizos:

“…Ahora, sensible como era a los presagios y a los símbolos, contemplaba una revolución en aquella corbatita blanca y en aquellos dos faldones negros que subían las escaleras de su casa. No sólo el príncipe no era el mayor propietario de Donnafugata, sino que se veía a sí mismo obligado a recibir, vestido de tarde, a un invitado que se presentaba vestido de noche.

Su desolación era muy grande y duraba todavía, mientras mecánicamente avanzaba hacia la puerta para recibir al huésped. Cuando lo vio, sus penas se aliviaron un poco. Perfectamente adecuado como manifestación política, podía afirmarse, sin embargo, que, como obra de sastrería, el frac de Don Calogero era una catástrofe. El paño era finísimo, el modelo reciente, pero el corte era sencillamente mounstruoso. El Verbo londinense se había se había encarnado pésimamente en un artesano girgentano en quien se había fijado la tenaz avaricia de Don Calogero. Las puntas de los faldones se erguían hacia el cielo en muda súplica, el ancho cuello era informe y, aunque sea doloroso, es necesario decirlo: los pies del alcalde estaban calzados con botas de botones”. (pág. 118-9).

La irónica descripción es elocuente. El príncipe detecta el mal gusto de la nueva clase con ironía y cierto desprecio, a pesar de que reconoce el poder económico de Don Calogero.

LA REVOLUCION Y SUS ALCANCES:

El eje de la reflexión política en El Gatopardo está en la dificultad de evaluar los cambios históricos. ¿Qué quiere decir Tancredi con esta afirmación?:

“…Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. (pág. 61).

Tancredi es la voz de la juventud que se adapta a los tiempos. En realidad, su propuesta sería la siguiente: aceptemos una lavada de cara, para simular que nos modernizamos y así retenemos el poder. Concretamente: aceptemos las formas nuevas y a los nuevos líderes, y disfracemos nuestro sentir para que no se nos escapen los privilegios.

Quien piensa así se proyecta: si toleramos que cambien las apariencias, quien reclama el cambio estará conforme y nos dejará mayor capacidad de maniobra. Pero también, y esto es lo más interesante, quien piensa así reconoce que hay que adaptarse. Y adaptarse, aunque sea de manera superficial, ya es un cambio:

“…Y, al príncipe, que no había encontrado cambiada a Donnafugata, se le halló, en cambio, muy cambiado, a él que nunca antes hubiese empleado tan cordiales expresiones. Y en aquel momento, invisible, comenzó el declive de su prestigio”. (pág. 101).

Es verdad que, en apariencia, nada cambia. Por ejemplo, cuando los nuevos revolucionarios se acercan al príncipe, lo hacen con reverencias, aceptando que es un ser superior y poderoso, como si los Borbones siguieran en el poder. Tanto que el antiguo amo consigue que “la orden de expulsión contra los jesuitas no fuese aplicada al padre Pirrone”. Y el príncipe conserva al padre Pirrone como otra de sus propiedades.

La historia nos enseña que todo vuelve, que el tiempo es cíclico. Los cambios no eran tales, cuando aquello que se intentó eliminar vuelve a aparecer. Esto sucede porque la naturaleza humana es inalterable a través de los tiempos, y por eso el hombre, que es en esencia el mismo, no consigue erradicar lo negativo, porque es parte de su ser:

“Mire Francia; se hicieron matar con elegancia y ahora están ahí como antes, digo como antes porque no son los latifundios ni los derechos feudales los que hacen al noble, sino las diferencias. Ahora me dicen que en París hay condes polacos a quienes la insurrección y el despotismo han obligado al exilio y a la miseria. Hacen de cocheros, pero miran a sus clientes burgueses con tal ceño, que los pobrecillos suben al coche sin saber por qué, con el aire de un perro en una iglesia”. (pág. 266).

Como el príncipe intentó adaptarse, no sufre los cambios. Los torea. Y gracias a ello continúa con sus privilegios y se mantiene en el centro de atención, y como única autoridad en sus propiedades y en su mundo. La que sufre el cambio es Concetta, su hija, quien se niega a adaptarse. Su orgullo la convierte en un personaje patético. Concetta no llora cuando algo la ofende, no expresa dolor cuando algo le duele, mantiene las apariencias por dignidad, y lucha para mantener intacto el fondo y las formas. Como resultado de esta postura rígida, Concetta pierde absolutamente todo, hasta sus recuerdos se convierten en polvo y desaparecen dejándola sola.

Concetta tampoco luchó por Tancredi. Herida, renuncia a él y se aleja con dignidad, postura que mantendrá siempre.

Por lo tanto, adaptarse, en El Gatopardo, es aprender a vivir. Significa renovación, luchar para seguir en actividad. Esta actitud caracteriza a Fabrizio y a Tancredi. El príncipe llega a aceptar a Don Calogero como el suegro de su sobrino predilecto, a pesar de su frac. Detecta que es el hombre poderoso en la nueva sociedad, algún mérito debe tener, confía en su olfato y se mezcla con él.

Tancredi también se enamora de Angélica, una mujer que pertenece a la nueva burguesía que irrumpe, y abandona a Concetta que le recuerda el pasado.

Otro que aprende adaptándose es Don Calogero y probablemente a esta actitud debe su éxito:

“…Lentamente Don Calogero comprendía que una comida en común no debe ser necesariamente ser un huracán de ruidos de masticaciones y manchas de grasa; que una conversación puede muy bien no parecerse a una pelea de perros; que dar la precedencia a una mujer es señal de fuerza y no, como había creído, de debilidad; que de un interlocutor puede lograrse más si se le dice “no me he explicado bien”, en lugar de “no ha entendido usted un cuerno” y que adoptando semejantes astucias, alimentos y argumentos, mujeres e interlocutores redundan en beneficio de quien los ha tratado bien”. (pág. 192).

NOVELA DE PERSONAJE:

La atractiva presencia de Don Fabrizio, la manera contundente en que es retratado, lo convierten en el protagonista indiscutible, y la novela, a su vez, se convierte en su propia novela.

Lampedusa se esmera desde las primeras páginas en dibujar a su personaje con trazos sólidos. Para convertirlo en la conciencia de la historia, Don Fabrizio aparece como un hombre con dos tendencias muy marcadas:

“Solicitado por una parte por el orgullo y el intelectualismo materno y de otra por la sensualidad y facilonería de su padre, el pobre príncipe Fabricio vivía en perpetuo descontento aún bajo el ceño jupiterino, y se quedaba contemplando la ruina de su propio linaje y patrimonio sin desplegar actividad alguna e incluso sin el menor deseo de poner remedio a estas cosas”. (pág. 35).

Esa combinación extraña lo hace diferente de los otros sicilianos (al mismo tiempo que es igual a ellos) y le permite tomar la distancia necesaria para convertirse en el ser reflexivo que produce el discurso crítico de lo que sucede a su alrededor. Por eso le confiesa al padre Pirrone:

“-Comprendo, padre, comprendo. Y aquí no me comprende nadie. Esta es mi desgracia”. (pág. 109).

El lector, que lo ha ido conociendo, sabe que él es capaz de un análisis profundo, por lo tanto los párrafos sobre los sicilianos no parecen artificiales, ni mucho menos un discurso ideológico impuesto por el autor.

“Entre a estos señores Don Fabrizio pasaba por ser un extravagante. Su interés por las matemáticas era considerado como una pecaminosa perversión y si él no hubiera sido precisamente el príncipe de Salina y si no hubiese sabido que era un excelente jinete, infatigable cazador y medianamente mujeriego, con sus paralajes y sus telescopios hubiera corrido el peligro de ser dejado de lado”. (pág. 293).

A Don Fabrizio no se le escapa la decadencia de su clase, la ceguera para reaccionar a tiempo y enmendar, la banalidad de las formas. Es interesante como siendo parte de esa clase social, es capaz de tomar una perspectiva y convertirse también en su conciencia.

Hay dos momentos interesantes en donde el alma siciliana es analizada por el protagonista en sus dos versiones: el esplendor (el sol) y la parálisis (el orgullo):

1.- Cuando el príncipe habla con Chevalley, personaje que viene de fuera y que desconoce la idiosincrasia local:

“En Sicilia no importa hacer mal o bien: el pecado que nosotros los sicilianos no perdonamos nunca es simplemente el de “hacer”. Somos viejos, Chevalley, muy viejo”. (pág. 241).

“Veo, además, que me he explicado mal; dije los sicilianos, y hubiese debido añadir Sicilia, el ambiente, el clima, el paisaje siciliano. Estas son las fuerzas, y acaso más que las dominaciones extranjeras y los incongruentes estrupos, que formaron nuestro ánimo; este paisaje que ignora el camino de en medio entre la blandura lasciva y la maldita fogosidad, como debería ser una tierra hecha para morada de seres racionales, esta tierra que a pocas millas de distancia tiene el infierno en torno a Randazzo y la belleza de la bahía de Taormina; este clima que nos inflige seis meses de fiebre de cuarenta grados…. Y por si fuera poco las lluvias, siempre tempestuosas… Esta violencia del paisaje, esta crueldad del clima, esta tensión continua en todos los aspectos, estos monumentos, incluso, del pasado, magníficos pero incomprensibles porque no han sido edificados por nosotros y que se hallan en torno como bellísimos fantasmas mudos; todos esos gobiernos que han desembarcado armados viniendo de quien sabe dónde, inmediatamente servidos, al punto detestados y siempre incomprendidos, que se han expresado sólo con obras de arte enigmáticas para nosotros y concretísimos recaudadores de impuestos, gastados luego en otro sitio; todas estas cosas han formado nuestro carácter, que así ha quedado condicionado por fatalidades exteriores además de una terrible insularidad de ánimo”. (pág. 243-4).

2.- Y cuando Don Fabrizio recoge la opinión de unos ingleses que llegan a la isla, en donde se muestra la mirada que tienen los de fuera. El príncipe le cuenta a Chevalley lo que los ingleses le dijeron, y luego esto le sirve de argumento para negarse a ser senador del nuevo estado:

“Quedáronse extasiados ante el panorama y la irrupción de la luz. Pero confesaron que se habían quedado petrificados al observar el abandono, la vejez y la suciedad de los caminos de acceso. No les expliqué que una cosa derivaba de la otra, como he intentado hacer con usted. Uno de ellos me preguntó luego qué venían a hacer en Sicilia aquellos voluntarios italianos. “They are coming to teach us good manners (le respondí). But they won´t succeed, because we are gods”.Vienen para enseñarnos la buena crianza, pero no podrán hacerlo, porque somos dioses. Creo que no comprendieron, pero se echaron a reír y se fueron. Así le respondo también a usted, querido Chevalley, los sicilianos no querrán nunca mejorar por la sencilla razón de que creen que son perfectos. Su vanidad es más fuerte que su miseria”. (pág. 248-9).

LA MUERTE:

La certeza de la muerte está presente en Don Fabrizio desde siempre, es parte de su lucidez. Pero la muerte también significa el gran cambio, el fin de todo:

“Como siempre, la consideración de su muerte lo serenaba tanto como lo turbaba la muerte de los demás. Tal vez porque, en fin de cuentas, su muerte era el final del mundo”. (pág. 299).

Las escenas de la muerte del protagonista son muy poéticas. Don Fabrizio hace un resumen de su vida, repasa los momentos placenteros y a los seres queridos. El lenguaje se embellece con las imágenes de la arena, el río, el mar, elementos que sirven para describir la vida que se escapa; y la muerte que llega en forma de mujer:

“Era ella, la criatura deseada siempre, que acudía a llevárselo. Era extraño que siendo tan joven se fijara en él”. (pág. 328).

CONSTANTES EN EL ESTILO:

1.- HUMOR: predomina un tono risueño, en donde el humor es un reflejo del alma italiana. Hay humor en los personajes y en el narrador. Abundan detalles como por ejemplo:

-El apodo del abuelo de Angélica, Peppe Mmerda,

-La exclamación de la prostituta en momentos álgidos: ¡Principón!

-La descripción de las señoras en el palacio Ponteleone como “monas”, la descripción del jardín de Donnafugata como un jardín para ciegos en donde la vista, por lo descuidado que estaba, era ofendida constantemente.

-Las afirmaciones: “el frac es como debe ser, pero al padre de Angélica le falta chic”. O también: “Peco, es verdad, pero peco para no pecar más, para no continuar excitándome, para arrancarme esta espina carnal, para no ser arrastrado por mayores desgracias, Y esto lo sabe el Señor”.

Y muchas otras que convierten la lectura en un pasatiempo divertido.

2.- VOLUPTUOSIDAD: el lenguaje se recrea y regocija en la sensualidad de la vida: Angélica es un personaje cuya sensualidad inunda a todos. Las escenas de las comidas, de los atuedos, de los rituales, de los amoríos de Tancredi y Angélica, (esos paseos secretos por las habitaciones abandonadas), hasta las descripciones de algunas imágenes sagradas tienen este toque: el cuadro de la Virgen con una carta arrugada y “Ningún niño Jesús, ni coronas, ni serpientes, ni estrellas, ninguno, en suma, de esos símbolos que suelen acompañar las imágenes de María”. Parece más bien, una mujer a punto de pecar.

3.-LUMINOSIDAD: a pesar de la miseria y de la sequedad del paisaje:

“El sol, violento y desvergonzado, el sol narcotizante incluso, que anulaba todas las voluntades y mantenía cada cosa en una inmovilidad servil, acuñada en sueños violentos, en violencias que participaban de la arbitrariedad de los sueños”. (pág. 74).

“Ni una sola vez un árbol, ni una gota de agua; sol y polvo. En el interior de los coches, cerrados precisamente para que no penetrase ni aquel sol ni aquel polvo, la temperatura había alcanzado seguramente los cincuenta grados”. (pág. 84).

Las citas textuales pertenecen a la edición de bolsillo de la editorial Punto de Lectura, año 2002. Traductor: Fernando Gutiérrez.